Un western en Tierra del Fuego, en los imprecisos límites de entonces entre Chile y la Argentina, Los colonos combina el homenaje al gran cine de aventuras y las road movies a caballo con una crítica social y política que va del cuestionamiento al poder de los terratenientes de la época –en muchos casos, los mismos que ahora– al exterminio de los pueblos originarios de la Patagonia. Presentada en la competencia Un Certain Regard, es la opera prima como realizador de Felipe Gálvez, que se pasó nueve años escribiendo y tratando de producir este complejo y épico relato hablado en castellano y en inglés, en donde la Argentina tiene una importante participación, tanto en la producción como delante de las cámaras.
Los hechos que narra Los colonos transcurren a principios del siglo XX, en el sur profundo, cuando un terrateniente llamado José Menéndez (Alfredo Castro) organiza una expedición para encontrar una salida comercial hacia el océano Atlántico. Y para eso sale una cuadrilla de tres hombres: un militar escocés (Mark Stanely), Bill, un tirador texano (Benjamin Westfall) y un joven mestizo local llamado Segundo (Camilo Arancibia). En el recorrido cruzan a la Argentina, atraviesan distintas situaciones, se topan allí con el Perito Moreno (Mariano Llinás) y su contingente, y luego siguen su viaje siempre con las órdenes de aniquilar a cualquier pueblo originario que esté radicado en esa zona.
Gálvez, que estudió en la Universidad de Cine (FUC) porteña, siente que la influencia de algunas de las cosas que aprendió allí fueron importantes a la hora de hacer esta película. Especialmente de parte de Mariano Llinás, que colaboró en el guión y actúa en el film. “No sé si en la FUC les preocupa mucho que los estudiantes hagamos westerns –dice risueño Gálvez–. Les gustan más los paneos y la gente corriendo... Pero lo que sí se propone mucho allí es el gusto por la aventura. Yo tuve como profesor de guión a Llinás, al que considero mi maestro, y en sus películas y las de (su productora) El Pampero el tema de la aventura es esencial. Lo mismo que el humor y alejarse de cierta solemnidad. Creo que son varias influencias conectadas, que van de generación a generación. A ellos los influenció Rafael Fillipelli y a mí, ellos. Llinás además es un gran actor. Pero más que nada alguien que me enseñó este oficio de hacer guiones, de hacer cine, de hacerlo con humor y no entramparse en lo político, en la explicación. Entrar en el juego.”
—Te tomó nueve años terminar la película. ¿Por qué fue tan complicado?
—En Chile hacer cine es muy difícil porque prácticamente no recibimos fondos y tenemos que vivir de la coproducción. Por lo tanto, hay que salir a buscar socios por el mundo. Terminamos consiguiendo parte de la financiación en Taiwán. El último dinero fue el que recibimos de Chile. Y en ese sentido Argentina fue clave para mí, no solo por haber estudiado allí y tener muchos amigos, sino porque fueron los que primero me apoyaron cuando muchos en mi país me decían que el guión funcionaba, pero que no iba a ser capaz de hacerla, que era muy ambiciosa para ser mi opera prima. Y ese desafío me motivaba todavía más a seguir. Por eso la larga espera.
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—La historia se basa en personajes reales, terratenientes que existieron en el sur de Chile. ¿Cuánto hay de esos hechos en la historia y cuánto de ficticio?
—El hecho en el que se basa es real, pero es una historia que está contada por gente muy poco creíble. Algunos de los historiadores que escribieron sobre esto fueron ministros de Pinochet, así que no son gente muy respetable ni creíble. Hubo un juez que se llamó Waldo Seguel. Fue la primera vez que Chile envió a alguien que representaba a la justicia a Tierra del Fuego, a Punta Arenas. Ese juez llega a vivir a la casa de la familia Menéndez. Hace una investigación durante su estadía allí, entrevista a muchos terratenientes, a muchas personas y ese libro quedó guardado en un cajón y apareció hace 20 años en los tribunales de Punta Arenas. Se llama “Sumario sobre vejámenes inferidos a indígenas de Tierra del Fuego”. De ahí sacamos un montón de testimonios y de historias. Es un libro muy detallado donde tú puedes leer qué familia con nombre y apellido compró indígenas en el remate, cuántos indígenas tenía la comisaría de Punta Arenas. Nos basamos bastante en ese libro.
—Pero en términos de la estructura del viaje, que es más por ahí clásico de un western, ¿eso sí es más ficcional?
—Sí, eso sí. Quisimos hacer una película que fuera entretenida también. Quería hacer algo que podrá ser duro y violento en un momento, pero dentro de un universo que sea entretenido. No es la típica película de denuncia en la que uno quiere solo criticar. Queríamos que también el espectador se sorprenda y, en un momento, ojalá pueda sentir empatía con los personajes y culpa por sentir esa empatía también. Lo más importante era contarla desde ese presente, con los personajes teniendo los prejuicios de la época. Evitar mirar la película desde hoy con todas las correcciones políticas. Los personajes decían cosas racistas, los políticos, los intelectuales. Nadie cuestionaba nada. El propio (Charles) Darwin decía unas bestialidades enormes. Tratamos de ponernos en ese momento.
—En términos de inspiraciones cinematográficas, ¿cuáles fueron tus referencias?
—Son miles, es casi un juego. La película está llena de referencias, incluso hay escenas de muchas otras películas dentro de la película. Me interesaba Glauber Rocha, por ejemplo, esa cosa medio de los ‘70, pero también obviamente John Ford, películas de aventura como Lawrence de Arabia, también Apocalipsis Now o Barry Lyndon. Todos grandes éxitos (risas). Al fin de cuentas, si vas a hacer un western, tienes que dialogar con esas películas. También tenía la intención de provocar, de hacer un western que critique al género. Una de las cosas que a mí me motiva es provocar y creo que el cine no se creó solo como una máquina para representar la realidad, sino para distorsionarla también.
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—Además de algunos reconocidos actores chilenos (Alfredo Castro, Marcelo Alonso) y argentinos (Agustín Rittano, Luis Machin, el propio Llinás), los tres protagonistas no son conocidos y buena parte de sus diálogos son en inglés. ¿Cómo llegaste a ellos?
—El personaje texano es chileno en realidad. Es un actor chileno que actuó en mi cortometraje. Muy amigo mío, un gran actor de teatro. Nació en Estados Unidos, en Alaska, y este es su primer largo. Hicimos un casting en Inglaterra, un casting en Chile y terminamos con una mezcla entre conocidos y muchos debutantes. En ese sentido ser una coproducción internacional fue bueno, porque en este caso esos aportes no son forzados porque nos permitió buscar gente en otros países. Y me sirvió mucho para conocer detalles y conflictos que no entendía. Si el protagonista era escocés tenía que hablar de tal manera, un coronel inglés tenía que ser de clase alta. A todos les gustó mucho el guión y se involucraron aportando también cosas a la película.
—Pasó todo ese tiempo y finalmente llegás acá, a Cannes. ¿Cómo lo estás viviendo? ¿Te lo imaginabas?
—Creo que es el sueño de todos los cineastas. Yo he sido montajista durante 15 años (en películas como Princesita, Marilyn y El gran movimiento, entre otras) y los productores de todas ellas las probaron mandar a Cannes. Había que apurar el montaje para llegar en cinco días, aunque se acabe el mundo y así. Es el festival más grande del mundo de cine y un lugar donde uno quiere estrenar. Además, creía que la película tenía un tópico que en este festival podría funcionar. Así que contentísimo de estar acá y de la experiencia en sí.
—Ha tenido una gran recepción además…
—Sí, le está yendo bastante bien. Estoy contentísimo con eso. Tuvo muy buena repercusión en los Estados Unidos, que era algo que no me esperaba. Uno hace un cine formado por una universidad como la FUC que tiene una mirada más de autor y más centrada también en el cine europeo. Y es una sorpresa que la prensa norteamericana tenga interés en la película. No estaba en mi cálculo y tampoco pensé que podía suceder. Es decir, mi sueño es ir a la competencia de Cannes, no ganar el Oscar.
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—Entiendo que la película no sea directamente política desde lo discursivo, pero en lo profundo lo es. ¿Dónde sentís que dialoga con la situación política chilena actual?
—Dialoga en que perdimos la Constitución, por ejemplo. Dialoga en que la Constitución ahora la van a hacer un grupo de “expertos”. Dialoga en que perdimos la Constitución porque una de las cosas que se proponían era que fuéramos un país multicultural, que los indígenas sean considerados naciones dentro de la nación chilena. Y eso generó que la mayoría del país estuviera en desacuerdo. Chile desprecia a los pueblos indígenas. Y eso fue una de las cosas que más generó quizás votos. Menéndez es un buen retrato de cierta mediocridad del empresario chileno. Mediocre en el sentido que no es un filántropo, que solo hace plata. Ni siquiera hacen beneficencia, no construyeron ni un museo en nuestro país. No hicieron un festival. No hicieron nada. Es un país muy rico, con las familias casi más ricas de la región y son unos mediocres. Y yo creo que Menéndez es un buen reflejo de ellos. Cuando trabajamos el personaje Alfredo Castro, lo hicimos sin ansias de criticarlo. Ojalá al verlo se sientan identificados con él, se sientan orgullosos de su representante.
—¿Ya estás con otro proyecto, con una nueva película encaminada?
—Vamos por otro, sí. Quiero hacer más películas que sigan contando la historia del país. Chile tiene un desprecio brutal por su historia. Por lo tanto está lleno de páginas borradas, escondidas. Pero siempre quiero hacerlas con una mirada como loca, con humor. Hay muchas historias que se pueden sacar a la luz.
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