Como todo Brasil, el 2 de septiembre de 2018, Paulinho Moska vio en vivo por televisión cómo el fuego reducía a cenizas la sede del Museo Nacional, ubicado en la Quinta da Boa Vista en Rio de Janeiro, mientras 12 cuarteles de bomberos intentaban, infructuosamente, salvar parte del patrimonio que atesoraban las salas que alguna vez fueron la residencia de Pedro II, el último monarca del Imperio Brasileño.
Lo que jamás hubiese imaginado entonces el cantautor carioca, mientras aquellas llamas consumían con voracidad una colección histórica y científica construida a lo largo de doscientos años y compuesta por más de 10.000 artículos y unos veinte millones de artículos catalogados, era que esa desgracia sería el punto de partida de un proyecto artístico que hoy resignifica y perpetúa parte de aquel legado.
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“La música es mi reina; hago canciones, pero como un instrumento para llegar a proyectos mayores. Quiero siempre mejorar y aprender más. Entonces, aparece el tema de la metáfora”, explica el músico, de cara a las presentaciones de su espectáculo “Las Guitarras Fénix del Museo Nacional”, en formato guitarra y voz, este jueves 25 de mayo en Bariloche, en el marco del FIMBA (Festival Internacional de Música de Bariloche) y el viernes 26 en el Auditorio Belgrano porteño.
Cómo es el show de Paulinho Moska
“Las Guitarras Fénix del Museo Nacional” es una iniciativa que, paradójicamente tiene su origen en una idea de David López, un bombero que además de apagar incendios se dedica a la luthería. Paulinho recuerda que lo conoció en 2016 a través de un periodista amigo, que le contó que el hombre construía sus guitarras con maderas rescatadas de los incendios y que le pidió que probara qué tan buenas eran.
“La historia es linda, pero necesito saber eso”, dice que le dijo su amigo. Y también que su respuesta fue inmediata: “Traelo a casa, las probamos, y voy a ser sincero”.
—¿Y fue?
—Sí. Llegó con tres guitarras, y eran increíbles, de altísima clase. Le quise comprar una, pero las tenía todas vendidas. Entonces, le encomendé una, que tengo en casa. Tiene una parte de una cama, otra de una cristalera y otra de una mesa de luz. Es increíble, una de las mejores que tengo.
Pero, además, es increíble porque cuando la toco pienso en la familia a la que pertenecían; en esa cama de la pareja, los amores, los sueños; pienso en la mesita con las cosas personales, una gaveta con una carta, algo… Y en esa cristalera, de donde sacaban los platos y las copas para las visitas… Es siempre así (Paulinho muestra su bazo con piel de gallina). Y es diferente de las otras guitarras, siempre.
La cuestión es que David fue uno de los tantos que intentaron apagar el fuego que arrasó con la vieja residencia construida en 1803 por Elías Antônio Lopes, un comerciante que resolvió donarla para que, en 1821, fuera transformada en el Palacio que albergaría a la familia real portuguesa, que había llegado a territorio brasileño en 1808 escapando de las tropas napoleónicas.
Ante ese escenario, el bombero le volvió a ceder paso al luthier, que llamó nuevamente a aquel periodista que lo había conectado con Paulinho. “Mira, estoy muy triste. Ayer apagué el fuego del Museo, y necesitamos hacer algo. Pensé en rescatar maderas, hacer guitarras y subastarlas para recaudar dinero y reconstruirlo”, fue el disparador para que la historia se repitiera, pero amplificada.
“El periodista me llamó: ‘¿Recuerdas a David. Bueno, el pensó…’ Y ahí me dije que teníamos que hacer algo. Juntamos siete personas a su alrededor -Gilberto Gil, Paulinho da Viola, Hamilton de Holanda, Nilze Carvalho y Felipe Prazeres, un productor cultural, dos periodistas y un camarógrafo- nos intitulamos Fénix, y tratamos con los institutos, gobierno y otras instancias para convencerlos. Muchísima burocracia”, resume Paulinho.
—¿Les costó encontrar respuesta?
—Imaginate: los directores del museo recibiéndonos, tristes, apagados, perdidos… y llega un grupo que dice: “¡Queremos hacer guitarras!” Lo primero que pensaron es que éramos unos locos. Pero insistimos, enviamos ideas… La madera estaba toda quemada, pero cuando nos dieron la autorización fuimos con un camión y David fue oliendo cada pedazo para saber cuál llevarse.
—¿Oliendo?
—Sí. Es increíble, pero él lo huele y te dice qué tipo de madera es; quemado y todo. Así que llevamos una cantidad grande de restos carbonizados, luego él le quitó la capa de carbón hasta llegar a la madera sobreviviente que estabo ahí dentro y empezó a construir las guitarras.
—¿Sentís algo especial cuando las tocás?
—Es muy fuerte. Pienso en la semilla del árbol que estaba en la foresta por 80 o 100 años, que fue cortada para construir una mansión que terminó siendo la residencia de los padres de Don Pedro II, que nació allí. Esta madera ya estaba ahí en el piso, en las vigas, en el techo, en las puertas… Y Don Pedro II, que fue el rey que más tiempo reinó en Brasil, vivió ahí unos 60 años, hasta regresar a Portugal, tras lo cual el palacio se convirtió en museo. Es una historia increíble.
Son conciertos muy emocionantes, porque mezclan muchas camadas de cosas de mi vida con esta historia. Y las guitarras son increíbles. Voy a estar con dos, la de acero y la de nylon. Además, David hizo un mandolín, un cavaquinho, un violín y una viola de 10 cuerdas. Y tenemos madera para construir más.
Música y memoria
Para el músico, la reconstrucción de la memoria es una cuestión colectiva a la vez que personal. “En una realidad de narrativas -dice-, los museos son muy importantes porque te permiten ver la verdad, lo que está dibujado, hablado… Perder eso es perder un poco de la referencia de la verdad; perder la idea de que las cosas existen. Porque siempre parece que la historia no existe; es una historia… En ese punto, los museos son importantes porque allí se confirma que sí había un sarcófago, un dinosaurio.
—¿Desde se reconstruye cuando se pierde esa referencia?
—Desde la pasión por la belleza, por la comprensión y entendimiento de cómo funciona la naturaleza y la necesidad de conocerla para continuarla. La naturaleza es bella, pero si no la vemos bella no queda así. Tenemos que tener una mirada de la belleza, luchar por ella.
Durante los conciertos que Paulinho presentará en Bariloche y en Buenos Aires se proyectarán imágenes del documental que cuenta la odisea de esta “reconstrucción”, musicalizado con su canción “Todo Novo de Novo”, donde desde su letra propone “jugar de nuevo donde ya caímos”.
—¿Con qué nuevo punto de partida?
—Dicen que al final de todo agujero hay un resorte. El impacto del dolor es ese origen. Creo que el dolor, el miedo, son palabras que nos afligen pero son energías. Sentimos una energía que llamamos dolor, miedo, angustia… Pero es una energía. Nuestro cuerpo está invadido por algo de nuestro cerebro, que tiene que ver con la comprensión de las cosas.
Creo que cuando empezamos a poner esta energía “mala” en algo creativo, se potencia con la necesidad de crear nuevas bellezas.
—Sin embargo, hay quienes aseguran que el miedo te paraliza.
—Sí, el dolor también. Pero si nos paralizamos, no hay más mirada de belleza, no hay más oportunidades, no hay más nada. Tenemos que luchar contra la paralización. Hay que convertir ese miedo y ese dolor en la materia prima de esa creación. Yo soy un poco melancólico, de modo que tuve que aprender a usar mi libertad para irme de la melancolía; es lo que hoy llamo melancolibertad.
Padre no hay uno solo
La historia personal de Paulinho Moska reporta una infancia con un buen pasar, en el marco de una familia en la cual era el menor de los cuatro hijos de un papá periodista y una mamá psicóloga, ambos con sus raíces más profundas en Portugal, en un hogar con espíritu libre y una información musical que define como diversa.
En su playlist preadolescente, el artista incluye a Héctor Villa-Lobos y Pixinguinha a la par de Tom Jobim y Joao Gilberto, Vinicius, “toda la generación de la bossa incluidos Edu Lobo, Carlos Lyra y Roberto Menescal” hasta llegar a Roberto Carlos, “capísimo de la composición y el canto.”
Una temporada de pop circa ‘80 como parte de la banda Os Inimigos do Rei fue el preludio de una carrera solista que lleva transitando desde los comienzos de la última década del siglo pasado a caballo de unos 15 álbumes que evidencia una insistente pulsión por sumar socios artísticos de Milton Nacimiento a Chico César y de Herbert Vianna a Fito Páez, con quien registró Locura Total.
Un camino intervenido repentinamente casi tres lustros atrás con la novedad de que aquel a quien había conocido siempre como un tío era, en realidad, su padre biológico. Y dentro de un marco de discreta apertura, señala que era una persona a la que hallaba parecida a él, pero a quien desde cierta ingenuidad respecto de la genética, reconocía como su tío.
“Mi casa era una casa muy buena, con mi papá y mamá que estuvieron casados hasta el fin de los dos, y con hermanos muy buenos: una casa feliz. Entonces, no hacía mucho motivo para buscar cosas, para sospechar”, explica.
—En alguna entrevista dijiste que no es cierto que el pasado no pueda cambiar. Pero si es cierto que nuestro ayer determina en gran medida nuestro presente, ¿de qué manera cambió el tuyo a partir de tu descubrimiento?
—Quedé un poco confuso. ¡Muy confuso! Todavía estoy confuso, después 14 años… ¡Jaja! Cambian muchas cosas, pero revela muchas otras, también. Había algo que yo había llamado o sentido como un vacío, en mí, en el que se alojaba mi poesía. Era la sensación de que podía meter cosas dentro de ese vacío. Y de pronto todo eso tuvo sentido. Fue la peor y la mejor cosa que me pudo haber pasado.
Entonces, al hacer foco en su historia personal, Paulinho vuelve de pronto a la idea de la metáfora, y traspola aquello que sucede con el museo, la cuestión de la recuperación, a su plano más íntimo, en el que resalta la necesidad de reconstruir su memoria. “Quemada en mi propio incendio”, completa.
Canciones para contar la historia
La condición de “padrino”, en el marco de la movida impulsada por los integrantes de Fénix, además de impedirle a Moska vender o alquilar cualquiera de los instrumentos construidos por David, lo compromete a divulgar la historia que él mismo va construyendo. Una tarea que de alguna manera guió el diseño del repertorio de “Las Guitarras Fénix del Museo Nacional”.
“Ahí percibí que mis canciones hablaban retóricamente y siempre de renovación. ‘Todo nuevo de nuevo’, ‘Lágrimas de diamantes’… Tengo canciones románticas, como ‘Quantas Vidas Voce Tem?’, que fue compuesta para una chica, y ahora se la canto a la guitarra. Pasó a ser una canción por la cantidad de vidas que tiene una madera”, cuenta.
No obstante, aclara que no todas van por ese lado. “Hay también otras que tengo que cantar, como ‘Pensando en ti’, porque es un concierto de Moska. Trato de abarcar todo”, aclara. Y enseguida revela que el tema de la reconstrucción se prolonga en el pedido reciente de un nieto de Pixinguinha de que le ponga letra a una de las 60 partituras inéditas que encontró del notable compositor, flautista y director orquestal.
“La toco en el bis y cuento esta historia, haciendo también una analogía de Pixinguinha, que es como un museo de música, que está muerto, quemado, y que se renueva con el encuentro de esta nueva música, a la que titulé ‘El dolor trae el presente’, que en Brasil también quiere decir regalo”.
—Aquí también puede ser usada así.
—Entonces, el dolor trae el presente. Porque también es creativo. Nos regala la oportunidad de transformarlo en una cosa nueva.
—Eso también tiene que ver con la reafirmación de la identidad; buscar el origen para reafirmarse uno.
—Ayer fui a ver Piaf, con Elena Roger, y también es una metáfora de eso. Una mujer sufrida, con origen en un prostíbulo, que cantaba en la calle y que tiene la oportunidad de regalar al mundo su presente. Es una oportunidad muy rara que hay que aprovechar mucho, tener el privilegio de que tu vida sea así, que te permite llega a un lugar más alto para dar cosas.
—Vas a cantar en Bariloche. ¿Conoces la ciudad?
—Nunca fui. Estoy muy ansioso, porque cuando mi hermana cumplió 15 años, y yo tenía 10, recibió de regalo un viaje con mi mamá y mi papá a Bariloche. Recuerdo haber sufrido muchísimo porque no podía ir, y para mí quedó como la ciudad de mi hermana.
—Tenés muchos amigos en la Argentina. ¿El formato de este concierto resiste la presencia de invitados?
—Sí, y tengo dos amigos que casi se ofrecieron para participar. Uno es Mintcho Garrammone: hace dos semanas me envió un video tocando el bandoneón en una canción que no estaba en el repertorio, que se llama “El último día”, y cuando lo escuché me pareció que podía ser una buena participación. Él tiene un programa con Fena (DellaMaggiora) en la radio. Me entrevistaron hace 15 días, y en vivo me preguntó si lo invitaba. Y lo invité.
*Paulinho Moska presenta “La Guitarras Fénix del Museo Nacional” el jueves 25 de mayo a las 18 y a las 22 en el Teatro La Baita, en el marco del FIMBA (Festival Internacional de Música de Bariloche); y el viernes 26 a las 21, en el auditorio Belgrano (Virrey Loreto y Av. Cabildo).
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