Adelante hay un bar: llegan los bocinazos de la calle, se escucha el vapor de las máquinas de café, hay decenas de voces, cucharitas que chocan contra las tazas y las tazas que golpean el suelo. Es un mundo en constante movimiento. Atrás, está el Espacio Cultural Domus Artis. Tiene la forma de un cuadrado con esquinas recortadas donde se preserva el silencio. El sonido, cuando se hace presente, adquiere una lógica y una emotividad: se convierte en música. Y se crea mucha música.
El director de este espacio es Francisco Huici, un músico de vasta trayectoria, que ha estudiado con Walter Malosetti, Ricardo Cavalli y Gustavo Musso, entre otros. Huici se destaca como director, arreglador y músico de sesión, habiendo trabajado con artistas que van desde Cristian Castro hasta Eruca Sativa. Sin embargo, ahora no habla de ese perfil sino de un proyecto que lo inunda de emoción. Habla de su agrupación Aguafuertes.
Con un título de tintes arltianos, Aguafuertes reúne música y letras en la creación de algo nuevo. Y, aunque llevan poco tiempo juntos, han recorrido un largo camino: en 2018 lanzaron Aguafuertes del Abasto, disco con el que rindieron homenaje a figuras como Juan Gelman, Tita Merello y Nicomedes Santa Cruz; tres años después, presentaron Aguafuertes fractales, una fusión de big band, percusión y bandoneón. Este año sacaron Aguafuertes decimales - Viajera continental, un álbum que utiliza la poética de la décima para explorar todo el continente. Son diez músicos y cuatro cantantes que van de México al pie.
Y este 25 de mayo, en Hasta Trilce, conmemorando la Revolución de Mayo y siempre persiguiendo la poética de la décima, ofrecerán el concierto “Aguafuertes de Mayo”, con una presentación que abarca obras desde el temprano siglo XIX hasta la actualidad.
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“La métrica tiene que ver, primero, con una búsqueda musical”, dice Huici en diálogo con Infobae Cultura. “En una época toqué con un grupo de inmigrantes peruanos que se llamaba Los Negros de Miércoles, que tocaban en el sótano del Bauen. Ahí conocí a Andrés Mandros Gallardo, que recitaba décimas. Y me obsesioné con la forma”.
—¿Cómo trabajaste la fusión de la forma y la orquesta?
—Quería usar cuatro elementos. Un quinteto de madera barroco para emular a la España del Siglo de Oro; cuerdas bastardas y toda la descendencia cordófona en América; la percusión afrolatina. Y la palabra como la madre patria: el español cantado por cuatro mujeres de Cuba, Venezuela, Perú y Argentina. Hacer un viaje que sale de España y llega hasta la pampa profunda. Todos los elementos replicándose orquestal y temáticamente, haciendo un recorrido que sale a la hora de indagar textos, que toca a Sor Juana Inés de la Cruz y Violeta Parra, y cierra con Cervantes. Es un viaje atemporal, pero hay mucho de actualidad. Me interesaba lo bucólico del aguafuerte, replicar la visión arltiana con la Cuba tropical y el bandolero criollo peruano del 1800.
—“Aguafuerte” es una palabra muy vinculada a Arlt y también a la urbanidad. Pero en este caso, vos la ponés en relación con el interior, con la pampa. ¿Cómo dialoga la música folclórica con lo urbano?
—Tomando la idea del aguafuerte y, obviamente parafraseando Arlt, el aguafuerte es la técnica pictórica donde sobre una placa se corroe y después con unos ácidos se rasca y se imprime lo que queda abajo. En ese raspar y ver lo que hay abajo, hay algo que me parece interesante. ¿Cómo dialoga lo folclórico con lo urbano hoy en día, donde el género urbano tiene a la palabra en primerísimo plano? Es una gran polémica en sí: ¿es música, es poesía?
—Está la riña de gallos.
—Ahí vamos. Yo, a este proyecto, lo llamo el hip hop barroco. La décima tiene una métrica demoledora. El octosílabo tiene un swing y un remate que te tira al piso. La riña de gallos está súper vigente en el género urbano. Incluso yo tengo la oreja atenta a la palabra.
—Es interesante eso: que siendo músico instrumental pongas a la palabra en primer plano.
—Es un gran ejercicio… [se ríe] Al ser arreglador para vientos y cuerdas, hasta hay una deformación profesional de agarrarme a las frases que vas escuchando para hacer guiños musicales. Pero acá también hay mucho de capricho. No le tengo que rendir explicaciones a nadie de por qué puse tal acorde o por qué rompí estilísticamente con algo.
—¿Por qué elegiste cuatro cantantes mujeres?
—Me pareció un desafío buscar una textura que no fuera tan aguerrida como la que viene de la música afro o de las big bands del jazz. Si no generar un espacio, el matiz necesario para escuchar la palabra. Ojo que ellas tienen polenta, me encanta cuando están paradas arriba del escenario con la décima humana —porque en vivo somos 10 músicos— y ellas, con toda la autoridad para profesar esa palabra, se ponen a leer. No me interesa que se aprendan de memoria los textos; que fluya. Es una especie de café literario en vivo donde se va hirviendo la sangre. Eso es lo que sucede en el vivo.
—¿Cómo planteás el vivo?
—Como algo escénico. Ellas sentadas en una mesa como en una conversación. Yo prefiero, salvos las voces, no amplificar.
—Yo te veo en la tradición de músicos que siempre están en la búsqueda. Pero ¿la búsqueda de qué?
—Es algo de lo que me pasa. Parte del trabajo de ser músico profesional está en la beta del músico sesionista. Donde tenés que especializarte en estilos, géneros, en equiparte con los instrumentos para cada género. Tenés que tener la boquilla para tocar jazz, para tocar funk. Yo hago ese caminito y eventualmente también rompo con todo eso. Es un poco la escuela beatle. Eso es lo que manda. Busco la sonoridad, trato de aplicar técnicas nuevas y de reciclar los viejos yeites. Juego con esos elementos. El reciclaje y la búsqueda, tomar la tradición con impertinencia.
—¿La constante es el aguafuerte?
—Con este proyecto sí. El 25 de mayo vamos a estrenar las Aguafuertes de Mayo. Vamos a recrear el taller mecánico de los hermanos Madia, que estaba en Parque Chas. Quiero recrear el taller y armar un groove de la tradición.
* Francisco Huici y Aguafuertes se presentan este jueves 25 de Mayo, a las 21, en Hasta Trilce, Maza 177, CABA.
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