Del minimalismo extremo de La libertad, la película que lo puso no solo en el panorama del cine argentino sino en el internacional, a la coproducción internacional filmada en Estados Unidos, México y Portugal que es Eureka, mucho parece haber cambiado en el cine de Lisandro Alonso. Después de todo, pasaron 22 años desde que su opera prima cayera como un ovni directamente en el Festival de Cannes, en el que presentó casi todas sus películas –cinco de las seis que hizo desde entonces– pero sin jamás llegar a la competencia oficial. Sin embargo, en algún lugar más profundo, los cambios no son tantos. Su cine sigue conservando la extrañeza y magia de aquellos años, el realizador sigue produciendo él mismo sus propias películas con presupuestos limitados y, más que cualquier otra cosa, Alonso se sigue pareciendo bastante a una versión a ese chico de 26 años que, allá por 2001, no entendía del todo bien qué era lo que estaba haciendo acá.
Eureka, presentada en la sección Premieres, tiene más en común con Jauja, que con las anteriores películas suyas. Más que nada por su ambición narrativa, por la manera libre en la que se mueve a través del tiempo y el espacio, por colaborar con guionistas que vienen de la literatura (acá vuelve Fabián Casas y se suma Martín Caamaño) y por sumar a figuras internacionales a su cine. Aquí, además de Mortensen, aparecen Chiara Mastroianni y el también director Rafi Pitts. Pero, de vuelta, la parafernalia de nombres, locaciones y hasta efectos especiales no modifican que, en lo esencial, sus películas mantienen un misterio especial, insondable, único. Se reconocen con ver solo un par de planos.
Dividida en tres partes –narrativas y formalmente conectadas de una manera bastante curiosa–, Eureka comienza como un western en blanco y negro, sigue –en su bloque principal, el más largo y el mejor de los tres– como una exploración en la vida de una mujer policía de una reservación indígena de Dakota del Sur, Estados Unidos, para luego irse a Brasil (en la ficción, en la realidad está filmado en México), a continuar ocupándose del tema de los pueblos originarios, verdaderos protagonistas de este tríptico cinematográfico. Es que más allá de las diferencias de cada una de las situaciones, lo que atraviesa el relato son los conflictos y las luchas por la supervivencia de estas comunidades explotadas a lo largo de la historia.
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En medio de las corridas típicas de un festival lleno de actividades y compromisos como es Cannes, Alonso se tomó unos minutos con vista al coqueto puerto de la ciudad, para hablar de Eureka, de Cannes, de la corrección política en el cine actual y de su futuro.
—¿Cómo se te ocurrió ir a filmar a Dakota del Sur?
—Me había ganado una beca de estudios y me fui ahí con mi familia por unos ocho meses. Me interesé en cosas que pasaban en Pine Ridge –el nombre de la reserva–, le pregunté a Viggo si conocía a alguien de ahí y él me conectó. Yo me había quedado en Jauja con la idea de seguir con esos dos indios que están en la película y a los que se ve poco. Empecé a viajar más a Pine Ridge y a pensar de qué manera podía contar en una película lo que se vivía ahí, la realidad difícil que viven a través de los ojos de una mujer policía que patrulla la zona doce horas por día, toca la puerta de cada casa y se topa con un problema diferente de muchas familias y personas que conoce. Es una comunidad de 70 mil habitantes y solo hay 20 policías. De esos, tres son mujeres. Me interesaba que esa mujer policía funcione como guía y que yo pueda aprender un poco cómo es ser un nativo de la zona en la actualidad.
—¿Siempre la idea fue que eso sea parte de varias de la película o creció más orgánicamente?
—Yo modifico mis proyectos todo el tiempo, pero eso de las distintas historias siempre fue así. En Jauja probamos con alterar el tema del espacio y del tiempo. Y me gustó, me dio ganas de seguir probando, de pegarle una vuelta más de rosca. Entonces dije: “¿quiénes fueron los primeros que representaron a los indios en el cine?” Bueno, el western. Entonces filmé un western. Si pude filmar en un castillo de Dinamarca, ¿por qué no hacer un western, que es como el sueño del pibe? La idea era usarlo como excusa, para conectar con el presente y darnos cuenta que todos esos westerns que se filmaron no representan nada para esa comunidad. Y menos hoy. Después me olvidé del western. Es como un entretenimiento que abre la película, como tener el control remoto y poner Netflix. Ese es mi entretenimiento. Pero el western no explica nada de la vida en Pine Ridge ahora.
—Tus películas siempre fueron de planos largos y pocos cortes. Y en el western de golpe se te ve narrando de un modo más tradicional, clásico si se quiere. ¿Cómo fue la experiencia de filmar así para vos?
—Me ayudaron mucho Viggo y Timo (Salminen, uno de los dos directores de fotografía del film, el otro es el español Mauro Herce). Viggo hizo 700 westerns así que sabe todo lo que hay que hacer. Y Timo estaba tan contento de filmar algo más clásico que me decía, “correte, no molestes” (risas). Yo preguntaba cosas y me decían: “esto se filma así, salí de acá”. Y me encanta eso porque para mí, como digo siempre, hacer cine es juntarse con colaboradores talentosos que saben más que vos de muchas cosas. Y me dejé llevar por ellos.
—La tercera parte, sin embargo, sí conecta directamente con el tema y con tu forma de narrar…
—Yo quería filmar en Brasil pero por las dificultades de apoyos económicos que había en ese país entonces, con el gobierno de (Jair) Bolsonaro, me fue imposible. Yo soy de Argentina, quería hablar de la situación en América Latina también. Al final lo hicimos en México, pero la idea era representar la situación brasileña. Cambió un poco el paisaje pero no lo que quería contar. En América Latina, pese a todos los problemas que tienen las comunidades indígenas, al menos hay más conexión entre las razas y los pueblos, un poco más inclusión social. Pine Ridge es casi como un campo de concentración.
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—La película incluye a un pájaro un tanto curioso, hecho con muy buenos efectos especiales, que conecta algunas de las historias. ¿Cómo apareció eso?
—Me interesaba que hubiera un puente que nos transportara de un lugar a otro. En Jauja había un perro y de ahí se pegaba el salto a Dinamarca. Fue complicado por el tema de los efectos especiales, que son difíciles, y eso cambió bastante a lo largo de los años.
—La película muestra la vida en la comunidad de Pine Ridge de un modo muy realista. No es paternalista ni condescendiente. Se ve lo bueno y lo malo de la vida ahí. En las condiciones actuales de “corrección política” que existe especialmente en Estados Unidos, ¿creés que puede ser un problema eso?
—Nosotros entramos a trabajar ahí mostrándoles el guion. Le dijimos que queríamos documentar cómo trabajaba la policía de Pine Ridge. Lo leyeron, lo aprobaron y les gustó. Nos recibieron muy bien. Estaban entusiasmados con la idea de que la gente afuera conozca cómo es la vida ahí. Y te soy honesto: no mostramos ni el 10 por ciento de lo que pasa. Yo escucho eso que dicen, de que es políticamente incorrecta y que se yo, y la verdad que no lo entiendo. Quizás porque no vivo en Estados Unidos, pero me llama la atención la gente de ahí que lo menciona como un problema. Tenés que ser gringo para sentir esa presión, esa culpa. Yo de afuera no lo siento.
—Pasaron nueve años desde Jauja y sé que la producción fue complicada. ¿Cambió mucho en la edición?
—Eso siempre me pasa. En Jauja cambié el orden de las cosas y acá, al querer darle dinámica a la película, empecé a mezclar cosas también. Acá no podía mezclar las historias entre sí porque no daba, pero sí cambiaron cosas. Lo que digo hoy es que es la película que yo quería hacer y la mejor película que pude hacer. Sí podría haber sido mejor, no lo sé. Eso no te lo puedo decir yo.
—¿Te decepcionó que la película no quedara en la competencia?
—La mostramos a último momento, sin los efectos terminados, y lo que me dijo Thierry (Fremaux, el director artístico del festival) era que él sentía que tenía intermitencias, que se podía mejorar, que si la trabajaba más seguro podría meterla en la competencia del año que viene, pero no este año. Y yo ya necesitaba soltarla. Pasó mucho tiempo y quiero seguir con otra cosa. A ver, obvio que me jode un poco el ego haber tenido tantas películas en Cannes y nunca entrar en la competencia, pero la película es más importante que mi ego y me pareció que el momento para mostrarla era ahora.
—¿Y cómo sigue todo ahora? ¿Habrá que esperar nueve años más?
—No, quiero filmar una película en tres o cuatro años. Pensá que cuando empecé con Eureka mi hija recién había nacido y ahora tiene ocho años. Es un montón de tiempo. Quiero filmar en Brasil, hace mucho que tengo ganas de hacer eso. Una vez que pase todo este momento del estreno y el feedback quiero meterme con eso.
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