La Argentina es un semillero de personalidades destacadas en todas las áreas: música, deportes, literatura, ciencia, entre otras. Alguno de ellos logran sobresalir desde muy chicos, como es el caso de la violinista Pilar Policano, que con 15 años fue elegida para formarse en el Perlman Music Program, uno de los mejores programas de estudios del mundo, a cargo del célebre violinista israelí Itzhak Perlman. En la actualidad, Pilar es una de las embajadoras más destacadas de la cultura argentina.
“Es algo que siempre soñaba. Si vos me preguntabas qué quería ser cuando fuera grande, yo decía violinista”, cuenta a Infobae Cultura desde Austria, donde vive junto a su familia. Ganó la Beca Teresa Grüneisen del Mozarteum Argentina (es la becaria más joven en la historia de esta institución en recibirla) y toma clases con Boris Kuschnir. Es un recorrido similar al que hicieron Daniel Barenboim y Martha Argerich, nada menos.
Parece haber nacido para dedicarse a la música. Cuando se sienta frente a una partitura, sorprende con su destreza y capacidad. La música forma parte de su vida desde que tiene uso de razón, ya que su mamá, Laura Minniti, era la directora de una orquesta-escuela. Ella siempre recibió apoyó y estimuló de su familia, que notó tempranamente su talento y la llevaron a estudiar violín en la Orquesta-escuela de Lanús, para luego, a los once años, continuar su formación con el maestro Rafael Gintoli.
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Pilar Policano nació en Remedios de Escalada y su talento la llevó a recorrer el mundo llevando su música y sus ganas de aprender. Su primera presentación como solista con orquesta fue a los 9 años y desde ahí se presentó junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón, con Orquesta Sinfónica Nacional Argentina en el Centro Cultural Kirchner, con la Orquesta de la Radio y TV Serbia en Belgrado, la Orquesta Uniart París (Francia), la Filarmónica de Pitesti (Rumania), entre otros. Todos esos logros no podrían haberse concretado sin el acompañamiento de su familia, la guía de sus maestros y el acompañamiento de instituciones como el Mozarteum Argentino o el Ministerio de Cultura de la Nación.
Hace pocos días, su nombre ganó notoriedad porque tocó ante el Papa Francisco en Hungría. De eso y otras cuestiones propias de su aprendizaje, vocación y formación musical, habla en esta entrevista. Esta es su historia.
—¿Cuándo empezaste a estudiar violín?
—Empecé a tocar a los seis años en la Escuela Orquesta de Lanús, que pertenece al Sistema de Coros y Orquestas de la província de Buenos Aires. Mi mamá era la directora de la escuela, yo la acompañaba y en un momento me interesé en estudiar algún instrumento. Esos fueron mis primeros pasos en la música. Estudié allí hasta los 11 años, donde tuve mis primeras oportunidades de tocar con público y de manera solista, de conocer otras orquestas y chicos que están en mi misma situación. Después, mi profesora me llevó a tomar una masterclass en UBA con el Maestro Rafael Gintoli, con él me estuve formando hasta octubre del año pasado que nos mudamos con mi familia a la ciudad de Viena. Juntos tuvimos unos años de un muy intenso pero hermoso trabajo.
—¿Cómo fue la mudanza y la adaptación en Viena?
—Llegué en octubre cuando arrancaba el ciclo lectivo acá. La adaptación no fue difícil, Viena es una ciudad preciosa y tiene mucha cultura, mucha música. Siempre que salís te encontrarás algún músico o alguien que lleva un instrumento en la espalda, es muy lindo. Acá vienen un montón de artistas, de los más famosos y de los que uno admira. Podés ir al Musikverein, una de las salas más importantes del mundo, a ver a estos grandes y aprender mucho de ellos. Vinimos a Austria con toda mi familia porque acá podía estudiar con el maestro Boris Kuschnir. Mis papás creyeron que era la mejor opción, así no tenía que viajar sóla. Trabajamos mucho el sonido, los detalles y la calidad de cada nota. Este maestro era la mejor opción para mi carrera y aprendizaje. Es de los mejores del mundo. Me preparé mucho en la Argentina para poder llegar acá.
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—¿Cuándo se dieron cuenta de que lo tuyo no era un hobby y que podías convertirte en un músico profesional?
—A pesar de la exigencia que tiene cada nueva etapa de aprendizaje, nunca dejó de ser un juego, algo que disfruto, siempre le encuentro el costado lúdico para que no se vuelva una tortura o algo que hay que hacer por obligación, no es la idea de la música, ni de ningún arte o disciplina me imagino. Cómo mi mamá enseñaba música, siempre fue normal ver niños tocando instrumentos. La música y el violín lleva mucho trabajo y hay que dedicarle tiempo, pero vale la pena y lo disfruto mucho.
—Viajando tanto, ¿cómo hacés con la escuela?
—Ahora estoy cursando el colegio en SEADEA que es el “Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino”, que está destinado a chicos que no pueden asistir a clase con regularidad, por ejemplo los chicos que viven en el exterior, son nómades, o son deportistas. Tengo compañeros con historias muy interesantes. El año pasado estuve viajando muchísimo, entonces hubiera quedado libre si iba a un colegio normal. Este sistema nos permite a nosotros seguir desarrollándose en nuestras disciplinas o lo que sea que hagamos sin tener que dejar la educación escolar atrás. Acá en Austria, hablamos alemán, que es la lengua oficial, toda mi familia está aprendiendo. Además de español, hablo inglés y estoy estudiando francés, porque me encantan los idiomas y sé que me serán muy útiles para mi profesión.
—¿Cuánto te preparaste para entrar al Perlman Music Program en Nueva York?
—Un montón. Es un programa de siete semanas con el violinista más importante de la actualidad. Lo haré durante el verano de acá, en junio/julio de este año. Allá vamos a tener clases con los mejores maestros, del más altísimo nivel y tenemos orquesta, música de cámara, coro, clases de solistas. Es para chicos entre los 12 y 18 años y una vez que te admiten podés seguir concursando para los siguientes años. Es realmente muy difícil entrar, soy la primera argentina en ser admitida en toda la historia del programa. Se basa mucho en formar una comunidad.
Mis compañeros también serán del más alto nivel y eso te inspira y te da más fuerzas porque uno aprende de los maestros, pero también de los pares que vienen de todo el mundo. Te abre mucho la cabeza en todo sentido porque provienen de culturas totalmente distintas y es algo muy enriquecedor que también lo aplicamos en la música. Estas experiencias son muy importantes y positivas. Para llegar hasta acá fue muy crucial el trabajo del maestro, primero mi profesora, la Orquesta Escuela que fue la que me formó y me impulsó para que hiciera la masterclass con el maestro Gintoli y cuando él me tomó de alumna, me dijo en unos años tenés que estar en Europa y me preparo para estar acá y realmente fue un cambio fue enorme lo que aprendí en esos años, no sé cómo hizo. Ahora estoy con el maestro Boris Kuschnir, que me está enseñando muchísimo y también el apoyo mucho de la familia, especialmente. Sin la familia sería muy muy difícil.
—¿Cómo viviste la experiencia de tocar para el Papa Francisco?
—Fue muy loco tocar para una persona tan relevante. Recibí la invitación del embajador de Argentina en Hungría, él hizo que fuera posible. Nos invitó a Budapest para que fuera a tocar. Era en una audiencia privada y le toqué un tango. Elegí “La Cumparsita”, en un arreglo para violín solo. Le gustó mucho, lo vi muy contento escuchándome. Después, hablamos un poco, me dijo que tenía un gran futuro por delante. Fue una experiencia linda.
Por protocolo y seguridad, cuando salimos con mi familia, teníamos que esperar que él saliera primero en su auto y cuando ya estábamos afuera... Me vio, porque iba con la ventanilla baja, sonrió de oreja a oreja e hizo el signo de aprobación con las dos manos y me gritó “¡Bravo, bravo!” Además, me contó una anécdota con Martha Argerich, la pianista argentina que yo admiro muchísimo. Fue muy lindo escuchar al Papa hablando el español, y en porteño.
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