En medio de la naturaleza virgen, en plena potencia, habitan hermosos ciervos bicéfalos, pájaros con extrañas anomalías, mastodontes con malformaciones, roedores nacidos de frutos, frágiles murciélagos danzarines, animales hibridados y otros que se mimetizan con su entorno. Hay cangrejos, tortugas como joyas que esmerilan y que al caminar se vuelven montaña, y monos con colas que son serpientes. Si para el romanticismo nórdico el reencuentro con la naturaleza implicaba una entrega total, un sino luctuoso, para Lula Mari la naturaleza –más aún, el mundo— es un enigma inagotable, que se asemeja a una piedra rutilante, capaz de encandilar.
Yo estuvo aquí, en el Centro Cultural Rojas, organizada por la Secretaria de Relaciones Institucionales, Cultura y Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), con curaduría de Soledad Erdocia, reúne 80 pinturas de Mari realizadas en los últimos 15 años que dan cuenta de su singular mirada del entorno.
Inspirada en el Barroco y la pintura holandesa del siglo XVII, la artista suma su sello híper personal. Mari comenzó a dar sus primeros pasos en el dibujo y la pintura cuando a los 14 años ganó una beca para estudiar en el taller de Hermenegildo Sabat. Es egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y estudió dibujo y pintura con Alejandro Boim. Asistió a las clínicas de obra y pensamiento contemporáneo de Diana Aisemberg.
Con una afilada técnica del claroscuro, Mari se sumerge en una mitología misteriosa, en el límite difuso entre realidad y ficción. Por su factura exquisita y contenido fantástico, cada escena resulta hipnótica: revela poder de encantamiento. En ese universo hechizado que Mari crea con avidez, y ojo avezado, las personas son entes capaces de disolverse, de desfigurarse imprevistamente; los animales y la vegetación devienen especies nunca antes conocidas.
También su mundo íntimo deviene fabuloso, extraño, fantasmal. Entre las cascadas que imantan la mirada del espectador, árboles y ramas en equilibrio inestable, y batracios que surcan el cosmos, están también sus ex novios, su hermana —que posa en varias composiciones—, su perro muerto, al que abraza, y otro callejero que vive en el Delta –imposible de tocar por su pelaje dañado y pegoteado y que la artista decidió acariciar con sus pinceladas, en el lienzo—.
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“Para mí, el mundo es así: como si fuera un lugar entre encantado y misterioso. El mundo me intriga, la realidad me resulta atractiva en su forma de aparecer y desaparecer; de mostrar cosas y de repente ocultarlas; de que parezca que hay sentido y de repente no entender cuál es el sentido”, dice la artista, que participó en muestras en el Museo de Arte Moderno y en el Museo Franklin Rawson de San Juan, entre otros.
En la pared con obras colgadas con estilo decimonónico, una de las pinturas plasma el cielo desde el punto de vista de unas cotorras. Cerca, un cocodrilo deglute a otro, aniquilando su propia especie. La gravedad y la gracia es un óleo que hizo bajo los efectos alucinógenos de hongos. Inspirado en Leda y el cisne de Correggio, Mari hizo Leda y el pelícano, bañada en luz teatral y cuya protagonista recuerda a la artista. Avezada, en esta pieza Mari evidencia su destreza barroca.
“A mí la vida no deja de sorprenderme, me parece fascinante la experiencia de estar viva: no me parece obvia. Vamos a estar aquí un ratito y luego se termina”, dice la artista. Su mirada fascinada aparece en las escenas que crea sin respiro, a ritmo vertiginoso, nutriéndose de la pintura que ama de Oriente y de Occidente, de sus lecturas más amadas como Spinoza; de su vida en el Delta, donde pasa mucho tiempo, y de su interés por el I Ching.
La nube de las cotorras surgió a partir de un cuento de Pascal Quignard. “Él dice –cuenta Mari— que el cuadrado de la pintura no viene de una ventana –la famosa ventana del Renacimiento—, sino de un cuadrado que hacían los agoreros para leer el cielo y hacer predicciones. De ahí viene, y dice Quignard que la pintura tiene el poder de anticipar: eso es algo que yo vivo. La pintura a veces me anticipa cosas”.
Con un tratamiento exquisito del color, Mari tiene la singular capacidad de tomar elementos del Barroco para crear naturalezas muertas que esconden guiños –tan sólo por dar un ejemplo: unos perfectos huevos traslúcidos de tortuga están en una de las composiciones junto a clásicos frutos y flores—.
En su mirada evidencia también la fascinación que experimenta con el mundo que la rodea, un encantamiento plebeyo, que habita en lo cotidiano. Como cuando descubrió unos rabanitos y los pintó como perlas nacaradas, con la técnica denodada de siglos de historia. “Para mí –señala Mari— es importante lo que dice Simone Weil acerca de poder entrar en el mundo, porque si no uno a veces está afuera y esa es la tristeza. Estás afuera. No hay modo de que se encienda: parece que el mundo fuera un lugar arrasado. Y de repente estás presente: los colores son hermosos y la gente es buena. También pasa que se cierra y parece una obviedad. La idea es que no: que sea un juego psicodélico”.
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No sólo posa su mirada entusiasta en el mundo, sino que propone otra forma de mirar sus obras con sus recitales de pintura. “Me interesa la pintura como un sitio para que uno entre, que la pintura no te pase por el costado, sino que sea algo que te hable afectivamente, que te toque el cuerpo y la experiencia”, dice la artista, quien considera que las galerías y los museos no son los sitios más adecuados para ver sus obras. Es por esta razón que hace una década que desata sus recitales de pintura, donde invita a la gente a sentarse en la oscuridad, con música, y ver de otro modo las obras que va iluminando.
Para Mari, la pintura es “humilde, silenciosa”, difiere de la música que se mete pregnante por los poros. “Yo veía que mucha gente no sabía cómo entrar, cómo mirar mis cuadros –recuerda—. Los recitales son una invitación a ver los cuadros en silencio, con tiempo. La pintura necesita tiempo para ser vista, de lo contrario no llega al cuerpo, queda en la cabeza”.
Su pintura va a contrapelo de cierta idea actual de la narrativa como elemento denostado en las artes visuales. Sus lienzos narran historias opacas, indescifrables, de lógica insospechada. Y es en ese mecanismo que radica también la potencia de sus piezas.
“Hay algo que está ahí, y eso que está ahí te hace sentir que no estás solo en el mundo —señala Mari—. Cuando ves una pintura del Barroco, hay algo que estuvo ahí. Por eso esta muestra se llama Yo estuvo aquí. Estuvo ahí el pintor haciéndola. Vos ves la pintura de los otros y entendés ciertas preguntas: ¿cómo mirarán los otros?, ¿qué les pasará a los otros?, ¿cómo será ese otro? En la pintura podés ver cómo mira el otro. También cómo es la experiencia de otro. Yo puedo entender lo que le pasó a Rembrandt. Siento que lo entiendo, que lo conozco y que lo quiero. Esa existencia es posible de ser contada en la pintura, esa respiración, ese existir”.
*Yo estuvo aquí Lula Mari en el Centro Cultural Rojas, Avenida Corrientes 2040. Lunes a sábados de 9 a 20h Gratis. Recitales de pintura: 24 de mayo a las 19 h, sábado 3 y 10 de junio a las 18 y 19 h, gratis. Capacidad limitada. Las entradas se retiran desde una hora antes en la Boletería del Rojas. Auditorio Abuelas de Plaza de Mayo del Rojas: Av Corrientes 2038/40
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