El íntimo amigo mira al costado, exactamente hacia el rostro de Martin Amis. Martin mira al frente, aunque no exactamente a cámara sino en una extraña dirección oblicua. Ambos tienen la mirada joven, sólo que Martin pareciera que mira al futuro. En ese instante, como les ocurre a todos los humanos, no sabe cuándo llegará el soplo insistente de la muerte. Martin tiene una mano, la izquierda, dentro del bolsillo. Hitchens sostiene un cigarrillo liviano, grácil. Martin apoya la otra mano sobre la pierna. Están distendidos, en medio de una larga conversación. Tanto Hitchens como Amis escribieron sobre el otro y sobre sí mismos, pero Martin pudo escribir sobre su amigo cuando ya era materia del olvido material, y anotó una serie elaborada de reflexiones sobre el sentido del tiempo, la escritura literaria y el sopesado final de la vida.
Martin Amis escribió en su último volumen sobre Saul Bellow, el poeta Philip Larkin y –como era esperable– sobre el ensayista Christopher Hitchens. ¿Cómo enhebra perfiles de personas disímiles? En Desde adentro, acaso su testamento literario, Martin Amis escribió un libro múltiple: un manual sobre escritura creativa, un flash soberbio e hilarante de sus amoríos y las plurales reflexiones políticas, religiosas y éticas. Amis piensa –y narra– el decurso del tiempo, la espera y la esperanza, la íntima situación del amor y el desamor, la hostilidad hacia la vida, las relaciones entre prosa y poesía; pero hay un asunto que le toca la puerta: en la piel de las páginas Amis y el lector sienten la muerte. ¿Sabía que ya empezaba a morirse mientras escribía Desde adentro? ¿Quién puede saber en qué fatídico instante se inicia el último pasillo de la vida?
Desde sus primeros libros, Amis se ocupó de contar episodios detallados de las vidas de escritores que admiraba o estudiaba con fervor: perfiles breves o extensos sobre la ambigua relación con Graham Greene, una excursión hacia el planeta Nabokov, los nexos entre deporte y literatura, las arduas noches de ajedrez, el rock, la política virulenta y derechosa, aunque él mismo será acusado después de haber girado hacia el inevitable conservadurismo.
En los diversos textos, el autor estableció un vínculo exquisito y buscado entre vida y escritura. ¿Acaso estaba escribiendo sobre sí mismo cuando anotaba sus crónicas y reflexiones sobre sus dioses tutelares? Amis creía, como Oscar Wilde, que la crítica es una forma de la autobiografía. Sagaz y certero, Amis escribió novelas que eran, a la vez, ensayos y laberintos hechos de peripecia y osadía intelectual. Exploró en los vericuetos de la ciencia ficción y en la posibilidad de un realismo irónico y conjetural. Acaso como otros autores de su generación, combinó los experimentos narrativos con las rebuscadas interpretaciones de los productos de la cultura popular.
Por su proximidad física y sentimental (y a través de avances, retrocesos y adelantos temporales) nos enteramos en sus escritos que su padre –el novelista Kingsley Amis– fue amigo íntimo del celebrado poeta Philip Larkin. Con Saul Bellow, Amis estuvo unido por una amistad que surgió por la admiración juvenil hacia el novelista judío y que siguió como una relación de colegas hasta la muerte de Bellow. Y, como sabemos, la amistad con el brillante Hitchens nació en la primera juventud de ambos y se terminó por la abrupta y tremenda enfermedad que acabó con la vida de Hitchens en Estados Unidos.
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En sus textos, la investigación y la crónica se mezclan con la pericia narrativa y el gusto por el detalle íntimo y febril y la memoria atravesada por la imaginación minuciosa. En Desde adentro, Amis escribe con clara intención memorialística. En el extenso texto, el autor nos invita a pensar en el sentido de las vidas narradas y en su propia existencia. Aunque el mayor número de páginas está dedicado a las morosas y cuidadas evocaciones biográficas de Bellow, Larkin y Hitchens, se podría pensar a Desde adentro como un breve manual de literatura inglesa. Además de citar a poetas británicos y de otras latitudes para ir a fondo en sus ideas sobre el arte de Larkin, sobre la muerte y las cuestiones abordadas, Amis ensaya sus anotaciones sobre lo que debemos evitar si queremos convertirnos en un novelista.
Ahora que Amis ya no está –y que el olvido pronto corroerá la memoria de lo escrito–, es fundamental destacar uno de los capítulos del libro, ese en el que detalla tres errores graves cometidos por los autores principiantes: la narración de escenas sexuales, sueños y problemas religiosos. Según Amis, estos temas fueron incorporados en una serie de libros malogrados. Estos son una prueba más de lo que debemos evitar. A su vez, en otro capítulo, Amis perfila los tipos de novelas que han existido en la importante tradición occidental: por un lado detecta la novela realista social y, por otro, analiza la novela experimental, cuyo máximo exponente fue Anthony Burgess. En última instancia, describe los intentos de llevar al extremo uno y otro derrotero estético. Amis desactiva los clichés asociados a ambos casos y explora los factores que influyeron para que hoy exista el imperio de la novela realista social. Como un árbitro estético, Amis se atrevió a juzgar su tiempo, acaso porque se sentía que estaba más allá de este.
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Amis tuvo varios espejos en los que podía encontrarse o desencontrarse –acaso como cada uno de nosotros– y uno de ellos fue la trayectoria belicosa de su amigo Hitchens. Aunque no compartieran la miríada de los rasgos de la personalidad, es claro que la acciones del otro le devolvían algo, indescifrable, sobre sí mismo. Uno de esos ecos (tímido o espeso) fue el ateísmo:
“Blas Pascal vivió, lamentablemente, apenas entre 1623 y 1662… Era un tergiversador espiritual y además enfermizo; no sé cómo se sentiría de bien cuando elaboró su célebre teoría. En ella argumenta que un no creyente racional (y se supone que cínico) enfrentado a escoger entre la existencia y la inexistencia de Dios, al final debería optar por Dios: si gana la apuesta, gana la eternidad en el cielo frente a la eternidad en el infierno; si pierde, no es sino a costa del sacrificio menor del hedonismo de última hora (y, añadiríamos nosotros, del sacrificio mayor de la dignidad de última hora…). En un comunicado reciente desde el país de los enfermos, Christopher había yuxtapuesto la Apuesta de Pascal a la broma de Bohr: Niels Bohr, el pionero Nobel del mundo subatómico. Bohr tenía una herradura en el dintel de la puerta de su casa; cuando un colega científico le preguntó con escepticismo si creía que le iba a dar suerte. Bohr le contestó: No, claro que no. Pero, por lo visto, creas o no en ello, da resultado.”
Los ensayos y los artículos de Amis están atravesados por la proliferación de frases o párrafos memorables: “La vejez es irresoluble. Ser mayor “no” tiene solución.” O esta: “¿Por qué preside Dios las muertes, por cáncer, de los más pequeños? Los teleevangelistas del vecindario tienen una respuesta. La principal es “porque los quiere a su lado cuanto antes” (¿Eso quiere Él? ¿Para qué? Y de sus progenitores, qué es lo que quiere?) La respuesta de los escritores no es más satisfactoria. “Tú no puedes entenderlo, hijo mío, ni yo tampoco, nadie puede entender”, dice el sacerdote al final de Brighton Rock de Graham Greene, “la atroz singularidad de la gracia de Dios”. Ah, es misericordioso, claro… Pues seguid creyéndooslo, Creyentes… Greene era teísta. Saul (Bellow), deísta, tenía la mejor respuesta, la única respuesta: A Dios la muerte no le impresiona. Sí, y además esto. Dios jamás se aflige.”
Amis no fue un filósofo profesional, pero su escritura está hecha de la materia del pensamiento: en sus textos salta al oído la trama de ideas filosóficas, religiosas y éticas, enlazadas con la acerada aguja del humor proverbial. En el último libro, Martin Amis intercala sesudas intervenciones sobre las cuestiones más acuciantes y notas largas, espiraladas, sobre el complejo sentido de los vínculos amorosos de su generación. Pero hay una cuestión que golpea como un martillo alemán en las muchas páginas: el miedo a la muerte. ¿Habrá percibido mientras escribía, en la sensible fibra de la piel o en el roce uruguayo o estadounidense del aire en la cara, el viento arrasador de la pronta muerte?
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