Todo vuelve y el caso Watergate también, a través de nuevas series y documentales

Uno de los grandes escándalos políticos de la historia de Estados Unidos revive, medio siglo después y con distinto estilo, en “Los plomeros de la Casa Blanca”, “Gaslit” y “El efecto Martha Mitchell”

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Trailer de Gaslit

Medio siglo después de ocurrido, el caso Watergate –que determinó el declive del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, y que lo llevó a renunciar a su cargo en una época turbulenta– regresa a las pantallas mediante miniseries y documentales que permiten al espectador contemporáneo adentrarse en los laberintos de este episodio que marcó un hito en la historia mundial. Los plomeros de la Casa Blanca (HBO), con Woody Harrelson y Justin Thoreaux; Gaslit, con Julia Roberts y Sean Penn, y El efecto Martha Mitchell son las producciones más recientes y destacadas. Vale la pena repasar un poco en qué consistieron aquellos acontecimientos.

El caso Watergate removió el piso de los agitados principios de los setenta en Estados Unidos, que insistía en continuar la guerra de Vietnam -una injerencia bélica de carácter imperialista en el sudoeste asiático. Allí los regímenes adictos a Washington se debilitaban mientras la “amenaza roja”, expresada en las organizaciones armadas de izquierda, se fortalecía bajo los bombardeos y masacres y se acercaba al poder unificado (Vietnam se dividía en el sur pro occidental y el norte comunista, luego de expulsar a los colonialistas franceses en la década del cincuenta). A la vez, la industria bélica en los Estados Unidos veía crecer exponencialmente sus ganancias.

Richard Nixon, presidente de Estados
Richard Nixon, presidente de Estados Unidos entre 1969 y 1974 (Foto: AP Foto/Archivo)

Un sector importante de la población se oponía a la continuidad de la guerra que había comenzado en 1955. La juventud, en los campus universitarios y en las calles, expresaba un giro a la izquierda de un segmento de la ciudadanía que alojaba sus esperanzas en las elecciones. El dilema era la reelección de Richard Nixon o su reemplazo por un gobierno del Partido Demócrata, que albergaba en su interior a las tendencias izquierdistas contrarias a la guerra. Sin embargo, la continuidad de Nixon no se encontraba amenazada por la vía electoral y todas las encuestas le daban un veinte por ciento de ventaja sobre sus adversarios demócratas: el conservadurismo había ganado a las mayorías bajo las consignas de “orden y seguridad”. A pesar de esto, a Nixon le parecía adecuado no dejar ni un detalle a la buena de dios.

Dentro del Comité Republicano por la Reelección de Nixon se concibió un grupo secreto comandado por el excéntrico Gordon Liddy (qué personaje, por favor). Una de sus misiones era incursionar en los cuarteles generales de la campaña demócrata instalados en el edificio Watergate, en Washington, para extraer información y dejar instalados micrófonos de espionaje.

Después de una primera incursión fallida, el segundo abordaje del edificio se llevó a cabo el 17 de junio de 1972, meses antes de la elección, con Liddy al frente de un equipo de cinco hombres que se introdujo en las oficinas demócratas. Cuatro de aquellos hombres eran cubanos anticastristas. Un guardia de seguridad del Watergate vio algunas señales sospechosas y llamó a la policía, que justo tenía unos agentes de civil disfrazados de hippies cerca del lugar y llegaron velozmente. Libby se escapó, pero no de los cinco intrusos que fueron detenidos sin que ninguno delatara su misión, ordenada por un organismo paraestatal.

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Bob Woodward y Carl Bernstein,
Bob Woodward y Carl Bernstein, periodistas del Washington Post que revelaron con su investigación el caso Watergate

La irregularidad de los datos llevó a que la prensa y en particular el diario Washington Post iniciara una investigación liderada por los jóvenes periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein. Guiados por una fuente denominada Garganta Profunda (tres décadas después se sabría que el informante era el subjefe del FBI, Mark Felt), fueron cerrando los cabos sueltos y demostraron el origen oficial de la intrusión ilegal: un aceitado régimen paralelo de inteligencia liderado por el mismo presidente.

La poderosa investigación periodística fue llevada al cine por Alan Pakula en el film Todos los hombres del presidente, protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman. Es un clásico que nadie debería dejar de ver, en particular los estudiantes de periodismo y toda persona interesada en el género y en la historia contemporánea. El 8 de agosto de 1974, Richard Nixon entregaba su renuncia, acto que ningún otro presidente de la primera potencia mundial había realizado nunca.

Julia Roberts, en la piel
Julia Roberts, en la piel de Martha Mitchell en la serie "Gaslit"

Watergate en la pantalla

En 2022 la plataforma Starz Play estrenó la miniserie Gaslit, protagonizada por Sean Penn en el rol de John Mitchell (Procurador General durante el gobierno de Nixon y hombre de su círculo más íntimo), y Julia Roberts como Martha Mitchell, su esposa, que tenía el leve defecto de ser una máquina de decir la verdad. Con esos dos pesos pesados de la actuación y la perspectiva de contar el caso desde la perspectiva de Martha Mitchell (“Sin Martha no habría habido Watergate”, dijo Nixon en su célebre entrevista con David Frost, llevada al cine en la película Frost/Nixon, de Ron Howard) cualquiera se hubiera puesto los cinturones antes de comenzar a ver la producción en su sillón preferido. Pero no.

A pesar de las actuaciones nada desdeñables de Penn (transformadísimo bajo capas de maquillaje bien realizado) y Roberts (que siempre ilumina las cámaras que la enfocan, aunque su belleza y erotismo natural que desborda quizás no la configuraban como la mejor elección para el papel de Mitchell, simplemente por una cuestión de physique du rol), la miniserie no logra despegar jamás. No encuentra el tono entre drama oscuro, comedia romántica, película histórica, y el suspenso mismo de la misión Watergate. Nada llega a funcionar en relación con los diferentes hilos narrativos que propone, cada uno da vueltas sobre sí mismo.

De todos modos, presenta ejes que sí constituyen momentos no tan conocidos del caso y que deberían dejarse examinar mejor: la cuestión de Martha Graham, un verdadero personaje que tenía vedado el acceso al avión presidencial ya que una vez había dicho a la prensa, en un vuelo junto a su marido y el presidente, que la guerra de Vietnam “hedía (it stinks)”. Además, contaba con algunos números telefónicos de amigos periodistas a los que pasaba informaciones de los pasillos del poder.

El documental El efecto Martha Mitchell, que dura sólo 40 minutos, pinta un claro panorama sobre quién fue ella, su rol en el caso Watergate (el encuentro que tuvo con los periodistas del Washington Post) y hasta el secuestro del que fue víctima para que no hablara, apenas conocido el fracaso de la incursión de espionaje en las oficinas demócratas (en Gaslit, el episodio se muestra tan descolgado de los acontecimientos que se torna inverosímil y quiebra aún más el delgado hilo narrativo que sostiene la fallida producción). También cuenta su final apagado, más cerca de los licores que de sus antiguos amigos periodistas y bajo un cáncer desatado luego de la ruptura abrupta de su matrimonio, abandonada por el Procurador Mitchell. Es un buen documental de archivo.

Sean Penn caracterizado como John
Sean Penn caracterizado como John Mitchell en "Gaslit"

El otro elemento que surge y pide la atención de las cámaras en Gaslit es Gordon Libby, que será uno de los focos de Los plomeros de la Casa Blanca. La miniserie de HBO, que consta de cinco episodios, se centra en este grupo llamado así por su cualidad de detener las “filtraciones”, creado luego del escándalo de los Pentagon Papers, filtrados por un whistleblower (informante) y que revelaran décadas de ocultamientos y mentiras del Estado sobre su injerencia en Vietnam. Howard Hunt (Harrelson) y Gordon Libby (Thoreaux) son los elegidos para elaborar un plan e infiltrar las actividades de los demócratas, próximos a su convención que iba a elegir al candidato opositor de Nixon. Del desmesurado (y esta es una sutil manera de describirlo) plan elaborado por Libby, se aprueba solamente la parte del edificio Watergate. Y comienza entonces el show.

Trailer de la miniserie "Los plomeros de la Casa Blanca"

La miniserie es una comedia satírica que llega al grotesco, pero por un camino natural y sin fisuras: es que no hay posibilidades de retratar a Libby sin que su biografía real empalidezca una versión grotesca de sí mismo. Admirador de Hitler y la cultura nazi; de una disciplina férrea y una particular visión acerca de la obediencia; asiduo a probar su resistencia posando una mano sobre la llama de una vela hasta que su piel ardiera o, incluso, disparándose a sí mismo; líder de una familia regida por sus férreos principios.

Justin Thoreaux desarrolla el personaje con gran habilidad y pasos de comedia que aligeran el peso de tal biografía y lo hacen efectivo en dupla con Hunt. Éste proviene de la CIA, es adepto a escribir novelas policiales y posee una cultura reconocible para un público informado (el chiste sobre la extracción de Ernesto Guevara de Guatemala por Hunt sólo podría ser dirigido al público habitual de HBO, liberal a la americana en unos Estados Unidos cuyo público no es adepto sino a mirarse a sí mismo con indulgencia). La miniserie primero presenta a estos personajes sin dejar de dar cuenta del contexto histórico en que se desarrolla la narración. Prioriza detalles de las relaciones entre ellos, los funcionarios y las personas que eligen para fecundarlos (un extraño conjunto que se asemeja a La armada Brancaleone, pero con cubanos anti Fidel Castro) y en tono de comedia muestra un espectro central de la historia estadounidense reciente.

Justin Thoreaux y Woody Harrelson,
Justin Thoreaux y Woody Harrelson, protagonistas de "Los plomeros de la Casa Blanca"

Los plomeros de la Casa Blanca no deja a la deriva a sus personajes, que podrán ser (son) odiosos, y muestran lo peor del conservadurismo y las tendencias reaccionarias de un Estado belicista como los Estados Unidos. La cámara –sin ensalzarse– permite reír con ellos cincuenta años después de aquellos años trágicos. Ojo, no se trata de una celebración, sino de una mirada piadosa de unos peones, culpables, dementes, codiciosos, crueles, pero que al final de cuentas son peones del poder político y económico de un gobierno que responde a intereses, finalmente, de una clase social que aún gobierna.

Que aún opera, que aún espía, que aún apuesta a guerras. Nada alejado de la más actual, de la más contemporánea realidad global.

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