Hace poco más de dos meses, Yael Frankel y la editorial Limonero celebraban rodeados de uno de los cascos medievales más grande de Europa, en Bologna, Italia. Ahí, en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bologna, recibieron el premio a la mejor ficción. Fue con Todo lo que pasó antes de que llegaras, un libro que tiene las características esenciales de cualquier libro pensado para chicos: dibujos y mucho color. Se hizo con papel ilustración, pero no de Argentina, porque ese material hace ya unos años que no se fabrica más. Las editoriales que necesiten el insumo tienen dos caminos: o se lo encargan a las distribuidoras o arreglan directamente con la imprenta. El caso de Limonero, una editorial pequeña que no publica grandes cantidades de títulos y ejemplares ni cuenta con el lugar para stockearse, recurre a la segunda opción. Pero con la crisis del papel —su encarecimiento y desabastecimiento—, la reedición de libros como Todo lo que pasó antes de que llegaras corre peligro.
El jueves pasado, 11 de mayo, se realizó la entrega de premios de la Asociación del Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina en el marco de la Feria del Libro. La alegría ocasional del galardón se fue diluyendo a medida que muchos de los ganadores decían, como en un loop oscuro, que esos libros seleccionados quizás no puedan reimprimirse en Argentina. Producto de esta sensación generalizada, más de cuarenta editoriales de LIJ publicaron este jueves una carta titulada “Necesitamos medidas urgentes”. Alli plantean que “los precios del papel, la cartulina y el cartón, impuestos por un puñado de empresas que no están teniendo ningún tipo de regulación, son escandalosamente altos, prácticamente los más altos del mundo”.
“Nuestro reclamo tiene que ver también con la importación: pagamos el papel cuatro o cinco veces más que el precio internacional”, dice Manuel Rud (Limonero) en diálogo con Infobae Cultura. “No es un riesgo teórico: nuestros catálogos pueden desaparecer y perder su bibliodiversidad. Es una situación urgente. Pagamos el papel más caro que en cualquier lugar del mundo”, agrega.
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Hasta 2021, y durante ocho años, Limonero imprimía entre seis y ocho libros por año. En 2022, solo dos. “Este año estamos un poco mejor, si todo sale bien sacaremos cinco, pero hay libros que van a tener que esperar. Y hay otro problema: las reimpresiones”, dice Rud. A Judith Wilhelm de Calibroscopio le pasó lo mismo. De los ocho títulos que imprimían anualmente, el año pasado bajaron a cuatro; “en realidad una sola novedad, porque tres fueron reimpresiones”, aclara. Y tuvieron que hacer cambios: “Pasamos títulos de tapa dura a rústica, que es blanda, porque era la opción más viable para que los libros dejen de esperar”.
La editora asegura que ese puñado de empresas distribuidoras “hacen cualquier cosa con los precios” porque “no hay ningún tipo de regulación” y cuenta que es “una queja habitual que escuchamos todo el tiempo de las imprentas”. En la carta de las editoriales LIJ se lee que el problema es que no logran “reunir el dinero necesario para imprimir novedades o realizar reimpresiones y vamos ‘vaciando’ nuestros cuidados catálogos de manera irremediable y, probablemente, irreversible”.
En este contexto, hubo una buena noticia para el mundo LIJ: la reactivación del Plan Nacional de Lectura. Pero no salió como se esperaba. “Fue una mano muy grande. Eso quizás nos salvó a muchos. Pero fue desquiciante cumplir con ese pedido: lo que empezamos cotizando terminó diluyéndose con los aumentos. Empezó como una ayuda y terminamos preguntándonos ¿cómo afrontamos esto? porque los costos de la imprenta se iban acelerando”, cuenta Wilhelm.
En el comunicado, este punto es clave: “Una buena muestra de la grave situación del papel es lo que acontece con las compras públicas de libros: en los últimos años, los editores celebramos el retorno de los planes de lectura y de un importante volumen de adquisición estatal de libros para escuelas y bibliotecas. Sin embargo, nos enfrentamos hoy a la absurda situación de no poder encarar, por la coyuntura descripta, la producción de ejemplares para atender esas compras”. La pregunta por la intervención del Estado ya no es pertinente. La pregunta útil es: ¿de qué forma?, ¿comprando libros e inyectando dinero o elaborando una política que modifique algunas cuestiones estructurales?
Del Naranjo es una editorial un poco más grande. Tiene la posibilidad de, por ejemplo, comprar directamente el papel ilustración a una distribuidora y luego sí pasar al siguiente paso: la imprenta. De todos modos, el problema es el mismo: “El papel nacional aumentó un 140% mas o menos en el ultimo año. Y el papel importado, el ilustración, un 110% en dólares, pero a eso tenés que sumarle la devaluación del peso, lo que hace que se pueda haber triplicado el costo medido en pesos”, cuenta su editor, Alejo Ávila. Pero ese incremento sideral en el costo “no se puede absorber en el precio”, dice.
“Tuvimos que achicar las novedades. Pensá que en un libro infantil, hasta hace cuatro o cinco años, el papel representaba 45% el costo de impresión; hoy supera el 60%”, agrega, mientras que Manuel Rud de Limonero concluye: “Creemos que tiene que haber una intervención estatal que regule esto. Estamos obligados por una cuestión de importación a producir acá, pero además no es saludable que los editores se vayan afuera a imprimir”.
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