En la novela La banda de los polacos, Federico Jeanmaire tensa la relación con el verosímil a partir del accionar de un grupo de jóvenes que quiere cambiar el mundo y se mueve al ritmo de una líder, conocida como la Colorada, para transformar la vida de los habitantes del barrio en el que viven, mientras al mismo tiempo esta banda es narrada por el quiosquero Borges, a través del que el autor pone en juego la maquinaria de la literatura como ejercicio de creación, sorpresa y contingencia.
Jeanmaire (Baradero, 1957) dice que cuando escribe va enterándose de lo que va a pasar a medida que lo va escribiendo. “Empiezo con una noticia muy pequeña y después los personajes, el narrador, van dibujando una historia y yo la sigo. En esta novela intenté hacer esto muy explícito y Borges me sirvió para eso”, dice en esta entrevista en su casa en el barrio de San Cristóbal.
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Editada por Anagrama, la reciente novela del ganador de premios como el Rojas, el Emecé y el Clarín es una reflexión sobre el racismo y la representación política en la historia argentina, sobre la que asegura: “Son mis ideas de lo que es Argentina, las trato de escribir de manera no explícita y divirtiéndome”.
“Al igual que los seres humanos o los animales, las plantas no funcionan siempre de la misma manera. Depende mucho de dónde nos toque a nosotros y a ellos o ellas habitar”, dice el narrador, y ese punto será clave para estos personajes que planifican cambiar las condiciones de vida en la que habitan las familias del barrio.
—¿Cómo viviste que la presentación de la novela sea durante la Feria del Libro?
—Es un evento importante para que los libros ocupen un lugar que normalmente no ocupan. Durante 15 días, el libro parece importante en un país en el que no lo es. Sobre todo los literarios, hay otra clase de libros que quizás sí. En ese sentido la Feria le hace muy bien a los libros. Ahora, para los que escribimos, es todo un asunto que te llena de estrés durante 15 días y sobre todo cuando sacás un libro. Pero, con sus cosas buenas o malas, ocurre. Lo divertido es encontrarse con lectores.
—Los integrantes de la banda parecen tener la capacidad de entrar y salir en el barrio, ¿te interesó especialmente jugar con esa idea de límite difuso?
—Son de ahí, pueden entrar y salir porque son blancos, quizás los oscuros no pueden entrar y salir con tanta facilidad. Ese es un de los ejes de la novela: esa posibilidad de salir, de exigir cosas, de planear que por ahí si fueran oscuros no podrían hacerlo porque quizás no tendrían el permiso social para hacerlo. Eso me parece muy interesante de la Argentina también. Históricamente los oscuros tienen los peores trabajos, los peores lugares para vivir, viven de la peor manera y cada tanto hay algún blanco que los mira y dice “Ey, hay que hacer algo con esta gente” y entonces se arma un movimiento político. El más legendario es el rosismo, pero también es un tipo rubio que organiza a ese grupo humano más oscuro. Son mis ideas de lo que es Argentina, que las trato de escribir de manera no explícita y divirtiéndome.
—También está Borges, ¿cómo se fue gestando ese mecanismo por el cual Borges, el quiosquero, parece tener la capacidad de narrar lo que va aconteciendo pero también la de ir sorprendiéndose con ese acontecer?
—No preparo nada de lo que escribo, voy enterándome de lo que va a pasar a medida que lo voy escribiendo. Empiezo con una noticia muy pequeña y después los personajes, el narrador van dibujando una historia y yo la sigo. En esta novela intenté hacer esto muy explícito y Borges me sirvió para eso. Esa visión tradicional argentina de tenerlo como el gran lector, el sabio, la persona que podía hablar de cualquier tema y decir cosas muy inteligentes y adelantarnos cuestiones, me sirvió para plantear que acá el narrador Borges, el quiosquero, no es que sepa tanto de la historia: sabe lo inmediatamente siguiente que es lo que yo sabía.
Me gusta también trabajar con lenguas artificiales porque me gusta llamar la atención sobre lo mecánico del habla y de la cultura. Eso también me sirvió para que los chicos que viven en un barrio popular hablaran como si fueran de clase media y el quiosquero, que encima lleva el nombre de Borges y sabe cosas sobre el futuro del texto que los chicos no saben, sea el único que introduzca algún tipo de diccionario villero. Por lo general, las palabras que van a aparecer del mundo popular vienen del lado de Borges. Eso me gustó: que al lector le resulte raro todo lo que tenga que ver con la lengua de cada uno de los personajes porque supongo que después todo eso en la cabeza de uno empieza a funcionar de alguna manera que es salirse de un mecanismo de la cultura y de la lengua. La lengua también te está diciendo que lugar ocupás en la sociedad. Para todo eso me sirvió Borges.
—Si bien el contrato de lectura es otro, porque se retoma un período específico de su vida, hay una novela reciente, Si, de Aníbal Jarkowski, en la que Borges está narrado con un registro muy alejado de la solemnidad. ¿Hay otros permisos para narrar a Borges?
—Sí, ese es un Borges con un erotismo rarísimo. Creo que tiene que ver con la edad, Aníbal tiene la misma edad que yo, los dos fuimos profesores de literatura argentina en la universidad. Yo dejé, y él es todo un catedrático importante. No me suele gustar el tema generacional, pero en la literatura sí porque se nutre de libros. En este caso, la generación literaria anterior a la nuestra tenía con Borges una cuestión de mirarlo e imitarlo o mirarlo, agarrarse la cabeza y decir que nunca iban a poder escribir eso. Están el odio y el amor muy pronunciados.
Nuestra generación es la primera que leyó a Borges con tanto placer. Descubrir semejante escritor, que escribe en tu lengua, no te genera ni una imposibilidad de escribir ni ganas de imitarlo. Es la primera generación que lo disfruta, no sé cómo será la próxima, entonces nos permitimos este tipo de cosas. En una novela que se llamó Miguel, sobre Cervantes, metí a Borges en un duelo en la época. Así que el juego con Borges me es algo bastante natural. Si juego con Cervantes por qué no voy a poder jugar con Borges, si son el pasado de mis libros. Creo que es la primera generación que lo puede hacer. El libro de Aníbal es eso. En otras generaciones sería absolutamente imposible la sexualidad de Borges.
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—Sergio Olguín dice que en la literatura argentina se suele narrar el sexo con la luz apagada. Eso no pasa en esta novela, y además está la Iglesia involucrada.
—He escrito varias escenas de sexo en varios libros, pero en este me pasó algo muy simpático. Unos 15 días antes que acá, el libro salió en España y en Instagram se hizo un grupo de lectores gays españoles y me empezaron a mandar cosas muy bonitas de lo que había escrito: que no estaba estereotipado, que estaba muy bien escrita... Ahí dije: “No está tan mal”. En el momento lo escribí, pero no lo problematicé. Es la relación de un cura con un menor y en esa cuestión trate de no moralizar, es una relación, el chico está enamorado y el cura no se sabe. Está descripto. Si hay algún tipo de significación en eso, la tiene que poner el lector, no yo como autor. Hay un momento en el cual ellos están en la cama y charlan y el cura también quiere cambiar el mundo, y supongo que cuando lo dice, en la situación en la que lo dice, es por lo que está viviendo con ese chico. Este libro es muy antieclesiástico.
—Pero la Iglesia juega en la trama un rol articulador.
—Sí, es así. La Iglesia es una institución muy rara, a mí no me gusta, no tengo nada contra Dios, pero si contra la Iglesia, y me parece que su gran error es no tener en cuenta el amor, pensar en cosas muy secundarias como el sexo, y me parece mucho más interesante que la gente se pueda amar como sea, dónde sea, cómo se les ocurra. Eso me parece mucho más moral que hacer hincapié en lo sexual, pero no es básicamente el amor. Esa diferencia entre lo que piensa cualquier persona que no pertenece a la Iglesia y la Iglesia, me molesta mucho
—¿Estás trabajando en tu próxima novela?
—Sí, ya terminé la próxima. Estoy jubilado, así que si escribía mucho antes, imaginate ahora. Se llama La niña que leía sentada en el piso, y es una historia de una nena que aprende a leer antes que a hablar. Mis novelas están siempre al límite de lo verosímil. Un lector que entra a un libro mío con un pasado lector muy ortodoxo no sé si lo puede disfrutar. Tiene que ser un lector que tenga ganas de encontrar alguna otra cosa de la que ya encontró. Entonces, que una nena aprenda a leer antes que hablar es bastante poco verosímil, pero me interesó, porque quiero trabajar lo mecánico de la cultura. Me gustó escribir una novela en la que se cuentan los libros al revés: es una nena que aprende a leer con las convenciones actuales con las que leemos, y va a tener que desaprender todas esos asuntos para hablar como un persona normal. Es una historia de la forma en que leemos, al revés. Me divertí muchísimo. Y ahora, apenas terminada, me gusta.
Política y literatura
La banda de los polacos se publica al mismo tiempo que se reedita Más liviano que el aire, la novela presentada en 2009 que tuvo una reedición en 2013 y también fue llevada al teatro en una adaptación de Gabriela Izcovich, protagonizada por Betiana Blum, y que ahora vuelve a las librerías para mostrar la potencia de un autor que trabaja con maestría la capacidad de la lengua como artificio político.
Una mujer de 93 años mantiene atrapado a un joven que intentó asaltarla en el baño de su casa, y será la voz de ella, una docente jubilada, la que lleve la narración de una historia inquietante que pone en evidencia la crueldad y la moral de una clase social que se piensa por encima de otras en la historia argentina.
—La novela sale al mismo tiempo que Más liviano que el aire. Hay mucho en común entre ese joven Santi y los integrantes de esta banda de los polacos. ¿Reconocés puntos en común?
—Sí, estuvo bueno que salieran juntos, forman parte de un grupo de varias novelas que tengo con un trasfondo político importante, aunque no explícito. Me gusta la idea de que comparten cierto realismo, pero supongo que a alguien que le gusta la novela realista no le gustaría mi novela. Creo que hay mucho de fantástico y de magia de la lengua en las novelas que escribo que no necesariamente respetan los contextos de habla, no hacen explícita la política sino que juegan con cuestiones políticas que para mí son muy importantes, pero que me parece que en literatura se tienen que trabajar de una forma elíptica, juguetona. Son novelas muy serias pero en las que te podés reír bastante.
—En las dos hay centralidad de los jóvenes pero la perspectiva desde la que se los narra es desde la de otras generaciones.
—Las dos trabajan un mismo tema que es qué hacen esos jóvenes en un mundo y un país como este. Aunque las novelas sean muy distintas en las formas y en lo que plantean trabajan un mismo problema que es cómo se insertan en el mundo estos chicos y cómo los tratan las nuevas generaciones y sobre todo las partes de la sociedad que están mucho mejor que ellos. También cómo es la visión de los otros grupos respecto de éstos. Intento escribir pequeñas obras que traten de profundizar un asunto y en este caso es el racismo, en el otro son las diferencias de clases. Son dos cosas que están ampliamente ligadas en la historia argentina. En este caso me gustó mucho que en este grupo, que sería de vanguardia, sean blancos porque en realidad siempre quienes reivindicaron a los líderes más oscuros tuvieron líderes blancos y esa es la historia argentina, entones me gustó ese juego. Hay unos blancos que se dan cuenta de que algo no funciona bien con los oscuros. Dentro del juego gigantesco me gusta ese juego.
—En Mas liviano que el aire, Delia es la voz de la señora antiperonista. En ésta hay referencias a la organización política pero no hay referencias partidarias puntuales. ¿Lo pensaste especialmente?
—La señora gorila de clase alta venida a menos pero educada en esa concepción. Ahí está lo que era la maestra normal de primera mitad del siglo XX, mujeres que tenían absoluto poder sobre sus alumnos. Para la construcción de ese personaje pensé en esa maestra normal, de esa época de la Argentina, que no sólo podía pegarle a los alumnos sino meterse con el cuerpo del otro de una manera absoluta. En el caso de La banda... hay una decisión política en que son todos blancos y que es un grupo que pensé ligado a lo que fue la vanguardia de los 70, en su inmensa mayoría gente blanca que quería hacer el bien a gente más oscura pero no hay nada explicito porque no es mi intención hacer política explícita.
Fuente: Télam S. E.
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