La noche lluviosa aterriza en Colegiales y el teatro Vorterix explota de gente desde hace rato. No parece un domingo cualquiera (con su vibra melanco-suicida), más bien todo lo contrario. El Festival Nuevo Día (en su última edición que empezó efectivamente con sol en el cielo y terminará con la luna bien arriba) se instala con esa potencia que sólo tiene la realidad y deja en claro algo -a esta altura- irrefutable: hay una nueva escena postpunk en el under argentino. Definitivamente, esto huele a oscuro espíritu adolescente. Es tal como plantea Mujer cebra (una banda insignia de este renacer) en la canción “Ahora sí”: “Ahora sí, creo que, algo nuevo crece / Ahora sí, veo que, me perdí en el trance”. La certeza de estas palabras recorre cada una de las mentes, caras y ojos de quienes inundan el lugar. Las canciones de estas bandas (a Mujer cebra se le suman Dum Chica y Buenos Vampiros) les hablan directamente con sonidos que remiten a una tradición postpunk (desde Joy Division y PIL hasta The Stooges y llegando a The Slits, The Cure, Bauhaus y Sumo, por nombrar algunas) pero que a la vez se convierten en puro presente. Son canciones tristes pero que no se rinden ante un mundo en crisis constante, que son cantadas con furia y tocada con una potencia descomunal. Esto es tracción a sangre y sudor para combatir cualquier lágrima que se derrame. ¿No era que el rock estaba muerto? Quien asegure que el rock está muerto debería salir de abajo de la cama.
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¿Cómo comprender que bandas con un solo (y excelente) disco de un género no masivo (el pospunk argentino siempre fue una zona de culto) ya estén llenando esta clase de recintos cuando antes se pedía más experiencia y recorrido para lograrlo? Los tiempos actuales se están acortando y están desobedeciendo cualquier rasgo de lo previsible. La música popular argentina en su devenir pospandémico está dando señales claras de un reordenamiento, no solo del negocio de la música (lo global), sino también del lugar de algunos artistas en la actualidad (lo territorial). Pensar en los siguientes casos que se los puede relacionar con lo sucedido el domingo en Vorterix: Fito Páez llenando dos estadios Vélez y posicionándose como un clásico de masas (lugar que antes era de Charly García) en estado de efeméride constante (esto incluye un libro autobiográfico, gira mundial con los 30 años de El amor después del amor –más regrabación del disco en la era del feat- y una serie en Netflix del mismo nombre); Lali Espósito se convierte en la primera mujer de este país en llenar el estadio de Vélez y junto a su nuevo disco aparecido esta semana (Lali) se volvió la nueva Queen Pop argentina de sobrada credibilidad artística; y después de un disco definitivo como Post mortem, Dillon llena un Luna Park y un Movistar Arena. En un país devastado por una inflación incendiaria, con la mitad de la población bajo la línea de pobreza según las estadísticas (sobre todos las infancias), la música aparece como una industria en crecimiento y ampliación. Eso se traduce en un público creciente: de novedades, de espectáculos, de sangre nueva. Entonces, tiene sentido pensar que si el rock nacional de corte tradicionalista, el pop de proyección internacional y la música urbana están moviendo sus fichas y creando nuevas deidades, ¿por qué no iba a suceder lo mismo con el under y el postpunk?
El Festival Nuevo día presentó dos momentos que dialogaron muy bien como piezas que encastran en un rompecabezas de poder notable. Por un lado, la escena de una sonoridad más indie/pop con matices de guitarras precisas y exquisitas con la melodía como encanto a descubrir y conquistar representadas por Revistas, Club audiovisual, Fin del mundo (con una búsqueda más volada y de fuerza mental) y las ya consagradas Las ligas menores, que cerraron. Son bandas con uno o dos discos o varios EP´s publicados que muestran un camino posible de la movida autogestiva de estos tiempos que a su modo viene de un desprendimiento del rock post-Cromañón cimentado por Él mató a un policía motorizado, Viva Elástico, Rosario Bléfari solista, Coiffeur, Valle de muñecas, Atrás hay truenos, 107 Faunos, entre otras. Por otro lado, adentro del corazón del festival, estaba el tridente que brilló como una matriz de contundencia que arrasó con cualquier duda acerca de si existía o no una nueva movida postpunk en nuestro país: Dum Chica (un trío sin guitarra que logra un sonido bien curtido y agresivo –para comprobarlo escuchar su primer disco: Dum- pero que puede poner en cuestión –en tensión- su propia seriedad y no da ningún respiro: no es caos, es una marea de ardor que te ataca sin piedad), Buenos Vampiros (que son de Mar del Plata y se ajustan a un pospunk de vieja escuela pero con una fibra actual ya que en su segundo disco –DESTRUYA!- muestran una deconstrucción bien de esta época. Su oscuridad es cautivante y seductora, como cuando cantan: “Desmotivada, triste y aburrida/Todo el tiempo esperando la muerte/Todos vamos hacia el mismo final”); y Mujer Cebra (un trío que con un solo disco homónimo publicado se volvió una referencia absoluta por su combinación de oscuridad lírica –”De la cama a la ansiedad un paso afuera, / Tengo rota la cabeza hoy de pensar, / Y la sangre llega sucia a mi cabeza, / Una parte mía muerta se despierta hoy”- montada encima de una sonoridad palpitante y que parece viajar hacia una emoción muy profunda, casi una desolación que no termina de caer, como si fuera un guerrero que no quiere dejar sus armas, sus herramientas, ni rendirse ante el cinismo obligatorio).
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¿Por qué un escenario actual donde el post punk vuelve a crecer desde el suelo del under cuando parecía una tierra totalmente infértil para esas texturas? Cuando parecía que el rap, trap, el freestyle y la música urbana iban a reinar como la única hegemonía posible, la llegada de la pandemia hizo que el juego comenzara a dar cuenta de nuevas reglas. Eso no estaba en los planes de nadie. El encierro y el aislamiento obligatorio produjeron que un montón de músicos tuvieran (al igual que todo el mundo) que experimentar una soledad extrema en distancias insalvables. De ahí a la introspección hay un solo paso. El viaje hacia adentro, frente a la incertidumbre y la muerte como única realidad, generó la cercanía con la oscuridad. Ese fue el gen de esta nueva escena postpunk: moléculas de paranoia, dolor, desesperación, ansiedad y locura latente haciendo eclosión en mentes que solo tienen a manos instrumentos y la capacidad de hacer canciones. Si The Strokes llamaban en su último disco a esta nueva etapa “La Nueva Anormalidad” (The New Abnormal), estos jóvenes músicos comprendieron que este nuevo cuadro de situación necesitaba expresarse con tenebrosidad, pánico, furia y retomando cierta idea de No Future. Si la convivencia con la muerte y los ataúdes (en pandemia) era algo cotidiano, esta escena postpunk muestra lo que surge de ese estado incierto.
Si se considera la relación del postpunk con Argentina durante el siglo XX, surgen algunas escenas memorables: Luca Prodan llega al país en 1980 escapando de su adicción a la heroína y del suicidio de su hermana Laura (en muchos sentidos, el postpunk vino en la valija de Luca); en 1983 sale el primer disco independiente de Sumo: Corpiños en la madrugada; en 1985 arranca Todos tus muertos, la primera banda argentina con un afrodescendiente como frontman; en 1987 The Cure ofrece dos míticos recitales en Ferro que estuvieron tan cargados de violencia que Robert Smith tardó 26 años en sacarse el miedo y volver al país con su banda; en 1987 sale Viajar lejos, la obra maestra debut de Los Pillos; en 1988 sale el segundo disco de Don Cornelio y la zona, Patria y muerte, y al año siguiente se separan; en el 2001 sale el único y legendario disco de Dios, publicado por FAN y producido por Gonzalo Córdoba; entre otras.
En el siglo XXI, mientras la pandemia se vuelve cada vez más a un fantasma que se quiere dejar atrás o un mal sueño que se desdibuja a medida que pasan las hojas del almanaque, el postpunk va encontrando nuevos lugares donde hacer pie en territorio porteño: Moscú, El emergente, Strummer Bar, Richards, La cultura del barrio, Pura Vida (en La Plata), son los escenarios que van creando un circuito obligatorio donde habitar esta escena. Cada noche de fin de semana, el pospunk vuelve a mostrar las posibilidades estéticas de la oscuridad en un mundo en guerra y terrorífico. Es el sonido que refleja este momento sin lugar a dudas. Con bandas históricas como Mujercitas terror (que están a punto de grabar su nuevo disco) o Mimilocos que volvieron; con el indiscutido Sergio Rotman y su ciclo Basura Post Punk; con banda pioneras de parte de esta escena como Pyrámides (su último disco, Amalgama, salió en el 2021 y ahora es una banda en suspención), y grupos que acaban de surgir: Los péndulos (el proyecto del histórico Adrián Outeda), Sakatumba (que tiene como matiz una propuesta también teatral), Un jardín primitivo, Unión Soviética, y Nuk Ronson, entre otras. El postpunk, entonces, es un barrio que va sumando nuevas casas y habitantes porque está floreciendo en un mundo que no arroja ninguna luz sobre el presente ni sobre el futuro. Lo que ocurrió el pasado domingo en el Festival Nuevo Día es un reflejo de eso, una foto, un recorte, una dosis de esta escena vigorosa que va evolucionando y tomando la forma que le quiera dar cada banda.
El 4 de abril, Robert Smith (@Robert26Smith) escribió en Twitter: “PD. DETALLE DE ESPECTÁCULOS EN MÉXICO Y SIETE DE LOS DOCE ESTADOS SOBERANOS DE SUDAMÉRICA ANTES DE FIN DE MES... #ShowsOfALostWorld2023″. Inmediatamente, no podía ser de otra manera, se desató una fiebre virtual ante la posibilidad de que The Cure regrese a la Argentina. Es la frutilla de la torta que faltaba para coronar la vuelta definitiva o el florecimiento totally dark del postpunk en nuestro país con todas las de la ley.
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