En el elenco de las razones que Italo Calvino esgrime para justificar por qué leer a los clásicos, la cuarta tesis es bien ilustrativa: “Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”. Acto seguido afirma que aquella tesis es corolario de esta otra: “Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura” (Italo Calvino. ¿Por qué leer a los clásicos?).
La versión que el Teatro Colón ofrece por estos días de uno de los grandes títulos del repertorio lírico, La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart, y un rápido recorrido retrospectivo por algunas de las más emblemáticas “relecturas” de que fue objeto, vuelven a confirmar no solo su carácter de clásico absoluto sino también el acierto de la reflexión del gran escritor italiano.
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De qué se trata “La flauta mágica”
Hay consenso entre los investigadores a la hora de caracterizar a La flauta mágica como una fábula con buena cantidad de elementos pertenecientes a los cuentos fantásticos o “de hadas”. Que fuera así fue una decisión deliberada de Mozart y de su libretista, Emanuel Shikaneder, ambos consustanciados en concebir una obra destinada a un teatro de los suburbios de Viena, frecuentado por las clases populares de entonces.
La historia narra las peripecias del príncipe Tamino a quien la Reina de la Noche le encarga rescatar a su hija, raptada por Sarastro. Para ello, tres damas (o hadas) entregarán, respectivamente, a Tamino y a su compañero de andanzas (el simpático Papageno), una flauta y unas campanitas encantadas para que los protejan de las adversidades. Tres niños serán, además, los encargados de guiar y proteger a los amigos a lo largo de toda la travesía.
Luego de sortear al malvado Monostatos –quien también pretende a Pamina-, Tamino y Papageno se presentan frente al templo de Sarastro, personaje que a diferencia de lo relatado por la Reina de la Noche, resulta ser un ser sabio y bondadoso. Sarastro promete a Tamino entregarle a su amada si ambos superan, juntos, tres pruebas: la del silencio, la del fuego y la del agua. El éxito en el desafío no solo consagra la unión de los jóvenes sino el triunfo de la Luz (encarnada por Sarastro y sus sacerdotes) frente a la Oscuridad (representada por la Reina de la Noche).
Como toda fábula popular, libretista y músico buscaron que la obra tenga una estructuración simple, diera cuenta explícitamente del Bien y el Mal, que cada uno de sus personajes encarnase personalidades bien variadas y contrastantes y, sobre todo, un “final feliz” que exhiba explícitamente un mensaje o moraleja de carácter universal. Este conjunto de elementos magníficamente resueltos en el texto de Schikaneder y la sublime música de Mozart, hicieron que la obra fuera un éxito desde la noche misma de su estreno en 1791, y que hasta nuestros días siga cosechando el gusto y la fascinación de todos los públicos.
Con razón llegó a afirmar Calvino en su Tesis Nº 3: “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”.
El rastro masónico de “La flauta mágica”
Una de las “lecturas” más firmemente instaladas en torno a esta ópera ha sido la que afirma que se trata de un verdadero “catálogo” de alusiones a la masonería, agrupación a la que, se sabe, Mozart se sumó en el tramo final de su vida. Así, la apelación de Sarastro a los dioses egipcios Isis y Osiris, las metáforas en torno a la dicotomía entre la luz y la oscuridad y la permanente presencia del número 3, clave en la masonería (tres son los acordes con los que se inicia la obertura, tres son las damas, tres son los niños, tres los sacerdotes, tres las pruebas…), sirvieron para reforzar esta aproximación. Incluso algunas fueron más allá y exageradamente ligaron la ópera a un posible compromiso de Mozart con las ideas revolucionarias que habían eclosionado pocos años antes en 1789.
Si bien desde luego la intención fundamental de Mozart no fue develar los rituales y principios de sus “hermanos” masones, esta “lectura” resultó siempre atractiva y se impuso rápidamente con el paso del tiempo a partir de minuciosas investigaciones y de puestas en escena en las que se buscó subrayar particularmente este aspecto. En síntesis y como ocurre con todo clásico, algunas de sus “lecturas” lograron consolidarse más que otras a lo largo del tiempo.
La Tesis Nº 7, de Calvino viene al dedillo aquí: “Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)”.
Una aproximación psicoanalítica
Dadas sus características, la última ópera de Mozart resultó atractiva para su transposición al cine. Sin lugar a dudas, la más original y famosa, es la del director sueco Igmar Bergman, quien la llevó al cine –y no por casualidad- en 1975, convirtiendo al film, a su vez, en un clásico de la cinematografía él mismo.
Junto con algunos aspectos que el genio de Bergman recupera para su versión –como el teatro de maquinarias propio de los siglos XVII y XVIII-, resulta inocultable su “lectura” psicoanalítica. En la tesis de Bergman, La Reina de la Noche y Sarastro aparecerían como dos padres divorciados que se disputan el amor (y tenencia) de su hija, conflicto que impone finalmente a Pamina la necesidad de resolver su ambivalencia, angustia y natural inseguridad (es decir, construyendo su autonomía frente al mandato de sus padres), asumiendo la decisión de atravesar las pruebas de la mano de su “príncipe” elegido.
Bergman coincidiría con Calvino en la primera argumentación respecto de los clásicos en tanto aquellos “… libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».
Una Flauta para los tiempos de guerra
En 2006, el actor y director de cine y teatro Kenneth Branagh estrenó una nueva versión cinematográfica de la obra de Mozart. Ambientada con grandes despliegues visuales en tiempos de la Primera Guerra Mundial, el cineasta inglés además de pasar los textos del alemán al inglés y alterar varias partes de la trama, en líneas generales mantuvo la esencia y el espíritu de la creación, aunque esta vez adaptando la moraleja hacia la posibilidad de postular el amor entre Tamino y Pamina como mensaje de paz y fraternidad entre las naciones.
A los puristas que hoy –como los del estreno del film- sigan reaccionando con el mismo enojo frente a aquellas alteraciones, les quedará como alternativa tranquilizadora refugiarse en la Tesis Nº 8 del ensayo de Calvino: “Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”.
Una ópera bien animada
Por si no quedaban dudas acerca de las infinitas posibilidades interpretativas que un clásico puede habilitar, llegó a nosotros esta Flauta de la Temporada 2023, un derroche de coherente originalidad. Con inocultables remedos de los tiempos del cine mudo (Buster Keaton mediante) e inscribiéndose en un “clima cultural” propenso al cine de animación y al cómic a cargo de Paul Barritt, esta versión de la dupla Kosky/Andrade también se mete con los diálogos y con puntuales alteraciones. La propuesta acierta, sin embargo, al mantener los pilares centrales de la ópera.
Por un lado, deja a la vista la solidez fundante de la fábula y, por otro, mucho más decisivo y difícil por los tiempos “espectaculares” que nos asisten, el equilibrio originario que concibieron Schikaneder y Mozart entre escena y música. En una operación de verdadero cuidado musical, la alianza de un solvente director de orquesta como Marcelo Ayub con la alternancia de dos elencos impecables, tuvieron siempre presente -y el público así lo refrendó en cada función-, que esta obra no solo es un clásico. Es uno de los grandes clásicos de la música de todos los tiempos.
Un clásico es un clásico
Luego de este recorrido por algunas “lecturas” de La flauta mágica y a la luz de la innovadora versión que puede disfrutarse estos días en el Colón, Calvino no solo nos ilumina una vez sino además nos abre expectativas para una futura reposición de La Flauta mágica ya que, como reza la Tesis Nº 6 de su también clásico libro, “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.
* Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).
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