La Guerra de Malvinas es una temática que ha sido siempre difícil de tratar. Si bien toda guerra es un hecho doloroso que acarrea sufrimiento y se torna difícil de abordar, mucho más difícil es encarar un conflicto bélico absurdo, donde unas fuerzas argentinas mal preparadas intentaban enfrentarse a un ejército inglés claramente superior en todos los aspectos. En otros términos, cómo presentar una guerra que, si bien podía estar relacionada con justas aspiraciones de soberanía, en verdad consistió en un desesperado intento de una declinante dictadura por mantenerse en el poder. Quienes trataron de dar cuenta del conflicto lo hicieron de diversas maneras, pero en general evitando darle el tono heroico que oportunamente había tratado de infundirle el gobierno militar.
Una de las obras pioneras sobre el conflicto fue un texto de no ficción, Los chicos de la guerra, de Daniel Kon, publicado en el mismo año del hecho. La obra es el resultado de largas entrevistas llevadas a cabo por el autor a jóvenes conscriptos que regresaron al país luego de terminada la contienda, predominando en el escrito la muerte, el dolor y el miedo. El otro texto pionero, esta vez de ficción, fue Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, escrito en 1982 y publicado al año siguiente. Esta obra, en la que tampoco puede encontrarse un tono heroico, marcó cierta línea narrativa posterior y ya ha sido abordada por nosotros en una anterior nota publicada en esta sección de Cultura el pasado día 23 de abril, bajo el título “Fogwill retrató en ‘Los Pichiciegos’ a los antihéroes de la Guerra de Malvinas”.
Lo que en esta oportunidad trataremos es una forma de dar cuenta del conflicto diferente a las mencionadas. Este abordaje podría interpretarse como una especie de respuesta a cómo tratar la Guerra de Malvinas en forma indirecta (no directamente, como en los anteriores textos nombrados). La novela que comentaremos en esta nota, Ciencias morales, de Martín Kohan, propone ese tipo de acercamiento. De hecho, el escenario del texto donde ocurren los hechos no son las Islas Malvinas (ni siquiera un lugar que se relacione con ellas), sino el Colegio Nacional de Buenos Aires. Esta institución había tenido el nombre de Colegio de Ciencias Morales en los años veinte del siglo XIX, nombre que se ve reflejado no solo en el título de la obra, sino también en cuatro de los dieciséis capítulos que conforman la novela. Asimismo, otro título repetido de los capítulos es “Juvenilia”, que remite a la conocida obra de Miguel Cané. Cabe aclarar que, al igual que en otros capítulos, este título tiene un tono irónico, ya que lo que se cuenta en ellos está lejos del espíritu de las coloridas andanzas estudiantiles narradas por Cané.
La protagonista de la novela es una preceptora del Colegio Nacional, María Teresa (llamada familiarmente Marita). Esta es una joven ingenua, de unos veinte años que comienza a trabajar en el establecimiento en el año 1982, año en el cual transcurren los hechos narrados, siendo una época donde el orden que deben guardar los alumnos es sumamente estricto. De hecho, una gran cantidad de las páginas del texto están dedicadas a detallar numerosos detalles de la severidad con que se desarrollan las tareas en esa época en la institución. Un ejemplo: “El reglamento del colegio rige no solamente en el interior del edificio (…) sino que se extiende hasta doscientos metros más allá de lo que es la puerta de entrada a la institución (…) Es decir que también allí, en la esquina o a la vuelta o en la cuadra de enfrente, los preceptores del colegio deben ejercer sus funciones y controlar, por poner un caso, que los varones no lleven floja su corbata azul o desabrochado el primer botón de la camisa celeste”.
Otro ejemplo de ese especial “clima” que se vive en el Colegio es la explicación que le brinda a María Teresa en una entrevista inicial el otro personaje principal de la obra, el señor Biasutto, el jefe de preceptores. Este le comenta a ella cómo debe realizar su tarea de cuidar el mantenimiento del orden, explicándole que debe mantener un “punto justo”, un punto en el cual nada se le escape a su mirada, pero que a la vez ella misma pase inadvertida. En otros términos, como se dice en la obra, “ver sin ser vistos”. Esta tarea de vigilancia, donde el vigilado no sabe con certeza si está siendo observado, trae a la memoria el conocido texto de Michel Foucault, Vigilar y castigar, con su referencia al “panóptico” de Jeremy Bentham. Por cierto, el Colegio y el “clima” opresivo que lo rodea puede interpretarse como una metáfora de lo que sucede en el país todo.
Ese querer cumplir acabadamente con la tarea de vigilancia adquirirá en María Teresa ribetes desproporcionados. Todo comienza en una ocasión que a ella le parece que un alumno de la división de la cual está a cargo huele de la misma manera que olía su padre cuando este fumaba cigarrillos. Obviamente, está totalmente prohibido fumar en el Colegio, por lo cual ella razona que tan “grave falta” debe ocurrir en un ámbito donde los alumnos escapen a la mirada de los preceptores, ocurriéndosele que el único lugar donde esto sería posible es el baño de los varones. Primeramente pasa fingiendo estar distraída por ese lugar en los recreos, pero luego llega a la conclusión de que en los recreos el que fumase estaría muy expuesto.
Razona entonces que este lo haría en horas de clase, habiéndole pedido antes al profesor de turno un permiso excepcional (no siempre concedido) para ir al baño por una necesidad urgente. De allí le surge la idea de que para cumplir con ese cometido lo que debía hacer era esconderse durante las horas de clase en un cubículo del baño de varones con la puerta cerrada para poder atrapar así al fumador. Si bien nunca encuentra al esperado transgresor, ese estar vigilando oculta a varones en ese baño despierta en ella, que es ingenua, ciertos confusos deseos sexuales. Además, en los capítulos finales del texto, el jefe de preceptores, a quien ella mucho respetaba, la descubre en esa insólita tarea y al poco tiempo abusa de ella en ese mismo lugar.
Estos son básicamente los hechos narrados, estando dedicado explícitamente a la Guerra de Malvinas solo el muy breve capítulo final, de solo dos páginas. Contado así sintéticamente el argumento, parecería que el conflicto bélico está lejos de ser importante en la novela, aunque en verdad sí lo es. Lo que sucede, como adelantamos, es que está mostrado en forma oblicua. Es cierto que los hechos que se cuentan con minuciosidad son aquellos relativos a la manera en que se desarrollan las tareas en el Colegio y lo que le sucede a la protagonista en el baño de varones. Pero entre esos hechos narrados con morosidad se van colando pequeños detalles, indicios, que acumulativamente van dando cuenta de la guerra de una manera indirecta.
Muchos son los indicios a lo largo de la novela, de los cuales nombraremos solo algunos. El más obvio quizás es que Francisco, un conscripto hermano de María Teresa, le envía a ella y a su madre postales o hace llamados desde diversos lugares. El primero de estos es Villa Martelli, zona cercana a la Capital, donde ellas viven. Sin embargo, con el correr de las páginas, los lugares son cada vez más lejanos de la Capital, pero más cercanos a las Islas Malvinas. Solo eso, un lento acercamiento a estas, sin más datos.
Otros indicios se relacionan con hechos que ocurren en el propio Colegio. Por ejemplo, ante cierto “desorden” en la Plaza de Mayo, se hace salir a los estudiantes no por el lugar habitual de la calle Bolívar, cercano a la Plaza, sino por el poco habitual de la calle Moreno. Ese nombrado “desorden” deja traslucir veladamente una concentración en el lugar mencionado.
El uso de escarapelas es otro indicio. “No se pasan por alto las diversas alternativas de curso de los acontecimientos, y de hecho el señor Vicerrector, a cargo de la Rectoría, ha determinado el uso obligatorio de las escarapelas argentinas en las solapas, decisión que afecta a los alumnos del colegio no menos que a sus autoridades”. Es decir, hay un “curso de los acontecimientos” no aclarado, a la vez que existe una alusión a una posible exaltación del espíritu patriótico (típico del momento) por el uso de las escarapelas.
Asimismo, debemos mencionar que el autor no solo hace referencia a la “Guerra de Malvinas”, sino también a la llamada “Guerra contra la subversión” (de hecho, una y otra fueron llevadas a cabo por el gobierno militar). En este sentido, en diversos pasajes se mencionan las “tareas” realizadas por el jefe de preceptores. “El señor Biasutto es una especie de héroe entre las autoridades del colegio; él hizo listas y ese mérito, aunque rumoreado, a nadie se le escapa”. Esa alusión a las “listas” da a entender que el jefe de preceptores se encargó anteriormente de identificar y dar a conocer a potenciales “subversivos”.
Además, de manera más explícita, se muestra el pensamiento del mencionado personaje cuando este le realiza un comentario a María Teresa. “El señor Biasutto ha concebido una comparación: la subversión, le explica a ella que es novata, es como un cáncer, un cáncer que primero toma un órgano, supongamos la juventud, y la infecta de violencia y de ideas extrañas”. Por cierto, cabe recordar que esa comparación no era tan infrecuente en aquella época.
Como hemos señalado en anteriores oportunidades, nuestro interés es abordar las muy diversas maneras en que la literatura argentina ha dado cuenta de los diferentes hechos relevantes de nuestra historia. Si se compara el acercamiento a la Guerra de Malvinas entre las novelas Los pichiciegos, de Fogwill, y Ciencias morales, de Kohan, puede observarse claramente cómo un mismo hecho ha sido abordado de maneras tan distintas por nuestra literatura.
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