Erotismo y pulsión de muerte. Ese mix apabullante, que encarna lo más vital y al tiempo la inminente tragedia, es lo que puede verse en Caraguatá y Esperita, de Marcia Schvartz, una de las más importantes artistas argentinas, en el Museo de Arte Tigre. La imperdible exhibición reúne casi un centenar de obras, muchas de ellas nunca antes exhibidas y otras que no se veían desde hace décadas.
Schvartz las pintó en el Tigre. Primero en una casa que alquiló junto con Liliana Maresca, a orillas del Caraguatá. Y luego, tras la muerte de su gran amiga, compró una casa para seguir su apasionada creación en ese entorno que le resulta hipnótico. “Eran casas precarias: en Caraguatá no había luz, llevábamos faroles y velas. Teníamos una garrafa y esperábamos el agua de la lancha almacén. Nosotras no teníamos lancha”, recuerda en diálogo con Infobae Cultura la artista, cuya obra integra las colecciones de la Tate Modern de Londres, el Museo Reina Sofía de Madrid, y el Malba, entre otras.
En el Tigre, Schvartz abandonó completamente los retratos urbanos para crear personajes ficcionales. “Yo ya había empezado a pintar una serie de morochos en El Abasto, los expuse en la galería que tenía Adriana Rosenberg. Estaba en la búsqueda de cortarla con el retrato con modelo”, recuerda de ese momento.
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Schvartz, singular retratista, puso el eje en personajes y sitios que la tradición pictórica no había abordado. Le interesó, contó, plasmar a “los humildes y los desposeídos”. Con el grotesco y sin una mirada condescendiente, cuestionó los pilares del supuesto buen gusto en el arte.
La artista retrató a los protagonistas del underground porteño y de los sectores suburbanos. “No me interesa trabajar con modelos profesionales porque para ellos no es un acontecimiento especial. En cambio, para otras personas es un momento único, cargado de intensidad”, señaló. Desde los ochenta, pintó a amigos travestis hasta vecinos del barrio, amas de casa en sus ámbitos cotidianos, comensales en pizzerías, militantes de unidades básicas, asistentes a bailantas y amigos suyos del under. A Batato Barea lo retrató con su ropa, sus collares, anillos, un payaso y un revólver de juguete (Batato, un óleo de 1989, pertenece a la colección del Malba).
En 1988, Alberto Laiseca comparó a la artista con Manuel Puig “por el rescate de todas las criaturas marginales y despreciadas” que Schvartz llevaba a sus lienzos. “Mi pintura con modelo es una pintura de pincelada sobre pincelada. Trato de transmitir en el cuadro la vibración que provoca en mí el modelo; como si fuese automáticamente mi mano la que reconstruye lo que el ojo ve, es un estado en donde casi no pienso”, afirmó la artista sobre su obra.
Con colores deslumbrantes el entorno deviene exótico en Caraguatá y Esperita, que reúne pinturas, acuarelas y cerámicas, y que cuenta con la curaduría de Roberto Amigo. Como si fueran ingrávidas, las figuras descansan contorneadas sobre un tronco o frente a un atardecer que opaca cualquier belleza. Hombres y mujeres desnudos, en hamacas paraguayas, habitan la naturaleza virgen. Hay acuarelas de mariposas y flores de cerámica que parecen vivas: son pura potencia. Las ondinas, ninfas acuáticas, híbrido de mujer y pez, habitan ese río magnético, turbio, insondable.
“La figura humana en la obra de Marcia se encuentra inserta en la naturaleza, no solo es una unidad con el cosmos, que une los estambres de las flores con las polillas nocturnas, sino la idea de la belleza americana”, escribe Amigo en el catálogo. En el Tigre, Schvartz creó una especie de prototipo latinoamericano indisoluble del paisaje. Con matices sensuales y colores aterciopelados, los cuerpos se retuercen de placer, pero conviven con un sino inevitable.
“Esos mismos morochos aparecieron en su lugar originario: en el monte, en el río, rodeados de vegetación. Y ahí hubo una explosión enorme de color en mi pintura, de forma”, cuenta la artista de esta serie en la que trabajó más de una década.
“Mucha gente cuando empecé a hacer esta obra me dio la espalda, incluso mi galería –recuerda–. Decían que era indigenismo o que me había inspirado en los personajes de Gauguin. Cualquier cosa decían. Gauguin me encanta, pero yo me inspiré en Latinoamérica. Y él también se inspiró en Latinoamérica porque de chico había vivido en Perú. Al eurocentrismo cultural no le gusta que se sepa eso. Su abuela era Flora Tristán, feminista peruana”.
De labios color violeta, atardecer intenso y piel morena curtida como barro desquebrajado, India mira expectante desde una hamaca. Esa escultura, que encarna deseo y audacia, integró La Conquista. 500 años. 40 artistas, emblemática exposición multimedia organizada por Liliana Maresca, Elba Bairon y Schvartz, que reunió a destacados artistas de diferentes disciplinas, en el Centro Cultural Recoleta. Estuvo dedicada a Batato Barea. “La propuesta”, señaló Maresca, “tiene un compromiso implícito que no soslaya los acercamientos políticos, históricos y sociales, a través de una mirada crítica quinientos años después. Una mirada desde un país como el nuestro y en un continente donde somos afectados todavía por el hecho de la conquista que, particularmente, considero que aún continúa”.
Ese aparente descubrimiento, Schvartz lo plasma como la revelación de la propia sexualidad y femineidad en Acerca del descubrimiento, una obra que pertenece al Museo Nacional de Bellas Artes. Integra también Caraguatá y Esperita la pintura ¿Dónde estás ahorita, descansás?, que hizo en homenaje a su amiga Hilda Fernández, miembro del movimiento juvenil peronista, desaparecida durante la dictadura. Después de la serie de obras en el Delta, Schvartz creó Fondo, vinculada con los desaparecidos. “Son cuerpos en el río, también aparecen ondinas y figuras fantasmales”, cuenta la artista. “El río –señala– es la vida, la muerte, la madre, la leche, el erotismo”.
* Museo de Arte Tigre (Av. Paseo Victorica 972, Tigre Centro. Miércoles a domingos y feriados de 13 a 18. Entrada: $500. Gratis para residentes del partido, menores de 12 años, jubilados y personas con discapacidad.
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