Con el estreno de El amor después del amor, la serie producida por Netflix que en ocho capítulos cuenta la historia de Fito Páez desde su infancia hasta el momento en el que asciende al cenit de la escena del pop/rock local, muchas de las canciones que el músico rosarino puso en nuestros walkman volvieron a ocupar un espacio de privilegio, ahora en nuestras playlist.
La coronación ideal de la celebración de 30 años -del que dicen, es el álbum más exitoso de la historia en su género-, incluyó, además de una importante gira por América y Europa, ocho presentaciones en el Movistar Arena, dos shows colmados en el estadio de Vélez y la publicación de un par de libros que lo tienen como protagonista. Pero lo cierto es que en el universo artístico de Páez existió -y existe- vida musical más allá, y a veces a pesar, de EADDA.
A lo largo de su trayectoria, Fito Páez lleva grabados 27 discos solistas de estudio, tres de ellos en forma de colaboraciones, una con Luis Alberto Spinetta (La la la), otra con Joaquín Sabina (Enemigos íntimos), y la tercera con Paulinho Moska (Locura total), más otros cuatro registrados en vivo, y un EP. Toda una obra, que lo mantiene desde hace tiempo instalado en el “olimpo” de la música argentina.
Poco importa, por lo demás, si es pop, rock o qué, cuando pariste canciones que van de las tribunas al escenario del Colón y forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones. Están ahí, inevitables; las hay mejores y peores, las hay brillantes y también opacas. En ambos casos, las primeras sacan varios cuerpos de ventaja.
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En ese marco, hacer una la elección de “lo más importante”, “lo más destacado” o cosas por el estilo, resulta por demás arbitrario. Aún así, resulta un buen ejercicio para rescatar lugares poco explorados de una discografía que se banca varios set-list de alto vuelo sin repeticiones, y que bien vale la pena revisitar o, tal vez, descubrir.
Del ‘63 (1984)
La tarjeta de presentación en solitario de un Fito Páez, que mientras seguía con la Trova Rosarina y sumaba su talento al Piano Bar de Charly García, con “Del ‘63″ (la canción) se encargó de ubicarnos en tiempo y espacio para entender en qué caldo se habían cocinado esas nueve canciones que daban por iniciado el plan maestro de rosarino.
La fantástica “Tres agujas”, “Canción sobre canción” y “La rumba del piano” hubiesen sido argumentos suficientes para entender que el Páez había llegado para quedarse y ocupar un lugar en el mapa de la música argentina. Pero como si eso no bastara, el álbum incluía la oscura “Cuervos en casa” y esa pieza exquisita que es “Sable chino”. Demasiado, para quedara alguna duda.
Giros (1985)
Otra vez nueve canciones. De la intención tanguera del tema que le dio título al álbum a la estrepitosa “Taquicardia” pasando por “11 y 6″, llamado a ser uno de los clásicos imbatibles del músico por siempre y para siempre, hasta “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, otra suerte de himno, signo de los tiempos en los que la ilusión ranqueaba alto en un marco en el que la política era buena palabra.
Malvinas en “Decisiones apresuradas”, un compendio de versos que aplican al aquí y ahora como lo hacían entonces, el bálsamo de “Cable a tierra” con los ‘80 en la nariz y “D.LG.” a modo de cierre en sintonía con el optimismo de una primavera democrática que se salteó verano y otoño para desembocar en un invierno interminable.
Ciudad de pobres corazones (1987)
“Miro a los costados y nada que amarrar / Ya no existen lazos / Alguien hizo track, track, track”. De pronto, ya no había corazón para ofrecer, sino rabia y dolor, sin que importara el orden de los factores. Y en esa oscuridad, ”Ciudad de pobres corazones”, “Fuga en tabú”, “Gente sin swing” y “De mil novecientos veinte” y una pregunta sin respuesta a la vista: “Ya que no hay regreso, ya que no hay salida / Quiero que me digan cómo parar”.
Y también, en esa oscuridad que se extiende hasta “Track Track”, la belleza de “Ámbar violeta” y el escape hacia adelante que se viste de fiesta en “Dando vueltas en el aire” y “Bailando hasta que se vaya la noche”. Pero, por las dudas, nada mejor que meterse en las páginas de Hay cosas peores que estar solo, de Federico Anzardi, para completar el capítulo más trágico de esta historia.
Ey! (1988)
Con el fin de la inocencia en un pasado cada vez más remoto, los ‘80 de Páez se fueron diluyendo entre historias de alcohol y (Resaca), en “Alacrán”, un parte ‘familiar’ actualizado en “Dame un talismán” –”a Luis le está yendo bien, / a Carlitos se lo ve mejor…” y “Canción de amor mientras tanto” como un grito de rebeldía y resistencia en medio de algo así como una debacle sin remedio.
Y sostenido en un sonido cada vez más compacto y personal, ataviado por una larga lista de invitados y empoderado por una sección de metales como novedad, un tema que pudo ser hit: “La ciudad de los pibes sin calma”; y un hit del momento: “Sólo los chicos”; un hitazo por siempre y para siempre: “Polaroid de locura ordinaria”.
Tercer mundo (1990)
Así como el protagonista de “11 y 6″ creció y se convirtió en “El chico de la tapa”, Fito Páez también lo hizo, con su música a la par. Y mientras el gobierno peronista de Carlos Menem nos prometía el ingreso definitivo al Primer Mundo, el músico nos rapeaba en loa cara nuestro destino inexorable y definitivamente consumado en Tercer mundo. Una vivida vivida en “Los buenos tiempos” y “Dale alegría a mi corazón” asomaba con pronóstico de banda sonora futbolera y coda inevitable de cada una de sus presentaciones hasta los días que corren.
“Carabelas nada” lo ratificó como un inmenso hacedor de canciones/historias, lo mismo que en “B. Ode y Evelin”; y ni qué hablar de “Fue amor”, sin duda uno de los highlights de su carrera. Todo como parte de una experiencia inmersiva entre cuerdas y vientos que le dan marco a un desfile de celebridades que incluyeron a Charly García, Luis Alberto Spinetta, David Lebón, siempre Fabiana Cantilo, Liliana Herrero y sigue la lista.
Y así rodeado, Fito hasta se daba un rato para hablar el precio de ya no poder andar por ahí en “Hazte fama”. La mesa estaba servida y, lo supiera o no el anfitrión, lo mejor estaba por llegar ahí, a la vuelta de la esquina.
El amor después del amor (1992)
“Son esas cosas que se dan una vez en la vida y nunca se van a repetir”, me dijo alguna vez Fito Páez, en la previa de una entrevista, con los ecos de la última pasada de “El amor después del amor” como cierre de un ensayo junto a su banda. Y un breve nuevo repaso de la constelación de canciones y artistas que combina el álbum, en tiempos en los que los festejos de sus 30 años merodean la puerta de entrada al fangoso terreno de la saturación, confirma aquella sentencia del artista.
EADDA marca sin duda un punto de confluencia de inspiración, creatividad, originalidad, excelencia, condiciones materiales y nombres –de Mercedes Sosa a Chango Farías Gómez, de Charly, Luis Alberto Spinetta y Andrés Calamaro a Antonio Carmona y Lucho González– que el artista aprovechó al máximo, y tal vez ahí está uno de sus grandes méritos: en no haber desaprovechado la ocasión que él mismo había creado, en un momento histórico que enmarcaba un camino inexorable hacia una descomposición social inédita en el país.
Sería redundante insistir en el poder expansivo de canciones como “EADDA”, “Brillante sobre el mic”, “A rodar mi vida”, “La rueda mágica” o “Un vestido y un amor”; pero nunca está de más hacer hincapié en otras como “La Verónica”, “Pétalo de sal”, “Tumbas de la gloria”, “Detrás del muro de los lamentos” y “Creo”, que completan una obra maestra de la música popular argentina.
Circo Beat (1994)
¿Qué habría sido de Circo Beat si no hubiese existido EADDA? Imposible saberlo. Lo que sí es posible afirmar es que las esquirlas del estallido que significó “El amor” y la resaca de su celebración en tiempo real llegaron a impactar en la recepción de otra gran obra de Páez, más allá de los clasiquísimos “Circo Beat” y “Mariposa tecknicolor”.
Es que, una vez más rodeado por una constelación de figuras de más allá y más acá como Toots Thielemans, los Kick Horns, Phil Manzanera, Osvaldo Fattoruso y Liliana Herrero, entre otros, el rosarino dejó testimonio de su estado de gracia creativo en “Las tardes del sol, las noches del agua”, “El jardín donde vuelan los mares”, “Lo que el viento nunca se llevó”; “Nadie detiene al amor en un lugar” y esa maravilla que es “Dejarlas partir”.
Abre (1999)
Cinco años tardó Fito Páez en reponerse del aluvión de la masividad, colaboración con Joaquín Sabina de por medio, para volver al ruedo antes del fin de siglo con una docena de canciones que dejaron como legado insoslayable esa suerte de manifiesto personal que es “Al lado del camino”, mientras nacía la grieta entre los fans –y también entre muchos rockólogos especializados– que se quedaron en los ‘80 del músico y los que eligieron no intentar detener el paso del tiempo.
Y en ese plan de cambio de era, que condensa en “La buena estrella”, Fito se despacha con un puñado de canciones directas como “Es sólo una cuestión de actitud”, la steelydaniana “Dos en la ciudad” y “Ahí voy” en convivencia con otras que no lo son tanto, como “La despedida”, y la oscura “Desierto”. Mención especial para “La casa desaparecida”, con un repaso de la historia argentina en 11 minutos –una especie de “Murder Most Foul” dylaniano, pero dos décadas antes– y para la peruanísima “Tu sonrisa inolvidable”.
Rodolfo (2007)
Hubo un tiempo en el que Charly García tenía en mente grabar un álbum de solo piano. Sin embargo, lamentablemente nunca llegó a concretarlo. Lo único que se acerca a aquella idea es alguna grabación presuntamente registrada en Circo Beat, el viejo estudio de Páez, con una especie de zapada unipersonal imperdible que incluye temas como “Influencia”, de Todd Rundgren, “Dos edificios dorados”, de David Lebón; y “Nobody Loves You (When You’re Down and Out)” y “Isolation”, ambas de John Lennon.
Fito Páez, en cambio, compendió en Rodolfo una docena de piezas en un formato despojado, diez de ellas canciones –”Si es amor”, “El cuarto de al lado”, “Cae la noche en Okinawa”, “Zamba del cielo” y la tributaria “Gracias” en el Top 5–, y un par de instrumentales –”Nocturno en Sol+” y “Waltz for Marguie”–. Y lo hizo con un notable resultado.
Canciones para aliens (2011)
¿Hacía falta que Fito Páez grabara y, más aún, publicara versiones del “Va, Pensiero” de Giuseppe Verdi, del “Ne me quitte pas” de Jacques Brel o de la insuperable “Construcción” de Chico Buarque? La respuesta correcta, si la hubiera, probablemente sería “no”. Es por eso, sobre todo por eso, que está buenísimo que lo haya hecho. Bienvenida sea la audacia, que tanto nos hace falta y tanto nos falta.
“Rata de dos patas” de Manuel Eduardo Toscano, la “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara, la bellísima “El breve espacio en que no estás” de y con Pablo Milanés, la “Fiesta” de Joan Manuel Serrat o una personalísima mirada de la “Somebody to Love” de Queen, entre otras piezas, forman parte de esta propuesta que, como el título lo indica, está lejos de ser para todos. En buena hora.
Coda: el tratamiento que Fito Páez le da al “Tango” de Riuichi Sakamoto, traducida aquí como “Tango (Promesas de amor)” y con Chico Buarque en voz, es tan amoroso y bello que no escucharlo al menos una vez en la vida sería una estupidez.
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La ciudad liberada (2017)
Después del ejercicio “arqueológico” que sirvió para rescatar piezas perdidas en el olvido en “El sacrificio” y en “Dreaming Rosario”, y esa especie de compás de espera titulado “Yo te amo”, “La ciudad liberada” reubica a Páez en el centro del ring. “Fito Páez hizo un discazo. Si no decimos que es excelente es porque algunos todavía estamos esperando un nuevo El amor después del amor. Así somos”, escribí apenas apareció. Tal vez en un tono algo exagerado, visto a la distancia. Pero no. Cero exageración.
La ciudad… es un discazo hecho y derecho; entre el pulso pop de “Tu vida mi vida” y la narrativa de “La mujer torso y el hombre de la cola de ameba” que acaso conecta cósmicamente con aquella historia de “La pelicana y el androide” de Luis Alberto Spinetta y la reducción del viaje de Chihiro a una canción, entre el reporte urgente de “Navidad negra” e “Islamabad”, la arenga de “La ciudad liberada” y la autoreferencia de “El ataque de los gorilas” y “Bohemia internacional”, el álbum es un Fito Páez 360° en brutal sintonía con su tiempo. Tómalo o déjalo.
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La conquista del espacio (2020)
Autocita extraída de la previa de la pandemia: “La conquista del espacio clava una lente en el universo de todos. Ese que se alimenta de amores y desamores, violencia –de género y de las otras– y abrazos, represiones y libertades, zanjones y salones... Y lo hace articulando, no por casualidad, con varias de las voces de la nueva escena indie –Mateo Sujatovich, Ca7riel–, y no tanto –Lali–.”
En ese universo de 36 minutos que al músico le alcanzó para contar y contarse en el aquí y ahora, “La canción de las bestias”, una de las canciones más lindas que haya escrito Páez, saca ventaja, frente a tracks más –”Las cosas que me hacen bien”, “Gente en la calle” o “Nadie es de nadie”– o menos –”La conquista del espacio” o “Maelström”– urgentes, que el tiempo se encargará de poner en su justo lugar.
Lo que no es justo es tener que dejar discos fuera. Ahí están Naturaleza sangre, con “Bello abril”, esa hermosa canción que el músico sumó a su homenaje al gran Riuichi Sakamoto en su segundo Vélez de este año; también Tercer mundo, continente nada menos que de “Y dale alegría a mi corazón”; y Rock and Roll Revolution, y Rey Sol con su “Paranoica fierita”, y “El mundo cabe en una canción”, y “Confiá”…
Y, por supuesto, la trilogía más reciente, con Futurología Arlt como la excursión más extensa del artista por el formato orquestal, Los años salvajes como un repaso por un tiempo pasado que sobrevive de mil maneras distintas en nuestro presente y The Golden Light, un recorrido introspectivo con mucho de reflexión y un broche final de celebración.
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