La conocida como Virgen del Parto, una de las esculturas más veneradas de Roma, recobró hoy su esplendor original gracias a su “biorrestauración”, el uso de bacterias que se “comen” los residuos que la ensombrecían tras cinco siglos de culto en la basílica de San Agustín en Campo Marzio.
La escultura, representación de una María entronizada con el Niño en su regazo realizada en 1521 por Jacopo Sansovino, presentaba un precario estado de conservación debido al culto, venerada aún hoy por madres, parturientas o mujeres que desean quedar embarazadas.
Toda su superficie, de mármol de Carrara, estaba manchada con aceites, cera y mucho polvo y arañada por la costumbre de coronarla, vestirla y adornarla con joyas, por lo que su restauración se hacía “inmediata”, según han explicado los responsables de las labores.
La Superintendencia cultual de Roma, en colaboración con el banco Intesa Sanpaolo, ha dedicado los últimos seis meses a devolverle su esplendor original mediante un proceso de restauración que combinó técnicas tradicionales con otras aún en fase experimental.
En concreto, para la limpieza de la “Madonna” se recurrió a la conocida como “biorrestauración”, aplicando sobre su superficie cuatro tipos de bacterias que, en resumidas cuentas, se comen la suciedad “sin perjudicar al material del que está hecha la estatua”.
Sin embargo, el hambre de estos microorganismos no ha sido suficiente para retirar algunas incrustaciones de esta figura, por lo que se tuvo que usar el láser.
La imponente Virgen del Parto está considerada una de las pocas esculturas religiosas del Renacimiento que mantienen su culto y, de hecho, el altar en el que se alza está repleto de cientos de ofrendas y exvotos llevados por las mujeres y madres de Roma.
Tanto es así que, tal y como recuerda una placa a sus pies, en 1822 el papa Pio VII otorgó la indulgencia a quienes besaran su pie, lo que sin duda contribuyó a su deterioro con el paso del tiempo.
Inspirada en las esculturas clásicas, en concreto en un Apolo, fue encargada al escultor Sansovino por la familia Martelli y la terminó en 1521, después de tres años de trabajo, en una Roma que entonces se erigía como la frenética capital artística del continente.
La Virgen del Parto es solo uno de los tesoros que la basílica de San Agustín conserva en su interior. Otros son un altar mayor diseñado por Bernini, los frescos sobre el profeta Isaías de Rafael o el cuadro de la Virgen de los Peregrinos de Caravaggio.
El templo también conserva el Crucifijo de madera ante el que, según la tradición, rezaba San Felipe Neri, así como el sepulcro de Santa Mónica, la madre que rezando logró la conversión en el siglo IV de su hijo, San Agustín, entregado en juventud a los placeres.
Fuente: EFE
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