En el libro Antología del Decadentismo 1880-1900, de editorial Caja Negra, se menciona que ese incipiente movimiento de vanguardia literaria de fines del siglo XIX encontró en la perversión de las formas clásicas, su fuente principal de inspiración. Así, la misión del Decadentismo no fue otra que la de destruir lo establecido para dar paso a una forma nueva de expresión, algo parecido a lo que se propondrían las vanguardias artísticas menos de cincuenta años después. Eran objeto de su interés artístico el desmoronamiento de los valores, el ocaso de la civilización, la decadencia moral, la corrupción de la cultura y las nuevas formas de expresión del simbolismo.
En palabras del escritor y periodista decadentista, Anatole Baju, “el hombre moderno está hastiado (...) Disimular el estado de decadencia al que hemos llegado sería el colmo de la insensatez”.
El origen del decadentismo
En la novela A contrapelo (À rebours), de Joris-Karl Huysmans, el personaje principal es un aristócrata que tiene la intención de aislarse del mundo y su vulgaridad a través de una búsqueda estética y de refinamiento extremo. La obra es considerada la piedra basal del Decadentismo, ese grupo de escritores aparecidos en Francia hacia fines del siglo XIX que se reunían alrededor de la publicación Le Décadent. La aparición de ese periódico fue una forma más de vincular la nueva poesía decadentista con otro movimiento que cuestionaba la política de la época: el anarquismo. Así, revolución poética era también revolución social.
Es en la lengua, continúa Baju, en donde se manifiestan los primeros síntomas del declive de una sociedad. Como era de esperar, el movimiento fue maltratado por su naturaleza contraria a los formalismos de la época: no aceptaban que los decadentistas denunciaran como algo execrable la comodidad de la burguesía y sus discursos dominantes. La fascinación por temas como el lumpenaje, la muerte, la magia negra, el ocultismo y la oscuridad era algo totalmente disruptivo, además de un reflejo de las angustias de aquellos años: vientos álgidos eran los que soplaban en la Europa previa al estallido de la Primera Guerra Mundial.
Te puede interesar: La belleza del día: “Pornocrates”, de Félicien Rops
El Decadentismo no era tenido demasiado en cuenta. Sin embargo, la prohibición de sus obras alejadas de los valores cristianos fue la mejor publicidad, el ingrediente necesario para su mejor difusión. A pesar de haber sido tratado como un movimiento de literatura inferior, de géneros menores, su eco llegó hasta nuestros días. Quizás sean el movimiento punk y su visión del no future los mayores deudores del Decadentismo.
Temáticas decadentes en la música moderna
Hijos directos del punk rock inglés (éste, a su vez, hermano menor del punk neoyorquino), los estilos Gótico y Dark revalorizan y romantizan todos aquellos aspectos celebrados por el Decadentismo, además de nutrirse de la literatura y la poesía romántica. Ambos estilos tuvieron su centro de operaciones en ciudades ingless como Londres, Manchester y Leeds hacia fines de los setenta, como una de las respuestas y escapes a las crisis que aquejaban al país y a gran parte del mundo. La atmósfera producida por el temor al estallido de la Guerra Fría, el freno de la economía, el descontento social producido por el desempleo y los paisajes industriales en ruinas formaron esa estética oscura y melancólica tan característica de grupos de música como Siouxsie and the Banshees, Sisters of Mercy, Joy Division y The Cure.
A pesar del parentesco directo, a diferencia del punk, en donde la rebeldía y los cuestionamientos eran una llamada a la acción y al golpe subversivo contra las instituciones, en subculturas como la gótica y la dark se carece de un motor visible que accione esa rebeldía. Lo que tienen para decir, en cambio, es terreno de las desavenencias del espíritu; hay resignación, anhedonia y una mirada aguda, irónica y triste. Sus mayores exponentes hablan de sueños deshechos, de un mundo en el que nada cambiará y de que nada de lo que se pueda hacer podrá contrarrestar el presente gris, depresivo y alienante que se avecina.
Claramente, en estos estilos lo irracional y lo emocional juegan un papel preponderante porque, como decían los primeros decadentistas, en el interior del hombre es donde reside lo misterioso.
Del papel al canvas: pintura decadentista
Si bien fue a través de la literatura que el Decadentismo sentó sus bases, en aquella búsqueda de estetizar aquello que no entraba en los estándares de belleza, el movimiento se extendió a la pintura. El novelista Josephin Peladan afirmó, cuando creó el Salón Rosacruz, que era necesario que el arte y el hombre se volvieran místicos y espirituales. La pintura decadentista se caracteriza, en sus rasgos más generales, por el uso de una paleta cromática fría y desaturada que resalta motivos nostálgicos. Son comunes las escenas de atardecer, es decir, la caída del día y el advenimiento de los secretos de la noche. Las mujeres son mostradas de manera muy sensual y siempre son herramienta del demonio y condena de los hombres. El Decadentismo entonces no es solamente una estética, también es un discurso, en muchos casos, de carácter misógino.
Son famosos los grabados bidimensionales y plenos de detalles de Aubrey Beardsley, un artista al que se considera como un precursor del art nouveau. En casi todos sus trabajos intentó expresar la condición humana como algo grotesco y obsceno, y muestra a la mujer como una posible causa de perdición. De eso, son claros ejemplos las ilustraciones de Salomé, de Tristán e Isolda y del hada Morgana, acaso la gran responsable del ocaso del mítico Rey Arturo.
Algo similar es lo que se observa en las pinturas de Félicien Rops, pintor y grabador belga, en cuyos trabajos lo erótico, lo sexual y todo lo relativo al burlesque son un reflejo de la época. También en Rops la figura femenina tiene un papel predominante y negativo.
Te puede interesar: Marina Yuszczuk: “Aunque ocultemos la muerte, aparece; por algún lado rebalsa”
Cine, vampiros y otros monstruos
El Decadentismo consolida a aquellos que permanecieron por años en los bordes de la sociedad. Los nigromantes, los drogadictos, los hemofílicos y los neuróticos pasan a ser piezas fundamentales en muchas obras literarias del periodo. Será con el devenir de los años, las guerras y las pandemias que este tipo de personajes se convertirán en una referencia necesaria para ilustrar la decadencia del mundo.
En la película de 2013, Only Lovers left alive, de Jim Jarmusch, una pareja de vampiros glamurosos pasa sus días reflexionando sobre la humanidad y la existencia. Las locaciones elegidas son Detroit, ciudad otrora pujante e industrial y hoy decadente y caída en desgracia, y Tánger, enclave marroquí que apunta directamente a Europa y desde donde ellos observan el envejecimiento de la civilización occidental. Ambos vampiros dedican su tiempo sin fin a la literatura, la música y la ciencia, y a las derivas de la mente. Se puede notar la influencia del Decadentismo en esta película no solo por la utilización del vampiro como personaje sino, además, por la crítica al mundo actual: la pareja de Only Lovers left alive ya no puede beber cualquier sangre porque está contaminada por la polución ambiental y los pésimos hábitos alimenticios de las personas. Aquí se puede ver que no es el vampiro el único ser de cuerpo corrupto.
Pero no solo de vampiros se trata. Desde La noche de los muertos vivientes, de 1968, a series como The Walking Dead y sus franquicias (Fear the Walking Dead, la próxima Dead City, World Beyond), la figura del zombie puede ser considerada no solo un arquetipo de la decadencia social y moral de la civilización sino también una metáfora del inconsciente que vuelve. Y como en el interior es donde vive lo misterioso…
Vale destacar la figura de Tim Burton, cuyas películas se caracterizan por los mismos preceptos que el Decadentismo celebra: lo oscuro y tenebroso, lo marginal e inquietante, la melancolía, la muerte y la soledad. Sus personajes son excéntricos y portadores de una malicia que es llevada, en muchos casos, a un paroxismo cómico y cargado de sarcasmo.
Síntoma y moda
Así como no es demasiado claro el inicio del movimiento y su proximidad y diferencia con los simbolistas, tampoco lo es su final. A pesar de que muchos autores finalmente decidieron volcarse al Simbolismo, esto no significó la sentencia de muerte del Decadentismo.
Hoy por hoy, todo su acervo, es decir, la estetización del carácter ominoso y tétrico de las cosas aflora en películas, literatura, series y cómics aptos para todo público. Existen reediciones nuevas de las obras decadentistas de Barbey d’Aurevilly (autor de Les diaboliques, relatos de crímenes con mujeres), del Conde de Lautreamont (que en su trabajo, Los cantos de Maldoror, un demonio ensalza la violencia, la blasfemia y la obscenidad), de Marcel Schwob (su Vidas Imaginarias relata historias fantásticas de personas reales) y del mencionado Huysmans.
Podemos afirmar que el Decadentismo ha vuelto, aunque aggiornado a los tiempos que corren. El regreso del género gótico en literatura es un claro ejemplo. En el muy buen artículo del diario El Mundo, Decadentismo, siglo XXI: fervor, actualidad y pastiche, de Javier Blánquez, se citan las palabras de Justin Isis, autor del manifiesto neo decadentista: “la fidelidad y la seriedad frenan el progreso. No tenemos santos patrones y devoramos a nuestros ídolos”.
En tiempos de post pandemia, nuevas guerras, violencia racial y un nihilismo que atraviesa todas las esferas, no es extraño que aflore ese esteticismo decadente, aunque esta vez en forma de producto pop y de consumo masivo.
Seguir leyendo