Corría el año 1999 y Adrián Iaies, un pianista que por entonces era una firme promesa en el panorama del jazz local, grababa un disco que haría historia. Eran tiempos pujantes, en los que la escena se nutría de jóvenes figuras deseosas de mostrar sus composiciones. Nuevas propuestas, en las que la dinámica jazzera se mixturaba con las melodías venidas del tango o el folclore, para entregar una música propia. Una indeleble marca de origen venida del sur del mundo.
Las tardecitas de Minton’s, se llamó aquel registro que en formato doble editó Aqua Records y que le valió al pianista porteño su primera nominación a los Grammy Latinos. Allí donde el piazzolliano “Chiquilín de Bachín”, el “Volver” de Gardel y Le Pera o el “Cafetín de Buenos Aires” de Mariano Mores compartían sueños con el himno monkiano de “Round Midnight”, junto a un puñado de temas originales del pianista.
Entre todos ellos, aquel que desde su título mismo anticipaba una temprana nostalgia por el Minton’s de las tardecitas inolvidables. El pequeño local de la Avenida Cabildo que, abarrotado de discos y con vinilos históricos tapizando sus paredes, era un refugio casi secreto donde la cofradía de la complicidad jazzera celebraba su ritual; buscar la joya perdida o debatir por puro placer sobre la música que marcaba a fuego una pasión inexplicable.
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Tres décadas después de aquellos comienzos y ya sobre la avenida Corrientes, Guillermo Hernández se mantiene fiel a las convicciones que originaron esta rara avis. Una disquería especializada en jazz única en el mundo. Admirada por los músicos extranjeros que visitan el país. Un pequeño acorazado capaz de sobrevivir a las mil y una crisis que azotaron la economía, al desembarco de las grandes cadenas, la supuesta decadencia de los formatos físicos y la llegada del streaming imponiendo tiránico sus propias condiciones.
“Desde un comienzo pensé que la disquería tenía que tener un formato de club. Un club de amigos. Es un comercio, sí, claro. Pero con una esencia de club. Por eso no hay un mostrador que nos divida. Y la gente viene acá y se pone a charlar. Nos tomamos un vino, escuchamos música y a veces se van con algún disco bajo el brazo”, dice Hernández.
Y qué mejor que festejar los 30 años de aquel inicio con un festival de jazz, como el que a partir de este domingo 7 se realiza en el escenario de Prez, en el barrio de Recoleta, con la participación del pianista cubano David Virelles y los argentinos Adrián Iaies, Mariano Loiácono, Julia Moscardini, Pablo Ledesma, Pepe Angelillo, Martín DeLassaletta y Javier Puyol.
—¿Cómo surgió la idea de una disquería especializada en jazz?
—Casi de casualidad. Yo trabajaba con Héctor Suasnábar, un DJ muy requerido que era contratado para encuentros muy importantes. Luego entré en el negocio del audio hasta que un día, con un amigo, nos enteramos que los familiares de una persona que había fallecido ponían su discoteca en venta. Tenía más de tres mil LP. Los compramos, abrimos un local en Belgrano y comenzamos. Era el momento de la gran transición. Finales de los 90. Estaba llegando el CD, pero todavía no tenía la fuerza que tuvo después
—¿Conocías algo sobre el negocio del disco?
—Absolutamente nada. Pero me compré la primera Penguin, la guía de compra, que era muy importante. Y comencé a escuchar y a comprar lo que recomendaban allí. Me fui haciendo de un conocimiento que no tenía. Y luego llega un momento en que la guía cumple su función y se agota. Pero para ese entonces yo ya tenía un montón de información y estaba encaminado como para continuar solo.
—Entonces vino la crisis del 2001. Un momento que difícilmente motivó la compra de discos importados.
—Sí, fue un momento muy difícil. Entonces me decidí a probar suerte en España. Con dos amigos muy queridos. Ambos periodistas y críticos de jazz: Carlos Sampayo y Federico González, pensamos en trasladar Minton’s a España. Conseguimos un local muy lindo, cerca de la estación de Atocha, y comenzamos los preparativos. Yo me fui a Madrid para ir organizando todo, pero lamentablemente se frustró. Por entonces falleció la esposa de Carlos y luego se enfermó Federico, quien falleció poco después, en 2004. Así que regresé a Buenos Aires y retomé la disquería en el mismo lugar en donde la había dejado, hasta que finalmente pude venir al centro, que era donde yo quería estar.
—¿Cómo era la comercialización de discos extranjeros en el país? ¿Cómo los obtenías?
—En aquellos años había dos grandes distribuidoras de discos a nivel mundial. Una de ellas, con la que yo trabajaba, era la francesa Harmonia Mundi, como el sello que se hizo después. Eso llegó acá. Lo traía una chica alemana, recuerdo. Y nosotros comenzamos a venderlos. Había de todo allí, sellos grandes y sellos pequeños muy especializados como Chandos, Timeless Records, SteepleChase. Muy buen material. Mucha música clásica, pero también mucho jazz.
—¿Siempre pensaste que había un público para eso?
—Nunca me detuve a pensar si había mucha o poca gente que escuchara jazz. Yo estaba solo. No existía un local con las características de Minton’s. Entonces, aunque no hubiera tanta gente que compraba jazz, la que sí lo hacía venía al negocio. Eso fue así hasta el desembarco de Tower Records, que fue una desgracia, no solo para mí, sino para mucha otra gente.
—¿Por qué una desgracia?
—Porque a la gente le estalló el cerebro. Había clientes míos que compraban de a 200 discos. Pero el negocio no les funcionó y al poco tiempo se fueron. Pero hicieron mucho daño. Hubo muchos locales pequeños que no pudieron sobrevivir.
—¿Y por qué crees que Minton’s no corrió igual suerte que otros locales?
—Creo que la atención personalizada siempre fue un factor esencial. Acá había disquerías importantes, pero si vos ibas a comprar jazz no te daban bola. Y allí es donde puse el acento desde un comienzo. Por eso siempre pensé en una disquería con formato de club. Un club de amigos. Es un negocio. Sí, claro. Pero con una esencia de club. Por eso no hay un mostrador que divida. Y la gente viene y se pone a charlar. Nos tomamos un vino, escuchamos música y a veces se van con algún disco bajo el brazo.
—Hablabas del 2001 y luego de Tower como situaciones de crisis importantes. ¿Y qué sucede ahora con el streaming y las plataformas digitales?
—El streaming está destruyendo la música. Y eso es algo que mucha gente no advierte. Pero los que estamos en este negocio sí lo sabemos. Las plataformas de streaming son propiedad de las compañías de discos. Incluso hay músicos que no lo saben. La industria siempre perjudicó al músico pagándole poco y nada por sus derechos o directamente no pagándole. Y ahora lo terminan de acostar con el streaming, donde los beneficios son para otros y no para el artista.
—¿Pero no sucede por caso, con el oyente “especializado”, que usa el streaming de primera escucha y luego, si le gustó, compra el disco?
—Puede ser en algún caso. Pero creo que el problema no es la herramienta en sí, sino el uso que le da la industria. Si el sello quiere apoyar a un artista con su disco nuevo, lo lógico sería que suba al streaming tres o cuatro temas. Pero no el disco entero. Porque si lo tenés casi gratis ¿Para que lo vas a comprar en una tienda?
—Quizás porque se valora el objeto o se prefiere mejor calidad de audición…
—¿Y cuánta gente hace eso? Una mínima porción. Las compañías deberían acompañar al cliente para que elija y compre el disco. Mostrale dos o tres temas por streaming y acompañalo luego en su compra del disco físico. Pero así, subiendo la obra completa a las plataformas, lo que estás haciendo es acompañando al cliente para que no compre.
—En el ámbito local se dice que el músico tiene que estar en las plataformas, aunque nunca vaya a recuperar lo invertido. ¿Eso sucede también con artistas de peso internacional?
—Totalmente. Y yo veo los números que lo certifican. Me acuerdo cuando salió Rue De Seine, el disco de Dave Douglas con Martial Solal. Todos pensamos que iba a ser un acontecimiento. Vendió dos mil discos en todo el mundo. Nada más que dos mil discos en todo el mundo. No hay excepciones para ese negocio.
—También se habla mucho de la caída en las ventas de CD, al que no pocos ya le han firmado el certificado de defunción. ¿Es tan así?
—Todos hablan de eso. Pero lo cierto es que yo compro más CD que LP para vender. La venta del CD está empezando a recuperarse. Esto es indudable. No sé qué pasará, pero se están vendiendo más discos. Es innegable.
—Una de las cosas que llaman la atención de Minton’s es que además se ha convertido en una visita casi obligada para los músicos extranjeros. ¿A qué lo adjudicás?
—No hay tantas disquerías especializadas. Y a los músicos les gusta tener discos. Y así la voz se fue corriendo. Cuando un músico extranjero llega a la disquería es porque algún amigo se lo recomendó. ¿No te pasa eso cuando viajas? Le preguntás siempre a algún amigo dónde podés comprar discos en el lugar a donde vas.
—¿Qué pensás del jazz que se hace en la Argentina? Pregunto porque no solés tener discos locales en tus bateas.
—Conozco el jazz que se hace acá. Tengo buenos amigos dentro de la escena local y he vendido algunos de esos discos en el local. Creo que, si bien hay buenos músicos, buenos trabajos, estamos muy lejos de todo. La Argentina siempre fue un país con mucho interés por la cultura. Bastaría con ver las enormes figuras del jazz, de la música clásica e incluso del rock que han venido a lo largo de los años. Pero igual seguimos estando lejos de donde se cocina la cosa.
—Sin embargo, las distancias se acortaron con las nuevas tecnologías, internet, las redes, etc. Hoy es más sencilla la búsqueda de información.
—Obviamente que sí. Incluso el Festival de Buenos Aires ha hecho mucho en ese sentido, mayoritariamente en la época en que lo dirigió Adrián (Iaies). Él trajo grandes músicos que no interesaban a los privados. Y esos músicos dieron clínicas, hicieron tocadas, cruces con los argentinos. Y eso fue muy bueno para la actividad. Pero hoy en día también lo hemos ido perdiendo. El festival ya no tiene el presupuesto de aquellos años y los pocos músicos extranjeros que vienen lo hacen solo por horas. Recuerdo haber estado charlando con Paolo Fresu en su última visita. Llegó, tocó y se fue. No estuvo ni diez horas en el país. Eso no favorece el intercambio.
—Pero siempre nos quedan los discos…
—Nos quedan los discos, claro.
Festival por los 30 años de Minton’s
-Domingo 7 de mayo: David Virelles, solo piano.
-Domingo 14 de mayo: 1 set: Julia Moscardini-Carlos Moscardini dúo. 2 set: Adrián Iaies, solo piano
-Domingo 21 de mayo: Pablo Ledesma- Pepe Angelillo- Martín DeLassaletta- Javier Puyol
-Domingo 28 de mayo: Mariano Loiácono quinteto
*El festival tendrá lugar en Prez Jazz and Music Club. Anchorena 1347 (C.A.B.A.)
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