Marzo de 1973: el lobizón y la suma de todos los miedos en una ciudad bonaerense

El libro “El lobizón de Carlos Casares”, de Fernando Soto Roland, reconstruye una historia fantástica en Carlos Casares, vivida al mismo tiempo que el peronismo volvía al poder luego de 18 años

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Muchos de los lectores habrán oído hablar de la leyenda de “el viejo de la bolsa” o el “hombre de la bolsa” –cuando no, sufrida en carne propia la amenaza de que el personaje siniestro acudiría por él. “Vení a casa o te va a llevar el viejo de la bolsa” o “andá a dormir, que si no te va a raptar el hombre de la bolsa” podían ser dos ejemplos del buen uso de esta amenaza sobre los niños que insistían en jugar en la calle (¿en tiempos ya idos?) o cuya tardanza al acostarse se transformaba en amenaza a la paz de toda la familia.

Una efectiva forma del control social a escala micropolítica: está claro que el adulto que invocaba la amenaza no creía en tal existencia. Pero repetía la leyenda sobre el secuestrador de niños, que acaso haya tenido origen en algún caso real de pedofilia y sustracción de menores en el siglo XV o XVI en España. Es la época en la que resulta posible situar el nacimiento de la leyenda. Pero jamás lo sabremos a ciencia cierta. Cada uno puede imaginar su propio “viejo de la bolsa” como más deseen sus terrores.

Señalamos el carácter familiar del control social realizado por esa antigua leyenda. Otras veces pueden ser más colectivos.

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Tal vez algo así haya ocurrido durante marzo de 1973 en la localidad de Carlos Casares, cuyos habitantes sufrieron el acoso sistemático del “Lobizón” por aquellos días siniestros. Todo casarense pudo dar cuenta de las pesadillas ocasionadas por la presencia del monstruo de origen criollo.

Las páginas del diario El Oeste fueron investigados para escribir el libro "El lobizón de Carlos Casares"
Las páginas del diario El Oeste fueron investigados para escribir el libro "El lobizón de Carlos Casares"

Se recordará que el lobizón es el séptimo hijo varón de una pareja, que es condenado por ese azar del destino al castigo de transformar su sustancia humana por la de un animaloide similar al lobo. Así de bravo y peligroso. Para evitar la maldición, el recién nacido debía ser apadrinado por el presidente de la nación, costumbre que aún se mantiene, que además permite ver cómo se entromete el Estado en todas estas cosas.

Así lo demuestra El lobizón de Carlos Casares, de Fernando Soto Roland, primer libro del Centro de Investigaciones Fantásticas Editores y primer episodio de la colección “La Marciana”, que publicará un nuevo número cada cuatro meses.

Hace cincuenta años los hechos que sumieron en el temor a toda la población comenzaron a manifestarse tímidamente durante los primeros días de marzo de 1973. Algunos vecinos de las zonas alejadas del centro contaron que habían visto a un ser que no era humano, que emitía gruñidos ajenos a todo lo conocido, que provocaba temor. En el diario lo denominaron “el fantasma de la laguna” (los barrios periféricos de la ciudad habían sufrido devastadoras consecuencias por las inundaciones, que se sumaban a una situación social pauperizada).

Ya la edición del 12 de marzo de El Oeste le dió la página 2 al fenómeno y en letras molde titulaba “Nuevas apariciones del Fantasma de la Laguna y todo un barrio bajo el Terror”. ¿La tapa? Una foto de Andrés Campoy, nuevo intendente justicialista y primer peronista en la historia en gobernar la localidad, que se había impuesto a la UCR en representación del Frente Justicialista de Liberación. El comentario político sobre las elecciones ocupaba media columna de esa página, debajo de la noticia escalofriante del Fantasma de la Laguna. No se daban mayores referencias al triunfo presidencial de Héctor Cámpora, que iniciaría días agitados y esperanzados en un país que abandonaba al régimen político de la dictadura militar iniciada en 1966 por Juan Carlos Onganía.

El diario El Oeste publicaba testimonio de vecinos afectados por los ataques del lobizón
El diario El Oeste publicaba testimonio de vecinos afectados por los ataques del lobizón

La leyenda del lobizón

Pero era marzo y las noticias le pertenecían al estruendo del lobizón. Fernando Soto vivía en Bolívar, una localidad cercana a Casares, y los ecos de esa figura terrible en la localidad vecina habían llegado a sus oídos. Soto tenía diez años.

“Hace cincuenta años, cuando vivía en Bolívar, provincia de Buenos Aires y muy cerca de Carlos Casares, empezó a circular el rumor en el pueblo de que por la zona había aparecido un lobizón. Era un rumor que corría de boca en boca, pero nadie sabía bien de qué se trataba la cuestión. Yo supe el día en el que el padre de un amigo mío, que justo regresaba de Carlos Casares, tiró sobre la mesa del comedor de su casa el diario El Oeste.

En la tapa del diario estaba una imagen plasmada del lobizón, un dibujo muy tremendo de la bestia. Era un diario y los diarios siempre decían la verdad, pensaba yo a los 10 años. Eso me sacó de la realidad cotidiana y me metí en un mundo de fantasía y de terror que ya acostumbraba a ver en las películas de la Hammer, el mítico estudio que producía películas de terror. Ese dibujo del lobizón me impactó profundamente y la verdad que me dio mucho, mucho miedo. Estuve varias noches sin dormir”.

Rafael Testa, fotógrafo del diario "El Oeste" de Carlos Casares, en los días de marzo del 73 cuando el hecho tuvo gran difusión en la zona
Rafael Testa, fotógrafo del diario "El Oeste" de Carlos Casares, en los días de marzo del 73 cuando el hecho tuvo gran difusión en la zona

Décadas después, durante la pandemia, Soto decidió aclarar qué había significado el monstruo durante ese marzo de 1973. Hizo varios llamados, algunos con resultado negativo y otros más amables y dispuestos a recordar. Como no se podía viajar por el coronavirus, decidió preguntar en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional si existía alguna colección de El Oeste. Y existía.

Los testimonios y los ejemplares del diario le permitieron reconstruir una historia alucinante en la que todo un pueblo se ve sumergido en el terror del lobizón, mientras la “amenaza peronista” –o de las reivindicaciones sociales postergadas, si se quiere– también actuaban como un monstruo para ciertos sectores de la sociedad. No debe olvidarse que el lobizón comenzó sus apariciones del otro lado de la vía del ferrocarril que dividía Carlos Casares entre centro y periferia. El monstruo de los barrios bajos figuraba a sus habitantes como víctimas, a la vez que también como amenaza latente al orden y la paz social.

El diario El Oeste priorizaba en 1973 la supuesta información sobre el lobizón por sobre las noticias políticas
El diario El Oeste priorizaba en 1973 la supuesta información sobre el lobizón por sobre las noticias políticas

“En la mitología autóctona de este tipo de seres aterradores, hay una constante que gravita en torno a la geografía de la ciudad –dice Soto a Infobae–: hay una especie de línea divisoria en todos los pueblos marcada por las vías del tren. Quienes se paran del lado del centro podrían ser asociados con lo racional, con la civilización, diría Sarmiento. Las afueras del pueblo más allá de las vías, donde vive la gente más carenciada, sin recursos, es el lugar donde aparecen estas criaturas. Podría pensarse que en un primer momento se tomó con ironía el testimonio sobre la existencia del lobizón, pero luego la historia empezó a crecer y hasta el propio centro se asustó. Se produjo una especie de temor colectivo muy patente en toda la sociedad, tanto así que cruzó las fronteras de Casares”.

El temor colectivo llevó a la organización de búsquedas por parte de la policía. En botes, recorrían la laguna en busca del monstruo. También hubo hombres de civil pertrechados con escopetas, revólveres y cuchillos, para realizar búsquedas colectivas de la bestia. La escena, si se le sumaran antorchas, bien podría incorporarse a las colecciones vívidas del más radical surrealismo.

El libro de Fernando Soto fue editado por el sello La Marciana
El libro de Fernando Soto fue editado por el sello La Marciana

En el diario se describen las huellas dejadas por el monstruo, un vecino muestra su ropa desgarrada por el agresor nocturno, una víctima asegura que éste que se había metido en la casa de su madre, aullado y rasgado las paredes, a centímetros de la habitación donde se habían encerrado. El ciudadano decía: “Yo lo único que pido es que cuando lo encuentren lo quemen en la picana eléctrica, y avísenme que yo quiero ir a verlo”. Al terror se le sumaba más terror, del tipo estatal, ya vigente en la época, pero que se desataría contra todos los monstruos sociales desde el 24 de marzo de 1976.

A fines de marzo la noticia comenzó a decaer, se avistaba cada vez menos al lobizón y finalmente un “criollo”, Bernardo Aranda, de 33 años, tuvo un encuentro mano a mano con el lobizón, consignado por El Oeste. El fotógrafo del diario le dijo a Soto, casi medio siglo después, que ese hombre mató a la bestia frente a la Quinta de Boccio, detrás del hospital. De ese final no dio cuenta el periódico local.

Fernando Soto, autor del libro, era un niño en tiempos del supuesto merodeo de un lobizón
Fernando Soto, autor del libro, era un niño en tiempos del supuesto merodeo de un lobizón

La investigación de Soto escarba en el terror masivo que se discierne en ciertos mitos fantásticos que, de pronto, cobran vigencia y asaltan a una población, una ciudad, una nación. Y muestra el modo en el que un medio de comunicación puede ser el cristalizador de esos temores. En la inventiva popular y en su traducción periodística, al menos en el caso de Carlos Casares, parecen quedar de manifiesto las señales de una época de cambios que, como se sabe, terminarían en el verdadero horror de la dictadura.

Así se infiere de la visita del lobizón a Carlos Casares, en el mes de marzo del año de 1973.

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