“Guys and Dolls”, “Medea” y más: los clásicos en Londres vuelven a sentirse nuevos

La cartelera de teatro londinense se renueva con algunos títulos muy conocidos que demuestran que hay obras que nunca pasan de moda

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El elenco de la obra
El elenco de la obra inmersiva "Guys and Dolls", dirigida por Nicholas Hytner, en el Bridge Theatre de Londres (Manuel Harlan)

El control de multitudes adquiere un significado totalmente nuevo en la Nueva York en ebullición que evoca la reposición de Guys and Dolls del director Nicholas Hytner. En el teatro que Hytner cofundó a orillas del Támesis, el público llena el espacio como si se arremolinara en Times Square. Los actores y coristas del musical se abren paso entre la multitud a través de pasarelas móviles y entrelazadas, infundiendo al espectáculo de 1950 la energía urbana de 2023.

La producción es inmersiva al máximo; un equipo de escenógrafos vestidos como los mejores neoyorquinos hace de espectadores del Bridge Theatre -que también pueden sentarse a lo largo del perímetro de varias gradas- para los números atemporales de Frank Loesser. Miss Adelaide (Marisha Wallace) y las Hot Box Girls se contonean en “A Bushel and a Peck” en una plataforma; Sarah Brown (Celinde Schoenmaker) y Sky Masterson (Andrew Richardson) bailan rumba en “Havana” en otra; y todo el reparto, que incluye al irresistible Nathan Detroit de Daniel Mays, se reúne en una tercera, para el clímax del segundo acto de “Sit Down, You’re Rockin’ the Boat”.

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Assaad Bouab y Janet McTeer
Assaad Bouab y Janet McTeer en "Fedra" del director Simon Stone en el Teatro Nacional de Londres (Johan Persson)

La producción de Hytner tiene a un amante del teatro musical flotando, también - en el aire. La frescura del planteamiento es emblemática de lo que está ocurriendo con las obras clásicas en los escenarios londinenses, donde deslumbrantes reposiciones replantean escenarios tan diversos como la Grecia de Eurípides y la Nueva Orleans de Tennessee Williams. En el nuevo teatro del West End de la ciudad, Soho Place, Sophie Okonedo y Ben Daniels interpretan una Medea que te atrapa con la fuerza de un tren bala. Justo al otro lado de Charing Cross Road, el Phoenix Theatre presenta un abrasador Un tranvía llamado deseo, con Patsy Ferran en el papel de una Blanche profundamente dañada y el recientemente nominado al Oscar Paul Mescal (Aftersun) como su feroz adversario, Stanley.

Y en el National Theatre, Janet McTeer acaba de terminar una temporada en la versión contemporánea y desgarradora de Fedra, del director y adaptador Simon Stone, representada en una caja giratoria que pone el sexo y el horror sensacionalmente bajo el cristal.

Cualquiera de estas obras, o todas ellas, merecen una vida más allá de los límites de sus representaciones londinenses. No es que un viaje a las colonias sea la solución definitiva, pero sin duda representaría una distribución satisfactoria de la riqueza teatral.

Muchos de mis encuentros en un viaje a Londres este mes fueron con grandes obras reconsideradas en gran medida. Esto demuestra la fuerza atemporal de estas obras. Pero también sugiere que se está produciendo un reencuentro vital con algunos de los pilares más sólidos de una forma de arte que la pandemia negó al público durante tanto tiempo.

Ben Daniels y Sophie Okonedo
Ben Daniels y Sophie Okonedo en "Medea", dirigida por Dominic Cooke, en Soho Place en Londres (Johan Persson)

La única velada decepcionante fue una nueva obra en el Teatro Harold Pinter: la versión en inglés del director Ivo van Hove de A Little Life (originalmente en neerlandés), una orgía de dolor y sufrimiento de casi cuatro horas adaptada de la popular novela estadounidense de Hanya Yanagihara de 2015. Contextualizar las penurias del personaje principal (interpretado con impresionante energía por James Norton) es totalmente admirable, pero la duración extrema y la trama repetitiva juegan en contra de la misión sensibilizadora de la obra.

Por el contrario, Fedra se instala de forma tan perturbadora en el sistema nervioso que la única forma de desterrarla podría ser por prescripción facultativa. McTeer, cuya interpretación de Nora Helmer en Casa de muñecas en Broadway hace 26 años merece realmente el adjetivo de “legendaria”, interpreta aquí a Helen, una acomodada inglesa casada plácidamente con el Hugo de Paul Chahidi. Un encuentro sorpresa con Sofiane (Assaad Bouab), hijo de un marroquí con el que Helen tuvo una aventura muchos años antes, pone en marcha una tragedia espoleada por una pasión enloquecida y desbordante.

Stone puso en escena otro clásico actualizado y cargado de emoción en un decorado similar a un terrario: Yerma, de Federico García Lorca, de 1934, sobre una mujer que pierde la cabeza por su incapacidad para concebir. Esa producción, que visitó el Park Avenue Armory de Nueva York en 2018, prefigura Fedra, una versión basada en las de Eurípides, Séneca y Racine. La habilidad de Stone para desnudar la agonía en las vidas de personajes modernos desesperados se revela de nuevo en esta producción y, en McTeer, tiene a una de las intérpretes más asombrosas de la agitación interior que trabajan en la actualidad.

La crisis de la torturada Helen de McTeer, miembro del Parlamento, secretaria del gabinete en la sombra y madre del precoz Declan (Archie Barnes) y de la resentida Isolde (Mackenzie Davis), es una calamidad hipnótica. Se sabe lo que va a ocurrir y, sin embargo, con McTeer, se está pendiente de cada giro atroz. Como espectador desventurado, Chahidi ofrece una actuación entrañablemente divertida, y como protagonista activo del colapso psíquico de Helen, el sobresaliente Sofiane de Bouab demuestra ser un hombre de una profundidad engañosa. El mundo de Helen gira -literal e inexorablemente- hacia un final digno de Hitchcock. El público del National’s Lyttelton Theatre queda conmocionado, destrozado y aturdido.

Contar con una Medea concurrente tan sorprendentemente concebida no deja lugar a dudas sobre los antiguos griegos portadores de regalos. Okonedo es una dramaturga de talla mundial, como demostró no hace mucho en Antonio y Cleopatra en el National, junto a Ralph Fiennes y bajo la dirección de Simon Godwin. Aquí, en Soho Place, un nuevo teatro circular diseñado pensando en la comodidad física, la Medea dirigida por Dominic Cooke no ofrece ningún consuelo.

Paul Mescal y Patsy Ferran
Paul Mescal y Patsy Ferran en "Un tranvía llamado deseo" dirigida por Rebecca Frecknall, en el Phoenix Theatre de Londres (Mark Brenner)

Es la obra definitiva de ¿Cómo ha podido? del canon occidental, una madre que se ve abocada al horrendo acto del filicidio como venganza rencorosa contra un marido alegremente infiel. Cooke distribuye a las mujeres de Corinto (Jo McInnes, Amy Trigg, Penny Layden) en asientos alrededor del escenario, como si fueran vecinas parlanchinas incapaces de guardarse sus comentarios. El dispositivo nos alista como miembros de un público obsesionado con el escándalo en la escena de un crimen en curso.

Daniels interpreta a todos los hombres del drama de traje moderno y, sobre todo, al imperioso Jasón, estúpidamente incapaz de comprender la magnitud de la devastación de Medea. Sus hijos, interpretados por un grupo rotativo de jóvenes, aparecen brevemente en escena para subrayar la espantosa yuxtaposición de la inocencia asesinada en nombre de la traición de los adultos.

Okonedo, como McTeer, es la feroz protagonista. ¿Qué hay en el porte de las grandes actrices que les permite controlar tan fácilmente la temperatura de una gran sala? Al igual que otras actrices a las que he visto encarnar este volcán de dolor - Fiona Shaw y Diana Rigg entre ellas - Okonedo insiste en que no descartemos la rabia de Medea como simple locura. Con la mandíbula firme y resuelta, Okonedo agita las cenizas necesarias de una amargura latente. A causa de la infidelidad de Jasón, Medea ha perdido no sólo la compasión familiar, sino también la protección maternal. El logro aquí es hacer que el impulso hacia una carnicería indescriptible parezca inevitable.

La inevitabilidad también está en el ADN de Un tranvía llamado deseo. “Hemos tenido esta cita desde el principio”, le dice Stanley a Blanche de forma amenazadora antes de cometer la violencia física que le roba sus últimos restos de cordura. La descarada y expresiva puesta en escena de Rebecca Frecknall en el Phoenix de la oscura y poética obra maestra de Williams orquesta los brutales enfrentamientos de la obra al ritmo enervante de los riffs jazzísticos del batería Tom Penn.

La tensión entre Stanley, de Mescal, y Blanche, de Ferran, se crea en un cóctel de espíritus incompatibles: El Calibán terrenal de Mescal, por así decirlo, y la Ariel huidiza de Ferran. No se trata sólo de que Stanley sea un bruto; Mescal también consigue parecer la fragilidad masculina encarnada, del mismo modo que Ferran no es simplemente una flor marchita. Hay una espina dorsal de acero en su Blanche, tras un barniz de tul y el recuerdo de las magnolias.

Celinde Schoenmaker, como Sarah Brown
Celinde Schoenmaker, como Sarah Brown y Marisha Wallace como Miss Adelaide en "Guys and Dolls" en el Bridge Theatre de Londres (Manuel Harlan)

En un sombrío decorado de Madeleine Girling, que podría ser un almacén abandonado del Barrio Francés, la historia de Williams se desarrolla con la certeza de Eurípides. Los demás personajes, incluso los simpáticos Stella (Anjana Vasan) y Mitch (Dwane Walcott), son espectadores indefensos. Pocas veces se llega a sentir, tan lastimosamente como aquí, la ira primaria de Stanley y la locura de Blanche.

En Guys and Dolls del Bridge no se insinúa nada más que la capacidad del teatro para elevar el espíritu. El afectuoso desvío que Loesser hace del brío neoyorquino inspira a Hytner su propia y dulce inventiva. Y el reparto saca provecho de las profundas reservas de ingenio del musical. Con el alegre vestuario de Deborah Andrews y Bunny Christie -que también ideó el decorado-, Wallace y Schoenmaker se convierten en chispeantes protagonistas cómicos. (“Marry the Man Today”, cantada por la Adelaide de Wallace y la Sarah de Schoenmaker en pistas contiguas, es un placer especial).

Este es el segundo Guys and Dolls divino de la temporada, el primero el pasado otoño, con un espléndido reparto y una puesta en escena de estilo concierto en el Kennedy Center. Aquí en Londres, la Runyonland evocada en el libro de Abe Burrows y Jo Swerling te envuelve a otro nivel. Los coreógrafos Arlene Phillips y James Cousins hacen un uso tan emocionante de las plataformas cambiantes que es como si los números se bailaran en los tejados. Justo cuando pensaba que Guys and Dolls no podía subir más el listón.

Fuente: The Washington Post

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