Fito Páez, del músico que construyó su propio mito a la biopic que logra su canonización

Tras el estreno de la serie “El amor después del amor”, un recorrido por la obra del artista que supo hacer poesía y éxito de su vida y de su particular manera de observar el mundo

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El amor después del amor | Tráiler oficial | Netflix

El estreno de la serie El amor después del amor en Netflix termina de cerrar la canonización en vida de Fito Páez dentro de la cultura popular argentina. A partir de acá (para eso sirven las mitologías que proponen las biopics en tanto género) se crea la leyenda del héroe rosarino como un relato más sobre la construcción de una figura que puede poseer su épica ascendente (como si la vida tuviese una dirección y hasta un destino predeterminado), y el hecho de atravesar y recorrer su camino farragoso y lleno de obstáculos (la muerte en todas sus formas como principal protagonista y el amor como única tabla de salvación ante cada momento de destrucción y autodestrucción) hasta llegar a algo así como la iluminación, la conexión y la comunión con el entorno, que siempre –en el realismo capitalista, según lo entendía Mark Fisher- tiene la cara del éxito en términos capitalistas: número de discos vendidos (“¡el disco más vendido en la historia del rock argentino!”), cantidad de tickets que vuelan (“¡estadios sold out!”), etc.

Hay que destacarlo porque es una cuestión que pocas veces se puede presenciar en tiempo real, sobre todo pensando en que la mayor parte de los honores se reciben de forma póstuma (y esa es, básicamente, la historia del arte en Occidente), y en ese sentido es un hecho extraordinario que excede a la música como marco y escenario para pasarlo por encima.

Fito Páez logró desbordar el territorio y límite que lo vio nacer y crecer para formar parte de una seña y contraseña de los habitantes de este suelo: su imagen es un emblema con espíritu icónico (delgadez, rulos, anteojos), sus líricas le dan letra y palabras a los sujetos para que puedan expresarse (“las vida es una moneda”, etc.), sus melodías son metas establecidas como sinónimo de lo reconocible para el oído del pueblo (“Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dijo Perón). Y fue un trabajo a largo plazo que hoy vemos concretado y que el mismo Páez llevó adelante desde la publicación de su primer disco: Del 63, en 1984.

Fito Páez
Fito Páez

Desde el mismo comienzo de su relación con la música y la creación, Fito Páez comprendió que el océano que iba bucear para ir a buscar ese material del que están hecho las canciones era su propia existencia. Lo dijo muchas veces a lo largo de su vida en cantidad de entrevistas: “uso mi vida como laboratorio”. Hay un disco de Lou Reed que se llama Growing Up In Public (Crecer en público). Cuando uno se enfrenta a la obra de Fito Páez el primer puente de comprensión es ese: se lo vio crecer frente a los ojos de su audiencia. Los hechos que lo marcaron (y fueron muchos: ya sea en el mejor –amistades, amores- y el peor de los sentidos–asesinatos, traiciones) siempre aparecieron de forma directa en sus letras. Y esta es otra faceta de su modo de trabajar la escritura: no es la metáfora misteriosa ni el trabajo con las figuras poéticas herméticas la manera que tiene de asentar su escritura, sino que lo hace desde la catarsis y aproximándose a lo prístino y lo diáfano.

Páez siempre quiere ser claro: Dar es dar (“Dar es dar/Y no fijarme en ella/Y su manera de actuar”), Un vestido y un amor (“Te vi/Juntabas margaritas del mantel/Ya sé que te trate bastante mal/No sé si eras un ángel o un rubí/O simplemente te vi”), El diablo de tu corazón (“Ey, ¿qué te pasa, Buenos Aires? Es con vos/No es la tecno ni el rock”), Fue amor (“Yo podría haberlo hecho mejor/Vos podrías acercarte a mí/Yo intuía que esto, mi amor/Se rompía y esto es siempre así”), entre otras de un catálogo inmenso. Pero así como utiliza la primera persona para filtrar su propia experiencia y bajar línea existencia (“Aprendé de mí, que soy un chico pobre de allá, del interior”), Páez hace gala de su narración cuando utiliza la tercera persona para crear sus personajes que van poblando sus discos: El chico de la tapa, 11 y 6, Sasha, Sissí y el Círculo de Baba y demás.

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Entre esta primera persona para exponerse y la tercera persona para mostrar los seres que lo conmueven (mostrar historias siempre desbocadas y salvajes –pensar en Dos días en la vida- en un mundo siempre urbano y despiadado), Páez crea su mundo y su relación con el mundo. Constantemente se sabe desde qué lugar habla, canta, arma su discurso: la existencia es un lugar complicado pero hay cosas a las que vale la pena prestarle atención, como por ejemplo el amor. Y se trata de un devenir (el suyo y el de sus personajes) que busca encontrar un rayo de levedad entre tanta tragedia (privada y pública). Esas palabras que Páez encuentra en sus canciones se montan encima de melodías y sonoridad que se quedan impregnadas como parche a la piel (pensar en Mariposa tecknicolor, por ejemplo). “Por el mundo yo no me dejo desanimar” dice en Lo que el viento nunca se llevó.

Durante los Grammy Latinos 2022
Durante los Grammy Latinos 2022

A diferencia de muchos artistas dentro de la música argentina, Fito Páez nunca tuvo un espíritu parricida y confrontativo con el pasado (quizás esto hay que pensarlo en relación a su biografía). Fito Páez nunca quiso hacer borrón y cuenta nueva ni consideró que con él comenzaba un nuevo capítulo en el rock argentino. Fito Páez se apropia del pasado y se lo puede pensar como el mejor alumno (graduado con honores y las más altas medallas, por supuesto) en esa escuela del cancionero nacional. Fue un buen alumno de las lecciones de Litto Nebbia (una pena que no tenga ninguna presencia en la serie porque es él quien mejor ayuda a comprender la relación de Fito con los sonidos del Brasil, el folklore, etc.), de Luis Alberto Spinetta y de Charly García. Todo lo que en ellos se queda a mitad de camino o no se resuelve de la mejor manera (sea el uso del dinero o la propagación de la imagen pública o cómo tener una carrera longeva en primer plano masivo, entre otras cosas), en Fito Páez alcanza su punto de consagración que a su manera expande las lecciones de sus maestros hasta lugares insospechados. Maestros a quienes, por otra parte, sigue reivindicando hasta el día de hoy.

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En ese sentido resulta fascinante ver en la serie el modo en el que Fito Páez resuelve o mejora o enloquece las canciones en el estudio, (como cuando incluye a Batato Barea, Tortonese y Urdapilleta al comienzo de Hazte fama). Y son instancias en la que siempre aparece García (un divertido Andy Chango) para hacer su aprobación y saber que el pájaro Páez ya dejó el nido y vuela solo y alto. Dice en la canción Al lado del camino: “Yo era un pibe triste y encantado/De Beatles, Caña Legui y maravillas”. Pero hace tiempo que en vivo cambia la letra (la última vez fue en el Festival de la canción en Viña del Mar) y canta: “Yo era un pibe triste y encantado/De Beatles, Litto Nebbia, Spinetta y Charly García.”

El artista en la última
El artista en la última edición de Cosquín Rock (TELAM)

El amor después del amor, como disco, es una obra más sobre la supervivencia (la palabra “después” es la clave) que sobre el amor. O, tal vez, sobre las estrategias que se ponen en funcionamiento para no caer ante el peso del presente y el pasado y poder seguir adelante. En la biografía de Páez que escribieron Enrique Symns y Vera Land, tal vez la mejor aproximación al músico y que está pronto a reeditarse, cuenta Fito: “Lo único que busqué con la música fue cariño, por no tener madre. A lo mejor suena un poco psicoanalítico, pero funciona de esa manera”. Entonces El amor después del amor representa un quiebre en la relación del músico con el público porque instaura algo que (por momentos) parece imposible y Páez se encarga de recordar: hay un mañana. El nivel de identificación fue inmediato.

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En una época tan compleja como los años 90 en cuanto a la tradición del rock argentino y con todos en su propio mundo (hablamos de Nebbia, Spinetta y Charly) sin generar conexión con las masas, Fito Páez reclama para sí el trono de gran solista argentino para no soltarlo nunca más. En ese aspecto, Páez, que formó parte de la renovación de la música postdictadura del under porteño (justo él que había pisado Capital Federal a bordo del colectivo de la Trova Rosarina), cimentó un recorrido artístico (Ciudad de pobre corazones era una obra maestra que es una foto muy clara de esa época oscurísima) que encuentra su pico de vinculación extrema con el público en El amor después del amor. Lo que viene a continuación de un disco exitoso de esas características, magnitud y alcance es un cheque en blanco por parte del público que muy pocas veces se puede romper. De ahí que Fito, que siempre había mostrado un bagaje de interés que aspiraba a lo que antes se consideraba “alta cultura”, se diversificó: llegaron películas, libros y un grado de exposición que con los almanaques de este lado de la historia se puede ver que el músico lo pudo aprovechar a su favor.

Es natural que ningún otro trabajo haya tenido la visibilidad que consiguió El amor después del amor (una de las últimas huellas del siglo XX de la gloria a la que siempre aspiró el mercado discográfico mainstream antes del derrumbe de la industria discográfica bajo el pie poderoso de internet en el siglo XXI). Sin embargo, lo sirvió a Fito Páez para no detenerse y seguir creando como si no existiese mañana o tuviese todavía un mercado propio (cosa que es real). Sin ir más lejos entre el 2021 y 2022 sacó una trilogía: Los años salvajes, The golden light y Futurología Arlt. De todas maneras, los últimos Vélez que llenó eran para conmemorar los 30 años de El amor después del amor. Sin embargo, sabemos que hay mucho más de Fito Páez hacia adelante y hacia atrás. De algún modo, logró enloquecer el tiempo (ya cumplió los 60 años) pero sabe que hay un punto de conexión que se volvió inquebrantable y donde es posible comprenderse con afecto y esperanza, como soldados que sobrevivieron a la más cruenta batalla: existir en el planeta tierra. Todo gracias a las canciones. Ya lo decía Nietzsche: sin música la vida sería un error.

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