Cómo asesinar a “Los tres mosqueteros”

La nueva versión cinematográfica del clásico de aventuras de Alejandro Dumas se toma licencias narrativas que puede generar indignación, tanto como un penal inventado, según el autor de este texto

"Los tres mosqueteros: D’Artagnan" (2023), de Martin Bourboulon

Hola, ¿cómo andan? Yo, bien, por suerte. Bah, en realidad, más o menos, porque últimamente me angustia todo. Hago una doble falta y me angustio; no encuentro lugar para estacionar y me angustio; nos cobran un lateral en contra y me angustio. Miren lo que son las cosas que en la sesión pasada le dije a mi psicólogo: “Me angustia todo, tenés cliente para rato”; me respondió: “¡Ey, cómo me rebajás con eso de cliente, yo tengo pacientes!”, y ahí nomás, listo, me angustié.

Les pongo otro ejemplo, que viene más al caso. El otro día alguien comentó en Twitter que no le pudo seguir el hilo a la columna que escribí sobre Cumbres borrascosas. ¿Qué pasó cuando vi el posteo? Me angustié. No tanto por la crítica, sino porque el lector tenía razón, aquel fue un texto rebuscado, apenas entendible. Mi psicólogo, con cara de “Mirá la pelotudez que me trajo este”, me dijo que era sano aceptar el error, que de las equivocaciones se aprende más que de los aciertos. Y yo me quedé más tranquilo, pero re angustiado. No sé si me explico.

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Lo más loco es que hay gente que hace las cosas como el culo y ahí anda, sin angustiarse ni un poquito. Los guionistas de la última adaptación de Los tres mosqueteros, por ejemplo. El fin de semana fui a verla al cine con hija y novia, porque tropecé en la calle con una publicidad que la promocionaba y enseguida se me despertó el espíritu espadachín que llevo dentro. Desde que leí el libro, allá por la tierna infancia, siento que soy parte de esa honorable hermandad, siempre lista a batirse a duelo para salvar el honor de reinas, condesas, lavanderas y, ya que estamos, de Francia. Primero las damas, segundo Francia, digamos. Ah re, qué pelotudo.

Estos guionistas hicieron las cosas mal, les decía, pero en realidad es más grave. Vengo ante este estrado a acusarlos de haber cometido un asesinato con premeditación y alevosía. Paso a exponer mi caso del modo más ordenado posible, no sea que alguien después diga que no pudo seguir el hilo y yo termine angustiado.

"Los tres mosqueteros", el clásico de Alejandro Dumas

Primera prueba: en el libro de Alejandro Dumas (señores, de pie, estamos ante el George Lucas del siglo XIX), la historia arranca con D´artagnan montado en un jamelgo espantoso, un Rocinante del que todos se ríen. En la película, lo primero que vemos es a nuestro joven gascón cabalgando sobre un tordillo hermoso, más propio de un caballero poderoso que de un pobre adolescente de provincias. No les voy a decir que me angustié tan rápido, pero algo incómodo me sentí.

Segunda prueba: en la obra original, de camino a París, nuestro protagonista sortea de milagro un entuerto en el que lo muelen a palos y le roban una carta clave para su historia. En la película el entuerto sucede, pero la consecuencia es que a nuestro joven gascón lo matan, lo entierran y revive. En realidad no lo matan, parece que lo matan, y no es que revive, sino que aguanta la respiración y se levanta de la tumba todavía fresca, babeando y jadeante. Mientras esto pasaba en la pantalla, mi hija me codeaba y me susurraba que ella había visto la versión de Barbie y era distinta, y mi novia me codeaba y me susurraba que desconocía semejante conexión entre mosqueteros y The Walking Dead. ¿Yo? Me codeaba y ahora sí, empezaba a angustiarme.

Tercera prueba: apenas unos minutos después, el siempre sabio y angustiado Athos despierta en una cama, con el cadáver desnudo y ensangrentado de una jovencita a su lado. Por culpa de este hecho que, conviene aclarar, en el libro no existe, es sometido a juicio y condenado a la horca. Pero ojo, porque estos delincuentes de los guionistas, no contentos con haber violado una vez más la historia, hacen que uno de los miembros del tribunal lo llame, muy suelto de cuerpo, “Conde de La Fere”. Momento, momento...

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Yo lo siento si se pierde el hilo, pero toda angustia tiene un límite. Dumas, (señores de pie, estamos ante el Master Yoda de la intriga palaciega), guardó bajo siete llaves el secreto de que las angustias de Athos y el Conde de la Fere eran las mismas, porque entendió que era clave que nosotros, lectores ingenuos de una aventura de capa y espada, no lo supiéramos hasta casi el final. Y ahora resulta que vienen estos asaltantes de guiones y así, como quien dice Mbappé va, a los diez minutos de película develan uno de los misterios mejor construidos de la literatura universal. A esa altura mi angustia ya era grande, tan grande como el palacio del Louvre, como la maldad de Milady, como el penal que nos afanaron en el clásico de Avellaneda (y eso sí que es hablar de algo grande).

"Los tres mosqueteros: D’Artagnan" (2023), de Martin Bourboulon

Mientras novia e hija se babeaban con D´artagnan y el hermano del Rey Luis, porque hay que reconocerles que para el casting-facha los productores anduvieron bien, yo acumulaba pruebas y me angustiaba. Les agrego dos más.

En el libro, Milady es la gran antagonista. Luego de haberles hecho la vida imposible a nuestros queridos mosqueteros, es capturada, juzgada por ellos mismos y condenada a la pena máxima, sin siquiera ser llamados por el VAR. En una escena cargada de dramatismo, la rubia espía es ejecutada con un corte seco en el cuello, aplicado por un verdugo que todavía, en algunas noches de tormenta, me provoca pesadillas. En la película Milady es morocha, fuma, tiene muy pocos minutos en cancha y se suicida arrojándose desde un peñasco. Qué manga de ladrones. Qué angustia, querido Rey…

Antes de despedirme, les dejo la última. Otro gran pilar de la historia es el temido Cardenal Richelieu, un personaje en el que Dumas (señores de pie, estamos ante el Mario Puzzo de su época) logró meter cristiandad, lascivia, poder, patriotismo, maldad, justicia. A semejante máquina expresiva, estos mierdas le dieron tres o cuatro escenas, todas menores, donde Monseñor apenas pone un par de caras y dice unas pocas frases penosas, más robadas que penal de Yael Falcón Pérez en el Libertadores de América.

Bueno, redondeando. Yo escribo algo medio pedorro sobre una adaptación de Cumbres borrascosas y me angustio. Estos homicidas destrozan una obra de arte y ahí deben andar, contando euros y fumando Gitannes en el Café de la Paix.

Ah, una cosa. Recuérdenme no entrar a Twitter, no sea cosa que esta columna tampoco la hayan entendido y me angustie.

Les quiero mucho.

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