Gianrico Carofiglio: “Escribir desde una perspectiva femenina cambió mi forma de ver el mundo”

El autor, considerado un maestro de la novela negra italiana, presenta este sábado en la Feria del Libro de Buenos Aires su última novela traducida al español: “La disciplina de Penélope”

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Gianrico Carofiglio es una de las figuras internacionales que pasarán por la Feria del Libro de Buenos Aires (Foto: Adrián Escandar)
Gianrico Carofiglio es una de las figuras internacionales que pasarán por la Feria del Libro de Buenos Aires (Foto: Adrián Escandar)

La cita con Gianrico Carofiglio (Bari, 1961) es en una radiante mañana otoñal en una arbolada esquina de Buenos Aires. El escritor, considerado un maestro de la novela negra de Italia, se encuentra en la capital argentina para presentar este sábado en la Feria del Libro “La disciplina de Penélope” (Duomo Ediciones), su última novela traducida al español.

“En muchos sentidos este personaje, una mujer, es el más autobiográfico que he escrito”, dice el autor sobre Penélope Spada, la protagonista de la novela. Se trata de una ex fiscal —como el propio Carofiglio— que investiga el asesinato sin resolver de una mujer en Milán. Un personaje duro y frágil a la vez, difícil de olvidar.

Carofiglio —alto, mirada intensa— responde a las preguntas con la amabilidad propia de quien abogó en ensayos y artículos sobre la importancia de esta cualidad. La conversación abarcará temas tan diversos como la trayectoria de este escritor, quien además de fiscal fue parlamentario y ahora es un intelectual comprometido con temas como la convivencia civil y la calidad del debate democrático.

—¿Por qué, después de tantos protagonistas masculinos, esta vez eligió a una mujer como protagonista de esta novela?

—Llevaba varios años pensando en escribir una novela con una protagonista femenina. Aunque en muchas novelas anteriores los personajes femeninos eran y son muy importantes, incluso más importantes quizás que el personaje masculino principal, es cierto que nunca había escrito una novela que tuviera a una mujer en el centro de todo. Al principio empecé a escribir el libro en tercera persona porque, al ser la protagonista una mujer, pensaba que era demasiado utilizar la primera persona. Pero luego me dije que, si quería hacer este experimento literario, tenía ir hasta el final, con todos los riesgos literarios que esto implicaba.

"Llevaba varios años pensando en escribir una novela con una protagonista femenina" (Foto: Adrián Escandar)
"Llevaba varios años pensando en escribir una novela con una protagonista femenina" (Foto: Adrián Escandar)

—¿Cómo fue empatizar con el sexo opuesto?

—Escribir en primera persona una historia sobre una mujer protagonista fue una experiencia, antes que literaria, humana. Fue muy interesante porque gracias a la escritura, pero también gracias a todo lo que hice para prepararme, adopté perspectivas femeninas de las que no tenía ni idea y cambié literalmente mi forma de ver el mundo. Así que para mí esta novela fue un punto de inflexión literario y personal.

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—¿Cómo se preparó para escribir la novela?

—Hablé con muchísimas mujeres. Esta es una historia contada desde el punto de vista de una mujer. Por lo tanto, para que fuera creíble tuve que acumular cuanto más material posible: puntos de vista diferentes sobre cosas profundas, sustanciales para la forma de ver la vida, el amor, las relaciones con los demás, la decepción con el mundo masculino, por ejemplo, pero también sobre cosas aparentemente secundarias. Mientras estudiaba para escribir este libro, aprendí a ver cosas que antes no veía. Incluso complementos de ropa, joyas, formas de vestir, pequeñas formas de elegancia o dejadez. Cosas que se me quedaron grabadas, que ahora veo y antes no veía. Es como si se hubiera levantado un velo sobre una parte del mundo. Y luego comprendí algunas cosas más generales sobre cómo nuestras sociedades evolucionadas siguen siendo gobernadas desde un punto de vista masculino. La dominación masculina sigue existiendo, aunque esté disfrazada.

—¿Qué respuesta recibió de parte del público femenino?

—Uno de los cumplidos más bonitos que recibí por este libro es que parece escrito por una mujer. Es un gran cumplido. Y obviamente tiene que ver con la magia de escribir, de tener que ver el mundo “como si...”. Y en este caso debo decir que fue un poco más difícil. Fue un motivo de gran enriquecimiento y también de satisfacción.

Los libros de Gianrico Carofiglio, con seis millones de copias vendidas, han sido traducidos a 28 idiomas (Foto: Adrián Escandar)
Los libros de Gianrico Carofiglio, con seis millones de copias vendidas, han sido traducidos a 28 idiomas (Foto: Adrián Escandar)

—Algunos críticos notaron que Penélope es, en cierta forma, un personaje épico. ¿La elección del nombre buscaba transmitir esto?

—La elección del nombre ocurrió como ocurren muchas cosas en las novelas. La idea original era que el personaje se llamara Miranda. Me gustaba mucho, un nombre precioso. Y luego resulta que mi hermano, quien también es escritor, publicó una novela donde había un personaje muy diferente, pero que se llamaba Miranda. Así que tuve que cambiar el nombre. Después de unos días de darle vueltas se me ocurrió Penélope. No fue un mero cálculo. Pero resultó algo afortunado. Una vez que un personaje tiene nombre, su carácter también se forma por el nombre. Y entonces, de ahí está está la alusión involuntaria al personaje épico, y que le da un tono épico que me gusta.

—Penélope era una fiscal que por un asunto que en la novela no se explica deja el poder judicial. ¿Fue una decisión deliberada dejar al lector con la intriga a la espera de una segunda novela?

—No fue algo deliberado, aunque me doy cuenta de que puede parecerlo. En realidad, cuando se escribió esta novela no incluía la posibilidad de una segunda parte. Pretendía ser una novela independiente. La trágica historia que lleva a Penélope a salir del poder judicial obviamente ya la conocía mientras escribía este libro. Pero no tenía nada que ver con esta historia, en el sentido de que no formaba parte de ella, y así me encontré terminando el libro sin haberlo explicado, sin haberlo contado. Y esto hizo que fuera bastante natural escribir la continuación, que es Rancore (Rencor), en la que se cuenta ampliamente lo sucedido.

—Además de ser la primera mujer, es la primera vez que el personaje protagonista de una de sus novelas hizo su mismo trabajo, el fiscal.

—Sí, en general necesito un poco de distancia con las cosas que cuento. Cuando todavía era magistrado, no escribí nunca sobre personajes que hicieran mi trabajo. En cambio contaba historias desde otros puntos de vista, como el del abogado defensor. Desde la distancia, también sentía un poco de nostalgia por ese trabajo que me gustaba. Y vertí estas características en el personaje. En muchos sentidos, éste personaje, una mujer, es el más autobiográfico que he escrito.

"La disciplina de Penelópe" (Duomo Ediciones) es la última novela de Carofiglio traducida al castellano (Adrián Escandar)
"La disciplina de Penelópe" (Duomo Ediciones) es la última novela de Carofiglio traducida al castellano (Adrián Escandar)

—En la disciplina de Penélope vuelve a aparecer un tema que ha tratado en varios ensayos y artículos: el de la “mediocridad moral”. ¿Qué significa este concepto?

—Es un tema que me obsesiona. Está presente en muchos libros, de diferentes formas. La mediocridad moral es la actitud de quienes se comportan de una determinada manera pero buscan engañarse a sí mismos, para autojustificarse. Y es tanto más deplorable cuanto mejores parecen las justificaciones. La mediocridad moral es básicamente la incapacidad de decir y decirse la verdad. Es una práctica constante de falsificar historias sobre uno mismo y sobre los demás. Y es un problema de intrusión del ego y de incapacidad de liberarse de ese condicionamiento para intentar realmente comprender y comportarse de manera moral.

—Penélope es alguien que reflexiona sobre esto. Sin embargo, no es muy indulgente consigo misma. Por el contrario, es muy dura.

—Por eso Penélope es la más trágica de los tres personajes que he construido e inventado. También por la cesura trágica que en un momento dado partió su vida en dos. Ella es el personaje en el que la introspección es más dolorosa y en cierto modo más despiadada. Porque está atormentada por lo que le ocurrió y por el hecho de que, en muchos sentidos, ocurrió por su culpa.

—En el libro también hay referencias a la literatura. Penélope es alguien muy atenta a los libros, a lo que la gente lee. ¿Usted qué libros lee? ¿Cuáles han sido sus modelos literarios, los autores que de alguna manera la marcaron?

—Leo de todo y de forma completamente aleatoria. No pretendo que sea la forma correcta, pero para mí lo es. Las pocas veces que intenté leer dándome la tarea ‘tengo que leer a tal autor’ he naufragado muy rápidamente. La lectura para mí es un asunto completamente anárquico, un ir saltando de una parte a otra sin reglas y posiblemente siguiendo la inspiración que te da un libro para ir a buscar otro. Y así leo de todo, de abajo para arriba. Ahora me estoy interesando mucho por Jung, por ejemplo, porque en la próxima novela habrá muchas referencias narrativas al psicoanálisis de Jung. Leo muchos ensayos, muchas novelas, cuentos. Ahora estoy leyendo poesía y también leo novelas comerciales. Hay novelas comerciales que son agradables de leer, por supuesto. Son como tomar una gaseosa. Y a veces te llevas sorpresas.

—¿En el género policíaco, cuál es algún autor fundamental para usted?

—En la construcción del personaje, en la dimensión del personaje solitario en la ciudad, al principio me influyó un escritor americano, ahora olvidado, que se llama Lawrence Block. Ha escrito cosas excelentes y yo había leído varias de ellas justo antes de empezar a escribir, hace más de veinte años. Es un escritor formidable. Ha escrito un centenar de novelas. Obviamente no todas son buenas, pero hay cinco o seis de ellas ambientadas en Nueva York, entre los años setenta y ochenta, que son simplemente la mejor muestra del noir de alto nivel. Relata la ciudad y la soledad de este personaje, Matthew Schneider, un ex-policía, ex-alcohólico, que se mueve por esta ciudad terrible, con esta dimensión ética, casi desesperada. Desde el punto de vista estilístico, en cambio, creo que me influyó la escritura de Raymond Carver. Lo extraño es que Carver nunca me conmovió especialmente, pero su escritura, el trabajo sobre la frase, es muy parecido a lo que yo intento hacer.

—Como fiscal usted se ha ocupado de casos de crimen organizado, pero este tema no entra en sus libros. ¿A qué se debe?

—Se lo explico con una broma: en las novelas en las que hablo de la incierta frontera entre el bien y el mal, me interesa más el crimen desorganizado que el crimen organizado. Es decir, los crímenes cometidos por razones estúpidas, por motivos fútiles, incomprensibles si uno los mira desde fuera. Que por desgracia son un número increíble. Es difícil imaginar cuántos crímenes terribles dependen de razones de una banalidad indecible. Y sin embargo es lo que más interesa contar en una novela policíaca porque nos enfrenta a la cuestión fundamental de la banalidad y la estupidez del mal, que es banal, estúpido, pero que puede destruirlo todo.

Lawrence Block y Raymond Carver fueron dos de los autores que más influenciaron la obra de Carofiglio (Adrián Escandar)
Lawrence Block y Raymond Carver fueron dos de los autores que más influenciaron la obra de Carofiglio (Adrián Escandar)

—En varios ensayos también reflexionó sobre el tema del lenguaje y la manipulación de las palabras. ¿Por qué es importante hacer un buen uso de las palabras, evitar su degradación?

—Bueno, el cuidado de las palabras es un hecho constitutivo de la calidad de la democracia. Hay una frase atribuida a Confucio que dice: “Cuando las palabras pierden su significado, los hombres corren el peligro de perder su libertad”. Y es una verdad profunda. Si el poder habla un lenguaje vago, difícil de entender, oscuro o deliberadamente impreciso, es más difícil ejercer control sobre el poder y, por tanto, el poder deja de ser visible y, de hecho, controlable. Norberto Bobbio decía que la característica de la democracia reside en el hecho de que el poder se ejerce de manera visible. Cualquier práctica que tienda a hacer menos visible o incluso indescifrable el ejercicio del poder es una práctica antidemocrática que debe ser combatida. Así pues, la cuestión del cuidado de las palabras es una cuestión de ética democrática. Hay un filósofo estadounidense del lenguaje y las instituciones, John Searle, que dice que el principal contrato social de una colectividad es la confianza en una lengua compartida. En el momento en que esta confianza cesa, porque quienes ejercen el poder hablan un lenguaje que no se entiende, la calidad de la democracia y la legitimidad de las instituciones están en peligro.

—Ha escrito que la amenaza procede de la simplificación, del empobrecimiento por eslóganes. ¿Cómo funciona este mecanismo?

—Hagamos una premisa: hablar claro, hacer que los conceptos sean lo más sencillos y comprensibles posible son prácticas democráticas, civilizadas, de higiene social. Una cosa es evitar la oscuridad innecesaria, hacerlo lo más sencillo posible, y otra muy distinta simplificar o más bien trivializar. En el momento en que los conceptos se vacían, volvemos a caer en el fenómeno del que hablábamos antes. Es decir, no dices nada y si no dices nada, no puedo controlar lo que haces. La práctica manipuladora de los políticos siempre ha existido, pero en esta época, por muchas razones, las manipulaciones lingüísticas son más peligrosas que antes debido a los medios sociales, a la velocidad de la comunicación, de la información. Y por eso la vigilancia democrática pasa también por la vigilancia sobre el lenguaje.

—En otro ensayo, Della gentilezza e del coraggio (Sobre la amabilidad y el coraje), intenta sugerir reglas para una convivencia civilizada. ¿Qué son para usted la amabilidad y el coraje?

—La amabilidad de la que hablo en el libro no es cortesía, buenos modales, educación. Todas ellas son cualidades que obviamente nos gustan. Pero la amabilidad de la que hablo en el libro es una estrategia para afrontar el conflicto, que es una parte inevitable de nuestras vidas, individual y colectivamente. Significa enfrentarse al conflicto, no escapar de él, sino intentar practicarlo de forma no destructiva. Y esto se hace de muchas maneras. Pero la forma fundamental reside en la capacidad de ver las cosas incluso desde el punto de vista de quienes piensan de forma muy diferente a nosotros. No para estar de acuerdo, sino porque ésta es la premisa para un conflicto potencialmente positivo, para la búsqueda de posibles puntos de encuentro y, en cualquier caso, para la coexistencia civilizada de puntos de vista diferentes. Así pues, la amabilidad de la que hablo es una virtud casi marcial. Sirve para combatir eficazmente, pero éticamente, a uno de los bandos.

Concretamente, por poner un ejemplo, cómo se pone esto en práctica es lo que yo llamo -no sólo yo- escucha activa: escuchar realmente lo que dice la otra persona, comprenderla de verdad. Ver más allá del condicionamiento sobre aquello en lo que realmente no estamos de acuerdo, lo que es sólo cosa del ego. Y luego tratar de abordar los puntos de desacuerdo de manera mutuamente respetuosa.

"El cuidado de las palabras es un hecho constitutivo de la calidad de la democracia" (Foto: Adrián Escandar)
"El cuidado de las palabras es un hecho constitutivo de la calidad de la democracia" (Foto: Adrián Escandar)

¿Y el coraje?

—Hacer esto requiere valor. Normalmente, en las confrontaciones con los que piensan diferente a nosotros, reiteramos automáticamente nuestra posición, nos aferramos a ella porque la vemos como una razón de identidad. Lo que pensamos, aunque no conscientemente, es que si abandonamos algo, nuestro ego se verá mermado. Ser capaz de liberarse del condicionamiento del ego cuando se entra en conflicto con otros requiere coraje. En el conflicto dialéctico, a menudo tomo ejemplo de las artes marciales, y en el conflicto físico. El buen luchador es el que no lo convierte en una cuestión de orgullo, por lo que tiene que ganar o tiene que destruir a su oponente. Es el que trata de evitar la lucha y, si es indispensable, intenta hacerlo de la manera menos destructiva posible.

—Sin embargo, estamos en una época en la que parece que triunfan los más prepotentes, quienes más gritan.

—Sí, son victorias digamos temporales y contingentes, pero ciertamente, esta misma forma de funcionar de nuestra época, quizá más que en el pasado, es una de las razones por las que intenté reflexionar sobre estos temas y por las que escribí ese libro.

—Usted es un ex parlamentario del Partido Democrático (PD, centroizquierda), que hace poco eligió a Elly Schlein como nueva secretaria general. ¿Cuál es su opinión sobre esta nueva etapa que se ha abierto en la izquierda italiana?

—Es demasiado pronto para emitir un juicio sobre la calidad política de la acción del PD dirigido por Elly Schlein. Tengo muchas perplejidades, porque todo el camino que llevó al cambio de secretaria no me convenció. Pero voté por ella. Así que hago esta premisa. En esta primera fase, en la que no ha habido nada decisivo, me parece que no ha cometido errores y que de alguna manera se ha reconstruido un mínimo sentido de comunidad, de la izquierda en general y del PD en particular. Por supuesto que me gustaría que triunfara, pero de momento no se puede decir. Sin duda es una mujer que tiene cualidades, de eso no hay duda, y no habría llegado allí si no las tuviera. Está por ver hasta qué punto ella y el grupo dirigente del que se ha rodeado serán capaces de desarrollar una propuesta política real. Espero que le vaya bien. Hay que darle tiempo.

Presentación del libro “La disciplina de Penélope”

Sábado 29/04 a las 16.00 hs.

Sala Alejandra Pizarnik – Pabellón Amarillo

Evento realizado por el Istituto Italiano di Cultura, Riverside Agency y Duomo Ediciones.

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