Fui, vi y escribí: Música para mañana

Un instrumento y una clase de música dictada a tiempo pueden cambiar una vida y torcer un destino. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

En la actualidad, hay 16 orquestas infantiles y juveniles que dependen del Programa del Ministerio de Educación de la Ciudad.

Hola, ahí.

El sábado pasado estuve durante varias horas escuchando música. No fue en mi casa, tampoco en un teatro ni en un auditorio. Lo que voy a contarte en este envío tiene que ver con mi experiencia de ver y escuchar a chicos y chicas de entre 6 y 19 años que ensayan en algunas de las orquestas infantiles y juveniles de la Ciudad, espacios que funcionan en escuelas públicas de zonas que, a lo largo de los años, fueron calificadas como postergadas, de acción prioritaria o vulnerables.

Hablo de esos barrios habitados por personas a quienes las sucesivas crisis económicas les impiden levantar cabeza, sectores sociales en donde un instrumento musical al alcance de la mano y una clase de música dictada a tiempo pueden cambiar una vida y torcer un destino.

De eso voy a hablarte hoy.

Sebastián Pardo dirige un ensayo en la escuela Rodó, del Bajo Flores.

Bajo Flores

Oscar Albrieu Roca es un reconocido percusionista nacido en Río Negro que, además de su proyección como músico, coordina desde 2019 del Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles de CABA, fundado por el pianista Claudio Espector en 1998 en Villa Lugano y que en estos meses cumple 25 años en acción.

Mientras viajamos en su auto hacia la primera escuela que vamos a visitar, Oscar me cuenta que el programa depende del Ministerio de Educación de la Ciudad y que en la actualidad hay dieciséis orquestas en funcionamiento. El mapa es este: tres orquestas en Lugano, tres en Parque Avellaneda, una en Constitución, dos en Retiro, dos en Balvanera y, en La Boca, Barracas, Flores, Mataderos y Caballito, una por barrio.

Me cuenta también Oscar que, actualmente, estudian música en las escuelas públicas a través de este programa unos 2.000 chicos y que, a lo largo de los años, ya pasaron cerca de 25.000 alumnos. Muchos de ellos siguen tocando, me dice también. Profesionalmente, agrega. Y muchos de ellos integran el cuerpo docente. Y me parece tan hermoso eso.

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La mañana sorprende por el clima de bendita primavera en otoño y entusiasma a vendedores y clientes en la Feria Bonorino, donde es posible comprar ropa, comestibles de todo tipo, herramientas y diversos objetos a precios económicos. Atravesamos la feria para llegar a la escuela N° 12, José Enrique Rodó, que se encuentra a pocos metros del bullicio.

Son las 11.30 de la mañana y los chicos llegaron a las 9 para ensayar. Están en el patio, es tiempo de desayuno. Dos adolescentes caminan del brazo y dan vueltas y vueltas mientras cuchichean. Unos cuantos varones de los más chicos pretenden treparse a un árbol hasta que alguien —uno de ellos, se ve— viene y alerta a los profes de la travesura. A los dos segundos ya están todos con los pies sobre la tierra.

Uno de los profesores avisa que el recreo terminó. En un minuto, todos se sientan en ronda, en el patio, y hacen silencio al toque para escuchar las consignas de lo que viene.

Sábado a la mañana, ensayo musical en la escuela Rodó del Bajo Flores. El Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles de CABA cumple 25 años.

“No sabés los años que llevó que entendieran que silencio es silencio. Todavía me impresiona que obedezcan así”, me dice Marcelo Zanelli, psicólogo y coordinador pedagógico del Programa. El silencio, para quienes hacen música, tiene otro sentido. El silencio es parte de la música.

Oscar me dio un ejemplar de Lenguaje Musical. Nivel Inicial, un libro que preparó el cuerpo docente para los chicos. Leo: “Los libros de cuentos no se cuentan solos y un libro de partituras solo suena cuando alguien lo interpreta. Nos colmará de alegría verlos transformar estas páginas en música”.

Ahí nomás, el Barrio Ricciardelli, todavía más conocido como la Villa o el Barrio 1-11-14, de donde vienen muchos de los alumnos del programa. Ahí nomás, entonces, el narco, sus guerras y sus redes. Y los procedimientos policiales.

Y las familias. Y los chicos.

Diccionario

Estos son algunos de los sinónimos de la palabra vulnerable:

frágil

endeble

débil

indefenso

desvalido

abandonado

Axel Juárez comenzó a tocar en la orquesta de Lugano a los 8 años. Hoy tiene 29 años y vive de la música como docente y como trombonista.

Villa Lugano

Mi nombre es Axel Juárez.

Empecé a venir a la orquesta cuando tenía 8 años, nos habíamos mudado hacía poco a un departamento del Instituto de la Vivienda que les habían dado a mis papás y que quedaba relativamente cerca de la escuela a la que íbamos mis hermanas y yo. Yo estaba yendo a la escuela primaria y un día en el aula nos repartieron unos volantes que decían “Si querés aprender guitarra eléctrica y batería”, todo muy tentador, “venite el sábado a las 9 de la mañana que vamos a darte clases de música”. Era el año 2002.

Entonces, me llevé el volantito. Era sábado a la mañana y mis hermanas Jessica y Melisa, un poco más grandes que yo, estaban en catequesis en la parroquia de la villa 20. Mi mamá estaba con ellas. Mi papá toda la vida se dedicó a hacer changas, a sobrevivir de lo que se pudiera. En ese momento hacía changas de mecánica. Esa mañana estaba en el balcón arreglando un carburador. Y le digo:

—Me tenés que llevar a la escuela.

—¿Cómo a la escuela? Es sábado,¿estás loco?

—Me repartieron un volante que dice que van a dar clases de música y yo quiero aprender música.

Todo esto no venía de nadie porque en mi familia no había ningún músico, pero me había llamado la atención la propuesta y por eso le insistí.

—Me tenés que llevar a la escuela.

—Estoy trabajando y hoy no hay forma de que la escuela esté abierta.

Me encerré en el baño a llorar. Entonces mi papá vino y me dijo:

—Ok, vamos, pero es muy poco probable que la escuela esté abierta. Si está cerrada, te traigo a casa a patadas en el orto.

Fuimos. Era en la escuela 10 del distrito 21 y estaba abierta. Ese año hubo una donación de instrumentos de bronce y en las semanas en que fui yo, sólo había posibilidades de elegir entre esos instrumentos.

Entramos al aula, la profe se llamaba Ruth, era de Noruega, y en esas primeras semanas fue enorme el enganche que tuvo mi papá con el lugar, diría que más que yo, que en ese momento quería tocar guitarra eléctrica o batería, algo para música popular.

Lo que había eran instrumentos que yo no conocía. Por supuesto, son instrumentos que sorprenden, porque son dorados y brillantes. Mi papá me presionaba para que eligiera la trompeta, que era el instrumento que él conocía. Pero yo vi el trombón y me sorprendió más que ninguno.

Me acerqué a la profesora y le dije: mi papá quiere que yo elija ese pero yo prefiero ese otro. Ella me guiñó el ojo y entonces dijo en voz alta: “Bueno, la verdad, por la forma de tu boca te vendría mejor tocar el trombón”. Hizo todo el chamuyo para que yo tuviera lo que me había gustado.

Y ahí arranqué: tenía 8 años. Y hoy tengo 29, vivo con mi mujer, que es psicopedagoga, y nuestra hija de un año y siete meses. Desde 2017 doy clases en la misma orquesta en la que fui alumno (desde 2012 ya daba clases en otros lugares).

Ensayo de una de las orquestas juveniles en una escuela pública de Villa Lugano

Siempre les cuento a amigos y a alumnos que en la primaria fui víctima de bullying. No me sentía a gusto, siempre fui el nene ñoño e inteligente, no tenía un espacio en donde sentirme parte. Era malo para los deportes y no me querían en los equipos. De la mano de eso, siempre fui un niño traumado y la orquesta era el único espacio en donde me sentía bien.

En estos casos, siempre hay un nivel de sensibilidad y una incapacidad de defenderse… En mi familia nunca hubo alguien presente para enseñarme eso. De chico me pegaban y me quedaba quieto; no sabía qué decir ni cómo defenderme. Las pocas veces que intenté hacerlo, siempre me salió mal porque los que me pegaban estaban a años luz.

Yo creo que todos somos esencialmente seres hermosos y lo feo lo copiamos de otros. En mi casa no había violencia contra mí, a mí no me pegaban pero mi papá sí le pegó a mi mamá durante muchos años, hasta que entendió que no debía hacerlo. Y uno aprende a defenderse si ve cómo lo hace otro, pero yo veía que él le pegaba y ella no se defendía…

—Debés estar siempre atento al bullying y a la violencia intrafamiliar en el caso de tus alumnos, imagino.

—A ellos siempre trato de hablarles de la situación que viví para enmendar mi propia historia y mostrarles los seres hermosos que son; para ayudarlos a que se cuiden y se valoren, a que valoren su cuerpo y que nadie atente contra ellos. Siempre me ocupo de acentuar lo que tiene que ver con el trabajo en equipo y la colaboración entre ellos. En música es fácil, también, porque se trata de buscar un sonido en común y no de sobresalir por encima del otro. Sin embargo hay otro problema en este tipo de espacios y es la competencia, esa es una de las cosas más complicadas de trabajar porque ¿cómo hago para que uno de los chicos que mejor resulta desde lo académico no se termine subiendo al pony y, por ahí, detrás de eso, maltrate a otro?

Vivo de la música, igual que mis dos hermanas mayores, que al año siguiente al que entré yo, empezaron a estudiar acá también. Mi familia quedó maravillada con lo que veían, con lo que aprendíamos nosotros y con los instrumentos gratis, con que había una orquesta y había conciertos. Para nosotros fue un espacio de contención y de pertenencia.

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Mis dos hermanas también viven de la música; Melisa, la del medio, toca el corno francés y a los 19 entró a la Banda de Cadetes de la Policía Federal. Hace unos años empezó a pensar en proyectarse hacia algo más, pero tiene tres hijos, se le hace complicado por ahora.

La más grande, Jessica, al igual que yo, tuvo diferentes trabajos y ahora uno de los trabajos que compartimos es en la Orquesta Sinfónica Nacional. Jessica fue la primera mujer en integrar la fila de contrabajos en la historia de la orquesta. Dentro de poco son los concursos por la estabilidad: ojalá podamos ganar los dos.

Trabajar como músico, sobre todo a nuestra edad, significa estar en muchos lugares a la vez. La situación del país es horrible para todos y no puedo decir que me alcance, pero en relación a la gente que conozco y, sobre todo, en relación a quién podría haber sido si no hubiera existido este programa, estoy recontra bien.

—La música te salvó.

—Sí.

Un modo de domar el mundo

Una serie de datos personales.

Porque a mi mamá le parecía importante, de chica tomé clases de piano y de guitarra. A esta última conseguí domarla durante la adolescencia, algo que me sirvió para tener un modesto repertorio de rock nacional a la hora del fogón.

Había un piano en mi casa cuando era chica, hay un piano en mi casa de grande. Yo tocaba, mis hijos lo hacen hoy. No soy experta en música pero admiro a quienes lo son y, sobre todo, a quienes encuentran en un instrumento un modo de expresarse.

Siempre me sentí cerca de los chicos, me gustaban, me gustan. Me divierten, me emocionan; por momentos me distraen de cualquier clase de angustia.

"¿Por qué la música?" (Serie Gong), de Francis Wolff.

Mi primer trabajo fue animar cumpleaños y en algún momento pensé estudiar algo vinculado a la educación, aunque la elección final fue la literatura. Fui mamá de mi primer hijo siendo muy joven y tuve más tarde dos hijos más, por lo cual la crianza ocupó un tiempo importante en mi vida, que se desarrolló a la par de mi trabajo. Leer y escribir con chicos alrededor se convirtió en algo natural. Sus voces fueron el coro que me acompañó por años a toda hora.

Hace exactamente un año, pude hacerle una serie de preguntas a Francis Wolff, un filósofo francés que trabajó once años en su libro ¿Por qué la música?, en donde a partir de un concepto universal (“Allí donde hay humanidad, hay música”), decidió indagar en los matices de esa revelación.

En cierto momento de la entrevista, explicaba así el vínculo de los niños con la música.

”¿Por qué en cualquier cultura los niños necesitan música? Buscan la regularidad del ritmo, o la suavidad de la melodía. ¿Por qué un arte tan abstracto (sin imágenes, sin palabras) tiene tantos efectos concretos, sobre el cuerpo, sobre la mente? (...)

La música es, para el hombre, un modo de domar el mundo, en particular el mundo imprevisible de los acontecimientos. La previsibilidad de la música es lo que provoca nuestra emoción, lo que calma y duerme al niño o quiebra el cuerpo de los tangueros, la mano que nos hace marcar el ritmo con el pie, inevitablemente, cuando escuchamos a Duke Ellington o a los Rolling Stones. Veamos cómo el niño consigue amaestrar su entorno ajeno a través de la repetición. El ser humano necesita ordenar el caos, transformar lo imprevisible en lo previsible, a través del ritmo, de la melodía, de la armonía”.

Pienso en la idea de dominar el caos que sentimos todos, siempre. En la necesidad de calmar las aguas de alrededor. Oscar y otros docentes que vamos viendo en las diferentes escuelas mencionan a la música como elemento ordenador en las vidas de los chicos que van los sábados y otro día en la semana para practicar su instrumento y ensayar en conjunto.

Oscar Albrieu Roca, percusionista y coordinador del Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles de CABA.

Todo lo que falta

Para muchas familias el Programa es el espacio de contención —como decía Axel, el profe de trombón— y también de revelación de un futuro. En el almuerzo de la escuela de Lugano charlé un momento con Vivi, madre de dos exalumnas, quien durante los años de estudio de sus hijas hacía trabajos voluntarios para las orquestas —por ejemplo, abrir la puerta de la escuela los sábados— y que hace un tiempo se formalizaron.

Su hija mayor, Marianela De Meis, tocó la flauta en una de las orquestas de Lugano durante varios años, hoy trabaja como abogada. Macarena, la más chica, también comenzó tocando flauta en la misma escuela hasta que un día llegó el fagot y hoy es una joven fagotista que vive de la música desde la docencia y arriba de los escenarios, como integrante de la Banda Sinfónica de la Ciudad.

Ensayo de la orquesta Infantil de una escuela pública del Bajo Flores

Cuando los chicos llegan por primera vez al Programa se vinculan con los diferentes instrumentos y, a partir del gusto natural, del conocimiento de los docentes y de las posibilidades prácticas, terminan eligiendo uno.

El cuerpo docente está integrado por 220 profesores, que trabajan en las diferentes orquestas. Hay maestros de música y asistentes y pedagogos que resultan clave para poner en marcha todo el sistema y, algo central, proteger el vínculo de los chicos con el Programa y conseguir la atención y el compromiso de las familias. En estos años, la gran tarea es lograr que no abandonen, que no dejen de ir por temor a lo que puede pasar en las calles o porque simplemente no pueden tener un espacio disponible para ensayar en casa con el instrumento que la orquesta les ofrece. “Garantizar un espacio para que ensaye un chico que toca la trompeta y vive en un ambiente con otras siete personas de su familia también forma parte de nuestro trabajo”, me explicó Oscar.

Hay también un sistema de detección y organización por el cual se arman grupos de ensayo, algo que se potenció en pandemia, cuando tuvieron que echar vuelo a la imaginación para pensar en cómo continuar practicando pese al confinamiento. Ese sistema les permite obtener datos de edades, composición de las familias y también la localidad de la que llegan los chicos. CABA es la primera localidad siempre y, hasta hace poco, Avellaneda o alguna del oeste cercana a Lugano ocupaban el segundo lugar. Hoy ese segundo lugar de origen es Caracas, Venezuela.

Unos dos mil chicos tocan en la actualidad en las orquestas de la Ciudad.

Más allá de los vaivenes políticos, en ese país existe un sistema de orquestas infantiles públicas que funciona desde 1975 —fue fundado por el músico José Antonio Abreu—, y que desde el vamos tuvo un propósito artístico pero también una voluntad de acción social.

Volvemos a la Ciudad de Buenos Aires. En una escuela de Caballito funciona el TAM (Trayecto Académico Musical), una orquesta formada por aquellos alumnos en quienes ya se vislumbra un posible futuro de músico profesional, y en donde pueden seguir practicando más allá de los 19 años, si provienen de las orquestas originales. Al ser adultos, muchos ya trabajan y se hacen el tiempo para seguir ensayando.

El Programa de orquestas depende del Ministerio de Educación —ya te lo conté— pero los instrumentos no alcanzan. Algunos de los docentes se inscriben en el sistema de Mecenazgo propiciado por la Ciudad con el propósito de comprar instrumentos. Es una vuelta de tuerca extraña pero legal y, sobre todo, una forma atenta y amorosa de paliar el déficit de las herramientas clave para hacer música.

Es por esto que toda donación es bienvenida. Hay un mail al cual dirigirse, el de la Asociación de Amigos de las Orquestas Infantiles y Juveniles, la ONG que se formó alrededor del Programa y que gestiona aquello que muchas veces se hace difícil de gestionar desde el mismo sistema: para averiguar qué está faltando o conectarse con quienes saben qué necesidades tienen hoy las orquestas, podés escribirles a la dirección de correo electrónico amigos.orquestas@gmail.com.

La mirada sensible de Tavernier

Hay una película que vi en el momento de su estreno y de la que me acuerdo seguido. Lamentablemente, la frecuencia de ese recuerdo no solo tiene que ver con el talento de su director, Bertrand Tavernier, sino con el tema del film, que en lugar de estar vinculado al pasado se convirtió en un tópico central.

"Todo comienza hoy", de Tavernier, es una gran película de 1999 que trata -desde la mirada de un docente- sobre sectores sociales abandonados por el sistema.

La película es de 1999 y se llamaba —aún se llama— en castellano Todo comienza hoy pero también se la consigue como Hoy comienza todo. Trata la historia de un docente de una localidad del norte de Francia de población vulnerable. La economía del lugar se fue al tacho luego del cierre de una mina y, mientras los adultos se hunden en el alcohol y la depresión, los chicos siguen mirando el mundo con ojos nuevos. Daniel Lefebvre (protagonizado por Philippe Torreton) es el docente de jardín de infantes que se desespera ante la impotencia por un sistema que no termina de dar respuestas.

Recuerdo el monólogo de una maestra ya mayor, que cuenta el modo en que fue colapsando el sistema: cómo el conocimiento, la disciplina y la dedicación al saber dejaron paso a la escuela refugio, el último espacio de contención para esos chicos de quienes sus padres ya no pueden ocuparse.

Personalmente no conocía el Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles de la Ciudad, posiblemente vos tampoco. Trabajo en Cultura hace muchos años, nunca me había llegado una invitación para saber de qué se trata y verlo en funcionamiento.

No me voy a poner a hablar —a escribir— con el dedo en alto sobre el destino de los impuestos que pago; no me gusta ese modelo de contribuyente que se siente dueño de un negocio. Sí apoyo el modelo de ciudadano que paga sus impuestos para que ese dinero vaya de la mejor manera posible a la salud y la educación públicas, para que el Estado se ocupe de aquellos que necesitan atención y, sobre todo, de los más chicos y los más viejos, es decir, aquellos que no pueden solos.

...................................

El cuerpo docente del Programa de orquestas para chicos y jóvenes de la Ciudad está compuesto por 220 profesores.

Espero que te haya interesado conocer el funcionamiento de estas orquestas para chicos y jóvenes al igual que me interesó a mí.

Muchas gracias por todos los mensajes, de a poco me voy poniendo al día con las respuestas. Te recuerdo que mi correo electrónico es hpomeraniec@infobae.com: ahí me encontrás.

Arranca la Feria del Libro y se vienen semanas muy activas y moviditas, de modo que Fui, vi y escribí se toma un recreo y regresaremos con estos envíos a mediados de mayo.

Que lo pases muy bien, ojalá puedas darte una vuelta por la feria, y hasta entonces.

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