De los cuarenta años de democracia que en este 2023 recordamos e, incluso, desde su primera edición en 1975, solo en dos oportunidades (las de la pandemia del Coronavirus de 2021 y 2022) no tuvo Buenos Aires su otoñal y masiva Feria del Libro. En efecto, con la edición Nº 47 de este año y que nuevamente convocará a casi un millón de visitantes, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires sigue confirmándose como el acontecimiento cultural más importante de la Argentina y uno de los más trascendentes de su especie en América latina.
Por aquella continuidad en el tiempo, por la cantidad de días que permanece abierta, por el numeroso público que cada año asiste y también por el modo en que desde su creación fue convirtiéndose en un encuentro con fuertes repercusiones mediáticas, nuestra Feria puede muy bien considerarse como una vidriera en la que exhibir y a la vez observar muchos aspectos del mundo de la edición en particular y de nuestra cultura en general.
Pero durante estos cuarenta años de vigencia de la democracia, la Feria –organizada por la Fundación El Libro que nuclea a las diferentes expresiones de la corporación editorial- además de crecer en volumen y proyección, se fue consolidando como una caja de resonancia de las vicisitudes por las que atravesó la vida política y económica de la democracia recuperada en 1983. Sin ir más lejos, el acto protocolar con el que se abre anualmente la Feria al público se convirtió en un acontecimiento que va mucho más allá de su significación cultural para pasar a asumir características de un indudable acontecimiento político.
Las Ferias de la democracia
La primera Feria del Libro luego del 10 de diciembre de 1983 –cuya sede era todavía el Centro Municipal de Exposiciones y no La Rural, donde se lleva a cabo desde 1999-, es recordada por muchos como una verdadera fiesta. El retorno paulatino de los intelectuales exiliados a partir de la crisis de la Dictadura, la vigencia irrestricta de la libertad de expresión y la derogación de todos los mecanismos de censura y control autoritario y, desde ya el clima efervescente de los primeros tiempos de la transición, se vieron coronados con la presencia, por primera vez en la historia de la exposición, del propio presidente de la República en su acto inaugural.
Como era de esperar, en su discurso Alfonsín se encargó de presentar con énfasis el indisoluble vínculo que une la vigencia de las libertades públicas con la creación en general y, en particular, con la vida misma del libro. Afirmó Alfonsín en aquella oportunidad: “Estoy convencido de que esta nueva realización de la Feria Internacional del Libro nos importa y nos conmueve a todos. Nuestra alborada democrática se abre como un horizonte acogedor para que nos reencontremos en la manifestación de ideas y emociones, aun de aquellas que, por momentos, nos fueron retaceadas, cuando no ocultadas o reprimidas”.
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En sintonía con el presidente se manifestó el gran escritor Ítalo Calvino, quien invitado a participar de aquella Feria de 1984, celebraba en su conferencia que su primera visita a Buenos Aires ocurriera en “…un clima de recuperada libertad”.
Pero lo cierto es que aun cuando el furor por la restauración de las libertades se fue acallando porque eran ya una conquista irreversible y las crisis económicas dejaron en evidencia que la prosperidad sería una de las cuentas pendientes de la democracia, la Feria siguió concitando el interés y entusiasmo del público. Salvo la edición de 2002, en la que resultaron inocultables los efectos de la crisis de fines de 2001, siempre generó expectativa más allá de las incertidumbres y vicisitudes por las que transitó el país. De este modo, mediante sus Jornadas de profesionales y educativas, presentaciones de libros, mesas redondas y firma de ejemplares, la Feria sigue haciendo posible anualmente ese mágico encuentro entre los creadores y sus respectivos públicos.
Una vez más, fue Calvino quien en ocasión de su única presentación en Buenos Aires, definía de modo certero la significación de las Ferias del libro: “No creo que sea una casualidad el que las grandes ferias internacionales del libro tengan lugar a comienzos del otoño: en Frankfurt en octubre, en Buenos Aires en abril. Para mí, que soy italiano, el comienzo del otoño es la estación de la vendimia: igual que la vendimia celebra cada año la multiplicación de los racimos cargados de zumo, la Feria del Libro celebra la renovación de un ciclo: el de la multiplicación de los volúmenes. La misma sensación de profusión y abundancia domina uno y otro tipo de fiesta otoñal; el fermento de la tinta tipográfica emana una atmósfera de embriaguez no menos contagiosa que la del mosto que fermenta en las cubas” (El libro, los libros, 1984).
Una Feria independiente
Sobre el final del siglo XX y comienzos del actual y como respuesta a los procesos de concentración empresarial iniciados bajo la égida de la globalización en los años noventa, tanto en la Argentina como en el resto del mundo comenzaron a emerger nuevos sellos editoriales que quedaron identificados bajo el calificativo -impreciso y genérico- de “independientes”. Más allá de la pertinencia de su denominación, estas iniciativas tuvieron en común la necesidad de responder, al menos, a dos realidades propias de aquella globalización. Por un lado, la necesidad de que sus catálogos tomen distancia y se diferencien de los de la llamada “edición comercial”, identificada con las grandes corporaciones transnacionales del libro, atentas a captar al gran público mediante libros impacto y de venta asegurada. Por el otro y en estrecha relación con esto último, la necesidad de responder a las demandas de nuevos y más acotados “nichos” del mercado lector.
En el caso argentino, estas expresiones tomaron fuerte impulso luego de la salida de la crisis de 2001 y poco a poco lograron establecerse como una edición alternativa. De la mano de ese proceso y en general por conocer los intersticios específicos de la cadena de valor del libro, sus responsables comenzaron a diseñar un espacio para exponer y visualizar sus productos, históricamente acotados por el poco margen que un circuito de librerías también concentrado suele proporcionarles. Fue así que surgió lo que hoy se plantea como una alternativa diferente aunque no competitiva a la “Feria grande”: la Feria de editores.
Los extremos de la parábola de esta Feria, es ilustrativa no solo de las características entusiastas de sus organizadores y editores participantes sino de la ancestral y siempre indispensable fidelidad de los lectores. De su primera edición en 2013 en la FM La Tribu (de la que participaron tan solo 15 editoriales pequeñas), la del año pasado tuvo lugar en el más amplio recinto del Complejo Art Media, con la presencia de más de 300 sellos de toda América Latina y visitada por más de 18.000 personas. Un ejemplo más del modo magistral en el que Leandro de Sagastizábal y Luis A. Quevedo definieron a los editores, es decir también a sí mismos: “optimistas seriales”.
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Las mil y una Ferias
Siempre se ha dicho que leer es contagioso. De allí que la existencia de libros y lectura en las familias es el punto de partida más sólido para que las nuevas generaciones sean lectores. Ese efecto contagioso pareció ir trasladándose a lo largo de este tiempo a distintos lugares del país, impulsando iniciativas feriales de los más diversos tipos y formatos. Siempre con grandes esfuerzos, provincias y municipios del país han ido renovando y resignificando en este tiempo viejas tradiciones feriales o bien habilitando nuevas, pero siempre con el fin de generar nuevos lectores y seguir fidelizando el amor de los que ya lo son por el ancestral objeto-libro.
Sean grandes o chicas, locales o internacionales; para todo público o especializadas; al aire libre o realizadas en espacios cerrados, las Ferias del Libro, todas y cada una, confirman una vez más los dichos de Calvino: “Los libros están hechos para ser muchos; un libro solo tiene sentido cuando se coloca al lado de otros libros, porque sigue y precede a otros libros”.
Algo similar ocurrió durante estos tiempos democráticos con sus Ferias: cada una de ellas siguió y precedió a otras. Solo posible porque cada año de vigencia de la libertad también siguió y precedió a otros. Y fue así que se hicieron cuarenta…
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