Es difícil sorprenderse en el cine. Si uno lleva muchos años viendo películas, conociendo distintos estilos y géneros, a cierta altura da la impresión de que todo ya está más o menos inventado. O que, si hay algo nuevo, suele ser una combinación impensada de otras cosas ya vistas previamente. No sucede nada de eso cuando uno se topa con las películas de Lucía Seles. Verlas requiere acomodarse a un formato prácticamente desconocido. Autora de decenas de films, entre largos y cortos, entre lo que ella llama “videos centrales” y otros trabajos más experimentales, Seles explora el cine dejando de lado gran parte de sus convenciones clásicas, tradicionales. Inventa algo nuevo del mismo modo que se reinventa a sí misma.
Sus películas tienen una poética propia, una lógica narrativa única y en ellas aparecen elementos propios de la poesía, del teatro y hasta una cadencia que podríamos llamar “musical”. Pero esa explicación no alcanza a describirlas, mucho menos a explicarlas. Las suyas son películas para las que los términos tradicionales de la crítica no siempre funcionan. ¿Son amateurs? Si, pero no es nunca un problema. ¿Están montadas de una manera que no sería aprobada en ninguna escuela de cine? Probablemente, pero tampoco es un inconveniente. ¿Son repetitivas, por momentos incoherentes, giran sobre sí mismas? Si, muchas veces, pero eso mismo las hace fascinantes, únicas.
Las películas de Lucía Seles (que es un seudónimo, cuando actúa utiliza el de Selena Prat y en otros momentos de su vida respondió a nombres tales como Diego Fernández o Rocío Fernandes) son un universo, un mundo que se parece mucho al real pero que quizás no lo sea. Es un espacio para que una troupe de actores/personajes se desplieguen en una serie de escenas que funcionan a modo de comedia romántica, de drama pasional y, por momentos, casi a modo de relato de tensión y suspenso. Son criaturas a las que se conoce con nombres curiosos: la tenista (ojo, no “profesora de tenis” sino “tenista”), el sanjuanino, la mujer de Villa Elisa, el contador y la siempre angustiada Luján, algo así como el corazón latente de muchas de sus historias. En películas como Smog en tu corazón (una de las tres que presentó en el BAFICI del 2022) o Terminal Young (una de las dos que se ven en esta edición 2023), esa “cassavetiana” troupe actoral atraviesa una curiosa serie de situaciones que se vuelven aún más complicadas todavía porque todos ellos las viven con un desbordante estado de ansiedad, miedo y tensión.
El último dato que separa las películas de Seles de cualquier relato convencional pasa por los textos que escribe en la pantalla y que funcionan a modo de poético comentario de lo que vamos viendo. Escritos en un muy particular spanglish, estos textos reflexionan sobre lo que pasa y sobre lo que vemos, como si fueran dichos por el primer espectador de la película, que es la propia realizadora. Esas líneas sobreimpresas pueden expandir alguna relación entre los personajes, comentar sobre los escenarios (a Seles le fascinan las confiterías tradicionales, las rutas y los trenes, los edificios en apariencia feos) o, simplemente, funcionar a modo de extraña y encantadora poesía.
“Todo nace de que soy grafómana y no puedo parar de escribir, estoy como en guardia las 24 horas”, dice Seles, a la que el formato entrevista no le gusta nada y odia decir las mismas cosas que dicen todos los cineastas que odia. “Mi fortaleza es lo que más respeto de mí misma. Todo lo que me hace ilusión está en mí. Duermo con 04 biromes al lado (una de sus tantas particularidades idiomáticas pasa por agregarle un “cero” a los números de una cifra), o 02, 06 o 08, con cinta scotch en la cartera y estoy encerrada en eso. Ahí tengo infinitos fragments que me hacen ilusión grabar. De ahí salen muchos videos, algunos que son centrales y otros no, pero todos muy queridos. Fuera de esa guardia todo me hiere”.
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Seles, que viene de la música (estudió guitarra clásica, bandoneón y tiene, dice, “la más grande colección de partituras de guitarra clásica del universo”), hizo varias obras de teatro con su grupo, Cofradía Eurobásquet, y también ha trabajado en muchas otras cosas que nada tienen que ver con el arte, tiene un método de trabajo que es difícil de explicar pero que a ella le funciona muy bien. Su troupe de actores (que incluye a Martín Aletta, Gabriela Ditisheim, Laura Nevole, Pablo Ragoni, Ignacio Sánchez Mestre y ahora también a la gran Susana Pampín, entre otros) capta a la perfección su código un tanto extremo y pone todo de sí en largas y nerviosas escenas que se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. “Nadie sabe nada de lo que vamos a hacer hasta que estamos ahí para grabar –explica en su tono nervioso, agitado, pero a la vez cálido y amable–. Pero es increíble el respeto que nos tenemos y lo lindo que es trabajar con esas personas. Nunca me fallaron, lo mismo que Sebastián Toro, mi gran socio, y Gonzalo García Pelayo, los únicos que pueden tolerar y entender mi labor. Me gustaría tener un tumor en su homenaje”.
—¿Cómo llegás al cine? Empezás a una edad más grande que la mayoría de los cineastas…
—Cuando era chiquita veía 06 películas por día y sacaba en el videoclub abonos de 100 películas. Hasta los 26 años era lo que más hacía. Me compré una camarita en Emiratos Árabes cuando fui a trabajar como bandoneonista y empecé a filmar ahí. Hice 04 videos centrales y me puse a escribir todo el tiempo sin parar, con el mismo nivel de adrenalina y la misma fe. En 2018, muchos años después, compré una compu, me asesoraron y empecé a ser montajista de mis videos. Hice 26 videos, 12 centrales.
—¿Cómo es un día de rodaje en una película de Lucía Seles?
—Voy con un montón de anotaciones, 26 fragments por ejemplo, que quiero grabar. Pero nunca llegamos. Me importa mucho escuchar que sea lindo lo que dicen y eso empieza a construir todo. Nunca llego a los 26, a lo sumo a los 22. Y después es todo montaje. No exagero: estuve un mes y medio de a once horas por día montando. Fue tremenda la corrida. Pero hasta que no esté enamorada de lo que hay no lo ve nadie, hasta que no sale de mi compu, no existe. Lo que me molesta es ocuparme de la terminación.
—El montaje en tus películas es muy particular, no respeta ninguna lógica académica: tenés personajes al mismo tiempo en varios lugares, no te preocupas por cuestiones como los ejes, hay muchas reiteraciones de diálogos y haces cosas que no enseñan en las escuelas de cine. ¿Cómo llegaste a armar ese sistema?
—Lo inventé yo. El único montaje que me importa es el que hago yo. Me gusta defender la acumulación. Yo tengo 06 fragments que me hacen ilusión y los dejo, no me importa si se repiten o no. Le tengo cariño a lo que escucho, es lo que quiero escuchar. Yo no hago nada que no sea para mí. Si se dijo algo lindo más de una vez, lo dejo, no me importa la repetición.
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Transcribir el modo de hablar de Seles es complejo y lo que leen aquí no alcanza a transmitir su manera de expresarse (si ven The Urgency of Death, en la que actúa, podrán captarlo mejor). No utiliza frases armadas de modo convencional sino breves fragmentos (perdón, fragments) que se apilan en un modo de conversación que es verborrágico y a la vez impresionista, soltando conceptos fuertes de un modo inesperado. Un tema del que le gusta hablar es sobre un concepto que desprecia: la parodia. Es que, en otras manos, personajes excesivos como los de sus películas podrían bordear el patetismo, algo que raramente sucede en las suyas. “Me da repulsión la parodia”, asegura. “Uno de los problemas más graves es que se caiga para ahí, son patinadas tremendas. Pero trato de escaparle a eso y a los géneros reconocibles. No me gustan”.
—Algunas de tus películas funcionan en el marco de un club de tenis. ¿A qué viene esa elección?
—El tenis es un buen paredón de salida para hacer funcionar, para sostener una historia. Me gusta tener esos paredones. Quisiera filmar una película toda arriba de un colectivo, como el 218 por ejemplo. Es un sueño que tengo.
—¿Cómo vivís este repentino éxito, que en el Festival de Berlín pasen tus películas? ¿Te sorprende? ¿Te lo esperabas?
—Yo estaba segura que era de las mejores del mundo y lo vivo contenta y orgullosa pero también un poco resentida. Por ahí ahora un poco menos. Jamás pensé que yo no era lo que soy. Si no estuviera arriba de este caballo sería una tragedia y me merecería lo más grave que me podría pasar.
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—En las películas tenés una manera de comunicarte, especialmente en los textos sobreimpresos, que es muy particular, un poco en mal inglés y otro en un castellano más chileno que argentino. ¿De dónde viene eso?
—Son como mis toys. Yo soy de anotar así y eso va teniendo sus leyes. Hay palabras en español que me parecen aborrecibles y le agrego cosas en inglés, pero yo no sé hablar inglés, así que salen como a mí me suenan. Esa es la parte más comprometida. Estoy muy orgulloso de ellos. Si yo fallo en eso me muero. Los textos no son literatura, son otra cosa. Cada género tiene sus reglas.
Mientras promete enviar por email algunos fragments y otras cosas por si se olvidó de decir algo, Seles concluye con una frase contundente que deja en claro dónde se ubica como artista, qué es lo que le importa. “Las personas románticas entienden mis películas, los otros no. Yo no quiero ser ácida, no tengo forma de serlo. En este mundo estético, que es cualquier cosa, si uno va al dentista tiene todo más organizado. Pero yo amo todo lo que se ve en mis películas: esos depósitos, esos edificios que para algunos son feos pero para mí no. Todos mis fragments son ultra románticos. Fuera de la ficción, todo es una basura”.
*“Terminal Young” se verá en BAFICI el 25 y 27 de abril, y “The Urgency of Death” los días 27, 29 y 30.
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