Del mismo país de origen que representantes de las más icónicas vanguardias artísticas disruptivas del siglo XX, Martial Raysse podría ser considerado el gran sobreviviente y casi único representante vivo de una época en la que no había temor por hacer arte por el arte mismo. Con 87 años de edad, este artista, que ha sido honrado con el Praemium Imperiale de Japón en 2014, continúa en actividad.
Hijo de un artesano ceramista de Vallauris, tuvo la posibilidad de criarse en un ámbito artístico. Con poco más de doce años, se inició en la pintura y la escritura de poemas. Sin embargo, al concluir su educación secundaria se dedicó a la práctica del atletismo de alto rendimiento. El arte no parecía ser su objetivo principal.
Aun así, se ve atraído, sí, por materiales como el plástico, y empieza a crear piezas de ensamble de plástico desgastado hasta armar objetos presentados en cajas de plexiglas. En 1958 participa de una exhibición grupal, que contó con la participación de Jean Cocteau, y ya en 1961 tuvo su primera exposición individual. Para ese entonces, algunas de sus creaciones ya habían sido vendidas
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Fascinado por las posibilidades que el plástico le presentaba, así como, también, por la inspiración que le suscitaban los consumos, viaja a los Estados Unidos, donde el arte pop se encontraba en alza. Tal vez por ello, muchos han encontrado en él influencias de Andy Warhol y Roy Lichtenstein.
Pasa una temporada allí y coquetea con el pop art estadounidense, aunque ya era miembro, desde su fundación en 1960, del movimiento de los Nuevos Realistas. Pero esto no cejó la posibilidad de que Raysse irrumpieran con novedades estéticas como, por ejemplo, la inclusión del neón en sus obras.
La pieza que nos convoca, sin ir más lejos, es un pastiche (“reversión”) de pintor neoclasicista Jean-Auguste-Dominique Ingres, de 1814, también llamado La Grande Odalisque. En esta obra, Raysse fotografía y amplía un detalle de la figura, lo repinta con aerosol, además de agregarle objetos plásticos fabricados en Japón. Se le reconoce tener una postura crítica de las imágenes estereotipadas de la mujer en la publicidad. Pertenece a una serie mayor, realizada entre 1963 y 1965, que titula irónicamente Made in Japan. Esta colección compuesta por quince piezas buscar recrear cuadros célebres con los que dialogar libremente. La versión según La Grande Odalisque, conservada por el museo nacional de Arte moderno, es un ejemplo emblemático.
A partir de 1965, comienza a exponer en diversos espacios fuera de su país. El Stedelijk Museum de Ámsterdam realiza una exposición retrospectiva, y al año siguiente, obtiene el premio David Bright, destinado a los artistas menores de cuarenta y cinco años. Con una fuerte posición crítica, el mayo francés lo lleva a replantearse su mirada, y denuncia el comercio del arte.
Es en ese momento cuando se aleja un tiempo para dedicarse al cine, y rueda, en 1969, Camembert extra-doux (1969) y, un año después, Le grand départ. Al retomar el arte, se inclina por el dibujo y la escultura –a la que le sumará luces de neón–.
Durante el tiempo que se retira voluntariamente al campo –retiro que llevó más de treinta años–, apenas se supo de él, por lo que muchas décadas después se conoce este artista, cuyas obras hablan del siglo XX, de las ideologías imperantes, pero retratados con humor. Entrados los 2000 se dedicó, además, a realizar vitrauxs.
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