Fogwill retrató en “Los Pichiciegos” a los antihéroes de la Guerra de Malvinas

El irreverente escritor construyó en su novela de 1983, una versión nada complaciente del conflicto bélico y ciertamente alejada de la perspectiva triunfalista difundida por el gobierno militar de la época

No hace mucho, el 2 de abril, se conmemoró un nuevo aniversario del inicio de la Guerra de las Islas Malvinas. Como ha pasado ya un poco más de cuatro décadas de ese hecho, quizás se ha ido diluyendo la profunda significación que esta tuvo en la historia reciente de nuestro país, que llevó al sacrificio de numerosas vidas de jóvenes e involuntarios soldados. Por cierto, también la aventura bélica implicó el fracaso de los planes del elenco gobernante de la dictadura militar, que pretendía a través de esta perpetuarse en el poder, dando paso así a la recuperación de la democracia representativa a través del voto. Un hecho de tal magnitud como esa “guerra” no podía ser ignorado por la literatura argentina, que a su modo dio cuenta de ella en numerosas obras. Una de las más destacadas (y pionera) de ese conjunto de obras, es Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, que abordamos en esta nota.

Recordemos brevemente las circunstancias en las cuales Fogwill escribe la novela. Según figura en ella, el autor la fecha entre el 11 y el 17 de junio de 1982. Aunque quizás ese dato no sea totalmente exacto, puede aceptarse que el texto fue escrito casi a la par en que se desarrollaban los hechos de la “guerra” y los primeros días posteriores a su finalización. Si se tiene en cuenta que fue el 14 de junio de ese año cuando ofreció la rendición el jefe de las fuerzas argentinas en las islas, se advierte la proximidad entre los hechos sucedidos y la narración. Asimismo, esta fecha del fin de la contienda da una idea de la brevedad de la duración del conflicto, que aunque fue vivido intensamente no llegó a los tres meses.

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También es fundamental recordar cómo presentaban los militares los hechos de lo que iba sucediendo en esa “guerra” para poder interpretar el enfoque adoptado por Fogwill en la novela. Desde un inicio, la contienda fue planteada como una gesta nacional plena de heroísmo, donde se podían pronunciar frases desafiantes, como las dichas por el general Galtieri, presidente de facto de esa época: “Si quieren venir que vengan, ¡les presentaremos batalla!”. Y claro, quisieron venir, vinieron y vencieron… Aunque hoy día con la perspectiva que da el paso del tiempo pueda resultarnos extraño, debemos tener presente que esas palabras fueron pronunciadas por Galtieri a pocos días de iniciado el conflicto desde un balcón de la Casa Rosada frente a una entusiasta multitud reunida en la Plaza de Mayo que festejaba sus dichos.

Rodolfo Fogwill 1941-2010 (Foto de archivo: Télam S. E.)

Sobre la peculiar situación vivida en la época, recordemos que se había creado un clima exitista, donde un histórico y justo reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas hacía nublar las reales y concretas posibilidades de que unas Fuerzas Armadas como las argentinas fueran capaces de vencer a un enemigo claramente superior en cuanto a preparación militar y recursos de todo tipo. Asimismo, no olvidemos que, una vez que llegaron las fuerzas británicas y se inició el enfrentamiento armado, las informaciones sobre lo que realmente pasaba estaban controladas fuertemente por el gobierno militar, el que difundía engañosamente entre la población que se iba triunfando en la “guerra”. Por ello, la rendición de las fuerzas argentinas resultó sorprendente, operando como un despertar brusco de un sueño.

Frente a esa visión “heroica” del gobierno militar, Fogwill presenta una perspectiva muy poco heroica en su novela. ¿Qué se cuenta en ella? Básicamente, las peripecias vividas por un grupo de unos veinticinco soldados rasos durante la intervención argentina en la Islas Malvinas, que se han separado del resto de las fuerzas nacionales (es decir, son desertores). Ellos no pretenden triunfar en la “guerra” sino simplemente sobrevivir hasta el final de ella, para lo cual han construido una especie de refugio subterráneo secreto, al que llaman la “pichicera”, al que se accede por una disimulada entrada. Para sobrevivir, en la “pichicera” han ido acumulando víveres, obtenidos de diferentes y poco bravías maneras. El nombre del refugio (y del título de la novela) deriva de un animal llamado “pichiciego”, una especie de armadillo, con caparazón y larga cola, que construye túneles y tiene hábitos nocturnos. Al igual que estos animales, los “pichis” (o sea, los soldados del grupo) también han construido un túnel y su actividad, en el caso de que salgan, la realizan de noche, ya que de día podrían verse descubiertos tanto por fuerzas británicas como argentinas.

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La historia del grupo es contada por Quiquito, el único sobreviviente del grupo, a un escritor que graba y toma notas de lo dicho por este. Excepto en algunos fragmentos donde se entabla algún tipo de diálogo entre ambos, la voz que lleva adelante la narración es la de Quiquito, quien relata la vida que tenían los “pichis” mientras duró esa experiencia (prácticamente hasta el final de la contienda). Los hechos narrados están lejos del relato triunfalista de la dictadura militar, pero también de la literatura testimonial sobre la “guerra”, cuyo ejemplo más destacado es el texto Los chicos de la guerra (1982), de Daniel Kon, que recogía los relatos de ex combatientes al poco tiempo de finalizado el conflicto. Lo que hace Fogwill es contar una historia en la que combina crudos relatos y descripciones con elementos propios de la farsa y la “picaresca”.

"Los Pichiciegos" tuvo varias ediciones desde su primera publicación en 1983

Comencemos por los relatos y descripciones sobre la vida durante la “guerra”. Son duros, sin sentimentalismos, contados con naturalidad, como algo banal, no exento de cierto humor negro. Veamos algunos ejemplos. Sobre los muertos y heridos: “Llamaban helados a los muertos. Al empezar, las patrullas los llevaban hasta la enfermería del hospital del pueblo; después se acostumbraron a dejarlos. Iban por las líneas, desarmados, llevando una bandera blanca con cruz roja, cargando fríos. Fríos eran los que se habían herido o fracturado un hueso y casi siempre se les congelaba una mano o un pie. A ésos los llevaban a la enfermería”.

Sobre la necesidad de salir de noche: “De noche es más difícil caminar, pero hay menos peligro: yendo de día pueden disparar de cualquier lado, de cualquier bando. Te ven, disparan”. Sobre cómo hacían para sacar a los que se morían dentro de la “pichicera”: “Antes, a los muertos les ataban los brazos y los izaban por el respiradero de la chimenea chica. Pero cuando empezó a nevar tupido fue necesario cerrar ese tubo con fardos de lana para aislar el tiraje de la estufa, y a los que se murieron después los sacaban por el tobogán, que tenía curvas difíciles de pasar sí al muerto ya se le habían puesto duras las piernas”.

Los restos de la guerra en las Islas Malvinas (Foto: Guillermo Luder)

Como dijimos, ese tipo de relatos y descripciones se complementa con elementos propios de la farsa y la “picaresca”. Dado que lo único que les interesa a los “pichis” es sobrevivir, apelan a distintas estrategias de intercambio. Veamos algunos ejemplos. Una vez, uno de los “pichis” encuentra a un marino medio muerto: “El Turco lo encontró medio congelado y pensó dejarlo, pero después se le ocurrió que serviría para los pichis. Tuvo razón: él negoció con los marinos para que permitiesen desmontar el muelle de los durmientes”. Aclaremos: esos durmientes sirvieron para poder darle estructura firme a la “pichicera”, es decir, desmantelan un muelle de los marinos para poder sostener el túnel.

En esa realidad, no hay valores morales, solo valores de cambio. Uno de los ejemplos más relevantes de los intercambios es cuando los que se habían erigido en “jefes” de los “pichis” van al campamento de los británicos (que ya los conocían) para venderles información sobre distintos lugares claves de las tropas argentinas a cambio de distintos víveres: “Los sentaron en una mesa frente a dos oficiales. Mostraban un plano gigante del pueblo y preguntaban la ubicación de la enfermería de los presos ingleses, de los casinos de oficiales y de los tanques de combustible y los depósitos de municiones. Ellos hicieron marcas en el plano. Señalaban casitas, potreros y caminos que en el mapa no figuraban”. Concluidas estas negociaciones, “el oficial [británico]que parecía jefe les hizo dar bolsas con chocolate y cajas de cigarrillos”.

Una de las imágenes más icónicas de la Guerra de Malvinas (Foto: Román Von Eckstein)

Ese tono farsesco se repite en toda la novela. Por ejemplo, cuando algún “pichi” era a veces visto por los soldados argentinos que continuaban luchando, estos lo interpretaban como una aparición: “Como la mayoría de los pichis eran dados por muertos de la tropa (...), cuando alguno de los que seguían peleando cruzaba a un pichi conocido que iba a cambiar algo con Intendencia, decía que había visto a un muerto engordado y con barba, y entonces todos soñaban que los pichis eran muertos que habían engordado comiendo tierra abajo de la tierra”.

Por otra parte, debemos mencionar que Los Pichiciegos ha sido objeto de distintos análisis por variados críticos literarios, lo cual ha dado lugar a numerosas interpretaciones, siendo ese interés por examinar la novela un indicio de la relevancia que se le ha otorgado. Por ejemplo, algunos analistas se han detenido en las relaciones que mantiene este texto con otros textos, siendo posiblemente la muestra más clara de ello el hecho de que uno de los personajes se llame Viterbo (como Beatriz Viterbo, del cuento “El Aleph”, de Borges).

Por último, como hemos mencionado en anteriores oportunidades, nuestro interés es explorar las múltiples maneras en que la literatura argentina ha dado cuenta de diferentes acontecimientos políticos y sociales relevantes de nuestro país. En este caso, frente al discurso heroico, triunfalista y lleno de abnegación de la dictadura militar, Fogwill construye un “contradiscurso”, donde solo hay antihéroes, cuya única ambición es sobrevivir en una guerra no elegida por ellos.

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