Teo López Puccio: “La música es parte del dispositivo que hace funcionar al teatro”

Con apenas 25 años, el hijo de uno de los históricos Les Luthiers ya participó como director musical, compositor, músico y actor en elogiadas obras. “Soy un híbrido así en el escenario”, se define

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“Lo que más me interesa es la interfase entre la música y el teatro", dice Teo López Puccio (Foto: Francisco Castro)
“Lo que más me interesa es la interfase entre la música y el teatro", dice Teo López Puccio (Foto: Francisco Castro)

El teatro porteño tiene cada vez más presencia de músicos en escena. Pianistas, violonchelistas, bateristas; a veces solistas, a veces en banda; a modo de acompañamiento, o a modo de uno o más momentos musicales. En resumen, es raro, hoy, encontrar alguna obra que elija utilizar música grabada en vez de interpretada por personas en carne y hueso.

Entre esos músicos de teatro está Teo López Puccio, que apenas con veinticinco años ya participó como director musical, compositor, músico y actor en obras de Mariano Tenconi Blanco, Mariana Chaud, Gustavo Tarrío, Juanse Rauch y Marcos Krivocapich. El año pasado quedó seleccionado en la Bienal de Arte Joven con los creadores de Dirección desconocida. Después, con Familia no tipo y la nube maligna fue nominado con Mariana Chaud y Pablo Viotti por “Mejores letras” y “Mejor música original” en los Premios Hugo, y tuvo una nominación personal por “Mejor Dirección Musical” en los Premios ACE, además de ganar junto al resto del equipo un Premio ACE por mejor espectáculo infantil.

Hijo de Ana Moraitis y Carlos López Puccio, estudió teatro con Nora Moseinco de chico y volvió a tener relación con el teatro recién en 2019. En el mientras tanto, estudia Matemática en la UBA y conforma la banda Camaleón junto a Teo y Dino Pérez, Camilo Santella y Nehuén Chumbita. Sobre su actividad teatral, afirma que: “Lo que más me interesa es la interfase entre la música y el teatro. Tengo un poco de intuición escénica, no soy actor de formación. En cambio, sí considero que tengo formación musical. La sensibilidad intuitiva, digamos, está en ambos ámbitos, pero en la música sé mejor lo que estoy haciendo. Me gusta poder hacer uso de ambas disciplinas”.

Infobae Cultura conversó con López Puccio sobre sus instancias de formación, la relación entre música y teatro y las distintas posibilidades que puede tener ser músico en escena.

Teo López Puccio (Foto: Sol Avena)
Teo López Puccio (Foto: Sol Avena)

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—Creciste con dos padres dedicados a la música ¿Creés que eso determinó tu formación?

—Sí, definitivamente. Hay algo más difícil de evidenciar, quizás, pero tanto mi mamá como mi papá son gente dividida. Heredé tener múltiples ocupaciones y gustos: mi mamá es artista plástica, estudió Bellas Artes, pero siempre se desempeñó como cantante lírica; mi papá es director de coros, es su actividad formal, pero trabaja de humorista desde que es más joven que yo. Quizás es por eso que nunca me pidieron que estudie música. En mi casa había un violín, había un piano. Hasta los nueve años no toqué nada, fue mi idea empezar a tocar y tomar clases. Ser músico, en mi casa, era que te gusten otras cosas, había una abundancia del disfrute y del conocimiento. Y el gusto por las Matemáticas y la ciencia me lo inculcó mi papá, también. No sabe demasiado, pero le interesan mucho.

—Y una vez que empezaste a estudiar, ¿cómo fue? ¿Estudiabas todos los días, tomaste clases?

—Nunca fui bueno para estudiar. Para que yo practique algo todos los días me tiene que copar. Me pasa ahora con la guitarra, por ejemplo. Normalmente estudio tocando lo que quiero y de la manera en que quiero. Es una virtud y una condena. Sí me siento frente al piano muchísimo, más cuando tengo que tocar en una obra, pero el metodismo me cuesta un montón. Yo creo que no existen ni la práctica ni el talento, sí la predisposición para ocupar tiempo en algo. Podés jugar a tocar siempre lo mismo o jugar a tocar siempre cosas distintas.

Es evidente que la gente que estudia más suele saber más, o le salen mejor, pero no siempre estudiar es practicar escalas. Creo que nunca pertenecí a la casta de los instrumentistas. No fui a conservatorio, sí tomé clases de piano. Mi primer profesor de piano, Nicolás Villamil, hacía mucha música para teatro, y se llevaba muy bien con mi bajo metodismo. Aprendí jugando. A los dieciocho hice un año de flauta traversa, y al mismo tiempo arranqué con los cuatro años del curso de María del Carmen Aguilar.

Ensayo de "Familia no tipo y la nube maligna" (Foto: Mauricio Cáceres)
Ensayo de "Familia no tipo y la nube maligna" (Foto: Mauricio Cáceres)

—¿Reconocés alguna influencia musical en lo que hacés?

—Lo que escuché de chico me formó un montón: jazz fusión, música brasileña, pop electrónico, Pat Metheny, Egberto Gismonti. Soy malo conociendo música nueva. Soy malo escuchando música en general, no escucho en modo automático mientras hago otras cosas. Escucho solo cuando voy a espectáculos en vivo, o cuando toco yo, o cuando me muestran otros cosas que escucharon. Los chicos de Camaleón me mostraron a Luis Miguel, Serú Girán, Phil Collins. Creo que escuchar música para un músico es como leer para los escritores, no se puede no hacer. En ese sentido, soy un mal músico.

—Además de todo eso, estudiás Matemática. ¿Cómo entra en todo esto? ¿Se relaciona de alguna forma?

—La matemática para mí es otro arte: tengo ganas de saber sobre algo, saber cómo funciona, y voy a estudiarlo. Lo que más relaciona, en mí, la Matemática con la música es que las dos me apasionan. Podemos pensar que la música tiene fundamentos teóricos físicos, y la Física es Matemática. En la práctica, saber Matemática me ayuda en la misma manera que a un futbolista le serviría saber Física. Puede ayudarle a entender por qué la pelota hace tal cosa cuando le pega de tal manera, pero no lo hace mejor futbolista.

—¿Cómo llegaste al teatro? ¿Fue una contingencia, o hubo una búsqueda más consciente?

—Yo empecé a hacer teatro al mismo tiempo que empecé clases de piano. En la sala donde ensayábamos había un piano, y cada uno estaba marcado por la identidad de lo que hacía. Había uno al que le gustaba rapear, y rapeaba. Mi identidad era tocar el piano. En 2019, Marcos Krivocapich, que había hecho teatro conmigo en ese momento, me invitó a tocar el piano en Quiero pertenecer. Yo sabía que podía escribir canciones y que me divertía mucho estar en escena, hacer de pianista. El teatro que empecé a hacer no era mío, eran invitaciones o propuestas de otras personas. Mi acercamiento al teatro tiene que ver con la comunidad, mi entorno social es cada vez más el del teatro y menos el de los instrumentistas.

"Familia no tipo y la nube maligna" (Foto: TNC)
"Familia no tipo y la nube maligna" (Foto: TNC)

—¿Cómo ves la relación entre música y teatro?

—En general, la música se pone al servicio del teatro. La música es parte del dispositivo que hace que el teatro funcione. Uno no va al teatro a escuchar una pieza musical: vas a que te cuenten algo, a ver algo, a experimentar algo. La música es una de las tantas cosas que ocurren ahí, y lo mejor es cuando se tiene conciencia de para qué está ahí, en función de qué está. Quiero pertenecer es una obra de canciones, las cosas se cuentan a través de la letra de las canciones. En otras obras, como en Paquito o en La vida extraordinaria, la música es incidental, lleva la emocionalidad. La música de La vida extraordinaria no está compuesta por mí, sino por Ian Shifres, y sin hablarlo con él entiendo por qué puso un acorde con determinada frase del texto.

—En Familia no tipo, vos y Pablo Viotti tenían un personaje, no aparecían meramente como músicos. ¿Te hacés de un personaje cuando tu función actoral no está tan marcada?

—Eso fue una idea de Mariana Chaud y Gustavo Tarrío. Nos tomaron como parte de la familia. No siempre se desea usar ese recurso. Con el equipo de Quiero pertenecer estamos escribiendo un musical y posiblemente esté a un costado del escenario. Un buen recurso es tener a una persona tocando el piano durante toda la función, y que se levante para una escena particular. Una fiesta, por ejemplo. Se puede jugar con quién actúa y quién no.

"Quiero pertenecer" (Foto: Francisco Castro)
"Quiero pertenecer" (Foto: Francisco Castro)

—Está claro que para los actores cada función es distinta a las anteriores, en tanto se dice y se mueve el cuerpo de maneras diversas cada vez. ¿A vos te pasa lo mismo cuando tocás?

—Creo que el ejemplo más evidente para mostrar que no es lo mismo, es cuando se cambia de teatro. Con eso se modifica el tamaño de la sala, la cantidad de público, a veces incluso cambia la disposición de la escenografía. En nuestro caso, muchas veces nos toca cambiar de instrumento. Con Quiero pertenecer empezamos con un piano acústico, y, frente a la poca disposición de pianos acústicos en las salas, cambiamos a un piano eléctrico. La obra, con esa decisión, se volvió portátil, nos dio mucha más libertad. Hoy por hoy, poner música en vivo es una decisión. Podrías poner play en una computadora y que sea siempre igual.

La música en vivo permite la libertad de ver qué pasa con el texto. En Broadway se toca en vivo desde siempre, por ejemplo. En La vida extraordinaria es muy evidente, porque las actrices saben muy bien qué funciona y son capaces de repetirlo con mucha precisión, pero hay veces que deciden no hacerlo y modifican el ritmo o la emoción con la que dicen algo, sabiendo que nosotros podemos, a la vez, cambiar la velocidad de la música y permitir que un acorde que queda bien con cierta parte del texto siga cayendo ahí mismo. Eso con una computadora no se puede hacer.

—Hay una tendencia a lo interdisciplinario, también. Ahora las obras de teatro incluyen música, danza, videos.

—Vivimos en una época en donde hay mucha performance. Bo Burnham dice algo por el estilo en un video, en relación a redes sociales: “actuamos todo unos con otros, constantemente”. El performer es eso. Cualquiera agarra una compu, se descarga un teclado y hace una canción. Yo soy un híbrido así en el escenario. Soy muy parcialmente actor, puede que lo haga más o menos bien. En Familia no tipo me decían que bailaba bien y no soy ni cerca un bailarín. Con la lógica de la performance, la música empieza a ser parte de lo que se actúa, y lo que se actúa es parte de lo que se baila.

* “Quiero pertenecer” se presenta los viernes a las 22.30h a partir del 21 de abril en el Centro Cultural Morán (Pedro Morán 2147).

** “La vida extraordinaria” se presenta sábados a las 22.15h y los domingos a las 21h en el Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857).

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