Nada más se dirá sobre este nombre (por ahora, al menos), pero se solicita al lector o la lectora que no olvide las sílabas cadenciosas que componen el nombre: “Elizabeth Banks”.
No es que pasemos de un tema a otro arbitrariamente, como se verá, pero uno de los objetivos de esta nota es advertir –cual una madre delfín advierte a su pequeño delfinito que no se aleje de ella, rodeado el cardumen de delfines de barcos pesqueros chinos– sobre el reciente lanzamiento por la cadena de streaming Peacock del documental: Cocaine Bear: The Real Story. Se trata una forma malvada de las artes audiovisuales para sumergir al espectador en la tristeza, la desazón y, sobre todo, la desilusión ante la magia del cine, además de colgarse de la fama (Moria Casán lo diría de distinta manera) del fabuloso film Cocaine bear. Así, a secas. Tal y como se lee y escucha.
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Una digresión. Cocaine bear podría traducirse como Oso cocaína u Oso en cocaína, o similares. Así circuló durante meses el nombre del film que se estaba rodando y que contaba la historia de uno de estos gigantescos mamíferos que, accidentalmente, aspiraba el ilegal polvo blanco, provocando pánico en la población. Qué gran idea, dijo todo el mundo, al escuchar la breve sinopsis del proyecto. Ahora, ¿cómo fue titulada en su estreno a fines de marzo la película en la Argentina? ¡Le pusieron Oso intoxicado! ¿A quién se le ocurre? ¿A un émulo contemporáneo de Miguel Paulino Tato? ¿Al hombre que traduce los títulos de literatura norteamericana para Anagrama, en España? ¿Al diablo en persona? Seguro que en alguna de estas opciones mora el culpable.
Bueno, lo cierto es que el documental y la película comparten un nexo en común. Andrew Thornton II era un policía que había ingresado a la fuerza del estado de Georgia para dar rienda suelta a su espíritu aventurero. En realidad, su familia pertenecía a la elite sureña de los hacendados, y podría haber vivido con lujo mirando el techo como única actividad vitalicia. Pero eligió ser policía. Aligeremos un poco: en principio eligió ser policía. Luego se hizo delincuente sin dejar de portar en el pecho la insignia policial (bueno, en la Argentina sabemos que gran parte de los policías son los principales impulsores del crimen, el narcotráfico, la trata, los desarmaderos y el juego clandestino, entre otras actividades que se digitan desde las comisarías).
Comenzó a importar marihuana en aviones desde Colombia. Luego hizo cálculos y vio que cabía más cocaína en el espacio de carga aérea y que era más cara. La pura lógica (que, como se ve, también sirve para hacer el mal, señores) le indicó que se transformara en un traficante y así lo hizo. Una vez tuvo la brillante idea de cargar todo el avión con paquetes y paquetes del estupefaciente, pilotearlo solo y dejar caer los bolsos sobre los frondosos bosques de Georgia. Todo salía bien hasta que después de tirar el último, tuvo un accidente a la hora de abrir su paracaídas y en el aire se dio cuenta de que no se abriría jamás. Que en paz descanse. Puede pasar en las mejores hacendadas familias.
Con esta escena se inicia la hermosa Cocaine bear, dirigida por (sí, sí, sí) Elizabeth Banks. Sobre el documental con la historia verdadera sólo diremos que no lo vean, no lo busquen en la web, no alquilen el videocassette en Blockbuster. Huyan de ese documental como quien huye de la luz mala.
En cambio, relájense, prepárense un trago, elijan su mejor sillón y denle play al film (incluso si ya lo vieron en salas de cine durante su estreno argentino). El protagonista, el gran protagonista, es el oso. Un oso que es manso y que no ataca a seres humanos, salvo que las circunstancias lo ameriten y mejor, entonces, que los humanos se pongan a correr. Sobre todo si el oso, o la osa, ha estado esnifando cocaína que, como se sabe, libera endorfinas a la máxima potencia existencial.
La segunda escena muestra a una parejita de novios recorriendo los hermosos paisajes boscosos en las montañas de Georgia y en medio de la bucólica charla sobre la fiesta de casamiento tan cercana, divisa un oso. Muy lindo. Le sacan fotos. El oso, o la osa, parece exasperarse y se lanza contra ellos. No quieren que les cuente el resultado. Sin embargo, diré que una pierna arrancada y ensangrentada formará parte del bello paisaje boscoso, desde ya. Es que la osa, o el oso, parece haber encontrado alguno de los bolsos de Thornton y quiere más: es precoz víctima de una adicción. Pero lo disfruta, quiere más, y buscará por todos lados para encontrar más polvo blanco.
Para mayor escena gore por aquí y escena gore por allá, Kerri Russell (la espía soviética de The Americans) busca a su hija y su amigo que ingresaron al bosque clandestinamente para buscar un río; Margo Martindale (la supervisora soviética de la familia de espías en The Americans) es una ruda guardaparques que cree poder usar su arma contra el animalito de dios llamado Oso en Cocaína; Oshea Jackson (rapero e hijo de Ice Cube) es enviado por el socio mafioso de Thornton a buscar los bolsos y el mismo capo mafia Ray Liotta (el protagonista de Buenos muchachos, en el último papel antes de su muerte) se suma a la expedición, sin buenos modales.
Vean Cocaine Bear. Es un film divertidísimo, con esas escenas inverosímiles del gore más sangriento y una fábula de dos niños en el bosque buscados por su hermosa madre. Fin.
Pero habíamos hablado de Banks. Elizabeth Banks. La directora de Cocaine bear y una de las comediantes más bellas e inteligentes que ofrece la industria cinematográfica estadounidense al mundo. Es una rara avis en Hollywood. Graduada “cum laude” en la Universidad de Pennsylvania (la primera persona en su familia en obtener un título universitario) continuo sus estudios en el American Conservatory Theatre. Su padre era un obrero en la fábrica General Motors de Massachusetts y su madre, ama de casa.
Su carrera comenzó con pequeños papeles televisivos, como apariciones en Sex and the City o en Law and Order. En cine, hizo roles secundarios en Spiderman o Atrápame si puedes, de Steven Spielberg con Leo Di Caprio. Hay una larga lista de intervenciones antes de mostrar sus características como comediante en Virgen a los 40, que protagonizó junto a Steve Carrell. Más adelante acompañará la saga de Los juegos del hambre con el personaje de Effie Trinke.
Entre tanta participación actoral, ya protagónica o no, Elizabeth Banks creó un juego de mesa llamado Unveiled, que propone desafíos a los participantes adultos y que bien pueden ser bastante elevados de tono, pero sin perder jamás la elegancia y el humor. Díganme si Banks no es la mujer ideal, ¿eh? Tanto que se casó con su novio de los primeros años en la universidad y para poder hacerlo no dudó en convertirse al judaísmo (una costumbre más corriente de lo que parece).
Finalmente llegó a la dirección con el regreso de Los Angeles de Charlie, que no obtuvo la taquilla esperada debido a que los rumores previos al estreno avizoraban un film-manifiesto político feminista (como Banks se define) en lugar de la hermosa película de acción que finalmente fue.
Con Cocaine bear, Banks volvió a estar detrás de cámara, con una apuesta arriesgada frente a una industria conservadora en el género comedia. El Oso en Cocaína es una película maravillosa, si se suspende durante su duración el sentido de la realidad y se permite disfrutar con los usos animalescos de este tipo de drogas ilícitas. Pero se sabe que el cine es más grande que la vida. Para qué contaminar una comedia de esta naturaleza narcotizada con una desastrosa realidad.
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