Beatriz Guido y Torre Nilsson en BAFICI, pasajes cinematográficos de una Argentina paralela

El festival proyecta “La casa del ángel”, “El secuestrador” y “La caída”, notable trilogía de películas firmadas por la pareja. Además, un libro y una muestra exploran la íntima relación de la escritora con el cine

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Beatriz Guido junto a Raúl Alfonsín, de sobremesa
Beatriz Guido junto a Raúl Alfonsín, de sobremesa

Las atmósferas pesadillescas de Leopoldo Torre Nilsson son legendarias. Escenarios oscuros, ángulos extraños, planos muy cortos de actores con gestos preocupados o exaltados, comportamientos extravagantes. El ciclo dedicado a Beatriz Guido en el BAFICI, que incluye tres de las muchas películas que se basan en su obra literaria y que fueron filmadas por Torre Nilsson (su marido), inserta al espectador en una Argentina que, por un lado, es muy reconocible y, por otro, parece casi un mundo paralelo, una versión lynchiana de esa realidad.

Con sus similitudes y diferencias, La casa del ángel (1957), El secuestrador (1958) y La caída (1958) –sí, hizo esos tres clásicos en apenas dos años– representan esa mezcla un tanto insólita que la dupla logró en esa época de oro, una combinación que abarca la realidad política argentina del siglo XX, el peso de la religión en las vidas de sus frágiles protagonistas y los descubrimientos y las tensiones sexuales que transforman, a su manera, a estos tres films en lo que hoy se llamarían “coming-of-age” o historias de crecimiento. Enrarecidas y muy particulares, pero eso es lo que son.

José Miguel Onaindia, ex director del INCAA y director de contenidos del Teatro Solís de Montevideo –entre muchas otras funciones y cargos– es uno de los curadores de la muestra, junto al realizador Diego Sabanés (Mentiras piadosas), y un apasionado de la historia del cine argentino en general y de la obra de la dupla en particular. “Son las películas que mejor representan el mundo de co-creación de Torre Nilsson y Guido –explica–. Son tres películas, además, que se centran en niños perversos, de una inocencia un poco traspasada y están abordadas de un modo muy inquietante. Eran temas complejos de tratar entonces y siguen siéndolos ahora”.

José Miguel Onaindia
José Miguel Onaindia

La casa del ángel, acaso el clásico indiscutido de su carrera, que se ubicó en el puesto 22 de la recientemente publicada Encuesta a las mejores películas de la historia del cine argentino (El secuestrador está 52 y La caída quedó en el lugar 58 de esa misma lista), transcurre en la década de 1920 y se centra en Ana Castro (Elsa Daniel), una adolescente de 14 años que está descubriendo su sexualidad de una manera que incomoda a su muy religiosa madre, que decide enviarla de regreso de sus vacaciones a su casa en el barrio de Belgrano tras verla besando a un hombre por motivos que ni siquiera la chica sabe explicar.

En el viaje de regreso al hogar se topa con Pablo Aguirre (Lautaro Murúa), un político conectado con su padre, mucho mayor que ella, cuya presencia y actitud le despiertan sensaciones encontradas. En su familia cualquier tipo de inquietud sexual es raudamente censurada por su madre bajo la amenaza de una religiosa condena eterna, pero Ana no sabrá ni podrá rechazar los bruscos avances de Pablo.

Beatriz Guido 1922-1988 (Foto: The Grosby Group)
Beatriz Guido 1922-1988 (Foto: The Grosby Group)

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La película combina las incómodas tensiones sexuales entre ambos con un retrato de la situación política del país en la época, uno que tiene bastantes similitudes con la actualidad ya que allí se produce un conflicto entre dos partidos que se acusan mutuamente de censurar a los medios que se oponen a sus gobiernos mientras, hipócritamente, dicen defender la libertad de prensa. La disputa entre Aguirre y un político opositor lleva a que se desafíen a un duelo a muerte, tensión que se sumará a la que vive con Ana y que lo va llevando a atravesar un recorrido descendente desde un aspecto, si se quiere, moral. “Si por la vía paterna hay una filiación a la Patria y el Partido, por la vía materna se traza una línea entre Dios y la Iglesia”, analiza la escritora Julia Kratje en un estudio crítico sobre esta clásica película que se presentó en la Competencia del Festival de Cannes.

En El secuestrador se mantiene la oscuridad visual y las complejas relaciones entre la infancia, la adolescencia y la sexualidad pero en un marco completamente distinto. En lugar de una elegante casa de un barrio acomodado de Buenos Aires aquí estamos en las entonces llamadas “villas miseria” y los personajes son un grupo de niños y adolescentes (Leonardo Favio y María Vaner son los protagonistas principales) que se dedican a robos y hurtos en la zona. En un grupo familiar que comparte un mínimo y lúgubre espacio se observan complejas situaciones que involucran abusos sexuales, un consumo de alcohol que vuelve a los personajes en extremo agresivos y una sensación de peligro que recorre el ambiente, en especial ligado a los tres niños (uno de ellos, un bebé pequeño) que circulan librados a su suerte en ambientes no controlados por los adultos.

La caída (1958)
La caída (1958)

Se ha comparado a El secuestrador con algunos films neorrealistas, en especial con el clásico de Luis Buñuel, Los olvidados (1950), que también pone la mirada en niños y jóvenes que viven en las calles de la Ciudad de México. Lo que la película mantiene de las otras adaptaciones de Guido es esa mirada entre incómoda y perversa ligada a los abusos sexuales y a la manera en la que los adultos descuidan, no entienden o directamente agreden a sus hijos, algo que volverá a verse en La caída. Pero, principalmente, lo que presentan las tres películas es una atmósfera de cine de terror, una transformación de lo real –que está presente en las tres películas– en algo siniestro, pesadillesco y la mayoría de las veces muy cruel.

El secuestrador es una película muy poco vista, que primero fue un argumento para cine y después fue un cuento –analiza Onaindia–. Dentro de las películas de ellos es una de las más revulsivas, todavía cuesta verla. El cine no tomaba esa violencia y ese mundo. A diferencia de las otras que hicieron, esta película además no refleja el ámbito burgués acostumbrado. Mostraron otro universo, casi a la manera de un ejercicio de estilo. Es una película que no tuvo tanta repercusión en su momento pero que hoy está adelantada a su tiempo.”

La caída, en tanto, tiene más similitudes con La casa del ángel ya que allí reaparece Elsa Daniel como una mujer –acá, ya estudiante universitaria– que se muda a Buenos Aires a estudiar y alquila un cuarto en una casa en la que vive una madre con sus cuatro hijos. Con lo que se topa Albertina al llegar allí es que la mujer raramente sale de su cama o habla –sufre algún tipo de enfermedad– y los chicos manejan el lugar a su modo, algo que está a mitad de camino entre la libertad y el caos más absoluto. Ásperos, por momentos simpáticos y en otros decididamente inquietantes, los chicos de “La caída” viven del dinero que envía un tío que está siempre de viaje (Lautaro Murúa, otra vez) y al que, a la distancia, reverencian. La película hará un flashback para contar la historia previa de Albertina y luego retomará su vida en un lugar que se va volviendo más y más siniestro con el paso del tiempo, algo que ni siquiera el regreso del tío en cuestión podrá modificar. Más bien, todo lo contrario.

La casa del ángel (1957)
La casa del ángel (1957)

Otro pesadillesco coming-of-age en el que la negligencia de los adultos en relación a los niños se presenta desde una perspectiva diferente (en ninguno de los films de la dupla Guido-Torre Nilsson los niños son completamente inocentes por más que sean víctimas de la agresión o el desprecio de sus mayores), La caída es la que más parece acercarse a un relato de terror psicológico puro y duro, con Daniel retomando la desesperación de su personaje de La casa del ángel –en algún sentido bien podría funcionar como una rara secuela– hasta llevarlo a niveles que bordean la locura.

“Torre Nilsson fue el gran padre del cine de autor en la Argentina –analiza Onaindia–. El primero que puso las cámaras de forma oblicua, que usó música dodecafónica y que hizo ejercicios estilísticos que hoy se siguen usando en el cine contemporáneo, como muchas otras técnicas suyas. Él y Beatriz están un poco olvidados y fuera del cánon porque no se los reivindicó lo suficiente, pero (Leonardo) Favio es un hijo de ellos, quienes le producen Crónica de un niño solo y El dependiente. El es protagonista de varias de sus películas y lo promueven para que dirija las suyas. Con Lucrecia Martel también. Hay más influencia en su cine de lo que se cree, especialmente en La Ciénaga y La niña santa. O en La quietud, de Pablo Trapero. Y lo mismo pasa en la literatura con Beatriz, hay cosas suyas que se pueden ver en Mariana Enríquez, por ejemplo”.

Beatriz Guido junto a su marido, Leopoldo Torre Nilsson
Beatriz Guido junto a su marido, Leopoldo Torre Nilsson

El ciclo de tres películas escritas por Guido –de una veintena que escribió con y para Torre Nilsson, algunas de las cuales se basan en cuentos y novelas suyas mientras que otras son guiones originales– se complementará durante el BAFICI con la muestra Beatriz Guido, un mundo propio en la literatura y en el cine, que se inaugurará el 22 de abril en el Cultural San Martín y se extenderá hasta el fin del festival. Allí además de las proyecciones de las películas se exhibirán sus respectivos afiches y fotos junto a ediciones de sus libros.

“Beatriz fue olvidada por su posición frente al peronismo –dice el curador de la muestra–, pero era interesante de pensar la posición que ella tenía. Guido comparaba el peronismo con el conservadurismo. Creo que es por eso y por ser mujer y exitosa que no se la reconoce lo suficiente. Y su primer período –que incluye estas tres películas, además de La mano en la trampa, Fin de fiesta y otras– son de una enorme calidad literaria. Su carrera posterior fue un poco más errática pero sentimos que era hora de reivindicar su obra y su carrera”.

Torre Nilsson y Beatriz Guido reunidos con el presidente Arturo Frondizi, luego de triunfar en el Festival de Cannes en 1961
Torre Nilsson y Beatriz Guido reunidos con el presidente Arturo Frondizi, luego de triunfar en el Festival de Cannes en 1961

Para esto, además del ciclo de cine y la muestra de fotos y afiches, en la retrospectiva se presentará el libro Espía privilegiada, publicado por Eudeba, coescrito por Onaindia y Sabanés, y que cuenta con la colaboración de Diana Maffía y Josefina Delgado, además de los testimonios de Graciela Borges y Manuel Antín, entre otros. Allí, además de revisar su carrera, los autores recuperan textos inéditos o difíciles de encontrar –artículos para revistas, cuentos no recopilados, una conferencia sobre cine y muchas cartas– de la autora.

“El título del libro es una forma en la que Beatriz se definía a sí misma –continúa Onaindia–. Ella escribe toda su obra en calidad de espía privilegiada, por el ambiente cultural en el que se crió y que le permitió observar y ‘espiar’ ciertos mundos. El libro no es una biografía sino que analizamos su literatura, sus películas y su rol como personaje público. También los motivos del olvido, de porqué las feministas no la reivindican aún habiendo sido pionera. Ella nunca fue la señora de Torre Nilsson, mantuvo siempre su individualidad y tomó además temas que se consideraban masculinos. Pero creo que quedó en la memoria más el personaje público que la obra y ella fue una mujer muy contradictoria que utilizó procedimientos que entonces eran cuestionados –como ir a almorzar con Mirtha Legrand, mezclando lo culto con lo que se consideraba descartable–, pero que hoy son actitudes absolutamente normales. El libro y el ciclo se proponen reivindicar su figura”.

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