A los postres, en 1520, luego de producir la tríada que le permitió ingresar a los indulgentes salones de la posteridad, Maquiavelo escribió la Vida de Castruccio Castracani, ensayo alimentado con indiscutibles hechos de la historia e inapelables creaturas de su imaginación.
Hijo del trecento (Luca, 1281-1328), gibelino, Castracani aporta la materia prima con la cual Maquiavelo construye un Golem político que ilustra la naturaleza de las luchas por el poder; el vivo retrato, la encarnación patente, la sublimación inversa de El Príncipe.
Para que las peripecias del cuerpo de Castracani encajaran sin forzadas torsiones en el molde provisto por el corpus de su obra célebre, Maquiavelo apeló a recursos de las biografías clásicas escritas por Suetonio y Plutarco, dos de sus maestros.
Así fue Castruccio Castracani de Luca, quien realizó grandes acciones, según los tiempos en los que vivió y la ciudad en la que nació, sin haber tenido un nacimiento feliz ni acomodado, como veremos en el transcurso de su vida. Me ha parecido útil recordar a los hombres estos hechos porque creo haber encontrado en ellos muchas cosas relativas a la virtud y a la fortuna que son de grandísimo ejemplo.
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El propósito central del gran opúsculo es demostrar que la fortuna no es la madre de la virtud sino, más bien, un poder ominoso que puede destruir, en el momento menos pensado, la vida más ejemplar. Castracani, noble, condottiero, consigue máximo poderío político partiendo desde algo parecido a la nada, gracias a la virtud, no al azar, a pesar de haber sido criado y educado para ejercer como modesto cura.
Los hombres no tienen derecho a quejarse de que son naturalmente débiles y de corta vida, o de que es el azar y no el mérito lo que decide su destino. Si persiguieran objetivos edificantes con el mismo ardor con el que buscan lo pernicioso e inútil, se elevarían a tales alturas de grandeza y gloria que su mortalidad se vestiría de inmortalidad, dice Salustio, una de las fuentes de inspiración de Maquiavelo, al inicio de La Guerra de Jugurta.
La sencillez del estilo utilizado por Maquiavelo es un adorno más de la prosa, no un empeño en escribir sin ornato.
No hay escritura sin ostentación, dicen. Quizás sea más certero afirmar que sin aspiración al lucimiento, sin pretensiones, no puede haber narrativa. El mero acto de escribir es una rutina mecánica, casi animal, que no involucra a la creación, al arte de la letra, y no genera procesos narrativos.
La brevedad maquiavélica, clara, certera y punzante, también es virtud cuando es estrategia en lugar de accidente, cuando es un comando deliberadamente activado por el autor como parte de los mecanismos ostentatorios.
Maquiavelo tenía una visión mucho más pesimista de la naturaleza humana que la de otros humanistas del Quattrocento. En lugar de creer que sus semejantes eran algo menos que ángeles como sostenía Pico della Mirandola, Maquiavelo veía al hombre como animal egoísta controlado por un deseo insaciable de ganancias materiales y movido únicamente por el interés propio. Presa fácil de las apariencias, el ser humano no es una entidad de fiar, sostenía, a menos que la confianza esté asegurada por el miedo antes que por el amor.
Paradójicamente, esta evaluación negativa arroja conclusiones optimistas. Si el estado es el fijado desde la Caída, las acciones de la humanidad pueden ser predecibles a lo largo del tiempo. Así, el observador prudente puede estudiarlas y emplearlas como guía para la práctica política empírica sostenida por los hechos de la historia como vasto reservorio didáctico.
La teoría política clásica tiende a deslegitimar la agitación y la violencia. Maquiavelo no tenía interés en concentrar su atención en esquemas ideales o utópicos que eliminan, solo en la mera especulación intelectual, el conflicto político. Su obra, en cambio, lo acepta como un hecho de la vida y afirma que, debidamente canalizado y gestionado, puede convertirse en una fuerza beneficiosa para la sociedad.
Según Maquiavelo, Castracani era grato con los amigos, terrible con los enemigos, justo con los súbditos, infiel con los extraños; nunca intentó vencer por la fuerza cuando podía hacerlo con fraude, ya que, decía, es la victoria la que trae la gloria y no el modo de lograrla.
* Gustavo Jalife es un autor bilingüe. Su libro “Der Führer is Your Daddy: Reflections on politics, the news industry and social media from inside the pandemic vortex” puede leerse aquí.
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