Reconocida internacionalmente y considerada una de las artistas contemporáneas más significativas de Australia, Emily Kame Kngwarreye creció muy lejos del mundo del arte que hoy día paga fortunas por sus obras. Nacida a principios del siglo XX en una remota zona desértica conocida como Utopía, a más de tres mil kilómetros de Sídney, Emily apenas tuvo contacto con el mundo urbano a lo largo de su vida. Recién comenzó a pintar cuadros cuando estaba por cumplir 80 años, y se volcó de lleno a esa tarea hasta antes de morir. En tan solo ocho años, entre 1988 y 1996, se calcula que pintó más de tres mil cuadros, casi un promedio de un cuadro por día.
Pese a su inicio tardío como artista, Emily ya estaba entrenada en las pinturas sobre los cuerpos y en la arena que formaban parte de las ceremonias y rituales de su comunidad. Además, junto a otras mujeres de Utopía llevó adelante en los setenta un proyecto comunal de telas realizadas en batik. Inspirado por los movimientos por el derecho a la tierra de aquella época, los trabajos del grupo plasmaban sobre las telas representaciones bastante expresivas del Dreaming, palabra inglesa utilizada para describir la cosmología aborigen australiana, que incluye narraciones sobre los espíritus ancestrales que crearon el universo. Era una forma de mantener viva su cultura.
En los batiks de estas mujeres ya estaban los elementos que reaparecerían en las pinturas posteriores de Kngwarreye: las redes que estructuran las imágenes, las secuencias de puntos, las líneas que los atraviesan y la acumulación de colores. Un proyecto patrocinado por un coleccionista y algunos curadores que fueron a Utopía para impulsar el arte aborigen puso en marcha su salto a la pintura en lienzo y las acuarelas. La artista reinterpretó los elementos con los que trabajaba su cultura y los reinventó en diferentes combinaciones de formato abstracto, aunque su lenguaje visual permaneció ligado a la cosmovisión de su tierra. Muchas de sus obras hacen referencia al sueño del ñame silvestre (kame), del que era guardiana principal dentro de la estructura de parentesco de su comunidad.
Ya fuera que trabajara sobre la arena, la piel, la seda o el lienzo, para Emily lo que importaba era el poder cultural de la marca y la referencia a sus ancestros y su tierra, Alhalkere. Pero con la pintura descubrió que su estilo naturalmente expansivo y gestual podía florecer libremente. En Mujer emú, su primera obra sobre lienzo pintada en el verano de 1988-89, ya se manifiesta esa libertad en la composición dinámica y su agudo sentido del color. La pieza, que mostraba una profunda ruptura con el estilo de “punto y círculo” del movimiento artístico del desierto, dominado entonces por los hombres, causó una gran sensación en el mundo del arte y fue adquirida para la colección Robert Holmes à Court.
Las plantas y semillas a las que se hace referencia en Mujer emú pertenecen a la ensoñación de Emily, que mantuvo viva en sus pinturas y a través del canto y la danza. Esta obra muestra diseños que imitan las líneas y contornos de la pintura corporal y las marcas que se hacen en los pechos de las mujeres para las ceremonias, representadas en homenaje al antepasado emú. Su uso de elementos pictográficos, como las formas de animales y plantas que habitan estas ajetreadas superficies, se reducirían rápidamente a campos de puntos en una nueva fase que comenzó a mostrar al año siguiente.
El uso de los puntos alcanza su máxima expresión en una nueva fase en la que se funden, se separan y dominan en diversas configuraciones para crear planos de color estructurados en formas móviles. La paleta de Emily estaba determinada en gran medida por el cambio de las estaciones. Los marrones polvorientos aparecen en sus lienzos durante la estación seca, y los verdes aparecen después de las lluvias, a lo que ella se refería como “tiempo verde”. Cuando las flores silvestres cubrían el desierto, utilizaba una gama de amarillos. Una mirada al paisaje real de Alhalkere revela que las pinturas de Kngwarreye son representaciones sorprendentemente fidedignas de su entorno, originadas en su profunda comprensión de la tierra como un complejo vínculo entre lugares y personas que contiene huellas y recuerdos del pasado, el presente e incluso el futuro, una noción única del tiempo que los indígenas describen como “everywhen”. De esta manera, su arte es a la vez abstracto y representativo.
Los críticos de arte han encontrado en su obra varios puentes visuales con casi todas las fases del modernismo occidental y con algunas expresiones del arte japonés. Se la ha comparado con Monet, con Paul Klee y con Yayoi Kusama, sin embargo Emily no estaba al tanto de la historia del arte ni tampoco de las tendencias contemporáneas. Fue una pintora intuitiva que extrajo su energía, creatividad e inspiración de la exuberante tierra a la que perteneció. Pintaba sus obras a cielo abierto y sobre el suelo, por lo que no hay una parte superior o inferior en sus cuadros, salvo en unos pocos casos. La artista indicó que estos podían colgarse o reproducirse horizontal o verticalmente, o en diversas combinaciones.
El interés por los cuadros de Kngwarreye creó rápidamente una gran demanda que alimentó su creatividad al mismo tiempo que introdujo la presión para producir trabajo nuevo. Emily no solo debía responder a sus distribuidores sino también a sus familiares, con quien repartía las ganancias, según la costumbre. Poco tiempo después de su muerte, tuvo una participación póstuma en la bienal de Venecia y una de sus obras (La creación de la tierra) superó el millón de dólares. La aerolínea de bandera australiana Qantas la homenajeó pintando uno de sus boeing con motivos inspirados en una de sus obras más famosas, Yam Dreaming.
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