Como curadora y gestora, Andrei Fernández ha dedicado su trabajo a crear un puente entre los pueblos originarios del norte argentino y el reconocimiento de sus artesanías como arte, y por esa tarea intercultural se encuentra desarrollando una residencia en la Fundación Delfina en Londres: “Hay un movimiento global que está buscando que haya un lugar para otras comunidades en el proceso de descolonización de los museos, del arte, del pensamiento”, dice.
Fernández nació en el sur de Argentina y actualmente vive en la ciudad de Salta, trabajando en la zona de la triple frontera con Bolivia y Paraguay. Licenciada en Artes y con estudios de posgrado en Antropología Social y Política de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), es la segunda beneficiaria de una beca para una residencia de Londres, en el marco del Programa Puentes, un proyecto que promueve la Embajada Argentina en el Reino Unido y la Anglo-Argentine Society.
La investigadora fue seleccionada entre 34 nominados para la curaduría argentina que son propuestos por instituciones, galeristas y profesionales del arte argentinos e internacionales. El año pasado, el primer beneficiario de la beca fue Javier Villa, curador argentino del Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Mamba).
El programa en la institución londinense busca darles a los curadores y artistas de todo el mundo un tiempo y un espacio para incubar sus ideas y compartirlas, así como oportunidades para exhibirlas. En la casa de residencia, donde Fernández vive con ocho artistas y curadores para desarrollar proyectos independientes y afines, realizan reuniones con personas relacionadas con la Fundación como otros curadores y galeristas y se organizan visitas de acuerdo al perfil de cada residente.
Andrei Fernández participa de la residencia por su trabajo en estrecha colaboración con comunidades indígenas del norte argentino para documentar, difundir y realizar sus artesanías, en un esfuerzo por lograr que sean reconocidas como arte. Se ve así misma como una curadora bastante particular, porque cumple varios roles: tallerista, maestra y acompaña procesos organizativos, por lo que se considera una “mediadora”.
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Actualmente lo hace con proyectos que buscan explorar y generar nuevas voces en el arte contemporáneo del norte argentino e intenta establecer vínculos entre técnicas artesanales y testimonios de resistencia comunitaria.
“Me encuentro haciendo un proyecto en la Fundación, donde busco profundizar en estas cuestiones para lograr una comprensión más amplia de la realidad de la región generando la creación de una conciencia que reconozca diferentes formas de ver el mundo y evidenciar los proyectos productivos que se desarrollan en la región para evitar situaciones que puedan afectar las formas de vida locales”, dice la curadora en diálogo con Télam.
Su práctica curatorial se centra en la escucha de memorias colectivas, disputas por la identidad y cuestiones territoriales: “Veo con mucha sorpresa y alegría que hay mucho interés por este tipo de producciones. Hay un movimiento global que está buscando que haya un lugar para otras comunidades en el proceso de descolonización de los museos, del arte, del pensamiento. Esto me da impulso para seguir trabajando con las comunidades con las que estoy involucrada”.
Parte de su trabajo implica trabajar con mujeres wichí que utilizan la fibra vegetal de la planta del chaguar para hacer tejidos artesanales, de gran tamaño, los cuales han sido expuestos en museos y galerías de arte. Y además trabaja con mujeres del pueblo Chané, quienes realizan cerámicas de arcilla roja y las pintan con pigmentos naturales y con un maestro espiritual wichí, que trasmite mensajes de la naturaleza que han sido presentados como canciones en audio en forma de instalación sonora.
“Esta residencia es una oportunidad de tomar distancia y ver la potencia que tienen estas obras, que veo que aquí tienen un valor plástico, estético material. Hay coleccionistas interesados en comprar y galeristas que quieren mostrar e instituciones con investigadores que tienen interés en estudiarlo”, asegura y señala que “estar en contacto con todo esto es muy importante para mí y para todas estas comunidades”.
La curadora está comprometida particularmente con proyectos que combinan la economía social y el arte contemporáneo en el norte de Argentina y, en este sentido, destaca el apoyo de la ministra de Cultura de la embajada argentina en el Reino Unido, Alessandra Viggiano Marra, porque es “una política que surge del Estado para apoyar una producción artística de pensamiento y creo que es una gran oportunidad”.
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Su último proyecto, “La escucha y los vientos”, fue exhibido en varios países y participó en un programa de ponentes en Berlín. “Mi objetivo en esta residencia fue continuar con una investigación que inicié y también buscar alianzas con gente que esté haciendo proyectos en la misma línea que yo”, cuenta.
A su trabajo lo define como “un proyecto intercultural comunitario que si bien dialoga con el arte contemporáneo no es un proyecto exclusivo de arte contemporáneo, es un proyecto que surge de la economía social y de acciones de apoyar el trabajo artesanal de mujeres indígenas, especialmente tejedoras y con ceramistas del Gran Chaco y la provincia de Salta”.
“Estoy escribiendo sobre todas estas experiencias de trabajo, de estos movimientos de empezar en un lugar y después pasar a otro campo y dialogar con diferentes actores, como trasladar algo que se llamaba artesanía a poder llamarle arte o diseño o bien adaptarlo para que funcione en diferentes mundos, que en realidad no están tan separados como veces a parece”, relata.
Para Fernández es importante ir dejando asentado los aprendizajes de campo y especialmente la noción de autoría que aparece en este trabajo intercultural en las comunidades indígenas: “Yo trabajo con mujeres que crean un vínculo con lo propio, lo que es mío, muy diferente a la noción occidental. Desde la propiedad de la tierra. Ellas no están a favor de la propiedad privada sino de la comunitaria. Entonces eso también se traslada al derecho sobre las imágenes de las que consideran que les pertenecen como parte de una memoria colectiva y se repiten como un acto de resistencia”.
“Al pasar al mundo del arte contemporáneo aparecen muchas tensiones, sobre quien lo firma, si se vende que se hace con el dinero, el tiempo que lleva hacerlo y por otro lado un tejido wichí, sólo puede hacerlo un wichí”, dice la curadora.
Cuando Fernández comenzó a trabajar con comunidades indígenas lo primero que se encontró fue la demanda de ayuda para acompañar la venta de sus obras. “Demoramos bastante en salir de ese lugar. Ahora me parece extraño decirlo, pero fue así. De entrada no pensábamos que eso podía entrar en el mundo del arte, porque lo veíamos muy ajeno”, recuerda.
“Lo cierto es que las comunidades indígenas están viviendo cambios muy veloces en sus cambios de vida porque el mundo está cambiando también para ellos y quieren ser parte, no quieren estar aislados. Hay gran una necesidad de integrarse pero sin borrar su identidad”, considera.
Fuente: Télam
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