Dice Stephen King que lo que más le gusta de la primera temporada de The Wire es que no tiene más banda sonora que la música que se escucha proveniente de los bares o los autos. No necesita otro soundtrack que el que viene desde la calle. A primera vista uno puede pensar que The Wire es la calle, sus personajes, y sus vicisitudes, es todo eso, sí, pero a su vez, es mucho más. Una tragedia shakespereana llena de personajes que podrían haber sido concebidos por Dostoievski o Tolstoi, maestros del existencialismo y el humanismo.
La serie, emitida por primera vez entre 2002 y 2008, cuenta con 5 temporadas conformadas en total por 60 episodios, cada uno, a su modo, funcionan como un espejo de la realidad estadounidense, la corrupción política, judicial, los medios de comunicación, la problemática del narcotráfico a pequeña y a gran escala, el fracaso del sistema educativo, la fragmentación y muerte de la clase trabajadora americana, otrora la más próspera del mundo occidental. El creador de The Wire, David Simon, supo decir: “Queríamos hablar de la muerte del trabajo en sí mismo. Así que, ¿cómo conviertes un material de base que es básicamente el ensayo de William Julius Wilson en Harvard y lo conviertes en una historia? No hay historia. Es crítica sociopolítica”.
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Es difícil traducir el nombre de la serie ya que tiene distintas acepciones, pero, para aclarar al lector que aún no la vio –no sé que esperan–, uno de los temas centrales es la utilización de tecnologías de vigilancia por parte de la policía, por eso, The Wire podría traducirse como “la escucha” o “el cable”. Entonces, se preguntarán algunos, ¿puede definirsela como una seria policiaca? Sí y no. Sería lo mismo que decir que Moby Dick es un libro sobre una ballena o Hamlet sobre la historia de una familia real danesa.
Con su inmenso reparto de personajes, estamos claramente ante una serie coral, donde no hay protagonistas claros pero sí figuras entrañables, cada uno un mundo en sí mismo, con una construcción única, que, de alguna manera se van entrelazando aunque a priori parezcan alejados por kilómetros reales y metafóricos. Como en una partida de ajedrez, los peones mueren y los reyes mandan, pero estos también son abatidos. “Si venís por el Rey, mejor no falles” dice Omar Little, un matón homosexual que le roba a narcotraficantes y se convirtió en uno de los personajes más queridos a pesar de no ser uno de los principales.
No hubo, ni antes ni después, algo similar a The Wire en la televisión. Se produjeron grandes series, obras maestras incluso, como Los Soprano o Mad Men, grandes estudios sobre la personalidad humana y la psicología de personajes. Pero mientras gente como Tony Soprano o Don Draper generan hasta admiración de los televidentes siempre proclives a buscar referentes en los antihéroes de la ficción, no hay nada de eso en las calles de Baltimore. No hay glamour posible en personajes que llegan a “la cima” para ser asesinados antes de cumplir los 30 años, y reemplazados por versiones más jóvenes y en muchos casos, más rudimentarias, que tendrán su mismo final, quizás antes, en una espiral cada vez más vertiginosa y violenta.
En The Wire no hay nada que pueda ser glorificado, salvo excepciones, pequeñas hendijas por donde entran rayos de luz, pero que se cierran rápido. La ciudad, con sus políticos, sus sindicatos, sus periodistas, sus docentes, sus pandillas, sus adictos, y sus calles, actúa como un personaje más en la serie, el verdadero protagonista.
A diferencia de otras series, las muertes llegan en cualquier momento, sin preparar al espectador, como en la vida misma, como efectivamente sucede en ciudades como Baltimore. David Simon, ex periodista de la sección policiales del diario local The Baltimore Sun, decidió convertirse en guionista y unió fuerzas con el ex policía Ed Burns para escribir The Wire, no es casual, entonces, lo realista de la serie. La capital del estado de Maryland a día de hoy, es la segunda ciudad con mayor cantidad de homicidios por cada 100.000 habitantes de los Estados Unidos, detrás de Louisiana.
De acuerdo con cifras del año 2022, Baltimore es la ciudad número 17 del mundo con mayor tasa de asesinatos, con 57,66 cada 100.000. Las cifras de crímen en Estados Unidos son extremadamente altas y se parecen más a las de un país del denominado “tercer mundo” que a los Estados más desarrollados de otras regiones como por ejemplo la Unión Europea. De acuerdo con cifras actualizadas al año 2021, se producen cerca de 16,5 crímenes violentos por cada 1.000 estadounidenses de edades superiores a los 12 años.
La serie muestra muy bien cómo la llamada “guerra contra las drogas”, inaugurada por el gobierno de Richard Nixon en 1971, sólo llevó a un aumento masivo de la población carcelaria, con consecuencias devastadoras para las comunidades más afectadas, en su amplia mayoría, afroamericanas. Si el objetivo de la guerra contra las drogas era mejorar la salud de los estadounidenses y disminuir el crimen y los homicidios, su fracaso fue estrepitoso.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística de Educación, hay más de 470.000 afroamericanos en distintas prisiones del país, la tasa de encarcelamiento de afroamericanos en el país es significativamente más alta que la de cualquier otro grupo racial o étnico. En The Wire, lo explican muy bien, cuando el ex sargento Ellis Carver le dice Herc Hauk que no se puede hablar de “guerra contra las drogas” porque “las guerras terminan”.
Entre 1984 y 1990 se produjo lo que se conoce como la epidemia de crack en los Estados Unidos, un incremento en el consumo de esta sustancia en ciudades como Nueva York, Los Angeles, Chicago, Miami, Detroit o la misma Baltimore. Esto golpeó particularmente a las comunidades afroamericanas, destruyendo no sólo el tejido social que ya había sido herido de muerte por las políticas desregulatorias del neoliberalismo de la Administración Reagan sino prácticamente todo tipo de sentido de la organización social de los tiempos de la lucha por los derechos civiles.
El nihilismo total que dio origen e impregnó a gran parte de los géneros mega exitosos de la música popular afroamericana como el gangsta rap durante la década de los 90, también tuvo una fuerte influencia en la consecuente suba del crimen en estas comunidades. The Wire refleja esta problemática como nadie nunca lo hizo antes ni después.
La verdadera tragedia que muestra la obra se encuentra encerrada en sus personajes más comunes, en gente como Bubbles, el adicto arquetípico. A diferencia del detective Jimmy McNulty, Bubbles es un protagonista más “silencioso”, el que conoce la ciudad como pocos y está presente en toda la trama de manera anónima. Es el prototipo de sujeto al que la compraventa de crack le arruina la vida, que no molesta a nadie pero que malvive y se las rebusca siempre para conseguir la próxima dosis.
En los últimos años, la epidemia de las drogas volvió a ser noticia, especialmente tras la irrupción del fentanilo y la consecuente disparada de muertes por sobredosis en Estados Unidos. Este analgésico, entre 50 y 100 veces más potente que la morfina, se vende de forma ilegal mezclado con otras sustancias ilegales como heroína, cocaína, metanfetamina o MDMA. Cerca de 108.000 personas murieron por sobredosis en 2021 en el país, y cerca de dos tercios de esas muertes estuvieron relacionadas con el fentanilo u otro opioide sintético de acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC, por sus siglas en inglés).
El uso del fentanilo no estaba extendido en la época que se filmó The Wire, si no probablemente debería haber sido incluido en el guión. Simon escribió a principios de los años 90 el libro Homicidio: Un año en las calles de Baltimore, allí entrevistaba a detectives de homicidios, fiscales, testigos, víctimas y sospechosos, para ofrecer una visión realista y cruda tanto de la vida en las calles de Baltimore como de los desafíos y frustraciones del sistema de justicia penal.
En sus crónicas crudas, Simon examinaba la violencia, el racismo, la corrupción, la burocracia y la política que afectaban a la resolución de los casos de homicidio en Baltimore. Muchos de los personajes que aparecen en el libro sirvieron de inspiración para los que aparecen en la serie. De hecho, uno de los tantos aciertos que suman al realismo visceral e inimitable de The Wire es el haber utilizado a verdaderos pandilleros para hacer de versiones ficcionalizadas de sí mismos.
Richard Price, uno de sus guionistas, definió a la serie como “esa novela rusa que pasan por HBO”. El primer diálogo de la serie termina con la contundente afirmación de uno de los pibes de la calle, mientras contemplan junto a McNulty un cuerpo inerte lleno de balas: This is America -esto es Estados Unidos-.
Y pocos artefactos culturales son capaces de reflejar tan bien el estado de las cosas en los Estados Unidos como lo que hizo David Simon con The Wire, y el resto de su obra televisiva. Mucho se habla de la tradición de “la gran novela americana”, esa creación literaria que abarca desde Moby Dick de Herman Melville o Huckleberry Finn de Mark Twain a La broma infinita de David Foster Wallace o Libertad de Jonathan Franzen pasando por El gran Gatsby de Scott Fitzgerald o Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy. Si The Wire fuera literatura sería mucho más que eso, más que una gran novela, se trata, en realidad, de la gran tragedia americana.
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