Hace cuatro años, en las redes, en la televisión, en todas las pantallas: fuego. El 15 de abril de 2019 la Catedral de Notre Dame de París, edificio milenario e ícono de la cultura francesa y de la historia occidental, se incendió. Los daños fueron muy significativos: dos tercios de la techumbre fueron destruidos, la aguja central de Viollet-le-Duc cayó y los rosetones quedaron dañados. Se cree que el motivo fue un descuido durante las obras de remodelación Lo único cierto: el fuego.
“Notre-Dame de París revivirá”, dijo este viernes el presidente francés Emmanuel Macron en un recorrido por las obras de reconstrucción de la catedral parisina y confirmó que en 2024 reabirá sus puertas. “Cinco años para revivir Notre-Dame. Es titánico. Estamos en ello. Artesanos, restauradores, obreros y compañeros, todos los equipos in situ nos lo han vuelto a asegurar esta mañana: ¡estaremos para 2024!”, publicó Macron en su cuenta de Twitter.
La historia de Notre-Dame
¿Pero qué es y, sobre todo, qué fue la Catedral de Notre Dame? Su historia es milenaria. Empezando por el lugar donde está ubicada: los celtas celebraban ahí sus ceremonias, los romanos erigieron un templo al dios Júpiter y la iglesia cristiana erigió su primera sede en París. Fue el obispo Maurice de Sully quien sugirió en 1160 la creación de una iglesia digna de sus valores. El proyecto era ambicioso: Luis VII y gran parte de la población lo financió.
Influida por la abadía de Saint Denis —emblemática iglesia, célebre por ser la primera del estilo gótico y por tener sepultados en ella a la mayor parte de los reyes franceses—, la construcción se inició en 1163. No hay fecha precisa de cuando abrió sus puertas a la comunidad, pero ya en 1182 hay registro de que el coro cantaba en la catedral. La construcción duró casi dos siglos: hasta 1345 distintos arquitectos fueron ampliándola hasta convertirla en lo que es hoy.
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El rol que ocupó esta catedral es fundamental: un vivo ejemplo de cómo se pensaba la magnitud y monumentalidad de los templos con el objetivo de volverse una propaganda clerical en el paisaje cotidiano frente a la nobleza feudal. Por eso, la arquitectura gótica es una forma de acentuar el poder de la iglesia en la conformación de las grandes capitales. A su alrededor se celebraban las festivales. La catedral de Notre Dame de París es quizás el mejor ejemplo de esta tendencia.
El paso del tiempo fue dejando sus marcas. En la década de 1790, tras la Revolución francesa, hubo robos, daños y profanación pero en 1802, tras un período en que se usó como almacén, volvió a ocupar su rol gracias a Napoleón Bonaparte, quien, ahí mismo, dos años después, se coronó emperador. Pero quizás todo cambió cuando, durante los dos siglos siguientes, se volvió un terreno fértil para la imaginación: obras literarias que la tuvieron como protagonista.
La primera gran obra es Nuestra Señora de París, novela de 1931 de Víctor Hugo. En ese momento el arte gótico estaba siendo muy criticado: el progreso avanzadaba y se demolían edificios de la época medieval. Esta novela, más allá de los romances y aventuras que narra en la trama ambientada en euna París medieval, es una defensa a esta gran catedral y a todo lo que representa. Fue un libro muy leído que reavivó el interés popular por Notre Dame.
En una de sus páginas, podemos leer lo siguiente: “Y la catedral no era sólo compañera de su madre, era el universo; mejor dicho, era la Naturaleza en sí misma. Él nunca soñó que había otros setos que las vidrieras en continua floración; otra sombra que la del follaje de piedra siempre en ciernes, lleno de pájaros en los matorrales de los capiteles sajones; otras montañas que las colosales torres de la iglesia; u otros océanos que París rugiendo bajo sus pies”.
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En 1845, el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc encabezó un proyecto de restauración muy audaz: demolió los edificios circundantes, colocó una nueva aguja de 96 metros y las célebres quimeras que hoy se conservan. En 1871, durante la Comuna de París, la catedral fue epicentro de turbulencias sociales y sufrió un incendio que no logró destruir prácticamente nada. Tampoco pudo el intento de atentado de 2017 del Estado Islámico que la policía frustró rápidamente.
No caben dudas: Notre Dame es un símbolo de la cultura occidental. Un año antes de la novela de Víctor Hugo, en 1930, La Libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix pinta su famosa obra La Libertad guiando al pueblo y ahí, al fondo, aparece la catedral. Entrado el siglo XX, Henri Matisse, Henri Rousseau y Marc Chagall también la plasmaron en sus lienzos. De todos modos no hace falta ni decirlo: esta catedral es una obra de arte en sí misma.
La primera vez que Notre Dame fue protagonista de una película es en 1939: Esmeralda, la zíngara, dirigida por William Dieterle con la interpretación de Charles Laughton como el jorobado y Maureen O’Hara hace de Esmeralda. Es una adaptación del libro de Hugo, así como también lo es el film de Disney de 1996: El jorobado de Notre Dame. También aparece en Ratatouille, Los Pitufos 2 y la película animada argentina Manuelita.
Hasta que se incendió. Hasta que solo vimos fuego. Hay una serie que narra las horas del caos y la tristeza que debió convertirse en resiliencia para reconstruirla. Se titula simplemente Notre Dame. También, en esa línea, está la película de 2022, Arde Notre-Dame. Son ecos de la misma historia, la de la emblemática catedral que con el incendio partió su historia en dos: antes y después del fuego. La del antes ya la conocemos; ahora, entre todos, estamos narrando la del después.
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