El título de la exposición del Museo de Arte Moderno, de Nueva York (MoMA) Señales: Cómo el video transformó el mundo sugiere un recorrido épico, que abarca el formato audiovisual en todas sus múltiples variantes. Pero, aunque se trata de una exposición a gran escala con más de 70 obras, muchas de las cuales requieren una sofisticada visualización en múltiples monitores, también está muy centrada. Los encargados de la muestra se interesan sobre todo por el video como fuerza directa de cambio social, protesta y democracia.
La exposición también se centra en la evolución tecnológica del video, cada vez más al alcance de artistas y profanos. El lanzamiento en 1967 del Sony Portapak, una grabadora que funcionaba con pilas, es un momento crucial, ya que hizo que el video fuera portátil y razonablemente asequible, y puso el poder de la grabación y la reproducción en tiempo real en manos de la gente común Otros momentos cruciales en esa evolución, para pasar de ser un juguete caro a un elemento omnipresente en todos los teléfonos inteligentes, son su distribución en Internet (la primera cámara web de streaming apareció en 1993) y en las redes sociales (como YouTube, que se lanzó en 2005).
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A lo largo de la muestra, la idea del vIdeo como señal cultural se entiende en relación con distintos tipos de ruido: ruido político, ruido del entretenimiento y la publicidad, y el omnipresente ruido del capitalismo, siempre en busca de nuevas formas de monopolizar y sacar provecho. La televisión, y las gigantescas redes corporativas que la controlan, hacen el mayor ruido de todos, y la exposición hace un buen trabajo al trazar la historia de los grupos de televisión de guerrilla y los colectivos de artistas que se dieron cuenta, muy pronto, de que algo fundamental estaba cambiando en nuestra relación con la información y la realidad.
El video cambió al mundo
La revolución del video fue total, y es difícil de comprender porque, como la vida misma, no existe un punto de vista ajeno al fenómeno desde donde estudiarlo objetivamente. Una obra de 1980, Hole in Space (Agujero en el espacio), de Kit Galloway y Sherrie Rabinowitz, da una idea de lo profundo que fue el cambio cultural. Durante tres días, las artistas invitaron a peatones de Nueva York y Los Ángeles a interactuar entre sí a través de una conexión vía satélite y en directo. La respuesta del público a este pequeño milagro de simultaneidad electrónica es entusiasta y alegre. Al parecer, se trataba de una nueva tecnología que podía ponernos en comunión con desconocidos de todo el planeta. La promesa era tan atractiva como otra similar que hicieron décadas después las empresas de redes sociales, antes de que ese medio también se volviera tóxico y se convirtiera en un vector de desinformación y ansias autoritarias.
Los canales de acceso público de la televisión por cable también prometían la posibilidad de escuchar nuevas voces y puntos de vista excluidos de los reinos cuidados de la televisión corporativa. Los artistas son, por naturaleza, pioneros, pero eso significa que los primeros trabajos en video a menudo parecen provisorios y amateurs en retrospectiva. Incluso la vertiginosa extravagancia por satélite de Nam June Paik en 1984, Buenos días, Sr. Orwell, se vio afectada por problemas técnicos. Paik utilizó un enlace por satélite para crear un evento en directo simultáneo en Nueva York y París, con destacados músicos (entre ellos Laurie Anderson y Peter Gabriel), bailarines (Merce Cunningham), artistas (Joseph Beuys) y celebridades en un salvaje, estridente y emocionante espectáculo televisivo de variedades.
La tecnología de la comunicación está íntimamente ligada a la moda y al consumismo. Estamos bien entrenados para ansiar nuevos y mejores medios de registrar el mundo, y rechazamos por reflejo la tecnología anticuada. A diferencia de las fotografías en blanco y negro, los daguerrotipos o las grabaciones en cilindros de cera, no hay mucho encanto nostálgico en los primeros días del video. Cronológicamente, estamos increíblemente cerca del lanzamiento en 2009 del iPhone 3GS de Apple, el primer modelo con capacidad de grabación de video, y sin embargo ya estamos tan lejos tecnológicamente que las limitaciones de aquel dispositivo parecerían hoy cómicas o irritantes.
Y ahora, los temores iniciales de los artistas que se preocupaban por el poder del vídeo no sólo para difundir información, sino para reconfigurar la realidad, han llegado plenamente a nosotros. El vídeo nos permite recordar cosas que nunca hemos vivido y ahora puede editarse con tanta destreza que puede crear facsímiles totalmente convincentes de la historia. Los gigantes de las redes sociales han extendido, mediante algoritmos, el poder de control de las cadenas de televisión y las compañías de cable a los últimos nichos del ámbito privado. Yo podría hacer un vídeo de una hora lavándome los dientes, pero será Facebook o Twitter quien decida en última instancia cuántas y cuáles personas lo ven.
El ruido es cada vez mayor y, a medida que aumenta la cacofonía, también lo hace la urgencia de los esfuerzos de los artistas por romperlo. La obra más convincente en este sentido es “Broken Mirror” (Espejo roto), de Dong Song, de 1999, en la que el videógrafo chino recorrió las calles de Pekín filmando a la gente en el reflejo de un espejo. También utilizó un martillo para romper el espejo, haciendo añicos la ilusión del acceso directo de la cámara a la realidad, al tiempo que captaba la sorpresa de los transeúntes. Este gesto, tan puro en su condensación de las cuestiones planteadas por la tecnología del vídeo, se repite varias veces. En cada ocasión, se produce una sacudida de algo genuino y real, una denuncia de nuestra dependencia de las imágenes, de nuestra confianza en su verdad, y un momento liberador de conmoción y sorpresa cuando algo rompe nuestra tendencia a la autocomplacencia.
Otros artistas no intentan atravesar el ruido, sino capturar y contener su discordia y, quizás así, neutralizar parte de su poder corrosivo. Gretchen Bender superpone frases o ideas potentes a pantallas de televisión que emiten el flujo habitual de tonterías y seducciones. Así, vemos imágenes aleatorias sacadas del torbellino del entretenimiento y las noticias con palabras como “Investigación militar” o “Personas con sida” impresas sobre ellas. Es una intervención sencilla, incluso simplista, en el vasto diluvio de medios de comunicación, pero con sorprendentes momentos de disonancia.
Artur Zmijewski viajó con un equipo de videógrafos entre 2007 y 2009 para capturar protestas y concentraciones públicas en todo el mundo, incluida la reacción a menudo represiva de las autoridades ante estas reuniones. Las imágenes se reproducen en varias pantallas a la vez, un gigantesco guiso de ira y reacción que resulta a la vez inspirador y deprimente. Se afirma el poder del espacio público, pero el efecto estético es un nuevo ruido que compite por hacerse oír por encima del viejo ruido. Se trata de una paradoja esencial: el video sólo puede criticar el exceso de imágenes y ruido añadiendo más imágenes y ruido a la mezcla.
En medio de grandes oleadas de información, la propia realidad empieza a parecer fugitiva. Tal vez eso explique el peculiar efecto de un gato que se adentra brevemente en las escenas capturadas en U.S. Greatest Hits Mix Tape Volume I, de Frances Stark, una colección de viñetas sobre la intervención estadounidense en la política de otros países. La obra se exhibe en iPads, que capturan imágenes de noticias en el monitor de un ordenador de sobremesa. En una escena, aparece un gato, breve e inexplicablemente. Es lo que hacen los gatos, pero se trata de una intervención bienvenida, que altera eficazmente la atmósfera inquietante de la historia vista en un espacio doméstico, en una pantalla pequeña, sin contexto ni otras explicaciones.
Como en Espejo roto, el gato rompe el ruido. Es algo pequeño, casi no merece la pena destacarlo. Pero representa algo importante: Ansiamos pequeñas cosas sin guión que disipen el sopor mental de lo que ahora llamamos “tiempo de pantalla”. Por supuesto, el gato aparece en una pantalla, lo que significa que también se ha inscrito en el tiempo de pantalla. Pero la ilusión de escapar fue agradable mientras duró.
Fuente: The Washington Post
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