Todo alguna vez participaron de un encuentro que, con las horas, comenzó a descascararse, en el que la felicidad fingida no se puede sostener por más esfuerzo que la persona anfitriona lo intente. El desarrollo de este resquebrajar, la caída de las máscaras y las intenciones detrás de tanta algarabía forzada, van moldeando Fiesta en el Jardín, obra de teatro de Mora Monteleone que comenzó su tercera temporada, ahora en Timbre 4.
Monteleone propone un diálogo con algunas historias de Katherine Mansfield, autora que la inspiró a contraponer la sociedad que la neocelandesa retrataba hace un siglo y en la que encontró similitudes con la suya propia, la de los sub-30, los hijos de los ‘90.
“Cuando leí los cuentos de Mansfield sentí que hablaban sobre el presente de mi generación. Tomé situaciones y personajes de cinco cuentos en los que yo podía leer un reflejo atroz de nuestro presente, en los que Mansfield expone las virtudes y miserias del mundo social del arte, las complejidades en los vínculos, la ansiedad generada en torno a la idea de realización individual. La forma en la que exponía estas cuestiones era, más que nada, lo que me interesaba reproducir a la hora de hablar de nuestro presente: la mirada crítica, poética y brutalmente honesta con la que se retrataba a sí misma y a sus contemporáneos, la sutil ironía con la cual conducía a sus personajes, y al lector, al abismo de sí mísmos”, explica Monteleone en un intercambio con Infobae Cultura.
Cuando Mansfield escribió los cuentos que templaron Fiesta en el jardín, la Gran Guerra moldeaba el espíritu de los tiempos y las vanguardias se extendían por la vieja Europa. Es interesante, un siglo después, observar las conexiones que, en contextos a priori disímiles, las generaciones siguen reproduciendo relaciones en las que la hipocrecía, el desamor, el interés y la necesidad de aceptación continúan siendo una amalgama que lleva a la pregunta qué es lo que estaba roto entonces y que tan diferente es a la actualidad. Un siglo en el que mucho sucedió y, a la vez, parece que nada.
Esta fiesta sucede en el marco de una madrugada de año nuevo, en una casona de una familia agroexportadora coptada por su hija, Isabel (Lucía Tomas), quien ayudada por su pareja, Nicolás (Nahuel Monasterio), reúne a un grupo de artistas en este festejo que a las 4 de la madrugada, horario a partir del cual suceden los eventos, comienza a desfenecer.
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“La pareja protagonista de la obra sale de Matrimonio a la moda, a mi parecer el mejor cuento jamás escrito sobre una pareja en crisis. El cuento muestra los dos últimos días de esa relación. La crisis nunca se nombra, solo se ve en sutilezas, en el tono en que uno dice al otro algo, en la forma en que uno sonríe o en la que se elige no compartir determinado instante con el otro, en una súbita cordialidad que desentona con el recuerdo de un pasado de espontaneidades”, comenta.
A modo breve y sin spoilers, en ese sentido, la pareja va marcando los puntos de encuentro y desencuentro con los coprotagonistas, funciona para exponer las gracias y miserias de los que los circundan, como Tomás (Juan Manuel Artaza) y Gabriel (Orlando Alfonzo), dos escritores de ego desmedido que se desafían constantemente y hacen aquello que los autopercibidos eruditos mejor saben hacer: recitar alguna frase de autor consagrado o tratar de escribir algo mínimo y significativo por lo que ser recordados aunque sea en esta fiesta en un casona perdida.
Por su parte, Candela (Monteleone), la única autora publicada con cierto éxito, y su pareja Clara (Azul Araya), quien está allí porque toca, sin agenda propia, conforman junto a Violeta (Manuela Roca), también artista, un triángulo de deseos y frustraciones que se manifiestan desde el juego de la seducción poética o se expresan sin tanto sutileza, de acuerdo a cada personaje. Finalmente, Ana (Martina Krasinsky) es una precensia fantasmagórica que se vuelve real, una presentadora que marca la cicularidad del tiempo, que entrelaza el pasado con el presente, y que se convierte en el último grito de desesperación de la protagonista, aunque generé el efecto contrario al que deseaba.
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La obra no adolece de cierta justicia poética a partir de cómo algunos personajes se van desarrollando, ya que logra, en principio, que algunos generen simpatía o rechazo, y cuando se establece un acuerdo sobre esta caracterización surgen los verdaderos habitantes de esos cuerpos, las contradicciones, y la postura tomada sobre unos y otros puede cambiar. Esa variación no solo es funcional a mantener la atención, a generar electricidad en el ambiente a partir de confrontaciones, sino que interpela al público sobre cómo se evalúa a las personas, pone en evidencia la velocidad con que se construyen juicios.
“En la obra, la protagonista está muy inspirada en la Isabel de Matrimonio a la moda, pero también incorpora el carácter y decisiones de la protagonista de Una taza de té, Rosemary, quien resolvió llevarse a una mendiga a tomar el té a su mansión imaginando una reacción en sus interlocutores que la entusiasma”, dice Monteleone, y agrega: “Se convence de que con ese gesto conquistará la admiración de aquellos a los que evidentemente admira (y quienes no la admiran a ella, puesto que si no no necesitaría hacer ningún gesto extremo). El uso de vidas reales para la consecución de un fin imaginario. La condensación confusa e insoportable de admiración, amor y sensación de realización, que hoy siento arraigada en mi generación (generación Instagram) como una hiedra venenosa ya demasiado adentrada en nosotros”.
Los personajes de Fiesta en el jardín habitan un espacio entre la jactancia y el miedo al olvido, y buscan, añoran, desean, un reconocimiento, aunque sea fugaz, del otro, aunque algunos quedan mucho más evidencia según cómo la desesperación va tomando nuevos niveles a medida que transcurre la noche. El amor se presenta, pero nunca toma la escena, está agazapado en el ímpetu de un hombre por ser valorado por su pareja, en un triángulo de mujeres que comienza a brotar sin ser declarado, pero sobre todo en el narcisismo.
La muerte espera. Deambula entre actos, es una anécdota que los une para divagar sobre sus propias existencia y es el temor de quien aparece de la nada e ingresa a la casa como una igual. La muerte es la certeza imeperfecta de que sus propias existencias carecen del sentido que desearían.
“Mansfield parecía mostrarme mi presente, un presente en que vivimos pendientes de la mirada ajena, en que vivimos pensando cómo mostrar lo que vivimos para que atraiga la atención de los otros, en la que precisamos la confirmación de otros para definirnos. Es la dinámica del éxito y la frustración en un ciclo irrefrenable, que todos condenamos pero que no dejamos de alimentar”, sostiene la autora y directora de la pieza.
Además, explica, la pieza toma “situaciones y personajes” de cuentos como Felicidad, Veneno y Fiesta en el jardín., aunque en este caso no como hilos argumentales “sino algún giro, alguna dinámica, alguna impresión, algún conflicto”, ya que la idea “siempre fue construir un todo orgánico, no contar una heterogeneidad de historias”.
Luego de dos temporadas en el San Martín, Fiesta en el Jardín tiene aún cinco funciones por delante en el circuito privado y en cada función incorpora a un escritor invitado que realiza una intervención escénica. Para este traspaso de escenario, la autora explica que se realizaron cambios: “La sala ofrece una cercanía con el público en términos espaciales, y el horario también acerca sensitivamente a público y personajes, que están en una fiesta. Ese espejo me despertó la posibilidad de incluir una porción de la platea como parte del espacio escénico (espejo que también se configura desde las proyecciones en escena, que por momentos presentan a nuestros personajes abismados, solos, en una platea vacía). El juego de espejos en esta nueva versión también funciona al interior de la puesta, donde ahora hay varias escenas que dejaron de sucederse linealmente para presentarse en simultáneo”.
En la literatura de Mansfield, tanto como en la de otros autores de entonces que residían en Europa, hay una necesidad de exteriorizar un mundo de frivolidades a través de la crítica, en la que los temores se escondían detrás de la exaltación del ahora, que se ocultaban en los movimientos espasmódicos del charleston, o en reuniones que se extendían para compensar el enfrentamiento con la soledad, con el ser desnudo. F. Scott Fitzgerald, John Dos Passos, etcétera, retrataron a aquella Generación Perdida, que veía el nacimiento de un mundo incierto, un mundo cambiante de entreguerras, de avances tecnológicos desconcertantes.
La Gran Guerra es un capítulo de la historia, sí, pero una amenaza constante y los combates a los que la humanidad debe enfrentarse no se encuentran solo en campos de batalla. Muchas veces, solo se necesita organizar una fiesta en el jardín.
*Fiesta en el jardín, en Timbre 4 (México 3554), viernes 23:15 hs. hasta el 12/5. Entrada general: $2500
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