Juanjo Conti, escritor y programador: “La inteligencia artificial no es mala ni buena: depende de los usos que le demos”

El autor santafesino conversó con Infobae Cultura sobre el cruce entre programación y literatura, las virtudes de los libros y lo “mentirosos altamente capacitados” que pueden resultar los algoritmos

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Juanjo Conti es programador, pero
Juanjo Conti es programador, pero también escritor: lleva publicadas cuatro novelas

El 31 de diciembre de 2020 Juanjo Conti recibió un mensaje. Mat Guillan, editor del sello UOiEA!, le dijo que sí, que leyó su novela, que le gustó, que quería publicarla. “Me alegró las fiestas”, dice ahora, del otro lado del teléfono, desde Santa Fe, en diálogo con Infobae Cultura. El libro comenzó a nacer en un taller de nouvelle a distancia. El objetivo: escribir un capítulo por semana. Aceptó el desafío. Son dos adolescentes que, más por aburrimiento que por diversión, queman un auto en el silencio de la noche y ese episodio autónomo, secreto, delictivo, se convierte en una especie de trabajo. A mitad de 2017 ya tenía el primer borrador. “Después lo seguí trabajando. Lo envíe a unos concursos, lo típico cuando uno escribe algo, pero no tenía un lugar concreto donde publicarlo”. Entonces conoció a Guillan por internet. “Como él estaba empezando con su proyecto editorial le dije que me tuviera en cuenta. Y como uno de los pilares que él se había puesto para la editorial era, una vez al año, publicar a alguien a quien no conociera, le mandé dos novelas inéditas. Una era Los quemacoches”.

Una noche, con el libro publicado hacía dos semanas, apareció un auto quemado justo enfrente de su departamento. “Era como que si los personajes estuvieran yendo a rendirle tributo al autor”, dice. La novela comienza con un epígrafe de Juan José Saer: “Ya se sabe cómo es el fuego: parece que le da forma y vida a las cosas”. Bruno y Mariano, sobre una Zanella, vagan por la ciudad de Santa Fe. Ya entrada la noche, después de la segunda cerveza, sentados sobre la vereda, ven un Torino modelo 69. Están en el año 2000, hace frío, y no recuerdan cuánto lleva ese auto ahí, inamovible: “las ruedas del vehículo están desinfladas. Tiene algunos vidrios rotos y la chapa de la carrocería oxidada”. Uno de los chicos mete una manguerita en el tanque de nafta de la moto, llena un poco la botella de cerveza vacía, le pone una media y lanza, sobre el auto, esa molotov improvisada. Hipnotizados, “en sus ojos se reflejan las llamas que bailan inocentes de todo pecado sobre el metal. Una coreografía de trazos rojos, amarillos y naranjas que apenas logran empujar la negrura de la noche”. Se suben a la moto y se van a sus casas, que mañana hay escuela.

“La historia es totalmente inventada: no tengo experiencia de primera mano quemando autos”, dice, pero sí se colaron algunos datos biográficos. Algunos suyos, otros robados de por ahí. El nombre de los protagonistas, por ejemplo, “son los nombres reales de dos amigos míos de la facultad que los conocí ya de grande, no en la edad que tienen los personajes del libro, pero como ellos fueron juntos a la secundaria se la pasaban contando anécdotas de esa época: los ganchitos en el buzo, el puente colgante. Yo después lo fui rellenando o enriqueciendo con cosas mías de esas edad como participar en las Olimpiadas Matemáticas Argentinas”. En el libro, antes del primer capítulo, un dato de la realidad: “Entre marzo de 2015 y diciembre de 2019 aparecieron trescientos ochenta autos prendidos fuego en las calles de la ciudad de Santa Fe”. Lo que sigue es una historia, una novela, personajes, diálogos y escenas que envuelven un sentido silgunar: una posible explicación desde la ficción que da Conti a estos hechos extraños: “La mayoría de los casos nunca han sido resueltos”, se lee.

Los quemacoches (UOiEA!, 2022)
Los quemacoches (UOiEA!, 2022)

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Conti nació en Carlos Pellegrini, un pueblo de cinco mil habitantes en la provincia de Santa Fe. Cuando terminó la secundaria se mudó a la Ciudad de Santa Fe, la capital, en el año 2003, para estudiar Ingeniería en Sistemas en la Universidad Tecnológica Argentina. Hoy es programador, también escritor. Ambas disciplinas, que en él se retroalimentan, aparecieron bajo la misma circunstancia: la curiosidad. “Cuando yo era chico, a información que llegaba en esa época, en los noventa, no era como la que hay ahora. Era la literatura de la biblioteca de la escuela. Los primeros textos importantes los leí en la secundaria de la mano de los profesores de literatura. A la vez yo tenía la inquietud de internet, que era algo nuevo y que por esos años llegaba al pueblo: no todos tenían internet en la casa, yo iba a la casa de un amigo. Tenía también esa pulsión, ese deseo por conocer, entonces elegí esa carrera porque lo que yo quería era saber cómo funcionaban las computadoras por dentro. Aunque ya venía aprendiendo por mi cuenta de forma autodidacta y sentía que si iba a una institución iba a ordenar mejor mi proceso de aprendizaje”, cuenta.

—¿La literatura y la programación son dos caminos paralelos que no se tocan o hay puntos en común?

—Sí, se tocan. A veces de forma más explícita, otras veces más solapada. En este libro y en Las lagunas está un poquito más solapado, pero en Las iteraciones es el tema de la novela: la vida de los programadores. También escribí, por ejemplo, un poemario usando elementos de lenguaje de programación. También me interesa un género que podríamos llamar literatura hacker, que aún no existe como tal, pero creo que es un término que podemos acuñar, ¿no? Fantaseo con escribir un libro de no ficción que explore estas novelas, como Criptonomicón o WarGames. Creo que hay algo ahí para para investigar, además es una forma de aportar algo.

Quizás el punto justo de contacto entre literatura y programación fue Automágica: “Cuando empecé a escribir, creo que le pasa a muchas personas, quería tener un libro objeto en mis manos. Pero claro, si vos sos un escritor desconocido es muy difícil que te publiquen un libro, entonces dije: ‘bueno, ya que soy programador, voy a escribir un software, que me permita ir del manuscrito a los archivos necesarios para que la imprenta genere un libro objeto’. Con Automágica publiqué una novela, mi primera novela, que se llama Xolopes y también algunos libros de cuentos que fueron más experimentos con el programa que unidades temáticas. Después logré publicar de otra forma, no autopublicarme, digamos. El software por ahí perdió un poco su razón de ser hasta que me di cuenta de que podían usarlo para publicar a otra gente, amigos míos, que estaban en la etapa que yo acababa de superar, esa etapa donde decís: ‘quiero ver mi primer libro publicado’”. Pero mi proyecto personal es convertirme en escritor. Hay gente que le interesa ser editor, pero lo mío en ese rubro fue accidental”.

Dos semanas después de haber
Dos semanas después de haber publicado "Los quemacoches" apareció frente a su departamento un auto quemado

Después de Xolopes publicó Las lagunas, novela de 2019 editada por EMR (Editorial Municipal de Rosario), mezcla de policial y ciencia ficción. La historia, que se desarrolla durante unas veloces 109 páginas, comienza un domingo del verano de 1994. Dos chicos que están pescando en una laguna, uno de once y otro de siete, encuentran una calavera humana. Es la calavera de un niño de su edad. El pueblo, por supuesto, se alborota. En el pueblo también vive Matías —hijo único de un doctor genetista retirado—, un chico de esas edad que, cada vez que se despierta, no recuerda nada. Hace un esfuerzo hasta que las imágenes aparecen. Entonces sí, se tranquiliza. Sabe que el mundo que está viviendo es real —¿lo es?— y que él es él, no la copia de un otro. Sin embargo, duda. Un día, Matías decide lastimarse, dejarse una marca, una cicatriz, para comprobar si él, su cuerpo, el entorno y este mundo siguen siendo los mismos al día siguiente. ¿Y lo siguen siendo? Ahí la historia monta una segunda capa de sentido, además del misterio de los cráneos de niños en la laguna de Cano. Ahí la nouvelle se vuelve atrapante.

El mismo año publicó su tercera novela, Las iteraciones, editada por Contramar. Juan Andrés Stiven, alias Stix, un programador octogenario que vive de la ayuda social, piensa qué hacer con sus “celdas”. Hace cinco años vio en vivo y por televisión el primer viaje en el tiempo. Ahora, en ese presente, la máquina se convirtió en “un bien más para el consumo”. Solicitando un permiso y completando datos —no nos libraremos de la burocracia en el futuro—, se puede acceder a un viaje. Stix comienza con ambición, pero el sistema sólo le permite viajar un año al pasado y a Montevideo y a “mirar el Río de la Plata” y por quince minutos. Poco a poco la novela suma personajes —un tal Kaufmann que vende “celdas” del mercado negro, sus amigos de la infancia devenidos en octogenarios descartados por el sistema, un grupo guerrillero que día a día pierde hombres en las calles en combate y Soledad, una compañera del secundario que murió el día después de que él se sacara con Mariana, quien lo hace profundamente infeliz— y eso que parece ciencia ficción pura y dura se convierte en una novela de amor.

La idea de escribir, cuenta Conti ahora, comenzó cuando conoció a un profesor de Química que era “muy fan” de la ciencia ficción: “Ahí retomé un poco la idea de escribir y de leer más. Los primeros textos que yo empecé a escribir fueron cuando estaba terminando la universidad, es decir, cuando me liberaba un poco de la carga del estudio de la carrera. Y así podía atender a este otro deseo. Empecé a ir a talleres, conocer gente que estaba en la ciudad en esa movida, ingresar en ese mundo que ahora puedo combinar tranquilamente con mi trabajo en sistemas, que me permite tener tiempo para mí y si quiero leer un libro poder comprarlo y leerlo, tomar talleres cuando lo necesito”. Hasta el momento son cuatro las novelas publicadas. Con Los quemacoches se aleja, al menos por un rato, de la ciencia ficción. “No quería que los personajes tengan celulares estos chicos, entonces inventé un poco esto de que en el año 2000 se empezaron a quemar autos. Eso es inventado, pero al al servicio de la estética que quería darle a la historia. El grueso de los autos quemados acá, en la ciudad, empezó en el 2015, eso sí es verdad”.

Las lagunas (EMR, 2019)
Las lagunas (EMR, 2019)

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—Los protagonistas de Los quemacoches son adolescentes. Ocurre también con Las lagunas, que no son tan adolescentes pero sí niños. ¿Te interesa esa etiqueta, esa zona, ese público?

—Yo no hago esa distinción al escribir, pero puede ser que como autor tenga ciertas inocencias que hacen que los textos que produzco sean válidos para una literatura juvenil. De hecho tengo cuentos que tranquilamente se podrían reunir en un volumen de literatura juvenil, pero nunca hice el movimiento de enviar trabajos a un concurso de literatura juvenil o contactar a una editorial de literatura juvenil específicamente. Sí me gusta que el libro llegue a manos de chico jóvenes porque dan una respuesta siempre original y franca. Con el libro anterior, Las lagunas, sí, se leyó mucho en primarias, y yo no tenía en mente que sea un libro para chicos de escuela, pero como el protagonista está en la escuela primaria, bueno, sé que lectores de esa edad empatizaron con los protagonistas de este libro. Creo que sí, que a Los quemacoches lo pueden leer tranquilamente en la secundaria. De hecho hay algunas escuelas secundarias que ya lo están leyendo acá, en la ciudad.

—En ese sentido, de alguna manera el libro provoca un espejo entre la adolescencia narrada, la de esa época, donde no había celulares, etcétera, y la actual, la de quienes leemos. Pienso en cómo cambiaron las rebeldías, también el control de los adultos, las libertades.

—Siendo el adulto que soy, creo que me costaría mucho más escribir una novela sobre adolescentes en la actualidad. Tampoco tengo conocidos tan cercanos en esa edad, pero sí hay algo que se vislumbra leyendo en internet: que los jóvenes de antes no son los jóvenes de ahora. Quizás sus ideas, sus deseos, sus revoluciones pasan más por cosas que están en la pantalla que en la calle. Los chicos antes éramos, creo yo, más independientes, más libres. El entorno tal vez era menos hostil y los padres tenían otras preocupaciones: hay tal vez están más arriba de los chicos.

Las iteraciones (Contramar, 2019)
Las iteraciones (Contramar, 2019)

Como programador, pero también como escritor, Juanjo Conti tiene una posición tomado sobre la inteligencia artificial: “Hay una frase que dice que una tecnología suficientemente avanzada para una persona dada puede ser percibida como magia. Para para mí la inteligencia artificial nunca va a reemplazar a la inteligencia humana. Va a permitir que los humanos podamos ser más eficientes en distintos aspectos de nuestra organización como sociedad. Como toda herramienta, obviamente, no es muy mala ni muy buena: depende de los usos que los humanos le demos”. Y además, agrega algo clave en relación a su posible aplicación a la ficción: “La literatura no se limita a la escritura, la literatura nace cuando un lector lee un texto. Entonces puede haber alguna persona que lea un texto escrito por una inteligencia artificial que logre llegar a esos lugares que yo quiero llegar leyendo a un humano, pero estas inteligencias artificiales que hacen foco en el lenguaje humano logran simular inteligencia porque son muy correctas al expresar los datos que han analizado y combinado muchas veces”.

“Si uno sabe del tema se da cuenta que no son más que mentirosos altamente capacitados para la oratoria”, continúa Conti. “Hay que tener cuidado porque le podés pedir ’decime qué libro publicó tal autor’, y la respuesta es muy correcta en cualquier idioma, pero tal vez falla en los nombres. ¿Y por qué falla en los nombres? Porque tal vez en el mar de información el nombre de tal autor aparece muchas veces cerca del nombre de tal libro, que no es el suyo, que no escribió, entonces el algoritmo ponderó eso y dedujo erróneamente que esa persona era la autora, y en el cálculo de la inteligencia artificial se asume como verdad. Si alguien no está atento puede tomar como verdadero algo que no lo es y después se puede replicar. Imaginemos que alguien le pide a una inteligencia artificial una biografía de un autor que va a entrevistar, la inteligencia escribe una biografía y después en el prime time el periodista recita esos párrafos con la persona ahí adelante, pero la persona por educación no lo corrige en vivo, entonces millones de personas ven esa entrevista, y eso se termina instalando como real”, agrega del otro lado del teléfono, desde Santa Fe.

—¿Qué encontrás en la literatura que no está la programación? ¿Qué hay ahí, qué te permite?

—En la literatura veo una forma de atesorar momentos de nuestras vidas. En esta novela cristalicé un sentimiento que tuve en primer año de la secundaria, cuando estaba ahí desesperado por resolver un problema matemático y una profesora me dijo: ‘sí llegaste acá, andá tranquilo’. Son cosas que yo quiero conservar y con el paso de los años puede ser que olvide algunas cosas, entonces escribiendo libros, escribiendo historias, creo que uno puede lograr conservar cosas de su pasado que si no tal vez perdería. Obviamente que otra gente lo conserva de otra forma, tiene sus herramientas; esta es una que yo encontré. A veces fantaseo que cuando tenga sesenta años y entre a una librería de usados y encuentre un libro, lo abra en una página al azar, lea un párrafo y ese párrafo me transporte a una vida del pasado.

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