Lejos del hogar, en la ciudad gravemente destruida, los profesores y alumnos de la escuela de arte de Mariúpol vuelven a encontrarse en clase, mientras intentan encontrar consuelo en el arte y reconstruir sus vidas desde varias ciudades de Ucrania. Si uno teclea el nombre de la escuela de arte de Mariúpol en un buscador, los resultados indican que está “cerrada temporalmente”.
Sin embargo, aunque sus alumnos y su personal no vuelvan físicamente a su antiguo edificio, su escuela sigue viva. Risas y animadas conversaciones llenan una pequeña sala de uno de los centros culturales de Leópolis donde la renacida escuela ha encontrado refugio. Varios niños, de entre 8 y 9 años, dibujan y pintan bajo la supervisión de Oksana Hnatyshyn, directora de la escuela; cuesta creer que hayan pasado traumáticas semanas en la ciudad, asediada y bombardeada por los tanques, la artillería y la aviación rusos.
El edificio de la escuela en Mariúpol ardió y quedó gravemente dañado durante el acoso. Las obras de Arkhip Kuindzhi, pintor paisajista que le da nombre, probablemente desaparecieron. La mayoría de sus 300 alumnos y 15 empleados están ahora dispersos entre Ucrania y otros países.
”Echo mucho de menos la escuela. Estudié y trabajé allí, puse mi alma en ella. No puedo explicar lo que siento, se perdió todo”, explica la directora. Los tres primeros meses tras dejar Mariúpol los pasó en estado de shock. Luego Hnatyshyn decidió que tenía que reactivar la escuela, aunque en otra ubicación. ”Nos robaron todo, pero la escuela tenía que seguir adelante”, recuerda. Las clases se reanudaron con sesiones de terapia y arte para adultos y niños que acababan de perder su hogar. ”Ayudaba hacer algo con tus manos. Ver el resultado te da más confianza y te anima a seguir viviendo”, explica su directora.
Tras un invierno extremo, salpicado por ataques de misiles rusos y cortes de electricidad, empezaron a asistir más niños cuando la escuela volvió a impartir clases propiamente dichas. Además de las de Leópolis, la escuela imparte clases en las ciudades de Dnipro, Odesa y Kropyvnytskyi, donde tres de sus profesores huyeron de Mariúpol.
Unos 40 alumnos asisten a la escuela de arte de varias ciudades, sea de forma presencial o virtual, desde sus hogares temporales sea en Ucrania o en otros países de Europa. Mariana, de 13 años, está pintando un edificio conocido de Mariúpol para una futura exposición, en la que está trabajando la escuela. Está contenta de volver a clase tras la pausa forzada. Muchos otros refugiados llegados de Mariúpol no pueden evitar pintar también el mar o paisajes de su ciudad costera. ”Hace poco me preguntaron: ‘¿Cómo es que nos gusta tanto nuestra ciudad?’. Probablemente porque ya no la tenemos”, comparte su directora.
Los rusos dicen que construyeron 20 edificios nuevos, pero casi todo está destruido. Aunque el trabajo y el cuidado de los niños la ayudan, Hnatyshyn llora a menudo por las noches al pensar en la ciudad y en la tragedia que sufrió. Duda de si volverá a la ciudad cuando Ucrania la libere. Dependerá de cómo vaya la reconstrucción, de si hay educación para los niños o medicinas, explica. Hay algo más que hace especialmente complicada la situación desde el punto de vista emocional. ”Mariúpol es distinto incluso que Bajmut porque sus residentes nunca tuvieron la oportunidad de huir antes de que los rusos la cercaran y empezaran a destruirla. Un residente que sigue en la ciudad nos contó que todavía huele a cadáveres sin enterrar”, explica.
Pese a ello, los lazos con su ciudad son tan fuertes, que Hnatyshyn piensa que probablemente regresaría si vuelve a quedar bajo el control de Ucrania. De momento, su trabajo en Leópolis está dando sus frutos. Los niños charlan animadamente mientras pintan comida tradicional de Pascua. Uno de los niños cuenta cómo vio transportar tanques en tren; Hnatyshyn comenta: “Bien. Necesitamos más”.
Fuente: EFE
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