Pablo Picasso se levantaba tarde, dormía poco durante la noche y trabajaba mucho. Siguió pintando hasta poco antes de su muerte. Raramente abandonaba su hogar, le gustaba que vinieran a verle. Cualquier visita le llenaba de alegría pero solo las aceptaba si estaba “listo para recibirlos”. “¿De qué sirve acoger a los que amo si tengo demasiado trabajo o estoy de mal humor? Prefiero no verlos, y abrir mis puertas solo cuando estoy feliz, con buena salud y disponible”, comentaba.
“Come por mí”
Una noche, en 1971, se acostó más tarde de lo habitual. Jovial, nos acompañó hasta la puerta a las cuatro de la mañana, aparentemente menos cansado que todos nosotros, y tras habernos regalado chanzas durante toda la velada.
Esa noche nos reprochó nuestra “falta de apetito” y nos sermoneó. “Bebe, aún queda champán, anda, bebe por mí, yo no puedo... comé chocolate, a mi me lo tienen prohibido... La fruta confitada... ¿a que es rica?”
Luego, con un gesto entre rabioso e hilarante, se levantó la camisa y nos mostró una cicatriz: “todo este régimen es a causa de esto”. Una operación quirúrgica le imponía una dieta alimentaria muy estricta. Durante nuestros encuentros nunca hablaba de arte, de su trabajo. Pero guardaba curiosidad por todo, nos preguntaba y mezclaba sus recuerdos a nuestras respuestas.
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Televisión en familia
Era un hombre acogedor, pero también quería vivir en paz. No le gustaba para nada las peleas a su alrededor. Solo admitía el espectáculo de la tranquilidad, y cuando se ponía de mal humor, él mismo se encerraba con llave y rechazaba el contacto con “ese otro mundo, que no es el mío”.
Al caer la noche, antes de volver a trabajar, a veces se sacrificaba para “ver la tele en familia”. “Lo único que me gusta son los combates de boxeo o de lucha libre, todo lo demás me sobra”, afirmaba. Le gustaba divagar por sus recuerdos, de los que solo guardaba, “expresamente”, lo divertido.
Como esa noche que había salido con su esposa Jacqueline a Cannes, diez años atrás. Su última salida “en sociedad”. Picasso solía recordar que esa noche se puso su viejo esmoquin, el único que poseía. “Estaba apolillado debajo de las mangas. Así que me quedé toda la noche con los brazos tiesos. Jacqueline se puso un vestido de noche al que le faltaban algunos botones. Yo mismo se lo remendé con un imperdible”.
“Estaba feliz”, recordaba. “Incluso se acercó una mujer para invitarme a bailar. Me negué”, explicaba Picasso, que en esa época tenía 80 años. La muerte siempre estaba ausente de esas largas conversaciones. Cuando citaba a algún amigo fallecido, siempre hablaba de él en presente, nunca en pretérito imperfecto.
La última imagen que guardo del pintor es la de un hombre que sonreía, sin aparentar su edad. Apretaba la mano de su esposa, vestido con su ropa favorita: pantalón de pana, camisa a cuadros, un chaleco de lana. No nos acompañó hasta la puerta. “Hace demasiado frío afuera”. Era a finales de 1972. Pablo Picasso empezaba su 91º año.
* Ex reportero de AFP y amigo de Pablo Picasso, vivió la intimidad del pintor español en su casa de campo de “Notre Dame de Vie” en la Costa Azul francesa.
Fuente: AFP
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