Al infinito y más allá, el espacio exterior es un lugar tan deseado como inalcanzable

El cosmos y sus misterios han estado presentes en los pensamientos de los seres humanos desde tiempos remotos y revelar esos enigmas sirvió de inspiración para una numerosa producción cultural

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Desde siempre, el cosmos, los astros, la bóveda celeste o como quieran llamarse han fascinado a la humanidad. Desde los primitivos homo sapiens que divinizaban al sol, la luna, las estrellas, todo aquello que veían con ojos de especie que nace a la existencia, les parecía incomprensible, inconmensurable, hermoso.

Imaginen saber, en sus propias palabras, cómo vieron el universo desde la nave en que viajaban ciertos seres humanos, como da cuenta el libro Regreso a la tierra. Pero ya llegaremos a eso.

Claro que no vamos a realizar una breve historia de la relación del hombre y los astros, pero sí vale la pena señalar que si en algo nos parecemos mucho a nuestros antepasados más lejanos es en ese estupor. Ese entusiasmo y deseo que los cielos nos provocan. Hay un verso de la canción de Violeta Parra llamada “Volver a los 17″ que dice: “Volver a sentir profundo como un niño frente a Dios”. Una sensación parecida nos une con aquellos primeros homo sapiens mirando a las estrellas.

Regreso a la tierra, publicado por la editorial mexicana Gris Tormenta
Regreso a la tierra, publicado por la editorial mexicana Gris Tormenta

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Hagamos un salto, un fast forward integral.

El siglo XX marcó el inicio de una nueva etapa. Probablemente el cine sea el arte más joven de nuestra historia – debido a su posibilidad de ser por razones técnicas–. No resulta curioso que la primera película narrativa con un impresionante caudal de espectadores haya sido Viaje a la Luna, de Georges Méliès. Realizada en 1902, narra el viaje a nuestro satélite natural por parte de un grupo de científicos que aluniza el cohete estrellándolo a la altura del ojo izquierdo lunar, ¡porque la luna está viva! Son solo catorce minutos. Gugleen y vean esta peli sobre estos asuntos que nos interesan tanto.

George Méliès, director de "Viaje a la luna" (1902)
George Méliès, director de "Viaje a la luna" (1902)

¿O es que sólo me interesan a mí? No creo. Es decir, de ninguna manera podría señalarme como un experto en la materia luego de haber visto tardíamente los capítulos de Cosmos, de Carl Sagan, que formaron en pensar “el más allá” (no en términos esotéricos) a generaciones. Repito, si conversara con un astrónomo o astrónoma, mi mayor actitud sería el silencio o la pregunta. Pero me refiero a que las generaciones de las que formamos parte, en mayor o menor medida, fueron formadas en un espíritu pop astronáutico.

Yo tengo en mi memoria como las primeras películas que vi a La guerra de las galaxiasStar Wars, de George Lucas, (tengo imágenes y era muy chico para su estreno, pero se ve que esas imágenes me impactaron) y ET, de Steven Spielberg, que nunca dejé de ver desde que lo hice por primera vez. Ahí estaba el cosmos, en ese dedo alienígena que señalaba y decía: “ET go home”. Qué gran película. Qué genio Spielberg (ay, sus Encuentros cercanos del Tercer Tipo, con Francois Truffaut como uno de los científicos, qué orgasmo cinéfilo). Lo que quiero decir es que esos films, desde antes que cualquier pregunta, nos instalaron el chip del enigma del universo.

ET (1982), de Steven Spielberg
ET (1982), de Steven Spielberg

Les comento una curiosidad. El grupo oficial trotskista en la Argentina, de gran actuación en la década del cincuenta del siglo pasado, era el Partido Obrero Revolucionario (POR), cuyo máximo dirigente era J. Posadas, seudónimo de Homero Cristalli, que supo jugar en el equipo titular de fútbol de Estudiantes de La Plata durante su primera juventud. Cuando señalo su gran actividad me refiero a que no sólo en el país participó de la redacción de los programas de La Falda y Huerta Grande (considerados por el peronismo de base como la concentración de las tareas nacionales y los trabajadores) sino que también fue relevante internacionalmente.

Tuvieron influencia en la revolución cubana, también. Cuando era ministro de Industrias, Ernesto Guevara había convocado a varios militantes posadistas para trabajar junto a él, y cuando Fidel Castro prohibió el partido y detuvo a sus dirigentes, Guevara intercedió frente a Castro para lograr su libertad. Bueno, todo esto para decir que una de las razones de su desgracia política fue cuando Posadas lanzó un folleto en el que explicaba por qué la clase obrera debía hacer contacto con los extraterrestres cuando llegaran, finalmente, al planeta Tierra.

Aunque el razonamiento tiene cierta lógica novelesca –lean el texto llamado Platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha revolucionaria y de la clase trabajadora y el futuro socialista de la humanidad– la pronunciada debacle del POR posadista se profundizó. Sus rivales políticos cambiaron el nombre de su periódico Voz proletaria a Voz planetaria. Y los militantes de la Juventud Peronista les cantaban en las marchas: “No son marcianos ni luces de colores / son los trotskistas en sus platos voladores”. Hoy el POR sigue actuando en el país como parte de las organizaciones que apoyan al kirchnerismo.

Julio Verne​ (1828-1905) fue un brillante escritor de ciencia ficción
Julio Verne​ (1828-1905) fue un brillante escritor de ciencia ficción

Bueno, los posadistas también son el fruto de un espíritu de su época, en cierto sentido. Una época que miraba fascinada a la bóveda celestial. Y es que el siglo XX (como anticipó Julio Verne, entre tantos, durante el siglo XIX) fue el campo de batalla donde se ponían en juego los deseos de que el hombre traspasara las fronteras de la tierra. Pongamos que el historiador Eric Hobsbawm tenía razón al datar el inicio del siglo XX en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Existían tendencias entre los rusos que habían tomado el poder e instaurado el primer Estado obrero, la República de los Soviets que apoyaban al gobierno y que ya planificaban la inminente conquista de Marte y planificaban la vida interestelar socialista.

Uno de sus mayores exponentes fue Aleksandr Bogdanov, fundador del Proletkultur, organización político cultural que propugnaba la realización de un arte proletario que abandonara los lazos con el arte burgués y cuyas posiciones fueron combatidas y derrotadas por León Trotsky, un hombre culto formado en literatura por los autores decimonónicos y burgueses. Bogdanov había escrito la novela Estrella roja, ciencia ficción situada en Marte. Murió en 1928, alejado ya del debate político, enfrascado en su objetivo de encontrar la llave del rejuvenecimiento mediante transfusiones de sangre permanente, contagiado por un paciente infectado con varios virus.

Fue aquella Unión Soviética en la que se desarrollaron los primeros avances en la carrera espacial. Durante años y años tuvieron primacía sobre los Estados Unidos en el lanzamiento de cohetes al espacio, primero, y naves espaciales habitadas por seres vivos, después. Seguro les resonará el nombre “Perra Laika” o “Yuri Gagarin”, que así se llamaban el primer ser vivo en lanzarse al espacio y el primer cosmonauta que orbitó alrededor de la tierra en la nave Soyuz. Estados Unidos no podía quedarse atrás.

"Lo que hay que tener: elegidos para la gloria", de Tom Wolfe, es un libro apasionante sobre la carrera espacial
"Lo que hay que tener: elegidos para la gloria", de Tom Wolfe, es un libro apasionante sobre la carrera espacial

Los preparativos no sólo para darle alcance a los rusos, sino para superarlos en la carrera espacial por la NASA estadounidense fueron narrados por el excepcional periodista Tom Wolf, quien además de vestir siempre de blanco por entero fue uno de los más grandes exponentes de la non-fiction, aquella crónica periodística creada por nuestro Rodolfo Walsh. Wolfe realizó una investigación sobre los pilotos de aviación con mayor destreza en la fuerza aérea que fueron elegidos para entrenar como astronautas al más alto nivel. Lo que hay que tener: elegidos para la gloria (Anagrama), es un fascinante libro que también muestra la férrea actitud estatal para afrontar no sólo el entrenamiento sino el disciplinamiento de estos hombres que, les anunciaron, no tripularían los vuelos espaciales, sino que sólo se someterían a un pilotaje desde tierra a la distancia. En una crónica plagada de acontecimientos, esto último provocó una huelga de astronautas hasta que la NASA les garantizara que ellos manejarían las naves. Pues triunfaron y así los Estados Unidos lograron adelantarse a los “comunistas” en la carrera espacial y pocos años después llegarían a la Luna.

Venimos en son de paz. El libro que mencionamos al comienzo de esta columna se llama Regreso a la tierra, publicado por la editorial mexicana Gris Tormenta (de reciente presencia en Argentina), que recoge testimonios de astronautas acerca de sus estadías en el cosmos infinito, dentro de las naves espaciales a las que todo el mundo tiene ganas (oh, fantasía) de conocer y tripular.

El astronauta Scott Kelly a bordo de la Estación Espacial Internacional el 29 de febrero de 2016 (Foto: NASA via The New York Times)
El astronauta Scott Kelly a bordo de la Estación Espacial Internacional el 29 de febrero de 2016 (Foto: NASA via The New York Times)

Dice el estadounidense Scott Kelly, astronauta de la NASA que vivió en 2015 un año en la Estación Espacial Internacional (y que tiene un hermano gemelo que también lo hizo): “Me han preguntado con frecuencia qué he aprendido de mi año en el espacio. A veces pienso que la gente quiere que les hable de un descubrimiento o avance científico profundo, algo que me haya impactado (a mí o a los estudiosos en tierra) como un rayo cósmico a través de mi cerebro en algún momento crítico de la misión. No puedo ofrecer nada parecido. La misión para la que me preparé fue, en su mayor parte, la misión que cumplí. Los datos aún están siendo analizados cuando escribo esto, y los científicos están entusiasmados con lo que están apreciando hasta ahora. Las diferencias genéticas entre mi hermano y yo después de este año pueden desvelar un nuevo conocimiento no sólo sobre cómo afecta el vuelo espacial a nuestro cuerpo, sino también sobre cómo envejecemos en la Tierra. El estudio en torno al desplazamiento de fluidos que llevamos a cabo Misha y yo es prometedor en lo que respecta a mejorar la salud de los astronautas en misiones largas. Los estudios que llevé a cabo sobre mis ojos -que no parecen haberse degradado más durante este viaje- podrían ayudarnos a entender más acerca de la anatomía y las enfermedades del ojo en general”.

La iraní Anousheh Ansari recuerda los últimos momentos en la nave Soyuz luego de una temporada en la Estación Espacial Internacional en 2000: “Me gustaría decir a todos los futuros viajeros en la Soyuz que las fuerzas de gravedad en el simulador se sienten mucho menos que durante el descenso real. Sentía como si un elefante hubiera entrado en la cápsula y se hubiera sentado sobre mi pecho. ¡Dos punto cinco! -anunció Jeff, y su voz se escuchaba tan tensa como mis correas-. ¡Dos punto siete! ¡Dos punto ocho! ¡Tres! Anousheh, ¿estás bien?. Estaba bien, pero mi cara se estiraba hacia todos lados. Apreté los músculos del estómago Apreté los músculos del estómago y tensé todo el cuerpo. Ahora sentía como si dos elefantes estuvieran sentados sobre mi pecho. Le pedí a Dios que me diera fuerza para no desmayarme. Cuatro punto cinco, Jeff se quedaba sin aliento. Luego dijo: ‘Bien, ahora estamos bajando. Tres punto cinco, tres punto dos, dos punto ocho, uno punto cinco... Muy bien, regresamos a la normalidad’”.

Sonreí con alivio hasta que Jeff dijo: “Bueno, normalidad por un momento. Siguen los paracaídas”.

Tuvimos unos minutos de descenso tranquilo. Pasha me preguntó cómo estaba y le respondí: ‘Vsiyo kharashow’, que quería decir que estaba todo bien. ‘Muy bien’, me respondió en inglés. Si hubiera sabido hablar farsi, estoy segura que lo habría usado también”.

El estadounidense Scott Kelly describe un amanecer desde el espacio, sobre la Tierra: “Ahora estábamos sobre el océano Pacifico. El sol se ocultó y su última luz pintó un grupo de cúmulos de rosa coral. Después, en la oscuridad, dirigí mi mirada hacia el espacio, hacia las estrellas desconocidas del hemisferio sur. Las Nubes de Magallanes se veían como manchas borrosas. Apareció la Luna en cuarto creciente. Visto a través de la parte gruesa de la atmósfera, la forma estaba considerablemente distorsionada, parecía un búmeran, un efecto de las cualidades del aire para distorsionar la luz. Las puntas de la luna se curvaban hacia adentro y la superficie mayor se inflaba hacia afuera. Su forma se normalizó hasta que se elevó por encima de la atmósfera. Luego se convirtió en un reflector de plata sobre el mar. Excepto por su gran escala, la vista era idéntica a la de observar la salida de la luna sobre el mar en una playa de Cabo Cañaveral”.

Y así, junto al testimonio de otros astronautas de distintas nacionalidades y épocas y de Elon Musk, el megamillonario que quiere habitar Marte cuanto antes pero a quien, si le va como le está yendo con Twitter, estará lejos, muy lejos de su objetivo. El espacio. Mirar, arriba, al cielo, durante las noches. Desde que no teníamos lengua como especie hasta hoy, nos sigue embrujando. Hay hechizos que vale la pena no romper.

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