El adiós de María Kodama dejó un extraño enigma legal: ¿en qué manos quedará la obra de Jorge Luis Borges? Mientras tanto, hay gestos de incertidumbre y tono de polémica en algunos sectores de la cultura. ¿O tal vez oportunismo mediático y hasta velados revanchismos? Kodama era una mujer que cultivaba una enérgica discrepancia con los conciliábulos literarios porteños. ¿Están pasándoles una factura a sus imprevistos herederos? Acá, en Mar del Plata, estamos lejos de eso.
Varios intelectuales compartieron en Infobae Leamos —y en otros medios y redes sociales— sus opiniones y perspectivas sobre el posible destino del legado literario de Borges. La mayoría sugiere que el Estado debe cuidar ese legado de alguna forma u otra. Los formatos son varios, pero la esgrima es idéntica. Algunas opiniones me parecieron prejuiciosas. Otras, especulativas. Incluso algunas tienen aire confiscatorio: el Estado debe intervenir para garantizar que la obra no caiga en manos inapropiadas, advierten.
Discrepo mucho con esas opiniones.
No me parece saludable que el Estado deba tutelar los asuntos y bienes privados de las personas. Eso incluye a la herencia de Kodama, que abarca los derechos sobre la obra literaria de Borges, la que tiene un enorme valor comercial y una extraordinaria trascendencia cultural. Por lo que se sabe, Mariana del Socorro, Martín Nicolás, Matías, María Belén y María Victoria Kodama —hijos de Jorge Kodama, hermano de la viuda del escritor—, reclamaron la propiedad del patrimonio ante el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil N°33. La Justicia ya resolverá cómo salir del laberinto.
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Hay dos temas claves para considerar en el legado de Borges.
El primero es el modelo de negocio que abre la herencia literaria. Como dije, me parece un asunto privado que será resuelto por sus herederos, y el Estado no tiene por qué ocuparse de la cartografía de esa decisión privada: sería un gesto inconstitucional y por lo tanto moralmente autoritario. Además, si de cuestiones comerciales se trata, hay quienes pueden administrar el legado muchísimo mejor que el Estado. Por ejemplo: la Agencia Literaria Carmen Balcells. Maneja los legados literarios de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Osvaldo Soriano, Miguel Ángel Asturias, y también en vida los de Mario Vargas Llosa, Isabel Allende y otras grandes figuras de la literatura mundial.
Menciono a la Agencia Balcells porque Ezequiel Martínez habló, en la nota de Infobae Leamos que mencioné, del caso de Julio Cortázar y su albacea, Aurora Bernárdez, como un buen ejemplo de custodia y preservación de un legado. Agrego algo más: Bernárdez siempre mantuvo a la Agencia Balcells como administradora de los derechos de su ex marido. Y cuando ella murió, en 2014, los derechos pasaron al abogado catalán Font Barrot, representante legal de Bernárdez hasta sus últimos días. La propia Agencia comunicó entonces que Font Barrot “es quien gestiona todo el legado literario de Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, y la máxima y única autoridad en todas las decisiones relativas a ambos autores. Y la primera decisión que ya ha tomado es la renovación del mandato de representación y gestión de la obra literaria de Julio Cortázar y de Aurora Bernárdez a la Agencia Literaria Carmen Balcells, que sigue siendo la interlocutora exclusiva y única para todo lo referido a la obra de ambos escritores”.
Ese es un camino posible, saludable y prestigioso que me animo a sugerirles a los herederos, y también a los intelectuales legítimamente preocupados por el destino de la obra de Borges. Hay otras agencias, claro. Pero Balcells es Balcells.
El segundo aspecto del legado de Borges, y el más trascendente desde el punto de vista patrimonial, y el que más incertidumbre genera en los corrillos culturales, es la dimensión simbólica de la obra: su extraordinario valor intangible de alcance mundial. Ahí sí es donde el Estado tal vez podría participar de modo activo, amigable y colaborativo con los herederos para fortalecer el legado literario.
En mi perspectiva, y según mi experiencia en la función pública, los organismos culturales oficiales —como es la querida Biblioteca Nacional Mariano Moreno, a la que varios le rinden homenaje proponiéndola como depositaria del legado—, pueden cumplir un rol proactivo en la preservación de obras como la de Borges. Para eso es clave que se ejerciten vínculos institucionales respetuosos con los herederos. Hay que descartar los procesos hostiles. Lo mejor es facilitar la puesta en juego de recursos profesionales, técnicos, financieros y artísticos que permitan el desarrollo de proyectos de interés nacional e internacional. Hay que mejorar las relaciones federales para la difusión de su obra en el país, así como la articulación de acciones con sectores públicos, privados, diplomáticos y no gubernamentales para ampliar la proyección de la obra en el exterior, entre otras opciones. Creo que la gestión cultural actual debe moverse como la diplomacia blanda, en todo tiempo y lugar, para alcanzar los mejores resultados de interés colectivo.
Cuando hablo del Estado me refiero a una entidad política y jurídica de alcance social y territorial que desarrolla funciones mediante organismos de gobierno que realizan la gestión pública común. En la práctica, y en el día a día y noche tras noche, el Estado es un gobierno en acción. Ya sea que el gobierno actúe de modo eficiente o como un salvaje depredador, el Estado nos parece un ángel o un demonio según la forma en que se comportan sus gobernantes. Eso afecta también al patrimonio cultural tanto material como intangible de un país. Y también impacta en los derechos humanos y económicos de los escritores y sus obras.
En tal sentido, creo innecesario que el Estado se convierta en el albacea de la obra de Jorge Luis Borges. Lo que sí propongo es que el gobierno, en cualquier tiempo que sea, y bajo el signo que toque, actúe de forma inteligente, respetuosa de la diversidad y con ánimo colaborativo para cuidar su legado. Lo que más necesitamos en estos tiempos convulsionados que nos toca vivir es mostrar capacidad creativa para la gestión cultural, apertura y respeto por la diversidad de ideas, mantener objetivos claros y éticamente valorables, y contar con una sólida experiencia en la planificación y desarrollo de políticas públicas abiertas.
Termino con algo personal: Jorge Luis Borges frecuentó Mar del Plata durante medio siglo. Comenzó a venir en la década del 30 y la visitó por última vez en el otoño de 1984. Yo lo conocí en agosto de 1981. Borges ya era un mito encarnado. Llegó acompañado de su hermana, Norah, para dar una conferencia y grabar un programa de televisión. Una tarde, mientras tomábamos café, Norah me hizo un retrato al lápiz que todavía conservo como un tesoro. El viaje lo organizamos con un grupo de escritores marplatenses muy jóvenes. Borges y Norah estuvieron con nosotros durante tres días, y pocos años después convertimos ese encuentro en un libro que el propio Borges prologó. Colecticia Borgesiana, lo titulamos. Era 1985. Fue el último prólogo que escribió.
*Escritor. Actual Secretario de Cultura de Mar del Plata y Batán.
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