La quema de un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina (CEAL), en 1980, en plena dictadura argentina, se resignifica con la obra de 100 artistas en la muestra Más libros para más memoria, en el Centro Cultural Mercado, de Avellaneda, atravesada por los signos de la violencia, el despojo y la destrucción, pero también de la lucha de esas páginas que en un primer momento pugnaron por no arder, en un intento de rechazar ese macabro objetivo, considerado el mayor atentado contra la cultura nacional.
Los rastros del fuego, la censura, y la violencia aparecen en muchas de las obras, mientras que en otras, el hecho, ocurrido en junio de 1980 en un baldío de la localidad bonaerense de Sarandí, fue el disparador para germinar nuevas ideas, construir un diario familiar o recuperar el valor de las ficciones contadas en la infancia, relata la curadora de la muestra, Lucía Fariña.
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Esta muestra se expone junto con Memorias de la quema, una exhibición de 20 fotografías que testimonian el hecho, surgido por orden del entonces teniente coronel y juez, Héctor Gustavo de la Serna, quien adoptó la decisión el 26 de junio de 1980, por considerar que esos textos eran “peligrosos, subversivos”, dice Fariña.
En dos camiones, las 24 toneladas de libros fueron trasladadas desde el depósito de la editorial, en O’Higgins y Agüero -hoy Crisólogo Larralde- hasta un baldío de la calle Ferré al 1040, en Sarandí, para su destrucción.
Testigo de ese hecho fue la editora del sello, Amalia Toubes, quien recuerda que los libros, húmedos por el tiempo de guardado, se resistían a arder, y tanto ella junto con otros integrantes de la editorial incitaron a los curiosos, presentes en el lugar, a que se llevaran los volúmenes que pudieran, para rescatarlos de las llamas.
Ante la resistencia de las páginas, fue necesario que los militares a cargo del operativo arrojaran nafta para que finalmente pudieran arder, y fue testigo el fotógrafo del Centro Editor Ricardo Figueira, que documentó el proceso y cuyas imágenes, seleccionadas por Alejo Moñino, hoy forman parte de la muestra Memoria en llamas.
Tomando como soporte inicial al libro y sus significantes, este grupo de artistas de diversas estéticas y procedencias realizó un material diverso, cargado de contenido político e histórico, a partir de libros expurgados por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, cuenta Fariña, y explica que todos los años esa institución “purga libros” que no pueden distribuirse porque su contenido está desactualizado y entonces los donan para no desecharlos.
La tensión en la elección de los materiales es un aspecto distintivo de las obras intervenidas para la muestra, como en La ignominia de la dictadura, de María Claudia Martínez, escultora de Morón, que elabora con hierro una especie de guillotina o trampa de oso, que aprisiona un atlas, al que suma un relieve hecho con resina en polyester en la que reproduce un relieve de imágenes de la cultura egipcia, donde hay arqueros arrojando flechas y perfiles de cuerpos vencidos.
Lo que se puede tocar y no tocar como parte de la censura también atraviesa la exhibición. En Un día para recordar, Daniel Tubío construye una obra donde las hojas de un texto aparecen quemadas y desperdigadas sobre otro libro titulado Así se destroza un país y otras hojas que enuncian las palabras “saqueo, robo, violación”, rodeadas con alambres de púa, lo que puede resultar “peligroso porque podría ser manipulable para el espectador, y por eso fue cubierta o protegida con vidrio”, explica Fariña.
La muestra también evoca la figura de El Eternauta, que, en cerámica, emerge de un libro quemado, en la obra Solo la lucha colectiva tiene sentido, de Eva Lifschitz y Julián Pons. La mítica imagen creada por el desaparecido guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld se erige sobre una plataforma blanca detrás de la que surgen carteles que indican el lugar de la quema en Sarandí, entre las calles Agüero y O’Higgins.
Según explica Pons, buscaron “relacionar el tema de la quema con la técnica, denominada de reducción, para hacer una obra que tuviera que ver con la memoria y compartirla con los jóvenes, a través de la imagen de héroes nacionales como El Eternauta, que tiene mucho que decir a partir de la idea de la quema y el ave fénix que revive de las llamas”.
En la técnica de reducción, la pieza de cerámica “va adentro de un tacho con aserrín, que se sella y luego se introduce en un tacho más grande con leña a 800 grados. El tacho chico no entra en contacto con el fuego, sino que por el calor, en su interior se reduce el oxígeno y la pieza de cerámica absorbe las moléculas, transformadas en carbonilla, y la cerámica se tiñe de negro”, explicó el artista al dar cuenta de la técnica con la que compusieron la obra que lleva por título una frase del personaje.
La obra de Claudio Pascale, La memoria es una huella que resiste la mordaza, en la que una base de piedra sostiene una pieza de hierro que sujeta un libro roto del Centro Editor, juega con la violencia y la historia de la quema de los libros, pero a la vez con una idea de resistencia que se impone por sobre la destrucción.
La imaginación que deviene de la ficción también emerge de estas obras, como en la de Marina Camporeale, Al fuego, marea, quien a partir de un libro abierto deja salir en cartón pintado en blanco y negro llamas y figuras de trabajadores, de mujeres circulando con pesar, olas marinas y hasta el rostro de la misma muerte.
La propuesta esperanzadora no escapa a la exhibición que invita a la participación, como en la obra de Florencia Fernández Frank, quien propone poner a germinar los sueños, escritos en hojas de libros, que se ubican en frascos de vidrio, que ofician de germinadores. “Memoria, verdad y justicia” o “salgamos de la miseria ya” son algunos de esos anhelos, a los que los visitantes se suman para dejar su impronta.
Un libro de gran tamaño del centro editor es objeto de la obra de Roxana Villarino, Un kilo de pan. Se trata del libro “El traje del emperador”, un cuento de Andersen, cuyas tapas se abren en dos grandes cubiertas, una de las cuales tiene un pedazo de pan, con el costo actual de $500, para reivindicar “el eslogan de la editorial que afirmaba que un libro debía ser muy accesible y no podía valer mas de un kilo de pan, algo que la dictadura vino a destruir”, sostuvo la curadora.
La artista Yamila Cartannilica está presente con dos obras: Aquello que sostenemos, en la una estructura hecha con maderas sostiene un libro de tapas amarillas para evitar su caída; y Libro de familia, en la que interviene fotografías familiares, calcándolas y pegándolas sobre el texto La lingua italiana. De origen italiano, la artista reinterpreta fotos del álbum familiar y hace un registro imaginado de tíos, tías, abuelos y barrios que habitaron.
En tanto, Gia Abbondandolo, en Manantial de memoria trabajó sobre un libro de Física, construyendo xilografías con la técnica de ensamble grafico. En esta obra, dos brazos en madera sostienen los textos, uno de los cuales es un cuadernillo de apuntes que tiene manuscrito Wilde 1976.
Trabajando con la idea de la resistencia de los libros a arder previo a la quema, la curadora también participa de la muestra con la obra El agua es lo que resiste, en la que aparecen dos cuerpos de cinco libros cada uno sujetados con alambre y ubicados en una especie de pecera. “Me gustó la poética de esa idea y entonces trabajé sumergiendo en cinco litros de agua los libros, que ya la absorbieron en su totalidad”, cuenta Fariña y agrega: “Traté de volver a la idea de cómo estaban los libros en el depósito, empaquetados”.
Este tipo de actividades apunta a “generar prácticas activas y colectivas para sostener la memoria y que se mantenga viva la historia y no suceda nunca más”, dice Fariña, citando a la socióloga argentina Elizabeth Jelin, al señalar que “varios de los artistas que exponen fueron censurados y perseguidos, mientras que otros que no vivieron la dictadura continúan con estas prácticas para que los hechos no se repitan”.
*Las muestras, que surgieron como proyectos artísticos de la Subsecretaría de Cultura y Promoción de las Artes de la Municipalidad de Avellaneda, se exhibirán todo el mes de abril, en Colón 451, de esa ciudad bonaerense.
Fuente: Télam S.E.
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