León Ferrari estaba por cumplir 80 años cuando fue al taller de grabado de Natalia Giacchetta para aprender algunas técnicas milenarias. A ritmo vertiginoso exploró y creó una obra singular. Su recorrido de cuarenta años de producción gráfica, desde 1979, puede verse desde esta semana en la muestra Ópera que se presenta en la galería taller del Centro de Edición de Villa Lynch, partido de San Martín.
Entre 30 piezas destacadas, hay litografías sobre piedras, aguafuertes, aguatintas, heliografías (realizadas cuando Ferrari se exilió en San Pablo, tras la desaparición de su hijo), 3 litografías nunca antes exhibidas y Xerocopias poco conocidas, todas obras realizadas por Ferrari, quien recibió el León de Oro en la Bienal de Venecia de 2007. La muestra incluye fotografías y materiales con los que trabajó en el taller: piedras antiquísimas especiales, prensas de principio del siglo XIX y rodillos de cuero centenarios.
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“El siempre trató de llegar a todos y esta obra se lo permitió porque es mucho más accesible de adquirir y no por eso menos importante y hermosa”, dice Natalia Giacchetta, curadora de la exhibición y directora del Centro de Edición, al que la Fundación Ferrari delegó la difusión y el cuidado de toda la obra gráfica del artista. Y añade: “León venía, dibujaba, trabajaba directamente sobre la piedra: por eso la litografía es considerada como única y original, a diferencia de otro tipo de técnicas de reproducción”.
“Fuimos amigos, trabajamos muchos años juntos –recuerda—. Era un juguetón, un tipo muy curioso y experimentador. Cuando llegó al taller, le dije: ‘Maestro esto es un sueño para mí'. Él me contestó: ‘No, no, ahora acá la maestra sos vos’. Fue muy amoroso y ahí empezó nuestro vínculo”. Ópera fue la primera pieza que el artista hizo en el taller.
“Las Xerocopias —explica la directora del Centro de Edición— se basan en un sistema que utilizó León con el número al infinito. Cuando uno marca un grabado o una litografía le pone 1/10 (número 1 de diez copias) o prueba de artista. Hay un montón de nombramientos. León, en cambio, ponía 1/infinito. Quería ir en contra de la pieza única, por eso trabajaba con el concepto de infinito. Las Xerocopias son fotocopias firmadas y numeradas por él, impresas en un buen papel, pero con esa intención, con esa impronta. Después no se terminó de cubrir esa intención porque León partió y no se firmó nada más”.
La obra de Ferrari se expuso en el MoMA de Nueva York, en el Museo Reina Sofía, y en el Centro Pompidou, de París. En vida, The New York Times lo consideró uno de los cinco artistas más importantes del mundo.
No paró de reinventarse, de experimentar con nuevos materiales. Su prolífica producción incluye collages, esculturas con poliuretano expandido, esculturas sonoras, heliografías, Brailles (donde juega con la tensión entre las estampas eróticas orientales y los textos bíblicos sobreimpresos).
En sus obras sobre el infierno el artista quiso evidenciar que esos cuerpos que parecen tan ajenos en el Juicio Final pueden ser también nuestra propia carne. En estos trabajos aludió a Miguel Ángel, Giotto, El Bosco, Durero, artistas que pusieron en escena las amenazas y los castigos a quienes no seguían los preceptos de la fe.
En 1997, con más de un centenar de artistas que se sumaron al CIHABAPAI (Club de impíos herejes apóstatas blasfemos ateos paganos agnósticos e infieles), envió una corrosiva carta al Papa solicitando la anulación del Juicio Final y de la inmortalidad. A Juan Pablo II le pidió “la anulación de la inmortalidad y la vuelta a la justicia del Pentateuco: que con la muerte terminen los sufrimientos que el Evangelio quiere eternizar”. Ferrari consideraba que la idea del infierno propiciaba la intolerancia hacia los que pensaban distinto, así como exterminios y conflictos en Occidente.
Entre 1999 y 2004, trabajó en Conversaciones entre Jesús, Jehová y Hitler, collage literario para ser representado que publicó Ripio en 2021. Un trabajo que condensa ese gran interés que tuvo desde la infancia por el infierno, y también una preocupación que lo interpeló desde los 90: los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA.
Muchas de sus emblemáticas obras podrán verse desde el 15 de mayo en el Pabellón del Museo Nacional de Bellas Artes en Recurrencias, una megamuestra antológica que nuestro mayor museo tenía prevista para el centenario del nacimiento de Ferrari y que tuvo que posponerse por la pandemia. Con unas 200 obras, la exhibición, indica Andrés Duprat, director del museo y curador de la esperada exhibición junto con Cecilia Rabossi, es “una reparación histórica porque nunca hubo una muestra de León Ferrari en el Bellas Artes: una vergüenza”. “Si bien no es una exhibición retrospectiva, muestra las obsesiones del artista —por eso se llama Recurrencias— que aparecen en cada serie, sea de arte político como de arte abstracto: es muy completa”, dice Duprat, quien adelanta que en el hall de entrada estará la escultura sonora Berimbau, de unos tres metros de alto. “Espero que la sociedad haya evolucionado y que esta muestra no sea tan escandalosa como la de Recoleta”, señala.
En colaboración con la Fundación Ferrari, la muestra incluirá La civilización occidental y cristiana, su emblemática obra con un Jesús de santería crucificado sobre un avión de guerra norteamericano.
En paralelo a la muestra, desde la Fundación Ferrari abrirán el taller del artista en Pichincha e Independencia (San Cristóbal), una gran casona con 10 habitaciones en las que trabajó Ferrari y donde se podrán ver obras suyas (con inscripción previa). “Será un complemento a lo que podrá verse en la muestra”, apunta Julieta Zamorano, nieta del artista.
Y también, antes de la esperada muestra en el MNBA se exhibirá Augusto Ferrari en la colección del Bellas Artes (desde el 17 de abril hasta el 21 de mayo), que reúne fotografías y pinturas del padre de León Ferrari, donadas por León y su hermana Susana, en 2004.
“León tenía casi 80 años cuando lo conocí, yo 29 o 30 años, él tenía una gran humildad. Siempre estuvo rodeado de jóvenes. Tenía una mente jovial, hablábamos el mismo idioma”, cuenta Giacchetta. Y suma: “El mayor desafío fue transmitirle todo lo que en ese momento le podían brindar las técnicas y él encontrarse con esa técnica y exprimirla, pero después se enfermó y no pudo seguir investigando. Era un gran investigador: podía haber seguido toda su vida jugando con la piedra. Pero son elementos muy pesados, no se los podía poner en la cama para que dibujara. Creo que lo que más nos movilizó a los dos es que yo pude brindarle algo, él lo recibió y con eso hizo magia”.
Ópera. Hasta el domingo 7 de mayo, se puede visitar con cita previa: Galería del Centro de Edición (Rosales 4027, Villa Lynch, San Martín, Provincia de Buenos Aires). Consultas: centrodeedicion@gmail.com. Teléfono: +54 9 11 5162-7197.
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