Lo que primero me atrapó de la Copa Libertadores fue, hace muchos años, el inicio de cada transmisión televisiva. Antes de que la pelota se eche a rodar, cuando los jugadores todavía están en los vestuarios, la transmisión se olvida por unos instantes del partido que va a comenzar y se concentra en la geografía: durante esos segundos, las cámaras (no las que están ubicadas junto al campo de juego, pero sí las que están en lo alto de cada tribuna) enfocan lo que está afuera del estadio y muestran el variado terreno americano. Es apenas un destello que nos regala el director de cámaras: en los partidos del Deportes Iquique se ve la inmensa duna que rodea a esa ciudad, en los partidos del Cienciano se atisban las tensas laderas andinas, en los partidos de Rosario Central se distingue el Paraná, y así sucesivamente.
De esta manera, descubriendo paisajes fugaces mientras se acercaba el momento del partido, me enamoré de la Copa Libertadores. Y por eso quise escribir un libro que rescatase la magia geográfica del torneo.
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Como escribir todo un libro hablando de montañas y cursos de agua me resultaba imposible, empecé a ir a partidos de Copa Libertadores. El primero al que fui fue Deportes Tolima contra Corinthians. Se jugó en 2011 en Ibagué (Colombia) y el Tolima eliminó a los brasileños; fue el último partido de Ronaldo Nazário da Lima. Recuerdo que atrás de una de las cabeceras se alzaba, imponente, una montaña verde. Y recuerdo también que al terminar el partido salí del estadio y la explanada circundante estaba llena de vendedores de comida (yo no conocía ninguno de los platos que ofrecían) y de una multitud de tolimenses que aprovechaban para cenar. Esto me pareció increíble: para mí, la finalización de un partido de Copa Libertadores suponía sencillamente apagar el televisor o empezar a ver el partido siguiente; jamás había sospechado que alrededor de cada partido hubiese, también, toda una realidad.
En ese momento la Copa Libertadores me empezó a parecer interesante ya no solamente por la geografía que la rodea, sino también por todas las diferencias culturales que la televisión no alcanza a mostrar.
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Unos años más tarde viajé hasta Luque (Paraguay) para ver el partido en el que Boca iba a visitar a Capiatá por la Copa Sudamericana. La Sudamericana es un certamen internacional similar a la Libertadores, aunque de menor tradición e importancia. Boca había perdido contra Capiatá en La Bombonera y tenía que ir a Paraguay a dar vuelta la serie.
Viajé a Asunción en micro. Salimos de Retiro, hicimos una parada en Talar de Pacheco y después nos encaminamos con firmeza hacia el norte. Desde ese punto el camino se tapizó de palmeras: su presagio tropical y el Paraná corriendo paralelo a la ruta me confirmaron que íbamos rumbo al Paraguay.
Ya en Asunción dejé mis pertenencias en un hostal y me tomé otro colectivo que me llevó hasta Luque, donde al día siguiente se iba a jugar el partido. Al acercarme al estadio Feliciano Cáceres me encontré con que debajo de las tribunas, dentro de la mismísima estructura del estadio, había, además de la ventanilla donde se compraba la entrada, un gimnasio, un consultorio de dentista, una boutique de ropa para mujer, un instituto de computación, un local de impresiones, un restaurante y una mueblería.
Compré la entrada y me senté a almorzar en el restaurante. Antes quise lavarme las manos: me indicaron el camino del baño y, para mi sorpresa, junto al lavamanos había una ventanita por la que se veía, a pocos metros, la línea de cal y uno de los arcos.
Después rondé el estadio, me metí por una puerta abierta y terminé en el campo de juego. Iba y venía entre las áreas, deambulando, y las horas pasaban como si nada: estaba descubriendo, en ese momento, la dulzura de la tarde paraguaya. No había nadie más. A veces pensaba que en Buenos Aires (en los cafés, en las estaciones de servicio y en los canales de televisión) se estaría hablando del partido del día siguiente. Pero la única persona que estaba ahí, en el lugar de los hechos, era yo. Eso me gustaba. Después apareció un empleado del club: me explicó que su tarea era tapar los carteles publicitarios propios del estadio, los que están fijos en las tribunas, con unas láminas de plástico negro, muy parecidas a bolsas de residuos. Le pregunté por qué tapaban las publicidades y me respondió que lo hacían por reglamento de la Conmebol: las únicas publicidades que debían permanecer visibles eran las propias de la competición, mientras que las que el club tenía contratadas de manera directa debían ocultarse. Después ese mismo empleado me convidó un tereré y me sacó una foto.
Esa tarde me enteré de que la Libertadores y la Sudamericana están hechas de pequeños detalles y de protagonistas casi invisibles.
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Seguí viajando por los estadios de América pero todavía no sabía cómo era el libro que quería escribir. Entonces Atlético Tucumán se clasificó a la Copa Libertadores por primera vez y terminó de indicarme el camino.
Fui a San Miguel de Tucumán a ver el primer partido internacional del equipo; cuando la multitud se desconcentró las tribunas quedaron al desnudo y, escrita sobre las gradas, se pudo ver una inscripción que había permanecido oculta por la hinchada. La habían pintado por la participación del equipo en el certamen y decía “Tucumán - América”.
Yo conocía un poco de historia tucumana y sabía que, antes de ser una provincia argentina y mirar hacia Buenos Aires, Tucumán había formado parte del Virreinato del Perú y había mirado hacia Lima. Y que antes de eso había formado parte de la Capitanía de Chile y había mirado hacia Santiago. Y que antes de eso había formado parte del imperio inca y había mirado hacia Cuzco. En ese sentido, antes de ser una provincia argentina Tucumán había estado conectado con otros contextos americanos. Por lo tanto, que Atlético Tucumán saliese de Argentina, jugara la Copa Libertadores y visitara otros países no era tanto una novedad como un retorno a sus orígenes. En un punto, el hecho futbolístico reflejaba la historia del lugar.
Entonces supe que ese era el libro que quería escribir: un libro de viajes por la Copa Libertadores que mostrara la geografía y la cultura del continente y que además contara la historia de cada lugar a través de hechos futbolísticos Por ejemplo: una pintada en una tribuna.
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