Mundialmente, este 2 de abril se celebra el Día Internacional del Libro Infantil, en conmemoración del nacimiento de Hans Christian Andersen. En cierto modo es una fecha y celebración de conocimiento extendido, sobre todo dentro del universo de la literatura para niños y jóvenes.
Si bien el escritor danés incursionó en la literatura para todo público, fue por medio de historias para niños y niñas, como los clásicos El patito feo, Pulgarcita, El traje nuevo del emperador y La sirenita –por mencionar los más famosos dentro de otros igual de importantes–, que se hizo acreedor de este reconocimiento. Y no es el único, también lleva su nombre el premio que, considerado el Nobel de la literatura infantil, es entregado cada bienio por la IBBY, The International Board on Books for Young People (Organización Internacional para el Libro Juvenil).
Ambos hechos, la existencia de una entidad que nuclee a nivel mundial más de sesenta agencias en los distintos continentes y países y la celebración de un día destinado a festejar que existan los libros para las infancias, dan cuenta de la importancia y significación cultural.
Desde hace varios años, en la Argentina –e incluso también en otros países de habla hispana–, existe la investigación profunda de esta literatura tan particular –y no solo, puesto que podrían englobarse bajo esta esfera a los libros informativos y otros más inclasificables– en universidades y posgrados. Esta novedad salda una deuda, ya que durante mucho tiempo la literatura infantil y juvenil fue excluida de la academia. Aún queda mucho por hacer, pero el camino está abierto.
Infobae Cultura convocó a los jurados de los Premios Pregonero 2022 y al ganador del Pregonero de Honor para que contaran su vinculación con la Literatura Infantil y Juvenil.
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Infancias lectoras
Detrás de todos los casos, mencionados explícitamente o no, hay infancias lectoras. Los cuatro entrevistados –además de quien escribe– transitaron sus infancias con lecturas.
Gabriela Pérez, editora de Riderchail y flamante presidenta de la Comisión del Libro Infantil y Juvenil de la Fundación El Libro, cuenta que su infancia estuvo “atravesada por los libros”. En una época en la que las pantallas no existían, “los libros eran el refugio perfecto de fantasías soñadas, donde la imaginación volaba a lugares y tiempos insospechados”.
Istvansch, autor integral, ilustrador y premio Pregonero de honor 2022, convivió con padres “muy, muy, lectores”. La pasión era compartida: “Nos juntábamos con mis grandes amigos de la infancia, David y Guille, a leer. Cuando nos atacaba la literatura de terror, leíamos a la noche cuando no había nadie, y nos dejábamos asustar por los ruiditos de la noche, leíamos mucho Poe, leíamos mucha literatura de ciencia ficción, ciencia ficción y terror”.
Adela Basch, escritora y editora de Abran cancha, propone una mirada interesante. “Cuando yo era chica veía el mundo de manera bastante distinta que ahora. Por ejemplo, a todas las personas grandes las veía en blanco y negro. Y a los niños y niñas, incluyéndome a mí, los veía en colores. Ningún oftalmólogo pudo hacer algo para cambiarlo. Pareciera que esa percepción no dependía de mis ojos, sino de otra clase de sensibilidad. En consonancia con esto, puedo decir que con muy pocas excepciones, las personas adultas me resultaban tremendamente aburridas, opacas, presuntuosas, artificiales, mediocres, vanidosas, egocéntricas y una larga lista de otros adjetivos que no mencionaré para evitar posibles redundancias. Por fortuna, mi infancia estuvo sembrada de libros, tanto en mi casa como en la escuela, y las maravillas que trajeron a mi vida me marcaron para siempre”.
Estas posibilidades les permitieron agudizar su sentido del gusto, hacer elecciones, privilegiar autores por encima de otros y construir su propio camino lector. Gabriela Pérez, que se veía atraída por los libros ilustrados, aprendió a “leer imágenes”. “Admiraba cómo una persona podía crear una escena en una hoja, darle color y forma… darle vida. Contar un cuento, una historia, dibujando”, evoca, mientras agrega que María Elena Walsh era de esas autoras que estaba siempre cerca, “con Dailan Kifki, Tutú Marambá y la Mona Jacinta, personajes a los que siempre intentaba darles vida garabateando en un papel”.
Como fanática de “los dibujos”, las historietas no le pasaron desapercibidas. “Cuando descubrí esas ‘historias en cuadritos’ fue algo maravilloso. Amé a Patoruzú, nuestro cacique tehuelche y su versión Patoruzito, así como los foráneos Archie y La pequeña Lulú. Y siempre después de la lectura creaba mi propia historieta.”
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Istvansch también era muy fanático de la historieta, y de chico leyó El eternauta, Mafalda, Snoopy, Asterix, Lucky Luke. Eso, tal vez, perfiló su profesión: “Siempre tuve una relación muy directa con la lectura y siempre dibujé y escribí”.
Si bien es una realidad que aún está vigente, no necesariamente es tan general. En una coyuntura en la que las pantallas se apoderan de la vida cotidiana, la lectura y los libros se deben acercar todavía más a las infancias.
La literatura como derecho
Toda manifestación artística es un derecho, para el hacedor; pero también, o ante todo, para el receptor. Nora Lía Sormani, especialista, autora y editora, al igual que María Teresa Andruetto, Carola Martínez Arroyo o Natalia Porta López, adscribe a una idea central: iniciar y estimular a niños y niñas desde temprana edad es ofrecerles un derecho.
Suele utilizarse la palabra “convidar”, que no es ni más ni menos que acercarles la literatura para su disfrute. “Iniciar a los chicos desde tan temprano en el arte, en este caso, en el arte de la literatura, del libro, implica ofrecerles, donarles un derecho”. Para Sormani esto es así porque se les permite conectarse con sus emociones. “Les permite reír, emocionarse, llorar, apasionarse, conocer lo que es el suspenso, fascinarse con algún policial”, ejemplifica.
Por otra parte, considera que cuanto más pequeño es el niño acercado a un libro, mayor serán su plasticidad y su permeabilidad. “A los bebés les permite expandir su mundo, ampliar sus gustos, ampliar sus conocimientos, desplegar un conjunto de mundos diferentes que él, que por momentos, se identificará y, por momentos, empieza a conocer otras culturas, otros mundos, otros sentires, que no son los propios”.
Esto implica asumir un compromiso con las infancias para que, en aquellos casos en los que el acceso es limitado –por cuestiones económicas, familiares, entre otras– se pueda paliar esa falta.
Nora Lía Sormani cita a la especialista mexicana Patricia Aldana, que expresa que “los libros son espejos para mirarse, para mirar la cultura de uno, para mirar su propia subjetividad, y a la vez los libros son ventanas para mirar el mundo de los otros” para decir que el libro es el otro, “porque en el libro hay una humanidad que es la de este adulto, escritor profesional comprometido con la infancia que le escribe a los niños desde la propia forma de estar en el mundo de los niños, de acuerdo con sus intereses, sus necesidades y la época que están transitando”.
Dedicarse a la literatura infantil
Existe, entonces, un compromiso con esa literatura que, como dice Adela Basch, es “un género muchas veces subestimado”. De a poco, esto está cambiando. Existen revistas académicas dedicadas en investigar la literatura y la lectura en la infancia –como Catalejos, de la Universidad Nacional de Mar del Plata–, o especializadas, como Miradas y voces de la Lij, entre otras, por mencionar solo un par de ejemplos.
La mirada que mencionaba Basch es lo que la condujo a ser hoy escritora y editora para las infancias. “Cuando empecé a escribir, lo primero que produje, que a mi juicio valía la pena que otras personas leyeran, fue, sin que me lo propusiera de manera consciente, un texto destinado a las infancias. Poco tiempo después, cuando ya conscientemente seguí escribiendo con la intención de que niños y niñas pudieran disfrutar de mis libros, me di cuenta de que no podía ser de otra manera. Creo que mi capacidad de escribir y de crear está totalmente vinculada con mi niñez, cuando todo era nuevo todo el tiempo, la vida tenía un sentido que se resignificaba a cada instante y el universo era un cofre colmado de tesoros interminables y de misterios que si se develaban conducían a otros misterios, y así hasta el infinito. Creo también que carezco de certezas, que de algún modo he mantenido con vida a la niña que alguna vez fui y que quien escribe es ella y no la mujer adulta que soy. Por eso percibo a los niños y niñas como mis pares y tengo una gran empatía con ellos”
En el caso de Gabriela Pérez, en cambio, su llegada fue más fortuita. Si bien continuó leyendo siempre, dejó de dibujar, y estudió Derecho. Pero los libros ilustrados infantiles le siguieron resultando igual de atractivos en su adultez: “Cada vez que compraba un libro pensaba ‘algún día editaré uno’”, cuenta. Y su propia profesión hizo que se vinculara con ilustradores por temas de derechos de autor. “Con varios de ellos soñamos editar libros juntos. Ilustrados, claro. Así fue como nació la colección Relatos de Perrigatos allá por el año 2007, cuando fundé la editorial Riderchail. Hoy los “Perrigatos” nos siguen dando muchas satisfacciones y son leídos por cientos de chicos de Argentina y de América Latina. Desde ese año surgieron otras colecciones y muchos otros libros ilustrados”, detalla.
En el caso de Istvansch, fue un poco de casualidad, cuando a los 14 años participó de un concurso del diario El Litoral de Santa Fe, en el que obtuvo un premio de manos de Quino, Fontanarrosa y Fasola. Los dos primeros, sorprendidos por la pureza –”por no estar contaminado por estereotipos”– le presentaron a Graciela Montes, Laura Devetach y Gustavo Roldán, con quienes publicó en el Quirquincho y Colihue. Luego empezó a trabajar en el Plan Nacional de Lectura de Hebe Clementi a los 18 años.
Las posibilidades que le brindaba la literatura infantil, tanto desde lo gráfico como desde lo textual, terminaron de prendarlo, como dice él –”porque esa es la palabra”–, “y aquí me quedé”. Al día de hoy, además de ilustrar, coordina talleres para que otros también puedan seguir creando.
Nora Lía Sormani sintetiza el valor de trabajar con y por la literatura infantil y juvenil y lo enlaza con todas las ideas que se enhebraron: “Cada vez que un niño abre un libro, esa historia que se le cuenta la hace pasar por su propia subjetividad. Por lo tanto cada lector, y en cada momento que lee, está leyendo algo diferente, porque en ese momento, en ese acto de la lectura, está haciendo pasar toda aquella historia que el escritor y el ilustrador crearon para él por su subjetividad. Por eso es tan maravilloso, lo que expresa un libro y lo que expresa entonces la literatura: es la semiosis ilimitada, múltiples sentidos para los múltiples lectores pequeños”.
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