El arte de Emilia Gutiérrez, Mildred Burton y Aída Carballo brilla como un diamante loco

Las muestras recién inauguradas en Colección Fortabat y Ruth Benzacar revela el talento y la sensibilidad de tres mujeres que sublimaron tormentosas existencias en el remanso de sus obras pictóricas

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Mildred Burton, Aída Carballo y
Mildred Burton, Aída Carballo y Emilia Gutiérrez: artistas demoledoras que le hicieron frente a la locura en dos muestras para conocerlas

A Emilia Gutiérrez (Buenos Aires, 1928 – 2003), los colores le provocaban alucinaciones auditivas: en 1975 por prescripción médica dejó la pintura y se dedicó únicamente al dibujo. Sus figuras solitarias, pálidas, de semblante enfermizo y mirada evasiva capturan en Emilia, en Colección Fortabat, con curaduría de Rafael Cippolini, magnífica muestra antológica que recorre su prolífica década de producción pictórica. Con casi un centenar de obras, con esta exhibición Colección Fortabat, que este año celebra su décimo quinto aniversario, abre la temporada.

Formada en la Escuela Fernando Fader y en el taller de Demetrio Urruchúa, a Gutiérrez la llamaron la flamenca, por su predilección por la paleta de los pintores holandeses, porque usaba óleo y por su preferencia por el pequeño formato. Si bien entre mediados de los años sesenta y los años setenta expuso regularmente y en reconocidas galerías, su nombre quedó olvidado durante años debido a su impronta figurativa, alejada de las propuestas conceptuales, sociales y políticas que marcaron el arte en ese período. A fines de 2019, la galería Cosmocosa exhibió La flamenca, al cuidado de Cippolini, que reunió algunas de sus pinturas y que el curador considera un preámbulo de la muestra en Colección Fortabat. Y en 2021, en la galería Vasari se pudo ver una exhibición de sus magníficos dibujos.

"Silencio en el fondo del
"Silencio en el fondo del mar", 1975, Emilia Gutiérrez. Óleo sobre tela, 50 x 70 cm, Colección Familia Levinas (Foto: Nacho Iasparra)

“En los cuadros está el mundo de mi infancia, que no fue muy alegre”, contó en un reportaje. Tras su nacimiento, en 1928, su madre sufrió una profunda depresión posparto con psicosis por la que tuvieron que internarla. Su abuela materna se ocupó de la crianza de Emilia y de sus dos hermanas mayores. “Su padre viajaba constantemente en aquellos años de infancia de Emilia en los que ya empezaba a mostrar un profundo retraimiento”, escribe Raúl Santana en el libro editado en 2004 por Gabriel Levinas sobre la artista.

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De grande “no le gustaba dar entrevistas ni hablar. Con la pintura y el dibujo, tomaba distancia del dolor”, señala Cippolini sobre el carácter de la artista. En la muestra se exhiben sus pinturas y también hay un sector dedicado a sus dibujos –donde se evidencia su mano erudita, decidida— que siguió haciendo cuando le prohibieron el uso del color.

“Su obra tiene un carácter anacrónico, fuera de época”, señala el curador sobre la obra de esta artista, cuyos trabajos “anidan en recuerdos, en algunos casos deformados”. En sus obras aparecen algunos temas recurrentes como “personajes pelados; niños viejos (son niños paradojales, no se sabe qué edad tienen), y personajes hermanados (que quieren fusionarse uno en el otro)”. Carlos Alonso fue quien le dio su primer aval en el circuito del arte: aseveró que tenía que exponer cuanto antes.

Hay en la obra de esta artista una densidad que Cippolini define como “psicológicamente apesadumbrada”. En la muestra pueden verse retratos, naturalezas muertas, obras pintadas en el frente y en el reverso del batidor, su única pintura no figurativa (realizada entre 1965 y 1969), dibujos exquisitos (ella también fue ilustradora de la editorial Códex). En las vitrinas, se exhiben catálogos, fotografías, artículos de diario de sus muestras (que la artista mandaba a traducir en inglés). En la sala dedicada a los dibujos se proyecta un video que incluye personajes de las pinturas animados con un programa de inteligencia artificial.

"La buceadora", 1974, Emilia Gutiérrez.
"La buceadora", 1974, Emilia Gutiérrez. Óleo sobre tela, 50 x 40 cm, Colección Miguel Larreta (Foto: Nacho Iasparra)

Muy chica, Mildred Burton (1942, Paraná, Entre Ríos - 2008, Buenos Aires) perdió a su madre, quien murió a los 25 años de septicemia. Cuando su abuela la alzó para que besara a su madre muerta, a la que definió como una “muñeca” en su cajón, la imagen la impactó: vio “un monstruo con la cara reventada, pero sí se le veían los ojitos azules”. Se negó a besarla, al rato, sin entender demasiado con unos 4 años, se fue a su habitación. Su padre murió cuando ella ya era grande, al arrojarse por las barrancas del Paraná. “Se creía que era un pterodáctilo: se ató una cuerda al cuello y se lanzó al aire”, contó la artista, cuya muestra La monarca, se exhibe en la galería Ruth Benzacar junto a La gracia extrañada de Aída Carballo (Buenos Aires, 1916 - Buenos Aires, 1985), que incluye obras de las series La locura y Los amantes.

Como Gutiérrez, Burton creció con su abuelita: “Me ahorcó un gatito que ella no podía ver. Como buena nazi no quería a los gatos porque son rebeldes. Ella adoraba a los perros. El gatito desapareció chiquito, yo lo llevaba a dormir conmigo, lo había encontrado. El gatito no apareció y a los dos o tres días ella me lo puso en la cama. Estaba muerto, con tierra. Quién sabe dónde lo habían tirado o enterrado. Y estaba ahorcado con una lanita roja. Y mi abuela estaba tejiendo un pasamontañas para los aviadores de Segunda Guerra Mundial”. A pesar de la muerte del gato, Mildred la quería: “Yo la he venerado en mi vida. Tuvo gran importancia en mi vida, la he usado de modelo para hacer obras”, dice Mildred en la entrevista. Aquella muerte violenta de su amado gato, la artista la usó como materia prima para hacer Michifuz, dibujo de 1974 con el que ganó el Premio de Ridder.

"Corrientes Langosta" (1985) de Mildred
"Corrientes Langosta" (1985) de Mildred Burton

A Carballo, el fallecimiento de su padre en 1952, la quebró. Ese fue el comienzo de varias internaciones en hospitales psiquiátricos por delirios y alucinaciones durante toda su vida. Carballo fue alumna de Pío Collivadino, egresó de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en 1937 y continuó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. Entre 1958 y 1960, vivió en Francia.

Con marcos plateados, sobre las paredes pintadas de negro de la sala 2 de la galería Benzacar, los grabados de Carballo son como joyas rutilantes. Cuesta alejarse de esas piezas que condensan perfección y atroz delicadeza para llegar al hueso de los personajes. Sus amantes se entregan furtivos, apasionados, en medio de la naturaleza. Sus alienados, estremecen al espectador.

"Sin título" Mildred Burton
"Sin título" Mildred Burton

El vínculo entre Burton y Carballo, según contó Burton, fue clave: “Mi mundo tiene contactos tangenciales con el de Aída Carballo, que fue una de las artistas que me apuntaló cuando yo empezaba. Ella me largó al ruedo. Con Aída tuve una relación muy especial; me protegió y yo tenía la sensación de que me quería salvar de algo”, se consigna en el texto de sala escrito por María Gainza.

“Yo soy delirante porque mi vida es delirante y mi mundo también lo es. Hay un delirio en mí que no puedo detener. Vivo al borde del desequilibrio”, dijo Burton sobre su propia biografía, que tuvo tintes surrealistas y ciertos datos dudosos.

"Las vecinas del sur", 1977,
"Las vecinas del sur", 1977, de Aída Carballo

Se crió con su abuela nazi, anglicana, que leía alemán gótico. Frágil, la niña Pelusa, como la llamaban, padeció cetonemia durante su infancia. Pasó mucho tiempo leyendo, en su casona de Paraná donde la cuidaba, cuenta la artista, “una vieja indígena a la que le decían la criada, como si fuera la colonia”.

“Yo fui como la oveja negra, siempre di mucho trabajo. Me hicieron tratar con psiquiatras. No me hacían tratamientos, pero me vivían viendo. Me hacían más cosas tipo brujerías. Andaba con una ristra en el cuello, con un hilo, con abejas muertas. Porque esas quitan no sé qué cosas. Más como si fuera diabólica”, dice Burton en una entrevista realizada hace 12 años por Analía Couceyro y Albertina Carri, que puede verse en la sala de la galería Benzacar.

Serie "Los locos" de Aída
Serie "Los locos" de Aída Carballo

Dónde verlas

Emilia en Colección Fortabat (Olga Cossettini 141. Puerto Madero) de jueves a domingo de 12 a 20, hasta julio. Entrada general: $700. Tarifa reducida para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación: $400. Jueves entrada general: $400, y acceso gratuito para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes.

La monarca y La gracia extrañada en la galería Ruth Benzacar (Juan Ramírez de Velasco 1287, Villa Crespo), de martes a sábado de 14 a 19. Hasta el 6 de mayo. Gratis.

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