“Esto no lo conté nunca”, dice Gustavo Garzón desde la ventana de Zoom. Tal vez sea esa mediatización lo que permita que se abra al recuerdo. “Tengo videos que nunca subí porque es algo muy íntimo, muy hermoso”. La memoria se dispara a partir de película Cuando ya no esté, que lo tiene como protagonista, en la que él es un hombre con una enfermedad muy avanzada y un pronóstico de pocos meses de vida. “Yo atravesé una situación parecida a la del personaje”, dice, “y mis hijos, mis mellizos me han enseñado que la relación con la muerte puede ser diferente”.
Juan y Mariano son los hijos que tuvo con Alicia Zanca, que murió en 2012, y Garzón dice que, en aquel entonces, buscando amortiguarles el dolor de la ausencia, les fue creando un relato en torno a eso. “Les dije que la mamá estaba en el Cielo y que estaba mejor, y un día que llovía mucho uno me preguntó si en el Cielo llovía y yo le dije que no, cosa que lo calmó mucho, y después me preguntó si en el Cielo había televisión y le dije que sí, cosa que lo alegró mucho, y a partir de ahí me pidieron ir al cementerio a ver a la mamá”.
Cada tres meses van a visitarla, le cantan una canción, le llevan flores, le cuentan todo lo que hacen y le traen saludos de mucha gente. “Llegan con alegría y se van con más alegría, porque sienten que han estado con su madre y sienten que le dan una felicidad y ella se las da a ellos. Sienten que realmente ocurrió el encuentro, y hasta yo me convencí de que realmente sí ocurren los encuentros. Así que vamos y volvemos muy contentos. Me enseñó a desdramatizar el tema de la muerte. No el de la ausencia, pero sí el de la muerte”.
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Escrita y dirigida por Martín Viaggio (A quién llamarías, Amando a Carolina), Cuando ya no esté sigue la historia de Arturo (Garzón), un ingeniero de 65 años, casado y con un hijo del que está distanciado hace tiempo. Arturo no cree en Dios ni en los psicólogos ni en los curanderos, pero todo cambia cuando le diagnostican una enfermedad incurable. En ese momento, conoce a un tal Cánepa, que le propone un tratamiento asombroso.
—¿Por qué es tan convocante la exploración por la muerte?
—La muerte —dice Garzón —es el gran tema de la vida. La relación que uno establece con su propia muerte, con su propia finitud y con la de los seres más queridos. Yo creo que se es completamente feliz hasta que se sabe que la muerte existe. Esto ocurre en la primera infancia. No sé cuándo un niño toma noción de que todo se termina, y que su papá se va a morir y su mamá se va a morir y él mismo se va a morir. En cuanto uno toma conciencia de eso, la vida ya deja de ser color de rosa. Porque cuando uno está feliz, sabe que eso no es eterno porque la vida un día termina.
—En un punto, la pregunta por la muerte es también la pregunta por la vida: qué estás haciendo de tu vida.
—En ese sentido, la película es muy interesante. El planteo es cómo a esta persona que le queda poco tiempo se propone vivir. Cómo decide revertir su manera de vivir y de relacionarse con su mujer, con su hijo, con la sociedad en general. De golpe aflora lo más sensible y lo más amoroso, que lo tenía oculto, y se demuestra a sí mismo que siendo uno mejor logra que el otro sea mejor y que los vínculos sean mejor y que, por ende, la vida sea mejor. Es una cuestión de actitud personal. En un punto, uno es quien decide ser una persona huraña, repulsiva, seca, poco afectuosa o todo lo contrario. Hay algo que está en uno. No todo está escrito.
—En tu carrera hiciste una variedad de personajes: ¿cómo hacés para entrar en cada uno?
—No tengo una fórmula o una técnica para abordar cada cosa. Lo primero que hago es leer el guion y veo qué me resuena de eso. Y cuando leí este guion me dije: “Yo sé lo que le pasa a este hombre, yo lo atravesé”. Entonces fue simplemente estar, pisar la escena con la mayor sinceridad posible. Entregarme a la experiencia. La película tiene la característica de que yo estoy en casi todas las escenas, pero hablo muy poco y esa es una gran ventaja, porque te obliga a expresarme con el cuerpo. Era interesante ver cómo plantarme en cada toma sin olvidarse de ser ese hombre que tiene como una espada de Damocles encima. Entregué mi cuerpo a la experiencia también y me dejé llevar. La película es un melodrama que apunta directo al corazón y yo, que creo que nunca me emocioné viéndome a mí en algo, debo confesar que en algunas tomas me emocioné.
—¿Cómo fue el trabajo con Viaggio y Frenkel?
—Conté con un director que me apoyó, que confió en mí, que mostró su agrado por mi manera de trabajar, cosa que no con todos los directores ocurre. Y Noemí Frenkel es una gran compañera, una gran actriz. Tuvimos una química perfecta y pudimos establecer nuestros códigos de verdad. Yo fui respetuoso de la idea del guion y del director, porque la película es del director. Felizmente se filmó en Mendoza, que es una ciudad hermosa, y teníamos tiempo libre, porque el director —cosa inédita en el cine— era muy puntual y empezábamos a las siete de la mañana y terminábamos a las cinco de la tarde, entonces tenía tiempo de pasear, de conocer, de hacer amigos, fui mucho teatro. Estoy muy agradecido.
—La película se estrena en sólo tres salas. Quería preguntarte por el circuito del cine, que, lo digo yo, le da poco lugar al cine argentino.
—Es una realidad que viene de hace mucho y está cada peor. El cine argentino de bajo presupuesto, mal llamado “cine independiente”, no llega al público. No sabemos si porque el público no lo quiere ver, porque no se lo ofrecen suficientemente o porque no tiene publicidad. Para que una película sea vista hay que gastar fortunas en publicidad y ningún productor independiente puede gastar el dinero de Netflix o Amazon. El cine argentino está condenado a ser visto por pocos. No hay otra. Yo lo sufrí en 2012, cuando hice mi primera película de ficción. Tenía una ilusión tremenda y fui el primer sábado a Cinemark y había muy poca gente. Sin dinero ni grandes premios no se llega a la gente porque la gente no va al cine y opta por ver las series en su casa. Es triste que sea así, pero no está en mis manos revertirlo. Tenemos la resistencia del teatro, que es el lugar que nos queda para hacer lo nuestro. Ahora estreno una obra y espero que nos vaya bien, pero nosotros dependíamos de la televisión y el cine, y ahora dependemos de que nos llamen de una serie. Ese es un trabajo más esporádico, no tiene mucha continuidad.
*”Cuando no esté”, de Martín Viaggio puede verse en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635, CABA)
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