Esta historia parece ser sacada de una novela: durante años, un estafador embaucó a la industria editorial haciéndose pasar por editores y agentes para cometer cientos de robos literarios. Él llegó a obtener manuscritos de autores de renombre pero lo que sorprendió a los investigadores fue que estos nunca se revendían ni se filtraban. Los robos resultaban aún más desconcertantes.
El acusado Filippo Bernardini conoció su sentencia esta semana. Un tribunal federal de Manhattan puso fin a la saga y, con ella, trajo algunas respuestas. Tras declararse culpable de un delito de fraude electrónico en enero, Bernardini fue condenado a tiempo cumplido, evitando así la prisión por un delito grave que conllevaba hasta 20 años de cárcel. Los fiscales habían pedido una condena de al menos un año.
Bernardini, ahora de 30 años, se hizo pasar por cientos de personas en el transcurso del esquema que comenzó alrededor de agosto de 2016 y obtuvo más de mil manuscritos, incluidos los de autores de alto perfil como Margaret Atwood y Ethan Hawke, según declararon las autoridades.
Te puede interesar: Misterio resuelto: cómo un estafador robó manuscritos de Margaret Atwood y más de mil libros inéditos
En una emotiva carta de cuatro páginas dirigida a la jueza Colleen McMahon a principios de este mes, Bernardini se disculpó por lo que calificó como sus acciones “atroces, estúpidas y equivocadas”. También ofreció información sobre sus motivaciones, que durante mucho tiempo habían desconcertado tanto a las víctimas como a los observadores, incluso después de su declaración.
Describió un profundo amor por los libros que le venía de la infancia y le llevó a seguir una carrera editorial en Londres. Aunque consiguió unas prácticas en una agencia literaria de allí, tuvo problemas para conseguir después un trabajo a tiempo completo en el sector.
“Mientras trabajaba, veía cómo los manuscritos se repartían entre editores, agentes y ojeadores literarios o incluso con personas ajenas al sector. Así que me pregunté: ¿por qué no puedo yo también leer esos manuscritos?”, relató.
Falsificó una dirección de correo electrónico de alguien que conocía e imitó el tono de sus antiguos colegas para pedir un manuscrito que aún no se había publicado. El éxito de aquel engaño convirtió su búsqueda de libros mal habidos en “una obsesión, un comportamiento compulsivo”.
“Tenía un deseo ardiente de sentir que seguía siendo uno de esos profesionales de la edición y de leer esos libros nuevos”, comentó y agregó: “Cada vez que un autor me enviaba el manuscrito sentía que seguía formando parte de la industria. En aquel momento, no pensaba en el daño que estaba causando.Nunca quise y nunca filtré estos manuscritos. Quería mantenerlos pegados a mi pecho y ser uno de los pocos que los conservara antes que nadie, antes de que acabaran en las librerías”.
Para evitar la cárcel, los abogados de Bernardini también presentaron al juez más de una docena de cartas de sus amigos y familiares. En una especie de giro novelístico, entre ellas había una carta de una víctima: el escritor Jesse Ball, autor de Cómo provocar un incendio y por qué, Toque de queda y Censo.
Bernardini se hizo pasar por el editor de Ball para convencer al escritor de que le enviara varios manuscritos inéditos, decía Ball en su carta en la que pedía clemencia. Denunciando el estado de la industria como “cada vez más corporativa y cocainómana” y refiriéndose al crimen como una “travesura” y una “cosa trivial, frívola”, Ball argumentó que “debemos estar agradecidos cuando algo humano entra en escena: cuando la industria editorial por una vez se convierte en algo sobre lo que merece la pena escribir”.
“Por una vez una persona se preocupa profundamente por algo: ¿qué importa que sea un intruso? No se puede imaginar el aburrimiento que aplasta el alma de la correspondencia editorial corriente”, escribió Ball, añadiendo que no sufrió ningún daño por los robos, aparte de cierta confusión. “Agradezco que todavía haya sitio en el mundo para que ocurra algo gracioso de vez en cuando”.
Al sopesar los argumentos de la acusación y la defensa, McMahon rechazó la idea de que el delito no tuviera víctimas, y la revista neoyorquina Vulture -la publicación que dio a conocer el misterio con un reportaje de 2021 titulado “The Spine Collector”- informó de que “se sintió especialmente conmovida por una carta de un cazatalentos literario” que había sido acusado de los delitos de Bernardini. Vulture también informó de que McMahon expresó simpatía por Bernardini a la luz de un nuevo diagnóstico de autismo, pero dijo que eso no excusaba las amenazas que hizo en alguna correspondencia. Pero concluyó que una pena de prisión no ayudaría a las víctimas.
Bernardini -ciudadano italiano y residente británico que fue detenido en el aeropuerto internacional John F. Kennedy en enero de 2022- será deportado de EE.UU. Los documentos judiciales muestran que pidió ser deportado al Reino Unido, donde vive con su pareja y su perro, con Italia como alternativa designada.
Como parte de su declaración de culpabilidad, Bernardini aceptó pagar 88.000 dólares en concepto de restitución, que según los documentos judiciales irán a parar a Penguin Random House. “La cruel ironía es que cada vez que abro un libro”, escribió Bernardini sobre su otrora pasión, “me recuerda mis malas acciones y a lo que me llevaron”.
Fuente: AP
Seguir leyendo